Mentiras y totalitarismo

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por HOMERO SANTIAGO*

George Orwell sabía que el totalitarismo depende de mentiras, noticias falsas, la idea de que las narrativas y el conocimiento son equivalentes, que la historia y el relato son la misma cosa.

Toda la obra del escritor inglés George Orwell (1903-1950) puede leerse como una lucha incesante contra la mentira y un esfuerzo incansable por establecer y defender la verdad. Es un compromiso que el escritor pretendía elevar al nivel artístico –o al menos así explicaba, en 1946, los objetivos de su oficio: “Lo que más quería hacer en los últimos diez años era transformar la escritura política en el arte”. Mi punto de partida es siempre un sentimiento de proselitismo, un sentimiento de injusticia. Cuando me siento a escribir un libro, no me digo: “voy a realizar una obra de arte”. Escribo porque hay una mentira que quiero exponer, un hecho sobre el que quiero llamar la atención y mi preocupación inicial es llegar a una audiencia”.[i]

Con un dejo de mala voluntad, se podría rápidamente juzgar que estamos ante un artista poco inventivo y satisfecho con la escasa ración de hechos; un mero campeón de verdades desperdiciadas. Si también tenemos en cuenta que una gran parte de la obra de Orwell está compuesta en realidad de textos documentales, el panorama parece listo para un caso en el que el compromiso (por muy digno que sea) tomó la delantera en relación con el arte, ahogando la creatividad.

Hasta cierto punto, ni siquiera necesitamos considerar a un lector malintencionado que expresa opiniones como ésta; El propio George Orwell, a decir verdad, contrasta en cierto momento las figuras del literato y del panfletista, poniéndose en la piel de este último, a pesar de que fue así porque, presionado por los imperativos de la época, utilizó el ejército. escribiendo: “En tiempos de paz, podría haber escrito libros floridos o simplemente descriptivos y permanecer casi ajeno a mis lealtades políticas. De todos modos, me vi obligado a convertirme en una especie de panfletista”.[ii]

Que así sea. No soy yo quien va a negar al propio Orwell. Pero (y pido al lector que se detenga aquí antes de una fuerte exclamación) ¡qué panfletos! Es importante no rebajar el contenido de las palabras del autor, pues el compromiso se concreta a través de un escrito francamente político que –nada menos– pretende elevarlo al nivel de una obra de arte. No por casualidad creó una fórmula, un estilo inusual pero sin duda exitoso (fue uno de los autores más influyentes del siglo XX) de intervenir en el mundo a través de producciones literarias que aún hoy son admiradas.

Desde esta perspectiva, el centro neurálgico de la obra de George Orwell, o más precisamente, el punto que da inteligibilidad al conjunto, parece residir en su experiencia como miliciano antifranquista en la Guerra Civil española. Se marcha a Barcelona en 1936, compaginando el propósito de conocer en el lugar la situación de producir un título más en la ya probada línea de documentales que venía produciendo (En el peor de los casos en París y Londres, desde 1933; El camino de la pera Wigan, entonces finalizada y que vería la luz en 1937), además de dar rienda suelta al ardor moral de luchar por la libertad y combatir en la práctica a sus enemigos, en este caso las fuerzas fascistas del general Franco (según confiesa, mató a un solo fascista y todo fue ya hubiera valido la pena[iii]).

No se puede exagerar la centralidad que George Orwell atribuirá en adelante a esta experiencia; En el texto de 1946 que acabamos de mencionar destaca la inflexión que éste trajo a su obra: todo lo que se propuso hacer después (en los últimos diez años, según dice), se debió a lo que había visto y vivido en España. ¿Por qué?

En nuestra opinión, principalmente porque allí experimentó con la mentira como arma política, de una forma hasta ahora inédita; no es sólo un elemento manipulable, sino una mentira forjada industrialmente y circulada con el objetivo de producir una ficción (una “narrativa”, hoy podría decirse) que sirva al poder. En España, George Orwell experimenta de primera mano, en el lugar e in vitro, podemos decir, la incubación de un portentoso sistema de mentiras, que, a su vez, es contemporáneo de un nuevo tipo de poder inflado y sostenido precisamente por las mentiras más descaradas.

Este poder umbilicalmente ligado a la mentira es aquel cuyos primeros signos y rápida maduración reconoce George Orwell en el gobierno republicano español, que, bajo la creciente influencia del poder soviético en el transcurso de la guerra civil, desata una campaña de difamación y persecución contra los anarquistas. y trotskistas, volviéndose gradualmente tan tiránicos (un régimen que controla, acusa, persigue, secuestra, arresta, tortura, ejecuta) como el fascismo franquista con el que todos deseaban luchar.

En un ensayo publicado entre julio y septiembre de 1937, ya de regreso en Inglaterra, al analizar la situación en España y en particular la campaña del gobierno republicano contra antiguos camaradas de lucha, George Orwell hace una observación alarmante y terrible: “Hasta hace unos meses, el Se describió a los anarcosindicalistas como “trabajando lealmente” junto a los comunistas. Posteriormente, los anarcosindicalistas fueron defenestrados del gobierno; luego pareció que ya no trabajaban con tanta lealtad; ahora están en proceso de convertirse en traidores. (…) Y así continúa el juego. El final lógico es un régimen en el que todos los partidos y periódicos de la oposición sean revocados y todos los disidentes de alguna importancia sean encarcelados. Por supuesto que este régimen será el fascismo. No será el mismo fascismo que impondría Franco, será incluso mejor que el fascismo de Franco, en la medida en que valga la pena luchar por él (vale la pena luchar por ello), pero será fascismo. Sólo que, cuando lo operen comunistas y liberales, se llamará de otra manera”.[iv]

En esta línea, sorprendentemente, George Orwell choca, por su cuenta y riesgo, con el tradicional problema de la “servidumbre voluntaria”, formulado por primera vez por Étienne de la Boétie, en el siglo XVI, escenificado en el XX en tierras ibéricas y, como se hará, Pronto se sabrá, a punto de extenderse por el mundo bajo el nombre de “totalitarismo”. Luego se da cuenta de que, en un estupendo giro de los acontecimientos, un estado de cosas revolucionario por el que alguna vez pensó que “valía la pena luchar” e incluso morir se estaba convirtiendo en un fascismo mal disfrazado por el cual –¡ay de nosotros! – igualmente “vale la pena luchar por ello”.[V]

Si quisiera, podría incluso imitar una fórmula bien conocida para Tratado teológico-político de Bento de Espinosa y hacer valer el secreto del gobierno republicano era engañar a los españoles de tal manera que luchaban por la servidumbre como si lucharan por la libertad.

Nada mal para un humilde “panfletista” al que, según se dice, no le gustan las teorías y las abstracciones. Pero él no se detiene allí. Como íntimamente perturbado por lo que ha descubierto, no deja de buscar a tientas una hipótesis explicativa de la aberración que ha presenciado en España: la servidumbre por la que vale la pena luchar se hace posible dentro de un sistema de mentiras provocado por la acción de un tipo particular de poder que, comenzando por nublar la percepción de los hechos, termina destruyendo por completo la verdad y la realidad objetiva, es decir, la posibilidad misma de la historia y de una humanidad libre.

Desde 1936, George Orwell está convencido de que algo nuevo está surgiendo y comienza a meditar sobre ello –recordemos el texto de 1946 mencionado al principio: era todo lo que quería hacer en los diez años posteriores a la experiencia española. Tal fue el impacto de este descubrimiento que una vez le comentó a un amigo: “La historia se detuvo en 1936”.[VI] Los efectos de la experiencia española y el descubrimiento que supuso serán imborrables, reorientando toda la obra del escritor; como confiesa, “lo que vi allí me turbó tanto que hablo y escribo sobre ello con todo el mundo”.[Vii]

La historia se detiene porque está surgiendo un fascismo nuevo, terriblemente perfeccionado; Es más, la historia se detiene porque, con eso, es como si se volviera imposible. En el corazón de lo que George Orwell desde cierto momento, entre los años 1930 y 1940, comenzó a llamar “totalitarismo”, está el expediente de la supresión de la verdad y la consiguiente imposibilidad de la historia debido a la destrucción de la memoria. , el lenguaje, la realidad y la humanidad misma. Innumerables y variadas consecuencias, todas igualmente aterradoras, que se nos revelan claramente en 1984, donde la historia, en una repetición infernal del caso español, también llegará a su horrible punto de parada.[Viii]

Sigamos las consideraciones de George Orwell en otro texto –de 1943 y también dedicado a la experiencia española– que tiene el mérito de mostrar la conexión entre todos los temas que hemos tratado hasta ahora: “Este tipo de cosas me resultan aterradoras, porque siempre me da la sensación de que el concepto mismo de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. Después de todo, hay posibilidades de que estas mentiras, o en cualquier caso mentiras similares, pasen a la historia. Sé que, de todos modos, está de moda decir que gran parte de la historia oficial es mentira. Estoy dispuesto a creer que la historia es, en su mayor parte, incorrecta y sesgada, pero lo peculiar de nuestra época es el abandono de la idea de que la historia podría escribirse sobre la base de la verdad. En el pasado, la gente mentía deliberadamente o embellecía inconscientemente lo que escribía o luchaba por llegar a la verdad, sabiendo muy bien que debía cometer varios errores; pero, en cada caso, creían que esos “hechos” habían existido y eran, en mayor o menor medida, descubribles. Y en la práctica, siempre hubo un conjunto considerable de hechos en los que casi todos estarían de acuerdo”.[Ex]

En opinión de Orwell, la gran novedad del totalitarismo no es simplemente promover mentiras. Esto es algo que siempre ha existido: la disputa por las palabras, por la narración de los hechos, por la veracidad de lo que sea, los chismes en su nivel más banal. En última instancia, no habría necesidad de asustarse por esto. La pregunta es otra. Por mucho que se mintiera, todavía quedaba la idea de algo objetivo que ocultar; En la medida en que el mentiroso pretendía ocultar o distorsionar algo, su mentira implicaba una relación con la verdad de los hechos.

Ahora es diferente; es la idea misma de que algo realmente sucede, objetivamente, lo que se desvanece. Sólo interpretaciones, narrativas, noticias falsas y nada mas; como si entráramos en un mundo de puros simulacros que, en el fondo, son simulacros de la nada nacidos de los más variados rizos.

Y de ahí esta frase 1984 tan impresionante como esclarecedor sobre el nuevo régimen de “mentira” (si todavía queremos usar la vieja palabra para nombrar algo completamente nuevo) forjado por el totalitarismo: “Casi todo el material con el que trataron allí carecía de la más mínima conexión con el mundo real; incluso carecía del tipo de conexión contenida en una mentira descarada”.[X] Palabras muy cercanas a las que describen el asombro de George Orwell al leer en español y en algunos periódicos extranjeros noticias “que no tenían relación con los hechos, ni siquiera la relación implícita en una mentira común”.[Xi]

Junto con la verdad y la historia, la posibilidad de convivir y compartir un mundo común se desmorona radicalmente; por extensión, la política también se vuelve imposible, ya que no quedan bases mínimas para la discusión, la deliberación y el acuerdo o desacuerdo argumentado. Cuando todo se vuelve ilusión, narrativa o noticias falsas; Cuando sólo prevalece la mentira, sólo queda la palabra cardinal del líder, es decir, el discurso del poder que hace y deshace lo verdadero y lo falso a voluntad. Esto fue lo que George Orwell intuyó en España y fue confirmado por los mecanismos nazifascistas.

“La teoría nazi en realidad niega explícitamente que exista algo llamado “verdad”. Por ejemplo, no hay nada como la “ciencia”. Sólo existe la “ciencia alemana”, la “ciencia judía”, etc. El objetivo implícito en esta línea de razonamiento es un mundo de pesadilla, en el que el líder, o alguna camarilla de poder, controla no sólo el futuro, sino también el pasado. Si el líder dice de tal o cual evento: “Nunca sucedió”, entonces, nunca sucedió. Si dice que dos y dos son cinco, bueno, dos y dos son cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas”.[Xii]

Es imprescindible resaltar estas palabras de 1943, preñadas de un futuro oscuro: cuando el líder dice “dos y dos son cinco”, debe ser así por la sencilla razón de que debe ser así. Es muy significativo que, en 1984, culminación de la meditación orwelliana sobre lo que vio en España, el totalitarismo acabó con las matemáticas que siempre habían sido la prueba viviente de que el ser humano es capaz de producir lo común.

Esto es lo que el totalitarismo, en principio, necesita destruir: la posibilidad de algo común; por el contrario, el común, el centro de la comunidad servil, debe ser el Gran Hermano, aquel que enuncia la verdad después de haberla destruido. No es casualidad que encontremos en esa reflexión sobre España citada anteriormente el núcleo del totalitarismo español. 1984, resumido en el objetivo final de inculcar en cada cabeza la “misteriosa identidad entre cinco y cuatro”.[Xiii]

El totalitarismo depende de mentiras, noticias falsas, la idea de que narrativas y conocimiento son equivalentes, que historia y relato son la misma cosa; en definitiva, depende de la destrucción de la verdad y, en consecuencia, de la razón y la política. George Orwell nunca dijo esto, pero no veo ninguna razón para no sacar tales conclusiones y exponerlas claramente; especialmente su corolario: “hay mentira sin totalitarismo, pero no hay totalitarismo sin mentira”.

* Homero Santiago Es profesor del Departamento de Filosofía de la USP.

Notas


[i] Orwell, “Por qué escribo”, en Dentro de la ballena, São Paulo, Companhia das Letras, págs. 28-29.

[ii] Igual, págs. 25-26.

[iii] “Cuando me uní a la milicia, me prometí matar a un fascista; después de todo, si cada uno de nosotros matara a uno, pronto nos extinguiríamos” (Orwell, Luchando en España, Río de Janeiro, Biblioteca Azul, 2021, p.220).

[iv] Ídem, pág. 300.

[V] El contrapunto preciso que establecemos es con el pasaje en el que Orwell cuenta su asombro al aterrizar en Barcelona y encontrarse con una ciudad revolucionada en la que los camareros no aceptan propinas, el “usted” ha sustituido al “señor”, etc. “Todo esto fue extraño y emocionante. Había muchas cosas que no entendía y muchas que ni siquiera me gustaban, pero reconocí inmediatamente que era una situación por la que valía la pena luchar (vale la pena luchar por ello).” (Ídem, pág. 21)

[VI] Ídem, pág. 267.

[Vii] Ídem, pág. 321.

[Viii] en el mundo de 1984, sólo vivimos un proceso opresivo interminable que se prolonga minuto a minuto: “La historia fue interrumpida. No existe nada más que un presente interminable en el que el Partido siempre tiene la razón” (Orwell, 1984, São Paulo, Companhia das Letras, 2021, pág. 204).

[Ex] Luchando en España, cit., pág. 269.

[X] Ídem, pág. 84.

[Xi] Ídem, pág. 267.

[Xii] Ídem, pág. 270.

[Xiii] 1984, cit., pág. 304.

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