por VANESSA MONTEIRO*
El caso de Nilton Ramón, mensajero en moto baleado por no subir al departamento de su cliente, expresa odio racial y no solo conflictividad laboral
Nilton Ramon de Oliveira, de 24 años, fue baleado el pasado lunes (5\03\2024) en la zona oeste de Río de Janeiro tras negarse a subir a entregar un pedido en el apartamento de su cliente, un policía militar. El impactante caso fue solo el extremo de una situación común a los repartidores de aplicaciones. La negativa a subir es uno de los principales puntos de enfrentamiento entre repartidores y clientes que, lejos de ser una mera coincidencia, es una expresión de la mentalidad esclavista que afecta a una categoría mayoritariamente negra.
Después de todo, no se espera la misma actitud servil de otras categorías, como los trabajadores postales, por ejemplo, contra quienes no se rebelan con odio aquellos que esperan su carta en la mano cuando la dejan en la entrada de un edificio.
Las empresas de aplicaciones no se hacen responsables de la aparición de este tipo de conflicto. Como señala Liberato (2022), las apps de delivery no son meros mediadores entre el cliente, el restaurante y los repartidores, como propagan, sino que “enfrentan a clientes y repartidores, por la forma en que gestionan y castigan a esta fuerza laboral” (LIBERATO , 2022).
Una de las razones centrales de la negativa del repartidor a subir, por tanto, tiene que ver con la remuneración a destajo de la aplicación y la presión de tiempo que se ejerce sobre él; Como dicen, “el tiempo es oro”. En este sentido, el tiempo empleado en el transporte evitable por parte del repartidor no sólo significa tiempo en el que se podrían aceptar otros pedidos, sino que también provoca que la aplicación computa la entrega realizada en un tiempo mayor, lo que puede dar lugar a más mecanismos de sanción.
Según el Instituto de Protección al Consumidor (Idec), no existe una ley que aborde si el repartidor está obligado o no a acudir a la puerta del cliente al momento de la entrega. Entre las aplicaciones entrega No hay consenso sobre el procedimiento. iFood, ya en 2021, afirmó que “no exige al repartidor que realice la entrega directamente en el apartamento del cliente”, como ahora se ha manifestado en el caso que victimizó a Nilton Ramon de Oliveira.
La falta de orientación explícita por parte de las empresas de aplicación sobre las normas de regulación laboral contribuye al conflicto repartidor-cliente, fomentando la fragmentación y la jerarquización en lugar de la solidaridad entre los trabajadores. Las plataformas deberían aconsejar, dado que no se trata de un problema nuevo ni inusual, que los clientes que viven en pisos bajen a recoger sus pedidos y, en el caso de clientes con movilidad reducida, abonen al repartidor una tarifa adicional por subir a hacer la entrega.
La negativa del repartidor a subir debe verse más allá de la presión de tiempo que impone la dinámica del trabajo en plataformas. Al igual que la expectativa de los clientes de mejorar, más aún cuando se expresa a través del odio, la ira –y las balas– no se pueden naturalizar. Por parte del repartidor, hay mucha justicia en negarse a subordinarse a una relación “jefe-empleado” que no existe, al fin y al cabo, el repartidor no sólo no cobrará por este viaje sino que puede ser posteriormente sancionado si no cumple con el plazo de entrega.
En cuanto a la furia de este tipo de cliente, existe una clara cultura de servicio tan profundamente arraigada en el país del “cuarto de servicio”, algo que sólo una abolición tardía combinada con la perpetuación de una estructura de clases racializada y segregada puede explicar. No sorprende que este caso extremo ocurra en Río de Janeiro, una ciudad profundamente marcada por la desigualdad racial. Recordemos el caso del repartidor Max, que fue azotado en São Conrado a plena luz del día.
Los casos de falta de respeto, maltrato y violencia explícita contra los repartidores de aplicaciones han aumentado y salen cada vez más a la luz. Sólo en los meses de enero y febrero de este año, iFood registró casi 13 mil amenazas y ataques a repartidores de aplicaciones. En el estado de Río de Janeiro, la plataforma registró cuatro mil casos de amenazas y ataques a repartidores de enero a marzo de este año. Según el Centro de Atención Psicológica y Jurídica de iFood, el 32% de las inscripciones se debieron a amenazas y el 25% a agresiones físicas, ubicándose la mayoría en la región más elitista, la zona sur de la capital, con el 42% de las acciones.
Recientemente, el repartidor Éverton fue detenido en Porto Alegre tras ser apuñalado por un hombre blanco, caso que generó enorme conmoción. Sin embargo, al igual que en aquel caso, analizamos la disparidad racial (el agresor blanco fue absuelto, mientras que la víctima negra fue objeto de persecución estatal) e invisibilizamos la cuestión del trabajo (el hecho de que la víctima, en este caso, fuera un repartidor), no podemos ahora volver a disociar raza y clase y tratar el caso de Nilton Ramón como una cuestión laboral, imposibilitando que la víctima sea un joven negro.
Los repartidores de aplicaciones son la máxima expresión de la superposición entre raza y clase en el capitalismo de plataformas. Necesitamos superar la barrera analítica que disocia las demandas económicas de las de reparación, reconocimiento y justicia racial, porque, al final, la precariedad, la invisibilidad y la deshumanización están todas bajo la égida de la misma sociedad neoliberal.
*vanessa monteiro Tiene una maestría en Antropología por la Universidad Federal Fluminense (UFF).
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