Memorias

Imagen: Ahmed ツ
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por DANIEL AFONSO DA SILVA*

Comentario al libro recién publicado de Rubens Ricupero

1.

Memorias, del embajador Rubens Ricupero, es un libro, francamente, fantástico y que sinceramente merece ser leído.

En varios aspectos, representa un acontecimiento en la vida cultural y política brasileña. Esperado desde hace mucho tiempo, recorre, en primera persona, la trayectoria de uno de los herederos más importantes del barón de Rio Branco y de un brasileño simplemente ejemplar.

Nacido en 1937 y graduado en el Instituto Rio Branco en 1958-1961, Rubens Ricupero se hizo famoso como diplomático, embajador, ministro de Estado, ministro de Finanzas, protagonista del Plano Real, alto funcionario del Estado brasileño, responsable. en muchas zonas y partes del mundo, alto funcionario de burocracias internacionales, subsecretario general de las Naciones Unidas, descendiente de inmigrantes, del barrio permanentemente pobre de Brás y criado en el ambiente obrero de la ciudad de São Paulo en la década de 1930. Memorias restaura todo esto y mucho más. Nada reemplaza la lectura del libro.

Aquí tienes aperitivos sencillos. Sólo dos. Uno ambientado en Brasilia en el momento de la renuncia de Jânio Quadros en 1961. Otro, en Washington en el momento de Frank Sinatra en 1992.

2.

Escena 1: Brasilia, 1961.

1961. Todo iba bien. El mes era agosto. Rubens Ricupero, en Brasilia, disfrutó del inicio de su carrera diplomática. Había llegado de Río de Janeiro, donde ingresó en el Instituto Rio Branco en 1958 y, ahora, en 1961, era asesor para las relaciones de Itamaraty con el Congreso en la nueva capital de Brasil. Allí, en Brasilia, Rubens Ricupero tenía una oficina. Desempeñó su horario de oficina en el edificio anexo de la Cámara de Diputados. Había programado su boda, en São Paulo, con su amada Marisa. Sería para septiembre. Él permaneció feliz. Marisa también.

El presidente Jânio Quadros abusó de ello. Recibió y condecoró al Che Guevara. Era agosto. Mes de angustia. Vargas recordó. Getúlio Vargas. Era el día 19 Rubens Ricupero vio al Che, habló con él y, quién sabe, hasta le gustó. Che. Pero en Río, Carlos Lacerda, gobernador de Guanabara, no lo hizo. No es lo mismo. Y, a modo de protesta, entregó las llaves de la ciudad a un líder simbólico de la oposición al régimen de La Habana y al Che.

La tensión fue grande. La Guerra Fría estaba en marcha. El Muro de Berlín ya se estaba levantando. La revolución cubana era un hecho. Los americanos ya se habían comprometido en Corea. Los europeos se estaban recuperando. Vivieron sus años gloriosos. El general De Gaulle había regresado a Francia. Regresó en 1958. Refundó la República. La Quinta República. Pero había perdido la colonia. Argelia, nunca más. Africanos alborotados. En Sudáfrica, el segregación racial. En Senegal, toda la gracia de Léopold Sédar Senghor. Por otra parte, las penetrantes imágenes de Aimé Césaire.

En Brasil, fue Jânio Quadros. Presidente “escoba”. Histriónico. El hombre de las notas. Ricúpero vio todo. “Testigo ocular de la Historia”. Incluso sin trabajar para Reportero Esso. Vivía muy cerca. Brasilia. Los rumores crecieron. Conspiración también. Cosas de Brasilia. Cosas sobre Río. Cosas sobre el poder. Carlos Lacerda, de Río, dijo que Jânio Quadros asfixiaría al Legislativo dándole un golpe a la Constitución. Aquél. Después del Estado Novo. En vigor desde 1946. Los diputados lo creyeron. Los senadores también. La tensión creció. Rubens Ricúpero observaba. También lo anoté. Hasta que llegó el día. 25 de agosto.

Todavía era el año 1961. Rubens Ricupero estaba almorzando en casa de Armando Braga Ruy Barbosa. El diplomático más viejo, más experimentado y más valioso. Era cerca de la una de la tarde. El teléfono suena. Fue para Rubens Ricupero. Del otro lado, Arrhenius. Ese Arrhenius, de Goiás, amigo, cohermano, hermano desde las Arcadas y desde São Paulo. Pero ahora, un diplomático de Río, la conversación fue muy franca. [Ricúpero] “¿Estás sentado? ¿No? ¡Así que siéntate porque la noticia es suficiente para derribar a cualquiera! El presidente dimitió, los ministros militares formaron una junta de gobierno, hay rumores de grupos que se arman para resistir” (p. 13).

Adiós, comida. Corre al Congreso. Se va Rubens Ricúpero. Ir a correr. Era su trabajo. Periodistas esperando. Curioso también. Entra Rubens Ricúpero. Presencia Almino. Almino Alfonso. Colega y conocido también de Arcadas do Largo São Francisco. Ahora Diputado Federal por el estado de Amazonas. Almino Affonso toma la palabra. Experimentado, dice que es un golpe. Golpe a Jânio Quadros. Golpe a la nación. Aún se desconocía mucho.

Rubens Ricupero siempre ahí. En el Congreso. Prestar atención. Ver llegar al Ministro de Justicia. Míralo pasar rápidamente. Míralo como un rayo. Destino: oficina del presidente del Congreso. Destinatario: Senador Auro de Moura Andrade. Las conversaciones fluyeron. Rubens Ricupero se retractó de todo. Supe que el Ministro trajo cartas de Jânio Quadros. Seguramente las cartas con su renuncia. Había dos. Uno corto. Con –quién sabe– “me voy a ir”. Otro largo. Con declinación.

Eran las 15 de la tarde. Hora de Brasilia. Rico ahí. Sin mover el pie. Moura Andrade convoca a congresistas. Llámelos a sesión extraordinaria. Agendalo para las 16:30 pm. Participa Afonso Arinos, canciller pero también senador. Yo estaba en Río, en el Itamaraty que quedó allí, junto al mar. Pero quiere/necesita influir en Brasilia. Escribe un mensaje. Quiere hacerlo llegar a sus compañeros. Los congresistas. Enviar por télex. Lo recibe alguien de Itamaraty, en Brasilia. Que se multiplique, se envuelva y se dirija a los respectivos dirigentes del Congreso. Mientras tanto, Rubens Ricupero, en el Congreso, espera. Pero ya sabe que a él le corresponderá recibir los sobres, sus respectivos destinatarios –léase: congresistas– y entregarlos.

Buen y fiel servidor, va Rubens Ricupero, lo hace. Pero está bloqueado. Prohibido. Prevenido. Detenido. oh Reportero Esso, omnipresente, noticia. Díselo a todo Brasil. Dice que es prisión. Dice ser Rubens Ricupero, un diplomático, en Brasilia, en prisión. Marisa, en São Paulo, escucha. Comprender y no estar de acuerdo. Prefiero no entender. Pero es necesario. Y, por ello, experimenta tensión, aprensión y angustia. ¿Qué hacer?

Ricupero, en Brasilia, se muestra “relajado”. Se acabó la “detención”. Más o Reportero Esso no avisó. Luego siguió la contrición. Hubo mucha confusión. Marisa en São Paulo. Rubens Ricúpero en Brasilia. Afonso Arinos en Río. João Goulart, el vicepresidente, al otro lado del mundo, en la China Popular. Aquí está el debut de Rubens Ricupero.

Sí: aventura. Casi cosas de la imaginación. Una persona desprevenida vería esto como un reinado un poco entrometido. Cosas de Monteiro Lobato. No parecen ciertas. O quién sabe, algo como Hergé. Tintín. Las aventuras de Tintín. Pero no. Todo era verdad. Ricúpero, Marisa y Brasil.

Rubens Ricúpero en Brasilia. Marisa en São Paulo. Boda programada. Invitaciones distribuidas. Invitados confirmados. Padre Luigi – por encanto, Luis; la de la Congregación Mariana, que vio nacer –más que confirmado, convocado– el amor de Marisa y Ricupero, en el primer encuentro y mirada. La iglesia Nossa Senhora da Paz, en la llanura aluvial del Glicério, tal vez esté lista. Amplia en adornos. Esperando que lleguen los hermosos novios. Todo listo para celebrarlos pronto.

La fecha estaba fijada: 1 y 2 de septiembre. La víspera, agosto, últimos días. Rubens Ricúpero en Brasilia. Marisa en São Paulo. Mucha aprensión. Fuerte presión. En Río se estaba considerando la posibilidad de una guerra civil. En otras partes también. Se planeó aún más. Rodéate de Brasilia. El regreso de los uniformes. República de los militares. Despido de empleados. Quién sabe, incluso Rubens Ricupero. Muchas dudas. Indecisión. Ricúpero en Brasilia. Marisa en São Paulo.

¿Casarse ahora o no?

Ricúpero vaciló.

Marisa decidió: “¡ahora o nunca!” (pág. 185).

Fin de la vacilación: “ahora”.

3.

Escena 2: Washington. Era el año 1992. El mes era octubre. El día, el segundo.

Octubre 2 de 1992.

En Washington llovía frío. Rubens Ricupero y Marisa recibieron en la embajada a Ruth Escobar y Shirley MacLaine. Un poco de relajación encantó el lugar. Ruth había sido amiga de Ricupero desde su juventud. Desde 1957. Desde los tiempos en los que ni sabían ni querían saber en qué se convertirían. Shirley MacLaine, todo el mundo lo sabía. Además de bella, era musa. Estrella de cine. Literalmente. Premiado en todas partes. Monumento sagrado del séptimo arte. Ahora ahí. Acompañada de su amiga Ruth. Frente a Marisa y Ricupero.

Risas, diversión, curiosidades.

El día prometido. Todos iban –Rubens Ricupero y Marisa incluidos– a ver el espectáculo de Frank Sinatra al anochecer. Todo iba bien.

Diversión, curiosidades, risas.

Pero, de repente, suena el teléfono. Fue para el embajador. Fue para Rubens Ricúpero. Responde Ricúpero. La llamada vino de Brasil. Quizás de São Paulo o de Río, quién sabe, de Brasilia. Era el canciller del otro lado. Era Fernando Henrique Cardoso quien quería hablar. Exsenador que llegó a ser canciller de la presidencia de Itamar. Trajo un mensaje de Itamar. Un mensaje casi personal, dirigido al embajador Ricupero, transformado en un mensaje breve y denso: Itamar quiere a Rubens Ricupero en el Ministerio de Hacienda.

Rubens Ricupero escuchaba sin hablar. Y luego reaccionó sin pestañear ni dudar. Él rápidamente se negó. Indicó que fue un error. Y expuso sus razones. Sólo queda que el canciller escuche y se vaya. Marcílio Moreira Marques permaneció en el cargo. Sucedió a Zélia Cardoso de Mello. Pero ahora iba a dejarlo. Pero no se trataba de dejarlo ir. Itamar quería a Rubens Ricúpero. Y actuó como Fernando Henrique como mensajero para avisar sutilmente. Rubens Ricúpero dijo que no. Itamar fue informado. Y, por supuesto, no le gustó ni lo aceptó. El propio Presidente de la República devolvió el llamado a Washington. Quería hablar directamente con Rubens Ricupero. En tu contrición interior deberías martirizarte con la pregunta: ¿dónde te has visto?

El teléfono sonó en Washington. Respondió Rubens Ricúpero. Era Itamar. Historia similar. Ricúpero escuchó. Nuevamente no habló. Presentó nuevas razones. Dijo que estaba lejos de Brasil. Ser ajeno al área – economía y finanzas. Manténgase alejado de sus operadores. Sin conocer empresarios. Etcétera.

Itamar, un minero, fuera de sí, permaneció en silencio. Rubens Ricúpero también.

Adiós, por cierto, muy seco.

Que tenga un buen día, presidente. Que tengas un buen día, embajador.

Pero una aflicción en el aire. Lejos, muy lejos del tema cerrado. Al cabo de unos momentos, volvió a sonar el teléfono de Washington. Respondió Rubens Ricúpero. Del otro lado, ¿quién podría ser? Sí, claro: José Sarney. El hombre que sucedió a Tancredo de Almeida Neves y al que Rubens Ricupero siempre le mostró cariño. Pero ahora, angustia. Tema parecido. El deseo de Itamar. Rubens Ricupero no tuvo manera. Ha incrementado. Él volvió a negarse y se despidió. Quién sabe si el expresidente entendió. No importa. Ricúpero dijo que no; y el tuyo fue no.

Pero su teléfono empezó a sonar y sonar de nuevo. Grandes personalidades de la vida nacional brasileña quisieron hablar con él. Convencer. Quién sabe, tal vez incluso intimidar. El poderoso gobernador de su estado natal, São Paulo, Luiz Antônio Fleury, pidió a Rubens Ricupero que aceptara el nuevo cargo a su favor. El extraordinariamente noble senador gaucho Pedro Simón hizo esfuerzos por lo mismo. Pero no. Rubens Ricupero reiteró su no.

Fue un día especial. Fenomenal. Era el 2 de octubre de 1992 y todo el mundo en Washington quería ver a Frank Sinatra. Rubens Ricúpero también. ¿Qué había en querer que él asumiera el Ministerio que tanto daño había causado a su mentor y amigo San Tiago Dantas cuando, en Brasilia, comenzó todo en su vida? ¿Qué fue esa cosa? ¿Qué tenía querer arrojarlo a un estanque sin agua, a una hoguera sin fuego, a un abismo sin fondo, a un bosque sin brújula, a un Ministerio –el de Hacienda– que hasta Dios, brasileño o no, dudaría? ¿aceptar?

Cayó la tarde. Todos ven a Sinatra en la calle 13, en Teatro Warner. Olvídese, por ahora, incluso como embajador, de Brasil.

Un buen minero diría: ten santa paciencia.

Buen espectáculo, después del espectáculo, cena. Sinatra, amigo cercano de MacLaine, invitó a Ruth y Marisa, quienes agregaron a Ricupero. El proyecto fue una cena china. Todos se fueron. Sinatra conduciendo. Llegan al restaurante. Rubens Ricupero debería estar tarareando mentalmente algunos de los éxitos de su ídolo, tamborileando algo de ritmo con los dedos o tocando el suelo de percusión con los dedos de los pies cuando el invento de Graham Bell vuelva a sonar, una vez más. No había manera. El ambiente estaba cortado. Tuve que responder. Era, nuevamente, de Brasil.

Pero él no era ni el canciller ni el presidente. Era el periodista Elio Gaspari, quien había llamado para decir que el economista Gustavo Krause acababa de aceptar ser Ministro de Hacienda. Y –quién sabe– también recomendarle a Rubens Ricupero que duerma tranquilo y aliviado, como no había sucedido aquella vez. Rubens Ricupero, por supuesto, lo escuchó y suspiró. Pero, por supuesto, ahora no iba a dormir. La noche apenas comenzaba. Sinatra (sí, Frank Sinatra) estaba esperando adentro para cenar.

*Daniel Alfonso da Silva Profesor de Historia en la Universidad Federal de Grande Dourados. autor de Mucho más allá de Blue Eyes y otros escritos sobre relaciones internacionales contemporáneas (APGIQ). Elhttps://amzn.to/3ZJcVdk]

referencia


Rubens Ricúpero. Memorias. São Paulo, Editora da Unesp, 2024, 712 páginas. [https://amzn.to/4cIgkyp]


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