Memorias de un capitán de milicia

Imagen: Palo Cech
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por FLAVIO AGUIAR*

El Giro de Italia del Usurpador del Palacio del Planalto

De todas las meteduras de pata acumuladas por el Usurpador del Palacio do Planalto en Europa –desde su soledad presumida hasta la mención de la Pizza Tower– ninguna me impresionó tanto como la de pisarle el pie a Angela Merkel.

Su frase – “solo puedes ser tú” – fue una bofetada que él no escuchó; o si oyó, no escuchó; si escuchaba, no evaluaba. Porque, en la secuencia, vino la mayor metedura de pata.

Dijo, de regreso en Brasil, que estaba impresionado por el buen humor de Merkel, y que le hubiera gustado bailar con ella. Así interpretó el episodio de la pisada en el pie de la proyectada Dulcinea.

En ese momento recordé la novela de Manuel Antonio de Almeida, Memorias de un sargento de milícias, publicado en 1852.

En la novela, el protagonista, a quien algunos críticos consideran un pícaro, es hijo de un alguacil, Leonardo Pataca, y Maria da Hortaliça, habitante de una saloia, que vive en las afueras de Lisboa, que vienen a Río de Janeiro, “en el tiempo del Rey”.

El noviazgo de estos dos comenzó en el barco en el que venían de Portugal a Brasil, cuando el Pataca pisó el pie de Hortaliça. En la novela, parece que el paso fue intencional. En Roma, habría sido fruto de la casualidad, ya que el Usurpador caminaba de espaldas a la pisada. Mejor: Freud explica el acto resbaladizo que no falla. Merkel convirtió el episodio banal e incómodo en lo que en alemán se dice que es un Destino, un destino: “solo puedes ser tú”.

Sospecho que fue esta frase la que despertó el instinto danzante en el Usurpador. Si, por un lado, señala la torpeza, por otro, abre la interpretación a la torpeza. En la novela no había otra: al pisar los pies de Hortaliça, Pataca inició una cadena de hechos que, entre traiciones, desencuentros, persecuciones, desgracias, alegrías y mucho favor, desembocarían en un final feliz: la muerte de su hijo. boda, Leonardinho, el sargento de milicia, con la bella Luizinha.

Lo mismo debe haber pasado por la mente del desventurado y feliz Usurpador en la reunión de Roma. Después de tanta desgracia, desconsuelo, soledad, rechazo, desprecio sufrido, encontró un punto de apoyo, lo que le valió media hora de conversación y otra fantasía danzante. Mejor imposible. Se ríe mejor el que baila último.

Las palabras son un peso en la vida de las personas. Porque el hecho es que el Usurpador bailó en Roma. A expensas de los impuestos pagados por el pueblo brasileño, pero ¿a quién le importa? No hizo nada útil allí, excepto estar fuera del país cuando uno respira, aunque siento la vergüenza que él es incapaz de sentir. Recibió el título de ciudadano de honor del neofascismo italiano. Honró a los soldados ausentes en el cementerio de Pistoia, en compañía del líder de los neofascistas italianos. Los honró escupiendo en su memoria, manchándolos, aunque ausentes, con su repugnancia por la democracia. Comió salami en la calle porque no puede ir a restaurantes.

Ante todo esto, ¿qué es pisar el pie de otra persona? Una esperanza, más aún a los pies de la Gran Dama de la Unión Europea que aún reconoce, insisto: “sólo podías ser tú”. Seamos realistas: para una infeliz candidata a Romeo y desheredada por la suerte, Julieta no haría mejor bien.

Daría un dedo -no hace falta ni pisarlo- por saber qué piensa Merkel de todo esto. Además de tener probablemente árnica en el dedo gordo del pie.

* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo).

 

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