por HOMERO VIZEU ARAÚJO*
Consideraciones sobre el libro de José Falero
El título, ¿Pero en qué mundo vives?, desafía al lector desprevenido, ya con cierta disposición para la controversia, tal vez exigiendo que el público preste atención al mundo que lo rodea. Siendo un libro brasileño, más que eso, un libro que trata de Porto Alegre, pero de una cierta Porto Alegre en contraste con Lomba do Pinheiro, la pregunta parece plantear la necesidad de conocer la ciudad, más, de contemplar el barrio periférico y pobre de la ciudad.
Y quizá aquí ya José Falero reclamaba que se añadiera un tercer adjetivo al barrio: negro. Sí, la vida brasileña, negra, pobre en las afueras de Porto Alegre. En términos que quizá resulten abusivamente abstractos de mi parte (después de todo, aquí tenemos crónicas, no ensayos), en el libro se evidencia una dinámica extraordinaria entre el centro (blanco y cómodo) y la periferia (negra o morena y pobre). Dinámica/movimiento que tiene como eje al cronista José Falero, quien comparte su experiencia de humillación, pobreza y resistencia, balanceándose entre los diversos trabajos eventuales y el subempleo que ha tenido en su vida.
Él, vecino de Lomba do Pinheiro, más concretamente de Vila Sapo, es el personaje narrador, lo que produce otro de los efectos notables del libro, desafiando al lector que, algo desconfiado como ciudadano blanco acomodado, puede preguntarse hasta qué punto las historias aquí contadas pueden estar manipuladas, digamos, ficcionalmente por el autor. En lo que a mí respecta, cuanto más invenciones sean las crónicas, mejor: demuestran la fuerza y la determinación del cronista.
¿Pero de qué mundo habla esta voz que surge de la periferia? Para la clase media, incluso para aquella de buena voluntad y razonablemente informada, aquella que no se ha dejado llevar por el estúpido consenso reciente, incluso para ellos, este mundo que Falero recrea con su prosa enjuta, argumentativa e irónica es muy irreal. ¿En qué mundo vive esta gente pobre, negra y periférica? Eso cuando no se están convirtiendo en cemento y limpiando nuestros suelos, como anota de vez en cuando el implacable cronista. O cuando nos atienden en supermercados, bares, tiendas, etc. ¿O robarnos? ¿Pedir algo en un semáforo en rojo?
Y ya es difícil comentar el libro porque, yendo rápido, el final del último párrafo que se acaba de leer se centra en el lugar común de que de la periferia surgen nuestros sirvientes pero también nuestros verdugos, en forma de atracadores, ladrones improvisados, traficantes de droga, etc. Pero no darse cuenta de hasta qué punto la humillación y la pobreza de la periferia de Porto Alegre es también una hazaña gaucha sería perder gran parte del impacto de este libro.
Al discernir y analizar sabiamente, dentro del ámbito narrativo, el autor denuncia el cliché (la violencia y la degradación de la favela) y expone las opciones de resistencia, que pueden ir desde el inconformismo informado (la posición del cronista José Falero) hasta el conformismo inconformista de quien soporta y sobrevive, o incluso la violencia de quien no soporta la humillación y la miseria y se venga. Son posiciones esquemáticas, lo admito, aunque ayudan a entender las situaciones y los conflictos que las crónicas enuncian y reelaboran. Por otra parte, teniendo en cuenta la coherencia del conjunto, el libro puede leerse como una autobiografía asombrosa.
en que mundo vives? Es el resultado de una disposición argumentativa, constituye un esfuerzo de exposición. Las crónicas/relatos se dividen en cuatro partes, lo que ya demuestra lo organizado que está el conjunto: 1. Asalariados, 2. En construcción, 3. Blanca es la abuela y 4. Entre tripas y razón. La combinación de la experiencia laboral y la opresión en el centro de la ciudad versus la comunidad periférica y la pobreza es evidente en 1. Asalariados y 2. En construcción, pero se refleja en el resto.
Sin embargo, para plasmar la autobiografía estructurada, y utilizo el término deliberadamente, es necesario sufrir el impacto de los relatos de violencia bajo el trabajo mal pagado, que se encuentran en 1. Los asalariados, para luego extraer del resto del libro la infancia ya acosada por el enfoque violento de la policía (Demasiadas excepciones), el padre conserje explotado en un edificio de clase media (Persecucion), la experiencia de aprendizaje escolar entre inútil y humillante (Campo minado), el hambre que mantiene a la gente alejada de la escuela (Campo minado), desafiando a la autoridad a través de la solidaridad con los rebeldes (Dia d). Que un autor de textos certeros, este pensador objetivo y argumentativo, haya sido prácticamente expulsado de la vida escolar es una prueba de la incompetencia del sistema educativo, en una situación que es deprimente.
No creo que sea obvio, pero hay una coherencia implícita que crea unidad entre los recuerdos de la infancia/juventud y la conciencia adulta. La violencia y arbitrariedad policial están presentes en los niños que salen a jugar a la periferia, pero también en el acercamiento al trabajador pobre y casi negro, en esto radica parte de la fuerza y la ironía morbosa de Demasiadas excepciones.
El grupo de niños estaba jugando al escondite en uno de los complejos habitacionales pobres de Lomba do Pinheiro, cuando el coche llegó y se detuvo en seco. La aproximación interrumpe el bullicio, con los muchachos desorientados y aterrorizados.
No tenía idea de lo que estaba pasando, por supuesto, pero la ignorancia no me salvó del pánico absoluto. Pensé que esos hombres nos harían el peor de todos los males. Pensé que nos estaban confundiendo con alguien que había hecho algo malo, muy malo. Nos apuntaron con armas. Gritaban sin parar. Me hicieron preguntas que no sabía exactamente cómo responder. Revisaron nuestros bolsillos.
Apareció una tía mía y armó un escándalo. Y hasta el día de hoy, cuando pienso en ella, soy incapaz de disociarla de cierta aura heroica. Fue un gran alivio verla aparecer para salvarnos de una posible paliza, o incluso de una posible muerte.
– Pero ¿qué es esto? ¿Qué tontería es ésta? ¿No tienes nada más que hacer?
–Sólo estamos haciendo nuestro trabajo, señora. Es solo nuestro trabajo.
Era solo su trabajo. Y continuó siendo sólo su trabajo a través de todos los años de mi vida a medida que se desarrollaban. (pág. 114)
Cualquiera que haya seguido el estúpido y predecible desfile de subempleo y trabajos secundarios para trabajadores asalariados encontrará al adulto que regresa a la escuela para terminar el bachillerato después de los 1 años, después de haber sido expulsado del sistema de educación pública en la adolescencia. Se trata de una especie de ápice de iniquidad que José Falero enuncia y organiza, entre argumentativo y bienhumorado, en ese punto de vista inconformista informado que intento capturar aquí.
Se trata de un procedimiento muy refinado de comprensión y denuncia, que no recurre al humor estridente y degradante, lejos de la degradación. Una lucidez extraña y desconcertante, que implica distancia, pero también empatía visceral. Cuando en el curso de la prosa una escena sentimental o brutal excita la imaginación del lector, el autor aporta la reflexión que hace uso de la sintaxis organizada por el autor y de vínculos causales y explicativos, una especie de esfuerzo civilizador del autor, quien, sin embargo, a juzgar por el tono y la sobriedad, no parece tener mucha fe en el resultado del esfuerzo.
El inconformista parece explicar algo que le parece evidente, abominable y naturalizado, algo que no requeriría explicación si la brutalización no fuera la regla y las excepciones no excedieran en gran medida de lo tolerable. Finalmente, el ritmo de la prosa y algún arrebato didáctico incluyen también ironía y sátira, lo que configura la complejidad del procedimiento, cuya dinámica intentaré examinar en una crónica más adelante.
Desde el punto de vista de su perfil psicológico, el narrador reconoce su tendencia a la depresión y la melancolía, pero siempre está dispuesto a tener sentido del humor. En la introducción de “Pereba eterno”: “Cuando llegué, mi primo Jorge Rodrigo Falero Cordeiro, Pereba, ya estaba aquí, buscando una manera de sortear la depresión que sobreviene a los de nuestro linaje. Es inútil, por tanto, que intente recordar el mundo sin él”.
El texto trata sobre su primo Pereba, fallecido recientemente, con quien José Falero compartió conversaciones y vivencias. Es una conmovedora elegía al talento de su primo, que dejó su huella en la comunidad, en su pueblo, pero un talento que tuvo que soportar la conciencia de la abyección con que Brasil trata a los pobres.
Pereba era todo lo contrario de resignado y alienado. La amargura que lo atormentó en los años siguientes provenía, no tengo duda, de la insatisfacción, de la falta de perspectiva, de la conciencia de que merecemos mucho más de lo que está a nuestro alcance en este país de mierda, del grado ejemplar con que aborrecía las injusticias que se practicaban contra nosotros todos los días en todas las esferas sociales.
De ahí que la narración termine con una sección de rap feroz y contenida, donde el lirismo de la evocación del primo muerto adquiere un ritmo brutal al final, en un audaz movimiento de retórica.
“Insomnio” es una larga crónica que ilustra con gran estilo las alturas alcanzadas por el autor Falero. La introducción es común y algo obvia.
Intenté dormir, pero no funcionó. Bueno, voy a contarles una historia. En realidad, algunas historias. Todo cierto, por increibles que parezcan.
No lo digo para no aburrir, pero el otro día en Cap, donde estudio, dijeron que parezco un ladrón. Lo dijeron sin rodeos: que parezco un ladrón.
A continuación viene el discurso del colega, entre grosero, jovial y complaciente, todo ello en el colegio, donde José Falero se había comprometido a terminar definitivamente el bachillerato. Tras dejar constancia del carácter prejuicioso de la intervención, el columnista evita el conflicto: “Y hasta pensé en preguntarle al compañero cómo es la cara de un ladrón, pero, últimamente, me esfuerzo mucho por mantenerme al margen de discusiones inútiles”.
Es decir, después de constatar el ejercicio del prejuicio, viene la retirada un tanto maliciosa, de quien lo advirtió, pero es consciente de la sólida barrera ideológica o del sentido común conservador, de quedarse con dos variables bien conocidas. Tras una breve digresión, llega el final del párrafo que abre el siguiente episodio: “Pero si hay rostro de ladrón dentro del prejuicioso sentido común de este país, también hay rostro de víctima, y yo sé que no tengo ese rostro. “Los ladrones no parecen verme como una víctima potencial”.
Aquí crece la malicia, porque los ladrones también se mueven en el terreno de las supuestas apariencias y los clichés, en los que actúa el sentido común prejuicioso. Si el rostro de un ladrón es prejuicio, ¿qué configuración tiene el rostro de una víctima? O mejor dicho, en una sociedad dividida entre ladrones y víctimas, donde los indigentes y desposeídos sufren la segregación y la degradación, ¿cómo no caer en la fórmula de que los pobres son amenazas contra las cuales las víctimas potenciales (más o menos cómodas) proyectan sus miedos?
“Insomnio” continúa implacablemente hacia el siguiente episodio, donde nuestro héroe se encuentra en una parada de autobús por la noche cuando aparece un interlocutor pidiéndole un billete de autobús. Ante la negativa, llega el estallido, entre colérico y jocoso:
-¡Es increíble! ¡Pasé toda la tarde pidiendo entradas a la gente y todos actuaban como locos! No voy a caminar a casa, hermano. Y tampoco voy a hacer autostop. Dentro de un ratito voy a tocar a alguien, sinceramente no quiero ni saberlo. No quería hacer esto, pero tendré que hacerlo.
Y el cronista anota que no se trataba de una amenaza, porque los rasgos y modales del procurador eran amigables, es decir, el mendigo en la pobreza consideraba al cronista un semejante, un hermano. Falero se rió divertido por la expresión “tocar a alguien”, una fórmula eufemística y plástica.
Él no pudo contenerlo y terminó riéndose también.
-¡Pero lo es, hermano! Maldita sea, ¿qué daño hay en pagarle una multa a ese tipo, no?
El columnista aprovecha la oportunidad y revela que en algún momento de su vida comenzó a imaginar estrategias para cuando le robaran. A pesar de, como se revela arriba, no tener el perfil adecuado, siempre es bueno estar preparado para algún ladrón principiante o aficionado agresivo y desatento. El texto evoluciona, sin más, hacia otra ocasión, otra parada de autobús, una ocasión y parada excepcional, quién lo iba a decir. Fue la única vez que Falero sufrió un intento de robo. Iba acompañado de un amigo y fueron convocados por dos ladrones, uno de ellos con un cuchillo.
José Falero intenta argumentar (“Joder, hermano, nos vas a robar, ¿no?”), recibe una respuesta agresiva, pero la escena degenera en una división de la miseria entre los pobres, tan hilarante como la escena del mendigo de la parada anterior, pero enmarcada por el desacierto de las amenazas y un cuchillo a la vista. El columnista analiza la situación que ya provoca risas en el compañero más relajado del ladrón del cuchillo:
– Amigo, te pregunté si de verdad nos ibas a robar porque eso es lo que estás viendo: estamos jodidos aquí, hermano. No tenemos nada ¿y nos vas a robar?
El columnista se aferra al esfuerzo pedagógico y continúa: no tenemos nada que ofrecer, mi pareja y yo esperando el autobús, con la barba mal afeitada y fumando cigarrillos baratos. La discusión es interrumpida por la señal de alarma de un coche al otro lado de la avenida, señal activada por una pareja que sale de un restaurante. Una vez establecida empatía con el agresor, se emite la alerta.
Se lo señalé en la cara:
– Mira ahí, hermano. Mira el dinero que se va. Ahí es donde está el dinero, hermano, no aquí en la parada del autobús. Aquí solo hay mierda.
El tipo con el cuchillo me miró muy seriamente. Luego meneó la cabeza y dijo:
- Está bien. Entonces dame un cigarrillo.
Y les di el cigarrillo y se fueron. (FALERO, 2021)
Este ladrón fracasado y su relajado compañero son llamados “bros” y aceptan el discurso del columnista, que apela a los ladrones similares y les señala a los consumidores que, saciados por una comida, aparentemente parecen víctimas. Alarma, coche, restaurante, un conjunto de carteles que evocan un patrón de consumo que los chicos de la parada de autobús no pueden más que contemplar, envidiar, atacar, etc.
Recordemos: en la primera parada del autobús, el columnista queda encantado con la expresión metafórica (empujar a alguien hacia arriba) en el contexto de la hipótesis de un robo, un robo entre pobres quizás, para obtener el importe para pagar el billete. En la segunda parada, la escena evoluciona hacia un asalto fallido en el que la retórica convincente –y, para el lector, artística– abre espacio para la alianza, el consejo y la incitación a atacar a quienes tienen algo que perder.
Por supuesto, aquí se pone a prueba la buena voluntad y el interés del lector ilustrado, también asiduo a algún restaurante. El buen humor y el swing del cuarteto desposeído adquirieron contornos más siniestros, en los que algunos aconsejan, y tal vez planifican, mientras otros ejecutan. Se podría argumentar que el juicio de José Falero sobre los prejuicios en lo alto de la crónica sufrió un duro golpe. Las apariencias que alimentan los prejuicios son engañosas, pero no tanto, es decir, los ricos y acomodados se sienten amenazados por los pobres por excelentes razones, es decir, las de quienes se sienten objetivamente privilegiados y cómplices de una sociedad desigual a escala abyecta y delirante.
Entre desfiles, conceptos, discurso popular y conversación entre hermanos, el columnista plantea la situación en la que se contesta la protesta contra los prejuicios, y, si no me equivoco mucho, el contraste lleva del prejuicio estúpido a una escena contemporánea reveladora y provocadora, en la que también aparece el humor patético. Se trata de una especie de boceto brechtiano en el que el zigzag de la lucha de clases es captado desde un punto de vista supuestamente suave, en el que la suave y lírica asociación entre cronista y lector, tan típica de las crónicas brasileñas, sufre un giro no tan sutil, entre suave y provocador. ¿O hostil y malicioso? ¿Ambiguo y pedagógico? Como es de esperar en una prosa compleja, las capas se entrelazan. Para mí, una proeza estética notable y excepcional. Pero la crónica aún no ha terminado, veamos.
José Falero interrumpe y señala que, entre otros trabajos de subempleo, fue portero en un edificio de un barrio acomodado de Porto Alegre. En estas condiciones, comenzó a pasar algún tiempo con cierta joven del campo. Como votó por Aécio Neves contra Dilma, la casi amistad sufrió algunos daños, ya que José Falero fue excluido de Facebook. Hacia el final del texto, sigue este pasaje malicioso y devastador.
“Ella había venido del interior para estudiar Derecho en Porto Alegre. Y su padre simplemente le había comprado un apartamento. En Bella Vista. En el edificio donde trabajaba. También recuerdo el coche nuevo que compró un tiempo después y el iPhone de última generación que tenía. Este iPhone le fue robado en un robo, y ella lo reemplazó la semana siguiente, comprándose otro iPhone nuevo, de última generación, como quien compra caramelos de plátano”.
Tras esta consideración, llega la oportunidad de hablar de robos, pérdidas y daños, en el que José Falero narra parte del intento de robo en la parada de autobús. Y la joven, emocionada por la coincidencia narrativa, interrumpe:
– ¡Así es, criatura! ¡No tenemos nada y vienen a robarnos! ¿No es eso absurdo?
El columnista se dispone a reírse del chiste que no existe, se da cuenta del irremediable malentendido y refuerza la incomprensión de la muchacha.
- Oh. ¡Ponga «absurdo» en eso!
Con este final volvemos a la disposición de la primera escena de la crónica, en la que evitamos entrar en discusiones inútiles. Se intentó desvelar el prejuicio de quienes asociaban a Falero con un ladrón, aquí es la condición privilegiada encarnada en la muchacha, que se asocia al columnista en la condición de víctima de un robo, haciendo del diálogo un ejercicio de incomprensión. En el primer momento, ya al comienzo de Insônia, surge la acusación de que el cronista parecía capaz del robo, en el segundo momento hay una asociación inapropiada entre los ladrones, con José Falero de hecho simpatizante del ladrón, pero erróneamente asociado con la víctima elitista, que es amable, ecista y algo distraída. En el barrio de clase alta, un malentendido cómico y escandaloso entre la joven blanca y el empleado negro/moreno.
Desde otro ángulo, las anécdotas sobre las agresiones ganan contraste y tal vez intensidad, ahora iluminadas por la reciente disputa política y el debate en Facebook, que también califican la inclusión del columnista. La ruptura en Facebook no impidió el contacto verbal relativamente sereno entre ambos, cuyo resultado, sin embargo, es un desacuerdo mediado por la brutalidad de clase y el autoengaño complaciente, ya que la muchacha no se considera encontrada.
La hostilidad social y el desacuerdo ideológico guían el conjunto de textos y establecen una gran unidad en el libro, pero es posible guiar las crónicas de un libro entero sin que la forma literaria reelabore el contenido. Hay aquí una forma literaria que explora la hostilidad y el desacuerdo con amplitud y densidad, incorporando a la trama y al flujo de la prosa la fricción entre centro y periferia, ciudad y suburbio pobre.
Un roce que podría convertirse en sátira sobre la disposición lírica y emotiva del columnista, quien se habría enamorado de otra incauta muchacha, también de clase media, según la columna “Leite derramado”. Falero y su amigo, un “mago”, se encuentran en un autobús cuando el mago ataca las ilusiones del amor. En las paradas de autobús o dentro de ellas, estos son lugares de socialización para quienes pasan horas viajando hacia o desde Lomba do Pinheiro, cabe destacar. Reproduzco un extracto de la extraordinaria retórica del mago bondadoso y pesimista, que evalúa las posibilidades de amor entre la dama y la periferia negra y sentimental.
“No, no, eso es sólo la llegada, eso es sólo la llegada. Imagínense después, los dos encerrados dentro de la choza, hace mil grados dentro, media hora intentando que funcione el ventilador, y cuando por fin funciona, hay aire caliente por todas partes, esa ráfaga de viento, casi suena como un secador de pelo. La niña está acostumbrada a las pantallas planas, Smart TV, Full HD y todo el rollo, y entonces enciendes esa vieja tele tuya de catorce pulgadas, que incluso era de tu abuela, la de la aleta de tiburón, de la época en que las perillas eran para girar, y de hecho ya desapareció la trocito de plástico de las perillas y solo puedes cambiar de canal y subir el volumen con unos alicates. La imagen está toda lloviznosa, llena de fantasmas; el sonido, solo un chirrido; y tú tirando la antena para allá, tirando la antena para acá, intentando sintonizar con Faustão. Mientras tanto, el aire de la tarde, en lugar de ayudarte y llegar al otro lado, no, llega hasta tu bahía, trayendo el aroma de la zanja que corre por allí detrás. ¡Oh, hermano, llámame! Y entonces la pobre niña queda cubierta de sudor dentro de ese horno que es su cobertizo, la pobre niña nunca ha sudado tanto en su vida, y pide ducharse, casi llorando ya. ¡Bah, imagina el fiasco! Tú en la ventana, gritándole a tu tía para que nadie abra la ducha en su casa porque la niña se va a bañar, y si abres dos duchas a la vez es un desastre, se estropea, salta el cortacircuito y se apaga todo, todos se quedan sin luz, porque es una sola cosa para todos y la cosa no aguanta dos duchas encendidas a la vez. Bien, entonces la chica está allí, en la ducha, y alguien viene a preguntarle si tiene algo de café en polvo para prestarle. Siempre hay uno, ¡es impresionante! Eso es mentira ¿lo sabes? Él ni siquiera quiere café en polvo, solo quiere chismear, se enteró de que estabas con esa chica y quiere picotearle el traje y luego andar hablando, y luego viene con esta cosa de café en polvo, directo en la cara”. (FALERO, 2021, pág.90).
Este mago, con su brío popular y bromista, es un ejemplo de la variación retórica que puntúa los textos y garantiza, entre otros medios, la densidad de la prosa. En tono melancólico y feroz, la jerga de los barrios bajos produce el terrible “Nego Pumba”, que trata de un antiguo compañero del narrador que se degradó hasta el crack. Sin embargo, vale la pena notar que debajo de la comedia de las penurias del amor, late la condición de infraci-ciudadanía periférica en contraste con las prerrogativas sociales de alguna élite, esa fricción a la que nos referimos más arriba.
En el conjunto de crónicas y su organización en un libro, lo que emerge es un antagonismo implacable, desplazando la fricción a los momentos más agradables de las crónicas. Me atrevo a decir que este volumen es un acontecimiento estético para saludar nuestras hazañas gauchas, un homenaje irónico a las pretensiones civilizadas de Porto Alegre, nuestra agradable capital.
*Homero Vizeu Araújo es profesor titular de literatura brasileña en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS).
referencia

José Falero. Pero en ¿En qué mundo vives?. Nueva York, New York Times, 2021, 280 páginas. [https://amzn.to/4hjxtjq]
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