por MICHAEL LOWY*
Extracto, seleccionado por el autor, del libro recién publicado
Globalización e internacionalismo: actualidad manifiesto Comunista
O manifiesto Comunista Es el más conocido de todos los escritos de Marx y Engels. De hecho, ningún otro libro excepto el Biblia, fue traducido y reeditado con mucha frecuencia. Naturalmente, no tiene mucho en común con Biblia, salvo la denuncia profética de la injusticia social. Del mismo modo que Isaías o Amós, Marx y Engels alzaron su voz contra las infamias de los ricos y poderosos, y en solidaridad con los pobres y humildes.
Al igual que Daniel, leyeron la escritura en el muro de Nueva Babilonia: Mene, Mene, Tequel Ufarsim [tus días están contados]. Pero, contrariamente a los profetas del Antiguo Testamento, no pusieron sus esperanzas en ningún dios, en ningún mesías, en ningún salvador supremo: la liberación de los oprimidos sería obra de los mismos oprimidos.
lo que queda de Cartel ¿150 años después? Algunos pasajes o algunos argumentos ya habían quedado obsoletos en vida de sus autores, como ellos mismos reconocieron en sus numerosos prefacios. Otros han surgido a lo largo de nuestro siglo y requieren un reexamen crítico. Pero el propósito general del documento, su núcleo central, su espíritu –existe algo llamado “espíritu” de un texto– no ha perdido nada de su fuerza y vitalidad.
Este espíritu resulta de su cualidad simultáneamente crítica y emancipadora, es decir, de la unidad indisoluble entre el análisis del capitalismo y el llamado a su destrucción, entre el examen lúcido de las contradicciones de la sociedad burguesa y la utopía revolucionaria de una sociedad solidaria e igualitaria. . , entre la explicación realista de los mecanismos de expansión capitalista y la exigencia ética de “suprimir todas las condiciones dentro de las cuales el hombre es un ser disminuido, sometido, abandonado y despreciado”.
Desde muchos puntos de vista, el Manifiesto no sólo es actual, sino más actual hoy que hace 150 años. Tomemos como ejemplo su diagnóstico de la globalización capitalista. El capitalismo, insistieron los dos jóvenes autores, está llevando a cabo un proceso de unificación económica y cultural del mundo, sometiéndolo a sus talones.
“Al explotar el mercado mundial, la burguesía confiere un carácter cosmopolita a la producción y al consumo en todos los países. Para consternación de los reaccionarios, despojó a la industria de su base nacional. […] En lugar del antiguo aislamiento de regiones y naciones autosuficientes, se está desarrollando un intercambio universal y una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual”.[i]
No se trata sólo de expansión, sino también de dominación: la burguesía “mediante la rápida mejora de todos los instrumentos de producción y los medios de comunicación enormemente facilitados, transformó incluso la nación más bárbara en una nación civilizada. En una palabra, la burguesía crea el mundo a su imagen”.[ii] Esto era, en gran medida, en 1848, más una anticipación de tendencias futuras que una simple descripción de la realidad contemporánea. Este es un análisis que es mucho más cierto hoy, en la era de la globalización, que hace 150 años, cuando se escribió el texto. Cartel.
Nunca antes el capital había logrado, como a finales del siglo XX, ejercer un poder tan completo, absoluto, integral, universal e ilimitado sobre el mundo entero. Nunca antes había podido imponer, como lo hace actualmente, sus reglas, sus políticas, sus dogmas y sus intereses a todas las naciones del mundo. Nunca antes ha existido una red tan densa de instituciones internacionales –como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Internacional de Comercio– diseñadas para controlar, gobernar y administrar las vidas de la humanidad de acuerdo con las reglas escritas del libre mercado capitalista. y libre beneficio capitalista. Nunca antes todas las esferas de la vida humana –las relaciones sociales, la cultura, el arte, la política, la sexualidad, la salud, la educación, el entretenimiento– habían estado tan completamente sometidas al capital y tan profundamente sumergidas en las “aguas heladas del cálculo egoísta”.[iii]
Sin embargo, el brillante –y profético– análisis de la globalización del capital, esbozado en las primeras páginas de Cartel, sufre ciertas limitaciones, tensiones o contradicciones que no son el resultado de un exceso de celo revolucionario, como afirman la mayoría de los críticos del marxismo, sino, por el contrario, de una postura insuficientemente crítica hacia la civilización industrial-burguesa moderna. Veamos algunos de estos aspectos, que están estrechamente relacionados entre sí.
(1) La ideología del progreso típica del siglo XIX se manifiesta en la forma visiblemente eurocéntrica en que Marx y Engels expresan su admiración por la capacidad de la burguesía de arrastrar “incluso a las naciones más bárbaras a la corriente de la civilización”: gracias a sus productos baratos, “obliga a los bárbaros más tenazmente xenófobos a capitular” (una clara referencia a China). Parecen considerar la dominación colonial de Occidente como parte del papel “civilizador” histórico de la burguesía: esta clase “subordinó el campo a la ciudad, los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, subordinó a los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Este a Occidente”.[iv]
La única restricción a esta distinción eurocéntrica pero colonial entre naciones “civilizadas” y “bárbaras” es el pasaje en el que cuestiona la “llamada civilización” (fundación de la Zivilización), sobre el mundo burgués occidental.[V]
En escritos posteriores, Marx adoptaría una postura mucho más crítica hacia el colonialismo occidental en India y China, pero fue necesario esperar a que los teóricos modernos del imperialismo –Rosa Luxemburgo y Lenin– formularan una denuncia marxista radical de la “civilización burguesa”. ... desde el punto de vista de sus víctimas, es decir, los pueblos de los países colonizados. Y sólo con la teoría de la revolución permanente de Trotsky aparecería la idea herética según la cual las revoluciones socialistas probablemente comenzarán en la periferia del sistema: en los países dependientes. Es cierto que el fundador del Ejército Rojo se apresuraría a añadir que, sin la extensión de la revolución a los centros industriales avanzados, especialmente a Europa occidental, con el tiempo estaría destinado al fracaso.
A menudo se olvida que en su prefacio a la traducción rusa de Cartel (1881), Marx y Engels imaginaron la hipótesis de que la revolución socialista comenzaría en Rusia –basándose en las tradiciones comunales del campesinado– antes de extenderse a Europa occidental. Este texto –al igual que la carta, escrita al mismo tiempo, a Vera Zasulich– responde de antemano a los argumentos supuestamente “marxistas ortodoxos” de Kautsky y Plejánov contra el “voluntarismo” de la Revolución de Octubre de 1917 –argumentos que – vuelven a estar de moda hoy, tras el fin de la URSS–, según las cuales una revolución socialista sólo es posible donde las fuerzas productivas han alcanzado la “madurez”, es decir, en los países capitalistas avanzados.
(2) Inspirados por un optimismo “librecambista”, muy poco crítico con la burguesía, y por un método muy economicista, Marx y Engels predijeron –erróneamente– que “los aislamientos nacionales y los antagonismos entre los pueblos desaparecen cada vez más con el desarrollo de la burguesía, con la libertad de comercio, con el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden”.[VI]
La historia del siglo XX –dos guerras mundiales e innumerables conflictos brutales entre naciones– no ha confirmado en modo alguno esta predicción. Es la naturaleza misma de la expansión planetaria del capital producir y reproducir incesantemente la confrontación entre naciones, ya sea en conflictos interimperialistas por la dominación del mercado mundial, en movimientos de liberación nacional contra la opresión imperialista o en mil otras formas.
Hoy observamos, una vez más, hasta qué punto la globalización capitalista alimenta pánicos identitarios y nacionalismos tribales. La falsa universalidad del mercado mundial desencadena el particularismo y refuerza la xenofobia: el cosmopolitismo mercantil del capital y los impulsos identitarios agresivos se alimentan mutuamente.[Vii]
La experiencia histórica –particularmente la de Irlanda, en su lucha contra el yugo imperial inglés– enseñó a Marx y Engels unos años más tarde que el reinado de la burguesía y el mercado capitalista no suprimen, sino que intensifican –en un grado sin precedentes en la historia– la conflictos nacionales.
Pero sólo con los escritos de Lenin sobre el derecho a la autodeterminación de las naciones y los de Otto Bauer sobre la autonomía cultural nacional –dos enfoques generalmente considerados contradictorios, pero que también pueden verse como complementarios– surgió una reflexión marxista más coherente sobre el hecho nacional. su naturaleza política y cultural, y su relativa autonomía –de hecho, su irreductibilidad– en relación con la economía.
(3) Rindiendo homenaje a la burguesía por su capacidad sin precedentes para desarrollar las fuerzas productivas, Marx y Engels celebraron sin reservas la “'subyugación' de las fuerzas de la naturaleza” y la “explotación de continentes enteros” por la producción moderna. La destrucción del medio ambiente por la industria capitalista y el peligro para el equilibrio ecológico que plantea el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas burguesas son cuestiones que están más allá de su horizonte intelectual.
En términos más generales, parecen haber concebido la revolución principalmente como una ruptura de las “barreras” –las formas existentes de propiedad– que impiden el libre crecimiento de las fuerzas productivas creadas por la burguesía, sin plantear la cuestión de la necesidad de revolucionar la estructura de las propias fuerzas productivas de la burguesía, dependiendo de criterios tanto sociales como ecológicos.
Esta limitación fue parcialmente corregida por Marx en ciertos escritos posteriores, especialmente en La capital, que incluye la cuestión del agotamiento simultáneo de la tierra y la fuerza de trabajo por la lógica del capital. Sólo durante las últimas décadas, con el surgimiento del ecosocialismo, han aparecido intentos serios de integrar las intuiciones fundamentales de la ecología en el marco de la teoría marxista.
(4) Inspirados por lo que podría llamarse “el optimismo fatalista” de la ideología del progreso, Marx y Engels no dudaron en proclamar que la caída de la burguesía y la victoria del proletariado “son igualmente ineludibles”. Es inútil insistir en las consecuencias políticas de esta visión de la historia como un proceso determinado de antemano, con resultados garantizados por la ciencia, las leyes de la historia o las contradicciones del sistema.
Llevados al límite –que, seamos claros, no es el caso de los autores de Cartel –, este razonamiento no deja lugar al factor subjetivo: conciencia, organización, iniciativa revolucionaria. Si, como afirma Plejánov, “la victoria de nuestro programa es tan inevitable como el amanecer de mañana”, ¿por qué crear un partido político, luchar, arriesgar la vida por la causa? A nadie se le ocurriría organizar un movimiento para garantizar el amanecer de mañana...
Es cierto que un pasaje de Cartel contradice, al menos implícitamente, la filosofía “inevitabilista” de la historia: es el famoso segundo párrafo del capítulo “Burgueses y proletarios”, según el cual la lucha de clases “siempre termina con una transformación revolucionaria de toda la sociedad, o con una transformación revolucionaria de toda la sociedad”. la destrucción de dos clases en conflicto”. Marx y Engels no afirman explícitamente que esta alternativa también podría ocurrir en el futuro, pero ésta es una posible interpretación del pasaje.
De hecho, es el “folleto Jones” de Rosa Luxemburg. La crisis de la socialdemocracia (1915) – que presentará claramente, por primera vez en la historia, la alternativa “socialismo o barbarie” como una elección histórica para el movimiento obrero y para la humanidad. Es en este momento que el marxismo rompe radicalmente con cualquier visión lineal de la historia y con la ilusión de un futuro “garantizado”.
Y sólo en los escritos de Walter Benjamin veremos finalmente una crítica profunda, en nombre del materialismo histórico, de las ideologías del progreso, que desarmaron al movimiento obrero alemán y europeo al alimentar la ilusión de que bastaría con “nadar con la corriente” de la historia.
Sería falso concluir de todas estas observaciones críticas que el Cartel no escapa al marco de la filosofía “progresista” de la historia, heredera del pensamiento de la Ilustración y de Hegel. Aunque celebraron a la burguesía como la clase que revolucionó la producción y la sociedad, que logró maravillas incomparablemente más impresionantes que las pirámides de Egipto o las catedrales góticas, Marx y Engels rechazaron una visión lineal de la historia. Destacaron incesantemente que la espectacular progresión de las fuerzas de producción –más impresionante y colosal en la sociedad burguesa que en todas las sociedades del pasado– implicaba una enorme degradación de la condición social de los productores directos.
Éste es principalmente el caso de los análisis que hacen del deterioro –en términos de calidad de vida y de trabajo– que significa la condición de trabajo moderna en relación con la del artesano, e incluso, en ciertos aspectos, del siervo feudal: “ El sirviente, en plena servidumbre, logró ser miembro de la comuna […]. El trabajador moderno, por el contrario, lejos de ascender con el progreso de la industria, desciende cada vez más, cayendo por debajo de las condiciones de su propia clase”. Del mismo modo, en el sistema de maquinaria capitalista, el trabajo del trabajador se vuelve “repugnante” –un concepto fourierista tomado por Cartel; pierde toda autonomía y “le han quitado todo su atractivo”.[Viii]
Vemos una concepción eminentemente dialéctica del movimiento histórico que aquí se esboza, en la que ciertos progresos –desde el punto de vista de la técnica, la industria, la productividad– van acompañados de regresiones en otros dominios: social, cultural, ético. En este sentido, es interesante observar que la burguesía “redujo la dignidad personal a valor de cambio” y no permitió que existiera ningún otro vínculo entre los seres humanos que “el vínculo del frío interés, las duras exigencias del 'pago en efectivo' (die gefühllose 'bahre Zahlung'). "[Ex]
Añadamos a esto que el Cartel Es mucho más que un diagnóstico –tan profético, tan marcado por los límites de su tiempo– del poder global del capitalismo: es también, y sobre todo, un llamado urgente al combate internacional contra esta dominación. Marx y Engels habían comprendido perfectamente que el capital, como sistema mundial, sólo puede ser derrotado mediante una acción histórico-mundial de sus víctimas, el proletariado internacional y sus aliados.
De todas las palabras en Cartel, el último es, sin duda, el que conmocionó la imaginación y el corazón de varias generaciones de activistas obreros y socialistas: “Proletario de todos los Estados federados, vereinigt euch!”, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. No es casualidad que esta interjección se convirtiera en la bandera y el eslogan de las corrientes más radicales del movimiento en los últimos 150 años. Es un grito, un llamado, un imperativo categórico, a la vez ético y estratégico, que sirvió de brújula en medio de guerras, enfrentamientos confusos y brumas ideológicas.
Esta vocación también es visionaria. En 1848, el proletariado era una minoría de la sociedad en la mayoría de los países europeos, por no hablar del resto del mundo. Hoy en día, la masa de trabajadores asalariados explotados por el capital –trabajadores de fábricas, empleados, trabajadores del sector de servicios, trabajadores precarios, trabajadores agrícolas– constituye la mayoría de la población mundial. Es, con diferencia, la fuerza principal en la lucha de clases contra el sistema capitalista mundial, y el eje en torno al cual otras luchas y otros actores sociales pueden y deben articularse.
De hecho, esto no concierne sólo al proletariado: es el conjunto de víctimas del capitalismo, el conjunto de categorías y grupos sociales oprimidos: las mujeres (algo ausentes del Cartel), naciones y etnias dominadas, desempleadas y excluidas (el “pobretariado”) – de todos los países que están interesados en el cambio social. Por no hablar de la cuestión ecológica, que no afecta a tal o cual grupo, sino a la especie humana en su conjunto.
Tras la caída del Muro de Berlín se decretó el fin del socialismo, el fin de la lucha de clases e incluso el fin de la historia. Los movimientos sociales de los últimos años, en Francia, Italia, Corea del Sur, Brasil o Estados Unidos –de hecho, en todo el mundo– han ofrecido una severa refutación de este tipo de elucubración pseudohegeliana. Lo que, por el contrario, está dramáticamente ausente en las clases subalternas es un mínimo de coordinación internacional.[X]
Para Marx y Engels, el internacionalismo era simultáneamente una pieza central de la estrategia de organización y lucha del proletariado contra el capital global, y la expresión de un objetivo humanista revolucionario, para el cual la emancipación de la humanidad era el valor ético supremo y la meta última del combate. Eran “cosmopolitas” comunistas en el sentido de que el mundo entero, sin fronteras ni límites nacionales, era el horizonte de su pensamiento y acción, así como el contenido de su utopía revolucionaria. En la ideología alemana, escrito apenas dos años antes del Cartel, destacaron: sólo gracias a una revolución comunista, que necesariamente será un proceso histórico mundial, los individuos singulares se liberan de diversas limitaciones nacionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluida la producción espiritual) de la mundo entero y en condiciones de adquirir la capacidad de disfrutar de esta producción multifacética de toda la tierra (creaciones de los hombres).[Xi]
Marx y Engels no se limitaron a predicar la unidad proletaria sin fronteras. También intentaron, durante buena parte de sus vidas, dar una forma concreta y organizada a la solidaridad internacionalista. Al principio, reunió a revolucionarios alemanes, franceses e ingleses en la Liga Comunista de 1847-1848 y, más tarde, contribuyó a la construcción de la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864. Las sucesivas Internacionales –desde la Primera hasta la Cuarta– sufrieron crisis, deformaciones burocráticas o aislamiento.
Pero esto no impidió que el internacionalismo fuera una de las poderosas fuerzas impulsoras de las acciones emancipadoras a lo largo del siglo XX. Durante los primeros años después de la Revolución de Octubre, se produjo una impresionante ola de internacionalismo activo en Europa y en todo el mundo. En los años del estalinismo, este internacionalismo fue manipulado para servir a los intereses de la gran potencia de la Unión Soviética. Pero incluso durante el período de degeneración burocrática de la Internacional Comunista se produjeron auténticas manifestaciones de internacionalismo, como las brigadas internacionales en España de 1936-1938. Más recientemente, una nueva generación internacionalista ha redescubierto su gusto por la acción internacionalista, en los levantamientos de 1968 o en solidaridad con las revoluciones del Tercer Mundo.
En nuestros días, más que en cualquier otro momento del pasado –y mucho más que en 1848–, Los problemas apremiantes del momento son internacionales. Los desafíos que representan la globalización capitalista, el neoliberalismo, el juego descontrolado de los mercados financieros, la monstruosa deuda y el empobrecimiento del Tercer Mundo, la degradación del medio ambiente, la amenaza de crisis ecológica –por citar sólo algunos ejemplos– requieren soluciones globales.
Nos vemos obligados a ver que, frente a la unificación regional –Europa– o global del gran capital, la de sus oponentes está perdiendo fuerza. Si en el siglo XIX los sectores más conscientes del movimiento obrero, organizados en las internacionales, estaban más avanzados que la burguesía, hoy están dramáticamente por detrás de la primera. Nunca la necesidad de asociación, coordinación, acción internacional común –desde el punto de vista sindical, en torno a demandas comunes y desde el punto de vista de la lucha por el socialismo– ha sido tan urgente, y nunca ha sido tan débil, frágil. y precario.
Esto no significa que el movimiento por el cambio social no deba comenzar a nivel de una o varias naciones, o que los movimientos de liberación nacional no sean legítimos. Pero las luchas contemporáneas son, en un grado sin precedentes, interdependientes e interrelacionadas, de un extremo al otro del planeta. La única respuesta racional y eficaz al chantaje capitalista de la reubicación y la “competitividad” (los salarios y los “cargos” en París deben reducirse para poder competir con los productos de Bangkok) es la solidaridad internacional organizada y efectiva de los trabajadores.
Hoy aparece, más claramente que en el pasado, en relación con el punto en el que los intereses de los trabajadores del Norte y del Sur son convergentes: el aumento de los salarios de los trabajadores en el Sur de Asia interesa directamente a los trabajadores europeos; la lucha de los campesinos y los pueblos indígenas para proteger la selva amazónica contra los ataques destructivos de la agroindustria preocupa mucho a los defensores ambientales en los Estados Unidos; El rechazo al neoliberalismo es común a los movimientos sociales y populares de todos los países. Los ejemplos se pueden multiplicar.
¿De qué internacionalismo se trata? El viejo “internacionalismo” de los bloques y “países guía” –como la Unión Soviética, China, Albania, etc. – está muerto y enterrado. Fue el instrumento de las pequeñas burocracias nacionales, que lo utilizaron para legitimar su poder político estatal. Ha llegado el momento de un nuevo comienzo, que al mismo tiempo preserve lo mejor de las tradiciones internacionalistas del pasado.
Actualmente se pueden observar, aquí y allá, las semillas de un nuevo internacionalismo, independiente de cualquier Estado. Sindicalistas combativos, socialistas de izquierda, comunistas desestalinizados, trotskistas no dogmáticos y anarquistas no sectarios están buscando formas de renovar la tradición del internacionalismo proletario.
Una iniciativa interesante, aunque limitada a una sola región del mundo, es el Foro de São Paulo, un espacio de debate y acción común de las principales fuerzas de izquierda latinoamericanas creado en 1990, que tiene como objetivo luchar contra el neoliberalismo y la búsqueda de caminos alternativos, en función de los intereses y necesidades de la gran mayoría popular.
Al mismo tiempo, aparecen nuevas sensibilidades internacionalistas en movimientos sociales con vocación planetaria, como el feminismo y el ecología, en movimientos antirracistas, en la teología de la liberación, en asociaciones defensoras de los derechos humanos o de solidaridad con el Tercer Mundo.
Todas estas corrientes no están satisfechas con las organizaciones existentes, como la Internacional Socialista, que tiene el mérito de existir, pero que está muy comprometida con el orden de cosas existente.
Una muestra de los representantes más activos de estas distintas tendencias, provenientes tanto del Norte como del Sur, reunidos, con espíritu unitario y fraterno, en la Conferencia “Intergaláctica” por la Humanidad y contra el Neoliberalismo convocada en las montañas de Chiapas en julio de 1996. por el Ejército Zapatista de Libertação Nacional (EZLN) –un movimiento revolucionario que supo combinar, de manera original y exitosa, las luchas locales, es decir, las indígenas en Chiapas, las nacionales, es decir, la lucha por la democracia en México, y lo internacional, es decir, la lucha global contra el neoliberalismo. Se trata de un primer paso, aún modesto, pero que va en buena dirección: la reconstrucción de la solidaridad internacional.
Es evidente que, en esta lucha global contra la globalización capitalista, las luchas en los países industriales avanzados, que dominan la economía mundial, tienen un papel decisivo: un cambio profundo en la relación internacional de fuerzas es imposible sin el mismo "centro" de la economía mundial. el sistema capitalista sea tocado. El resurgimiento de un movimiento sindical combativo en Estados Unidos es una señal alentadora, pero es en Europa donde los movimientos de resistencia al neoliberalismo son más poderosos, incluso si su coordinación a escala continental todavía está muy poco desarrollada.
La convergencia entre la renovación de la tradición socialista, anticapitalista y antiimperialista, del internacionalismo proletario –fundado por Marx en manifiesto Comunista – y de las aspiraciones universalistas, humanistas, libertarias, ecológicas, feministas y democráticas de los nuevos movimientos sociales, puede surgir el internacionalismo del siglo XXI.
*Michae Lowy es director de investigación en sociología en Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS). Autor, entre otros libros, de ¿Qué es el Ecosocialismo?Cortez). [https://amzn.to/3FeUUtY]
referencia
Michael Lowy. Marx, ese desconocido. Traducción: Fabio Mascaro Querido. São Paulo, Boitempo, 2023, 180 páginas. [https://amzn.to/3FaMmEe]
Notas
[i] Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista (París, Livre de Poche, 1973), pág. 10-1 [ed. sujetadores.: manifiesto Comunista, trad. Álvaro Pina e Ivana Jinkings, São Paulo, Boitempo, 1998, p. 43].
[ii] Ibídem, pág. 10-1 [ed. sujetadores.: manifiesto Comunista, cit., pág. 244).
[iii] Ibídem, pág. 10-1 [ed. bras.: ibidem, pág. 42)].
[iv] Ibídem, pág. 10-1 [ed. bras.: ibidem, pág. 44]. Para profundizar en este tema nos remitimos al excelente texto de Néstor Kohan, “Marx en su (tercer) mundo”, casa de las americas, n. 207, abril-junio. 1977.
[V] Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto de la parte comunitaria (Berlín, Dietz, 1968),
PAG. 17 [ed. sujetadores.: manifiesto Comunista, cit., pág. 44, con modificaciones].
[VI] Ibídem, pág. 31 [ed. bras.: ibidem p. 56]. Esta declaración de Cartel es parcialmente negado, unas líneas más adelante, cuando los autores parecen vincular el fin de los antagonismos nacionales al del capitalismo: “Así como se abolió la explotación de un individuo por otro, se abolió igualmente la explotación de una nación por otra”.
[Vii] Retomamos por nuestra cuenta los análisis de Daniel Bensaïd en su notable libro Apuesta
melancolía (París, Fayard, 1997).
[Viii] Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, cit., pág. 14-5, 21 [ed. sujetadores.:
manifiesto Comunista, cit., pág. 50, 55, 46].
[Ex] Ibídem, pág. 8 [ed. bras., ibidem, pág. 42]
[X] ¿Qué piensan los propios alemanes sobre esta cuestión ocho años después de la caída del Muro? Creen que “hoy la lucha de clases está obsoleta. Patrones y empleados deben tratarse unos a otros como socios” o, mejor dicho, “es correcto hablar de lucha de clases. ¿Los empleadores y los empleados tienen intereses fundamentalmente incompatibles”? Aquí hay una interesante investigación, publicada el 10 de diciembre por Frankfurter Allgemeine Zeitung, un periódico poco sospechoso de simpatías marxistas: mientras que en 1980 el 58% de los ciudadanos de Alemania Occidental optaron por la primera respuesta y el 25% por la segunda, en 1997 la tendencia se invirtió: el 41% todavía consideraba obsoleta la lucha de clases, y el 44% lo consideró a la orden del día. En la antigua RDA –es decir, entre las personas que derribaron el Muro de Berlín– la mayoría era aún más clara: ¡58% de los partidarios de la lucha de clases contra 26%! Para ver Le Monde Diplomatique, n. 526, enero. 1998, pág. 8.
[Xi] Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana (París, Éditions Sociales, 1968), pág. 67 [ed. sujetadores.: la ideología alemana, trad. Rubens Enderle, Nélio Schneider y Luciano Cavini Martorano, São Paulo, Boitempo, 2007, p. 41].
la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR