Mariátegui – Teoría y Revolución

Eliezer Markowich Lissitzky, Tatlin en el trabajo
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por LEANDRO GALASTRI*

Consideraciones sobre el libro recién publicado de Juan Dal Maso

Juan Dal Maso es un importante investigador argentino sobre las obras de Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui. Su perspectiva es la de un intelectual y militante trotskista que busca tratar el pensamiento marxista como un cuerpo teórico vivo y dinámico, capaz de crítica y autocrítica permanente, que actúa como parte del propio movimiento de la historia.

Aunque no se espera traducción al brasileño, su recientemente publicado Mariátegui – teoría y revolución Es un aporte muy valioso a la bibliografía sobre los “Amauta” en América Latina, principalmente porque busca demostrar el desarrollo de la teoría marxista de Mariátegui desde el estado práctico en que se presenta en sus numerosos textos que analizan la coyuntura mundial y peruana, desde crítica literaria y estética en general, hasta consolidarse en los proyectos y programas político-sindicales del movimiento obrero-campesino peruano y en la propia fundación del Partido Socialista.

El libro presenta el pensamiento de Mariátegui vinculado orgánicamente al contexto histórico mundial en el que escribió, al tiempo que señala en su “marxismo abierto” un camino posible para la actualización permanente del materialismo histórico para los tiempos actuales. El autor demuestra que la crisis global, retratada y analizada por Mariátegui a lo largo de sus escritos, tiene un carácter civilizacional integral, es decir, en múltiples dimensiones.

En su época, esto significaba articular los diferentes significados de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la reacción o contrarrevolución de las clases dominantes. Es una manera de analizar el contexto revolucionario –sus posibles desarrollos– que va más allá de la simple dicotomía “estructura y no superestructura”, característica del socialismo socialdemócrata vigente a comienzos del siglo XIX y XX y que también dominaría mecánicamente el marxismo estalinista “oficial” a partir de finales de los años 1920. A pesar del predominio de temas coyunturales a lo largo de los escritos políticos de Mariátegui , Dal Maso realiza una lectura atenta y atenta que establece la pauta teórica que permite seguir, a partir de las líneas entre los textos, el camino recorrido por el pensador peruano en la elaboración de su dinámico marxismo.

La exposición sobre los análisis de Mariátegui sobre el fascismo son un ejemplo de este procedimiento, explorando pasajes centrales de sus escritos al respecto, con énfasis en la colección “Cartas desde Italia”, en la que Dal Maso detalla cómo Mariátegui vio en ese movimiento reaccionario la manifestación del fascismo. la contrarrevolución obrera en Italia, así como los cambios de interpretación del marxista peruano al seguir la situación italiana. Respecto a las preguntas del autor acerca de que Mariátegui no escribió casi nada más sobre el fascismo después de 1926, tenemos una hipótesis que consideramos plausible. Es interesante considerar que, a partir de ese momento, Mariátegui se vio cada vez más inmerso en los problemas prácticos de la revolución peruana. La época coincide con la fundación del APRA por Haya De La Torre en México, así como con la fundación de la revista amauta, que pasaría a desempeñar un papel fundamental en la organización del pensamiento político y cultural internacionalista en Indoamérica.

Respecto a la relación de Mariátegui con la Tercera Internacional, Dal Maso sostiene, con evidencia, que Mariátegui no tuvo una organicidad completa con sus perspectivas políticas, lo cual se demuestra durante las discusiones sostenidas en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, en 1929. Es importante mantener en Hay que tener en cuenta, sin embargo, que Mariátegui nunca renunció voluntariamente a unirse a su partido en las filas de la Internacional. Por el contrario, trató de demostrar a sus representantes las peculiares necesidades de la revolución peruana, lo que terminó sin tener ningún efecto práctico en el movimiento comunista internacional.

En el análisis de escritos políticos, Dal Maso demuestra la precisión de Mariátegui al seguir el paso del tiempo de una hegemonía a otra en el espacio internacional, la transición del rumbo político-económico internacional de Europa Occidental a Estados Unidos, o más precisamente, a al bloque angloamericano la supremacía estadounidense. Se destaca la aguda percepción que Mariátegui tenía de la inminencia y el carácter de la próxima guerra.

Señalando la dificultad del bloque anglo-norteamericano para conciliar los intereses de diferentes imperialismos, Dal Maso nos recuerda la opinión mariateguiana según la cual “la posible escala de la próxima guerra [sería] ciertamente mucho más amplia que la de la primera”. conflagración mundial” (p. 49). El autor señala bien aquí la proximidad a los análisis de Trotsky.

Trotsky también había destacado ya el desplazamiento de la hegemonía británica hacia Estados Unidos, una nueva potencia en ascenso, así como las negociaciones posteriores a la Primera Guerra Mundial como un conjunto de medidas tomadas por los vencedores que, de hecho, prepararon el camino para la segunda. conflagración mundial. Aquí, recuerda Dal Maso, Mariátegui aprueba las reflexiones de Trotsky sobre ¿Hacia dónde va Inglaterra?, obra tomada como referencia por el marxista peruano.

Muy afortunada, en la secuencia, es también la explicación de cómo Mariátegui percibió la situación económica francesa en 1924 y la de Alemania en 1923 –en vista de la histórica crisis inflacionaria en este país (p. 56). Una excelente exposición sobre la crisis parlamentaria alemana, apoyada en notas de Mariátegui, completa este pasaje del libro. Es interesante la caracterización que Mariátegui hace del régimen francés de Tardieu a principios de la década de 1930, presentada en el libro. Se trataría de una especie de “fascismo legal”, de carácter eminentemente policial, “de transición” entre el fascismo y el régimen parlamentario.

Para Dal Maso, tal descripción coincidiría más con lo que Gramsci llamó cesarismo o bonapartismo (p.67), o incluso Trotsky llamaría bonapartismo en 1934, en el texto ¿Hacia dónde va Francia?, y al igual que Mariátegui años antes, lo caracterizó como un régimen, al menos en sus inicios, que combinaba parlamentarismo con fascismo. Aunque Mariátegui no utilizó el término “bonapartismo”, Dal Maso señala que lo importante en este caso es la naturaleza del fenómeno que preocupa a Mariátegui, es decir, el uso, por parte de la democracia parlamentaria, de formas policiales activas como medida preventiva. política para abordar la lucha de clases (p. 69).

El autor también nos recuerda que los marxistas posteriores a Mariátegui aplicarán con mayor precisión los términos “bonapartismo” y/o “cesarismo” para abordar fenómenos similares, ya que Mariátegui no vivió para presenciar el surgimiento de otras expresiones y movimientos políticos más cercanos al fascismo. De todo esto se puede deducir que el orden policial u autoritario intenta estabilizar el sistema capitalista, mientras que el fascismo intenta transformar la relación de fuerzas hacia un nuevo régimen político. Para Dal Maso, Mariátegui muestra así un “ejemplo sólido de análisis de coyuntura vinculado a las tendencias subyacentes del capitalismo –crisis, guerras y revoluciones–, pero sin evitar las mediaciones de la recomposición burguesa, llena de contradicciones” (p. 70).

A continuación del libro, Dal Maso analiza los análisis estéticos y los intereses artísticos de Mariátegui, destacando el surrealismo (expresión de que la Gran Guerra y la Revolución Rusa son acontecimientos que trascienden los límites del realismo literario) y la literatura indígena peruana (que interviene en la discusión historiográfica desde fuera de la academia). El autor señala que Mariátegui sostuvo, en sus reflexiones estéticas de los años veinte, que los artistas viven la tensión de la época, combinando innovaciones y conservaciones, posiciones revolucionarias y reaccionarias, expresando en ocasiones diversas ambigüedades.

Los nuevos acontecimientos se produjeron en un contexto de bolchevismo y fascismo concomitantes, ambos con una fuerza gravitacional considerable sobre diferentes vanguardias artísticas. Por lo tanto, no fue posible establecer vínculos inmediatos entre “vanguardias artísticas e ideas políticas revolucionarias”, ya que este sería un proceso más complejo de lo que podría parecer inicialmente (p. 71).

En el análisis del futurismo por ejemplo, como destaca Dal Maso, Mariátegui señala cómo esta corriente vanguardista se convirtió en “un ingrediente espiritual del fascismo”, lo que lo había estimulado y contribuido a su institucionalización, una vez instalado en el poder. En otro momento, Mariátegui elogia el radicalismo de la obra de Pirandello –autor en cuya popularización Gramsci reivindica una importante participación–, con su trasfondo popular, “de la calle”. Aquí está la relación entre herejía y dogma, lo que le sirve a Mariátegui para pensar no sólo en las tendencias estéticas, sino en el marxismo mismo.

Allí, la sugerencia de que el surrealismo representa un realismo aumentado y superado es interesante como “estética política”. Mariátegui también estaría demostrando que hay un cambio en la relación entre los artistas y la realidad que supera las protestas elitistas y reaccionarias contra el capitalismo. La nueva actitud de “reconocimiento de la modernidad, el maquinismo y el capitalismo como elementos constitutivos del campo de batalla político y cultural” entra en juego, en una era histórica en la que multitudes descienden a la escena política para la revolución (p. 75).

Dal Maso examina con gran atención un conjunto de textos sobre la crítica estética de Mariátegui, que en general son todavía muy poco estudiados en Brasil. Véase, por ejemplo, el contraste y comparación en Mariátegui, tal como lo presenta el autor, entre las vanguardias artísticas futurista y surrealista, considerando el surrealismo como el movimiento que lleva la revolución hasta sus últimas consecuencias (p. 85). Mariátegui tenía una consideración similar por el realismo revolucionario ruso, “otra forma de acceder a la nueva realidad creada por la nueva era, desde el centro mismo de la revolución internacional” (p. 91).

A medida que continuamos leyendo, conocemos una síntesis de las posiciones de Mariátegui sobre la literatura de la Revolución Rusa, o el realismo en ascenso en la Unión Soviética. En primer lugar, su carácter de testimonio objetivo de determinadas obras, independientemente de la posición política de los autores. En segundo lugar, la noción de que el realismo tradicional estaba en crisis, dando paso al realismo soviético y al surrealismo como movimientos solidarios, un mismo objetivo con diferentes lenguajes.

En tercer lugar, la oposición de los realismos burgués y pequeñoburgués insuficientemente realistas al realismo socialista como realismo consecuente (p. 97). Por último, está la crítica al “populismo literario” (o naturalismo) –género del que Émile Zola habría sido uno de los principales representantes–, un tipo de realismo que pretendía ser apolítico, sin ser renovador política ni socialmente. Citando un pasaje de El artista y el tiempo., Dal Maso registra, en palabras de Mariátegui, que “la demagogia es el peor enemigo de la revolución, tanto en la política como en la literatura. El populismo es esencialmente demagógico[…]. El proletariado no es lo mismo que el pueblo” (p. 98-99).

Cerrando la exposición sobre los análisis estéticos de Mariátegui, tenemos una crítica de la literatura peruana, en la que el marxista peruano articula cuestiones vanguardistas y nacionales. La participación en el ambiente literario de la época había brindado al joven Mariátegui un acercamiento a la realidad internacional y la posibilidad de “salir (al menos con el pensamiento) del ambiente asfixiante de Lima” (p.13). Participó en el grupo literario. colónida en 1916 (junto a escritores como Abraham Valdelomar –fundador- y el poeta César Vallejo), quien propuso superar la situación provinciana, conservadora y colonial que caracterizaba a la literatura en el país andino. Esta postura permitió, al mismo tiempo, un retorno a lo nacional e indígena. Así pudo concluir Mariátegui que el cosmopolitismo condujo a lo autóctono (p. 100).

Para Mariátegui, tal como lo presenta Dal Maso, existen tres momentos de desarrollo de la literatura en un pueblo. Primero, el momento colonial, durante el cual la literatura local simplemente depende del “otro”. En el segundo momento, el período cosmopolita, estos pueblos asimilan, al mismo tiempo, características de diversas literaturas extranjeras. El tercer momento es el “período nacional”, en el que las expresiones literarias indígenas manifiestan su propia personalidad y sus propios sentimientos.

Representan el segundo y tercer momento escritores como González Prada, “enemigo del elitismo y el colonialismo” y Abraham Valdelomar, quien representó “la revuelta contra el academicismo” y la “ruptura con el pasado colonial”, ambos responsables de la transición desde el período colonial. al cosmopolita (p. 102). César Vallejo “representó el sentimiento indígena, con un estilo y una técnica nuevos”, así como lo fue Luís Eduardo Valcárcel, en palabras de Mariátegui, “a quien debemos quizás la interpretación más completa del alma autóctona”. Mariátegui, por tanto, consideraba el indigenismo como “la corriente actual” de la literatura peruana, pero más que eso, era un “fenómeno estético-político”, en palabras de Dal Maso (p. 103). A pesar de ser literatura escrita por mestizos y no indígenas, buscaba saber no qué era el Perú, sino qué es el Perú.

Para Dal Maso, la reflexión política de Mariátegui buscó unir el movimiento internacional de lucha de clases con el surgimiento de la cuestión indígena, que en la década de 1920 resurgió en varios conflictos territoriales en diferentes partes del Perú. La mayoría de estas ideas se resumirían en cinco textos fundamentales: además del 7 pruebas (1928), también Aniversario y Balance, Proyecto Programa PS Peruano, Punto de Vista Antiimperialista e El problema de las razones en América Latina, los dos primeros de 1928 y los dos últimos de 1929.

Dal Maso demuestra que el análisis detallado de los textos mencionados revela el desarrollo de la perspectiva mariateguiana sobre la relación entre política, economía y la cuestión indígena, atávicamente ligada al “problema de la tierra”; la modernización de la economía peruana en el contexto imperialista de creciente dependencia del capital estadounidense; finalmente, el núcleo político del proyecto mariateguiano para la revolución peruana.

Una discusión siempre interesante en el ámbito general de la cuestión colonial e indígena peruana es sobre la existencia o no de “feudalismo” en la constitución del país, desde la colonia en adelante –de hecho, un tema familiar para los brasileños, cuyo punto culminante es la polémica, que aún hoy continúa, entre Nelson Werneck Sodré y Caio Prado Júnior. Mariátegui es asertivo sobre la existencia, en el país, de “feudalismo” o “semifeudalismo”, o incluso “feudalidad”- un término sin una traducción útil al portugués y utilizado en Brasil en su forma literal en español, cuando se trata de Mariátegui.

Dal Maso, siguiendo el tema en el debate peruano, ofrece soluciones muy interesantes al problema. Recordemos que el propio Mariátegui dejó claro que nunca pensó en instalar un sistema feudal idéntico al europeo, ni vio esta característica de la formación social peruana como una “etapa” en el desarrollo del capitalismo que requería una alianza con los “ burguesía nacional”.

De hecho, continúa el autor, los elementos “precapitalistas” que se asemejan a las prácticas feudales de coerción extraeconómica formaron una de las principales formas de explotar la mano de obra indígena, así como el trabajo “casi esclavo”, “semiesclavo”. ", etc. El hecho de que la colonia produjera para el mercado capitalista mundial no significa que no albergara en su territorio relaciones sociales más cercanas al feudalismo que al capitalismo moderno (p. 116).

Así, Dal Maso concluye que definir una formación social por el destino de su producción puede ser insuficiente para comprender su estructura interna, especialmente si tiene características evidentes de hibridación entre formas capitalistas y precapitalistas de explotación de la fuerza laboral. Otra discusión en este campo presentada en el libro con gran detalle es la cuestión del “comunismo inca”.

El autor nos recuerda que Mariátegui distinguía entre el comunismo de las comunidades andinas y el autoritarismo de los incas. Así, el trabajo de las comunidades podría calificarse como “comunal, comunal o comunista”, pero la existencia de una casta sacerdotal y guerrera liberada del trabajo, como la de los incas, no entraba dentro de estas categorías (p. 119). . Dal Maso también cubre el debate latinoamericano sobre las caracterizaciones de la formación social del Imperio Inca en las obras de autores como Liborio Justo, Álvaro García Linera, Luis Vitale y Eduardo Molina.

En su acercamiento a clases sociales, sindicatos y partidos, Dal Maso reflexiona sobre las iniciativas prácticas y teóricas de Mariátegui con el objetivo inmediato de organizar al proletariado peruano en un frente único de trabajadores, que culminaría, en 1929, con la fundación de la Confederación General. de Trabajadores del Perú, integrado por mineros, petroleros, agrícolas, marinos mercantes, trabajadores rurales, textiles, ferroviarios, impresores, conductores, cerveceros, entre otros.

Un momento muy relevante en esta reflexión se refiere a las características particulares del trabajo indígena, con su aspecto estacional, tal como lo describe Mariátegui (p. 124). A lo largo del año, un mismo trabajador indígena alterna su lugar de trabajo entre el cultivo de su propia tierra, trabajos agrícolas en latifundios de la costa o de la montaña y trabajos mineros. Es, al mismo tiempo, campesino, trabajador agrícola y minero.

El sindicato debe prepararse, por tanto, para abordar la educación y organización política de esta masa de trabajadores en estos diferentes momentos, como afirma el marxista peruano en un extracto de una cita de ideología y política, registrado por Dal Maso: “Los sindicatos, del proletariado agrícola y de los mineros, tendrán una pesada carga en las tareas impuestas por la opulencia temporal de estas masas indígenas, y su educación por parte del sindicato será tanto más difícil cuanto menos su sentimiento de clase es” (p. 124).

Respecto al potencial de organización política del campesinado indígena, Dal Maso presenta su desacuerdo con García Linera sobre la idea del cooperativismo en Mariátegui, argumentando que la comunidad indígena como espacio de organización política también está presente en los escritos del marxista peruano. , recordando que la forma de organización comunitaria indígena y la organización colectiva del proletariado aparecen en sus escritos como convergentes, aunque diferenciadas: “pero el tema no podría ser presentado como una subestimación del potencial político de la comunidad por parte de Mariátegui” (p. 127).

Aquí también aparece el abordaje de una cuestión central de la lucha de clases, que es la relación entre opresión y explotación y la necesidad de no separar orgánicamente las dos dimensiones de la lucha. Para Dal Maso, en un nivel más general la cuestión de clase determina la cuestión indígena, pero en un nivel más específico la cuestión indígena, relacionada con la historia y la política peruanas, sobredetermina, a su vez, la cuestión de clase (p. 129). El autor moviliza el concepto althusseriano de sobredeterminación para esta solución, articulado con los supuestos del breve epistolar entre Marx y Vera Zasulich sobre la posibilidad de que la revolución socialista comience en un país con capitalismo atrasado, por manos campesinas.

Es posible extender el argumento utilizado por Dal Maso por el mismo camino epistemológico maoísta/althusseriano y movilizar la dicotomía “contradicción principal x contradicción secundaria”, preguntándonos si el protagonismo inmediato en una situación revolucionaria no estaría asegurado a la clase o a las fracciones del poder. clases trabajadoras que están más organizadas en un momento histórico específico, independientemente de su posición en las relaciones de producción actuales.

En el libro también se reseñan los análisis de las revoluciones china y mexicana –grandes revoluciones con un marcado carácter campesino, en realidad– realizados por Mariátegui. Muy importante es la discusión de cómo Mariátegui llegó a la conclusión de que la Revolución Mexicana no podía resultar en una revolución socialista (pasajes citados de Temas de nuestra América, págs. 146-149). En marzo de 1930, como lo demostró Dal Maso, Mariátegui ya tenía una lectura completa del proceso, polemizando contra quienes creían que la Revolución Mexicana podía conducir al socialismo mediante la intervención de los caudillos en disputa.

A continuación, el autor se centra en las caracterizaciones de un socialismo indoamericano elaboradas por Mariátegui, con énfasis en el texto “Cumpleaños y saldo”y para las bases del Programa del Partido Socialista, un texto que va en la línea del primero. Para Dal Maso, la teoría de la revolución en Mariátegui tiene un carácter menos generalizador y abstracto porque siempre trata, específicamente, de las condiciones peruanas o latinoamericanas de la revolución. Así, esta “teorización parcial” presente en Mariátegui explica menos en relación con una teoría general de la revolución, pero explica más profundamente las condiciones concretas del espacio-tiempo del que trata.

Hay en el pensamiento de Mariátegui, según Dal Maso, una especie de “tensión” entre internacionalismo y política nacional, tensión que vendría, en cierto modo, de su propio juicio sobre Trotsky y su desacuerdo con las posiciones de la Oposición. Dejado en Rusia. Se produciría una “paradoja”, según el autor: “Mientras se había adelantado a Trotsky al señalar el carácter socialista [e internacionalista] de la revolución en América Latina, Mariátegui se había posicionado contra él defendiendo el socialismo en un solo país”. ”(pág. 169).

Sin embargo, creemos que no existe necesariamente una paradoja entre estar en desacuerdo con la Oposición de Izquierda y apoyar el carácter socialista de la revolución en América Latina. Aunque coincidía con Trotsky en la cuestión rusa, el carácter internacionalista de la visión de Mariátegui para Indoamérica se sustentaba en dos elementos autóctonos concretos: la comunidad de razas indígenas y la dependencia semicolonial de la región. Esto le dio los elementos concretos para apoyar una causa inmediatamente internacionalista para el continente americano, una concreción que aparentemente no vio en las propuestas de Trotsky para la situación rusa y europea. Por el contrario, desde la perspectiva de Mariátegui, la revolución en Europa Occidental ya había sido derrotada por las fuerzas de la reacción, mientras que en Perú e Indoamérica se trataba de iniciar la organización política de grupos autóctonos subalternos.

Es interesante el relato del autor de que Mariátegui se mantuvo dentro del marco del “Segundo Periodo” de la Internacional, es decir, la política del Frente Único y la defensa de los bloques obreros y campesinos. Así, el marxista peruano caracterizó al APRA como una organización de la pequeña burguesía y al Partido Socialista como una organización de trabajadores y campesinos. Para Dal Maso, las formulaciones de Mariátegui sobre el “socialismo práctico” de las comunidades indígenas lo acercaron a fórmulas bipartidistas como “obrero-campesino” (ya sea “bloque” o “partido”), aunque su política era “mucho más clasista que las expresiones de este tipo podría sugerir” (p. 180).

Para Dal Maso, el despliegue de estas premisas en Mariátegui dejaría en evidencia su ambigüedad, sus limitaciones. Creemos, sin embargo, que puede haber aquí más dialéctica que ambigüedad. Recordemos que el propio Gramsci parecía tener una concepción más dialéctica y flexible de un Frente Único que otros miembros del movimiento comunista italiano y de la propia Internacional en los años del ascenso del fascismo.

Las partes finales del libro abordan las nuevas perspectivas filosóficas con las que Mariátegui ve el inicio del siglo XX. La nueva era inaugurada por la Gran Guerra y la Revolución Rusa trajo cambios en las concepciones de la historia y de la acción política. La transición de una concepción evolucionista y positivista a otra heroica y voluntarista estaba a la orden del día. Para Mariátegui, tanto bolcheviques como fascistas expresaron estos cambios a su manera. Para él, el marxismo también estaba sujeto a la “emoción de nuestro tiempo” (p. 186).

En cualquier caso, Dal Maso deja claro que, para Mariátegui, hay cuestiones propias del marxismo más allá del período histórico en el que se inserta, como la explicación realista del proceso histórico a partir de la importancia de los hechos económicos, la Centralidad de la lucha de clases para entender la sociedad y la revolución como camino hacia la transformación del capitalismo. Para Mariátegui, según Dal Maso, habría equivalencia o traducibilidad entre el movimiento histórico iniciado con la Revolución Rusa y la reacción antipositivista. Al mismo tiempo, el marxismo iría más allá de la filosofía de Hegel y, finalmente, podría adaptarse a nuevas condiciones y corrientes ideológicas.

Desde la perspectiva de Mariátegui, el marxismo, por un lado, tiene ciertas coordenadas histórico-teóricas de origen, pero sus contenidos las superan por sí solos y, por otro, tiene la capacidad de adaptarse a las nuevas corrientes filosóficas sin caer en corrientes irracionalistas. y anticientífico (p. 190).

Aquí entra en juego una de las adaptaciones más peculiares de Mariátegui al marxismo, el concepto soreliano de “mito”, como “parte de esta lectura de la adaptación del marxismo a la nueva concepción de la vida” (p.190). El mito aparecería como un recurso vinculado, especialmente en el siglo XX, a las luchas sociales colectivas.

Para Mariátegui, tal como postula Dal Maso, el mito de la revolución social sería la traducción del mito soreliano de la Huelga General al lenguaje del marxismo bolchevique. Él impulsó el proceso revolucionario, mientras la teoría marxista seguía reivindicando la racionalidad científica que la burguesía había abandonado. Ésta es una de las formas en que, en todo momento, Mariátegui pone en práctica la capacidad del marxismo para constituir análisis teóricos en estrecha relación con hechos concretos y contemporáneos.

De ahí surge la idea, como recuerda Dal Maso, refiriéndose al libro de Segundo Montoya Huamaní Conflictos de interpretación en torno al marxismo de Mariátegui, que el marxismo de Mariátegui es, de hecho, “marxismo abierto”. Ejemplos de ello serían las asimilaciones, hechas por el marxista peruano, del método de interpretación histórica de Croce y del mito y la “moral de los productores”, de Georges Sorel. Mariátegui “los integra en una lectura que busca mantener la defensa de cuestiones fundamentales del marxismo, al mismo tiempo que la sitúa en consonancia con el clima de las ideas del siglo XX” (p. 202).

La forma en que Dal Maso presenta el dinamismo del pensamiento de Mariátegui ayuda a reforzar una de las formas más importantes de definir el marxismo mismo, es decir, como una cosmovisión no sólo crítica, sino constantemente autocrítica, un “marxismo abierto”. El libro finaliza con un conjunto de breves, pero fértiles proposiciones comparativas sobre las similitudes y distancias entre el pensamiento de Mariátegui y autores clásicos del marxismo como Antonio Gramsci y Léon Trotsky, así como con interlocutores teóricos de la obra de Amauta como José Aricó, Michel Löwy y Aníbal Quijano.

Finalmente, el libro de Juan Dal Maso realiza un cuidadoso acercamiento al método de pensamiento y creación de Mariátegui, demostrando la conexión entre sus textos de análisis coyuntural y sus textos programático-teóricos, que se influyen recíprocamente. A juicio del marxista peruano, esta dinámica constituye una sistematización de los análisis de situaciones concretas a través de las cuales se construye la teoría de Mariategu, sin nunca inmovilizarse en un cuerpo teórico cerrado en sus propias conclusiones. Lo que demuestra Dal Maso es que, debatiendo las corrientes de pensamiento y tendencias filosóficas de cada época, la obra de Mariátegui promueve un marxismo que renueva constantemente sus elaboraciones teóricas.

* Leandro Galastri es profesor de ciencia política en la Unesp-Marília. autor de Gramsci, marxismo y revisionismo (Autores asociados). [https://amzn.to/3LJq2VU]

referencia


Juan Dal Masó. Mariátegui: teoría y revolución. Buenos Aires, Ediciones IPS, 2023, 232 páginas.


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