por AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER*
La disminución del interés en Marcuse es paralela a la disminución de la capacidad utópica de las sociedades.
Herbert Marcuse fue quizás el filósofo más popular e influyente de los años 60 y 70 del siglo pasado, al calor de los movimientos contraculturales y de la llamada Nueva Izquierda. ¿Por qué disminuyó tu lectura hoy?
Nos aventuramos a decir lo siguiente: el declive del interés por Marcuse es paralelo al declive de la capacidad utópica de las sociedades. Es decir, al triunfo de lo que hoy se llama “realismo capitalista” y que repite lo siguiente: lo que hay es lo que hay.
En el propio pensamiento crítico prevalece un cierto revolcarse en la impotencia: disfrutamos de la interminable descripción de nuestra sumisión a los dispositivos del poder y de cómo todo intento de liberación es redirigido al interior del sistema (“¿ves? Ya te lo dije”). .
La posición de víctima ante el mundo es hoy hegemónica: la crítica de víctima realmente no quiere cambiar nada, sino que simplemente tiene la satisfacción de “molestar” a los responsables de lo que está sucediendo, como si no tuviera nada que ver con nosotros.
Nada de esto encontraremos al leer a Herbert Marcuse, un pensador comprometido durante toda su vida en encontrar “vías de escape” que nos permitieran desbloquear situaciones aparentemente sin salida.
A estos caminos los llamó, utilizando el término de su colega Ernst Bloch, “utopías concretas”. Las utopías concretas no son especulaciones sobre el futuro, ni planes o sistemas ideales, sino “potenciales” ya inscritos en el presente y preñados de otros futuros posibles, pero que el estado de cosas reprime y asfixia.
Para Herbert Marcuse, teorizar es abrir el oído a estos potenciales y ayudar a desplegarlos con el pensamiento: acompañarlos de nombres y conceptos, asegurar su contagio a través de las palabras, discutir sus problemas estratégicos entre los implicados. Encontró estos potenciales en el ámbito de los impulsos, la estética y los movimientos políticos de su tiempo.
Erótico
Cien años después de los descubrimientos de Freud, es asombrosa la cantidad de sociologías supuestamente críticas que se desarrollan como si la vida de los seres humanos transcurriera enteramente en el ámbito de lo explícito y transparente, de lo racional y consciente, de la mera pertenencia a la clase social y sus intereses. .
Herbert Marcuse piensa no sólo desde Marx, sino también desde Freud. Acepta que el ser humano es ante todo un “animal deseante” constituido estructuralmente por dos pulsiones: la vida y la muerte. Eros e Thanatos –, abiertos a la sociedad y a la historia, es decir, cuyos objetos y canales cambian con cada época.
Sólo con esta conexión entre lo psíquico y lo social podemos penetrar el secreto de la “servidumbre voluntaria”: ¿por qué los seres humanos luchan por su esclavitud como si fuera su salvación? Las revoluciones no sólo se derrotan desde fuera, sino también desde dentro. Conocen, dice Herbert Marcuse, su propio “termidor psíquico”.
Lo que el filósofo alemán encuentra en la socialización bajo el sistema capitalista es un “exceso de represión” que conduce a una severa mutilación de la sensualidad y del principio de placer. El cuerpo y sus pulsiones son vistos con recelo por la tradición occidental en general, como aquello que debe ser reprimido para crear seres humanos que giren, esencialmente, en torno a la necesidad de trabajar.
Si esta “represión excesiva” alguna vez tuvo una razón de ser, por razones de lucha por la existencia, ciertamente ya no es así. Hay una abundancia material que no sólo podría distribuirse mejor, sino que también serviría de base para el deseo de una vida diferente, cuyos valores centrales no fueran la productividad, el rendimiento y la competencia.
Según Herbert Marcuse, entre los principales objetivos de los movimientos políticos se encuentra, por tanto, la reactivación de la sensualidad y el placer como formas de relacionarse con el mundo. ¿Cómo nos suena esto hoy? ¿Es una proclama hedonista como solemos escuchar de una política neoliberal como Isabel Díaz Ayuso?
Nada que ver. Nuestras sociedades son adictas al placer del consumo: formas de adicción y compulsión, satisfacciones sustitutivas y compensatorias de una vida mutilada. Todas las grandes industrias de nuestro mundo –desde el turismo hasta los narcóticos, la bebida, el sexo o los deportes– son negocios, no de placer, sino de tranquilizantes, alivio y alivio. Por un momento, tapan el pozo sin fondo de la insatisfacción.
El principio de realidad sigue comandado por mandatos: ayer, el mandato del superyó de la autoridad, la religión o la moral que dice “¡no lo hagas!”; hoy, el imperativo del superyó del desempeño, la productividad y la competencia que dice “¡hazlo!”. Ambos, como en tantos mandatos, igualmente mortificantes. De ahí la necesidad de impulsos compensatorios.
La liberación de la sensualidad y el placer, la fuerza de Eros, no tiene nada que ver con aumentar las oportunidades de consumo o los encuentros sexuales (que muchas veces son lo mismo), sino con activar una relación amorosa con el mundo: trabajo creativo y no alienante, tiempo libre autónomo, cuidado de la relación con lo natural y social. ambiente.
Sólo la derrota política de los proyectos colectivos de los años 1960 y 1970 explica por qué hoy la liberación de Eros se reduce a un problema de elecciones personales y privadas: poliamor, crítica a la monogamia, multiplicación de parejas sexuales, etc. Para los movimientos contraculturales se trataba de “hacer el amor” con el trabajo, la ciudad y el cosmos. Reinventar la relación con toda la realidad a partir de un vínculo sensible. Lo que Herbert Marcuse llamó “sublimación creativa”, diferente de la sublimación represiva o compensatoria.
Pero el cuerpo instintivo no es sólo Eros, pero también Thanatos: energía destructiva, agresividad, pulsión de muerte. Herbert Marcuse acepta esta dualidad freudiana de principios instintivos y concluye: sólo Eros es capaz de someter Thanatos, sólo la fuerza de Eros es capaz de poner Thanatos para trabajar a tu servicio, como energía agresiva de defensa o resistencia.
Una sociedad que reprime Eros Está condenado a ver la lógica y la pasión del sacrificio reproducidas en todas partes: en la naturaleza, en los vínculos sociales y en la vida misma. Sólo la reactivación de las energías eróticas puede privar a los fascismos de ayer o de hoy del combustible emocional que necesitan. El deseo es el campo de batalla.
La política es terapia social: reactivación y reentrenamiento de las capacidades eróticas y deseantes de los seres humanos.
estético
¿Cómo establecer otra relación con el mundo? No por mandatos o imperativos de lo que “hay que hacer”, aunque sean racionales o ideológicos, ni por impulsos agresivos de dominación y control. La respuesta de Herbert Marcuse es la sensibilidad.
La transformación social consiste en pasar de una cultura de conquista de la realidad (mediante la fuerza o la razón instrumental) a una cultura de acogida del mundo (mediante la sensibilidad). Una activación individual y colectiva de la capacidad de recibir. Receptividad creativa frente a la productividad represiva y obligatoria, como nueva forma de vida.
El órgano de esta receptividad, explica Marcuse siguiendo a Kant y Schiller, son los sentidos. A veces son pasivos y activos: registran las impresiones que nos deja el mundo y les dan una forma no coercitiva. La percepción es una cuestión política: lo que vemos y la experiencia asociada con esa visión.
Para Herbert Marcuse la estética también se organiza como un área del arte y la ficción. Este ámbito debe ser autónomo. Es decir, el arte y la ficción no son ni deben ser ningún “reflejo” de la realidad, sino que proponen “formas” que la estilizan e intensifican. El arte es político por su capacidad de romper con nuestra representación estereotipada del mundo y proponer otra a través de las formas que crea.
El arte es emancipador no porque confirme lo que ya sentimos o pensamos, sino más bien por su capacidad de darnos algo nuevo que ver y algo nuevo en qué pensar. La experiencia política del arte es la expansión de nuestros sentidos, no la confirmación de nuestras ideas. Reducir la naturaleza política del arte a su mensaje o contenido es una mutilación de sus virtudes emancipadoras.
Herbert Marcuse debate sobre el marxismo de su tiempo. Esto reduce la obra de arte a sus determinaciones sociales: juzga al autor por su origen económico y social, a los personajes como expresión de determinaciones estructurales, etc. Sin embargo, para Marcuse el poder del arte siempre va más allá de su contexto, da forma a deseos y tragedias que son parte del ser humano, está dirigido a cualquier persona.
Hoy buscamos reducir el arte y la ficción a significados y mensajes basados en lógicas identitarias que no sólo son de clase, sino también de género o de raza, pero el problema es el mismo: celebrar o condenar las ficciones según reflejen o adapten a valores o contenidos juzgados correctos, independientemente de la configuración material de la obra, donde reside realmente su poder emancipador.
Finalmente, la forma artística, esta presentación estilizada e intensificada de la realidad, es subversiva porque mantiene viva la “promesa de felicidad”: el anhelo de una vida no dividida entre placer y realidad, entre razón y sensibilidad, entre cuerpo y idea. Un anhelo que, para Herbert Marcuse, tiene sus raíces en los recuerdos de la infancia que siempre llevamos con nosotros, como una herida abierta.
La política es estética social: ruptura de la percepción estereotipada, enriquecimiento y ampliación de los sentidos.
Revolución
Herbert Marcuse siempre estuvo preocupado, como lo demuestra cada intervención y entrevista, por las cuestiones políticas más básicas: la abolición de la pobreza, los derechos civiles y sociales, el progreso material, etc. Para él, las luchas del deseo (revoluciones culturales) no niegan, sino que radicalizan y amplían las luchas de intereses. Es la abundancia que busca el desarrollo científico y técnico la que habilita y da paso al proyecto utópico.
La transformación social es “un esfuerzo más”: no sólo mejora la distribución de la riqueza, sino también el nacimiento de otra concepción de la riqueza o del buen vivir. El socialismo, como sociedad cualitativamente diferente del capitalismo, es la creación de una “segunda naturaleza”: otra relación con el lenguaje, el cuerpo, el trabajo, la vida y la muerte. La configuración de seres fisiológica y psicológicamente diferentes.
Entre los movimientos de su época que manifestaron potencial utópico, hay dos que resuenan con fuerza en el presente: el ambientalismo y el feminismo.
¿Qué dice Herbert Marcuse sobre el ambientalismo que pueda inspirarnos hoy? Enfatiza que el ambientalismo no sólo debería preocuparse por la “naturaleza exterior” sino también por la naturaleza “interior”. Si bien la sociedad capitalista busca la dominación represiva de ambos impulsos y del mundo físico, la transformación social debe cuidar y proteger a ambos. Uno depende del otro.
El ambientalismo es también una cuestión de sensibilidad: su desafío es transformar la percepción social para que el mundo no aparezca ante nosotros como un objeto de posesión y conquista, sino como “un cosmos con potencial propio”. ¿Qué significa?
Las cosas del mundo son fuerzas en sí mismas, tienen su medida inherente y su propia “verdad”. Los sentidos, si los refinamos para hacerlo, pueden descubrir estas posibilidades inmanentes y trabajar a partir de ellas. Entonces nos relacionaremos con el mundo como un artesano con su materia: sin forzar, pero escuchando sus propias inclinaciones.
No conquistar, no dominar, no violar, sino escuchar y desarrollar cualidades inmanentes a la existencia. La naturaleza, según Herbert Marcuse, también espera la revolución: la actualización de las posibilidades que contiene y que sólo una nueva sensibilidad puede detectar y despertar. El ser humano y la naturaleza pueden reencontrarse en la dimensión estética.
Y en relación al feminismo, ¿qué dice Herbert Marcuse? A partir de una observación cuidadosa y afectada de los movimientos de mujeres de su tiempo, Marcuse piensa la política revolucionaria como una política en clave femenina. Encuentra en las imágenes femeninas tradicionales el germen de esta nueva sensibilidad basada en Eros. Cuidado protector de la vida, escucha atenta a las necesidades físicas y materiales, receptividad creativa en lugar de productividad, competencia, guerra.
¿Pero estas imágenes de lo femenino no se construirían a partir de una mirada masculina? Esta es la discusión que Herbert Marcuse mantuvo con sus compañeras feministas de la época.
Sí, es cierto, responde, pero “la imagen proyectada por los hombres se vuelve contra los creadores de imágenes”. En lugar de rechazar las cualidades históricamente atribuidas a las mujeres, Marcuse se compromete a verlas y valorarlas como poderes, esgrimirlas como herramientas de transformación, socializarlas y universalizarlas como valores.
La política es antropología social: el surgimiento de un nuevo tipo de ser humano, capaz de establecer una relación diferente con el mundo, con los demás y con uno mismo.
Lucidez y utopía
El cambio social no depende de esfuerzos titánicos y heroicos, ni de modificaciones radicales y violentas, sino de disposiciones más humildes y sencillas: escuchar el potencial de liberación que se expresa en minúsculos detalles y muchas veces pasa desapercibido. La utopía no es activa, la concepción y ejecución de ideales y programas es en realidad pasiva: sensibilidad, aceptación y atención a lo que ya está sucediendo.
¿El ingenuo Marcuse? Ciertamente si. Pero con esa “ingenuidad” de quien persigue lo que su tiempo considera “imposible” y que es la única fuerza que siempre ha hecho que el mundo progrese en términos de libertad e igualdad. Hay muchas cosas en su pensamiento que deben discutirse, todas deben actualizarse, pero ciertamente podemos inspirarnos en su “oído utópico”: la capacidad de captar tendencias actuales que pueden transformar la realidad e interpretarlas.
Algo dentro de las cosas que nos rodean se mueve y tenemos que responder a ello. Lo que conmueve no es el “mensaje” –significado, ideología, identidad, contenido– sino energía, potencial, posibilidad. Todavía no tiene forma. Depende de nosotros construirlo. Para que la fuerza pase, suceda y pueda cambiar el mundo.
*Amador Fernández-Savater Es periodista, editor y activista social. Autor, entre otros libros, de Fuera de Lugar (A. Machado Libros).
Traducción: Rony Rodrigues al sitio web Otras palabras.
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