Marcel Proust: el tiempo como expresión de uno mismo

Majd Masri. oculto 2, 2022
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por RONALDO TADEU DE SOUZA*

Proust no quería escribir un libro que se limitara a describir el paso de las cosas que enredan la convivencia entre los individuos.

“Horizonte de exterioridad radical: exceso; expropiación; un lugar otro absoluto”
(Denise Ferreira da Silva, la deuda impagable).

Desde el final del volumen seis hasta el comienzo del volumen siete, desde El fugitivo en Tiempo redescubierto, respectivamente, de En busca del tiempo perdido, aparece el siguiente pasaje. “—Todo esto da para mucho —concluye—. Nunca he pensado en nada más que en Robert desde que nos comprometimos. Y, ya ves, este capricho infantil ni siquiera es lo que más me reprocha... una de esas casas cuyas habitaciones parecen cenadores, y donde, en las paredes de las habitaciones, aquí están las rosas del jardín, los pájaros. de allí, de los árboles, se acercaba y nos hacía compañía —a cada uno por turno—, porque los papeles viejos los cubrían, en donde cada rosa destacaba tanto que, si estuviera viva, podía ser arrancada, cada pájaro enjaulado y domesticado. , sin ninguna de las grandes decoraciones de las habitaciones actuales, en las que, sobre un fondo plateado, se perfilan al estilo japonés todos los perales de Normandía, para alucinar las horas que pasábamos en la cama, permanecí todo el día en la habitación, que Se contemplaba el verde follaje del parque y las lilas de la entrada, las hojas verdes de los grandes árboles a la orilla del agua, iluminadas por el sol, y el bosque de Méséglise. Después de todo, yo simplemente miraba todo esto con placer, porque me decía: “es hermoso tener tanto verde en la ventana de mi dormitorio” hasta el momento en que, en el vasto cuadro verde, reconocí, pintado al revés en azul oscuro, porque estaba más lejos, el campanario de la iglesia de Combray, no una imagen de un campanario, sino el campanario mismo, que, poniendo así ante mis ojos la distancia de leguas y años, había llegado, en en medio del verdor luminoso y con un tono completamente diferente, tan oscuro que parecía sólo dibujado, para estar inscrito en el diamante de mi ventana. Y si salía por un momento de la habitación, al final del pasillo orientado de otra manera, podía ver, como una banda escarlata, la cubierta de una habitación pequeña, sencilla. muselina, pero rojo, y listo para incendiarse si un rayo de sol lo tocara”.

El destino de la expresividad de este fragmento de Marcel Proust, que, como decía, reside en el paso del volumen sexto al séptimo de la En busca del tiempo perdido, está en las extáticas imágenes de la vida del narrador. Por tanto, el tiempo no puede ser más que el instante de la redacción de cada frase del párrafo, de la inmanencia de las metáforas mismas y del momento de articulación de los signos. De hecho, lo que Marcel enuncia es la posibilidad de que la duración de las cosas que constituyen nuestra experiencia no esté establecida por el marco externo de un mundo no auténtico; de los hechos de irreconciliabilidad con los modos de vida imponen sus determinaciones.

Observemos a continuación el contenido de significados de la última frase del párrafo, en la que se alternan los elementos “mousseline” y “um ray of sun”. De modo que la posición de finura inerte del tejido utilizado para confeccionar la ropa se ve perturbada por la presencia incandescente de los artificios de la naturaleza. Sin embargo, el personaje narrador propone un juego de inversiones latentes; lo que no es posible engendrar por impulso humano, pasa en el momento de la oración a momentos de apropiación por la fuerza del yo de Marcel, y lo que está en el orden de los expedientes de manejo (humano) se convierte en un objeto naturalizado.

Cuando Marcel Proust hace decir a su protagonista (que también teje la trama con reminiscencias de la época que busca) que un rayo de sol quema el tejido de la vida (“a punto de incendiarse si un rayo de sol lo tocara”) de tal manera manera que imagina en el sentido de la construcción la proximidad terrenal que plantea el personaje de Marcel en sí mismo -sin instituir previamente adjetivos, "brillante" y "simple", expresando a veces el influjo de percepciones variadas, a veces lo básico inamovible- que se representa como algo Metamorfoseado en un orden fijo y no gestionado para desplazamientos interactivos, pero listo para estallar debido al desbordamiento del yo, quería que su novela fuera leída como savias de exuberante temporalidad de la alteridad en nosotros.

En efecto; la estructura de la prosa proustiana, a través del recurso del narrador, se transfigura en articulación inmediata, que en la desesperación de Marcel por forjarla a través de la aprehensión del pasado a través de la memoria invierte y revierte (nuevamente) el signo experiencial de las cosas humanas y la naturaleza.

Dentro del párrafo, la secuencia de elaboración de la autolocuacidad se extiende hasta la agradable exageración que recorre todo el párrafo. En busca del tiempo perdido. “Después de todo, simplemente miré todo esto con placer, porque decía de mí a mí mismo […]”. El secreto de esta frase está en el derramamiento del yo sobre sí mismo. Proust no pretendía limitar la personalidad de Marcel al subjetivismo burgués (evidencia de convenciones esnob); A lo largo de la trama, se infunden reflexiones de la experiencia: el dicho de “yo a mí” metamorfosea la enorme forma gramatical-pronominal oblicua en un lirismo fascinado por la expresión (incluso) entusiasta del narrador.

Ya no estamos en presencia de un movimiento circular que se pliega sobre sí mismo; En la frase emergen huellas de figuras ideales que se dicen a sí mismas como si fueran, y para Marcel Proust eran..., la realidad derivada del significado intrínseco de la propia composición literaria. Ahora bien, el influjo de laicidad que “después de todo” trae a la construcción no es fortuito. Ciertamente, la “mirada con placer”, que como tal transmitiría la excitabilidad del autoelogio (siempre snob), forma parte del extracto, simbolizando momentos de encantamiento intensificados por la temporalidad de nuestros sentimientos. En la progresión de este fraseo proustiano, las palabras son ondulaciones ardientes que expresan la inquietud existencial de Marcel.

El personaje de Marcel Proust, que se forja en la alteridad, la expresión de sí mismo, palpitaba de poeticidad. Porque transmuta la unidad de la naturaleza en formas históricas de subjetividades. Aves; árboles; follaje; agua; sol; bosque; aguacero (de lluvia). Aislados: son elementos determinados de forma ordenada y sin vida, configurando posiciones de poca intuición estética. A Marcel no se le ocurrió apropiarse de estas circunstancias naturalizadas sin impedir precipitarse en ellas, realidades encantadas.

En la articulación inmanente del párrafo toda la constelación poética del En busca del tiempo perdido; El juicio que tiene lugar en cada cruce está salpicado de ilusiones vivas: es como si la naturaleza ya no se representara a sí misma, sino la esperanza soñadora del narrador en la felicidad de sí mismo en el otro de sí mismo. Sin embargo, Marcel Proust sólo logra hacer la naturaleza diferente de sí misma porque en la ejecución de la novela existe la postulación indeterminada del lenguaje.

Para componer formas universales de esencia literaria articuladas con la individualidad del narrador que crea con cada acción elaborada, infinitos significados. Así, los pájaros están “allí en los árboles” (no en sí mismos); las hojas verdes son llevadas por Marcel al peculiar ángulo de la ventana del dormitorio —“todo el día estuve en mi habitación, que daba al verde follaje”—; el agua con un componente químico con destino final comienza a chispear peculiaridades que estructuran el tiempo en pequeños momentos —a veces está cerca de “grandes árboles”, a veces irradia los “brillantes rayos del sol”—; el sol, siempre expuesto en el cosmos, adquiere, a través de la vivacidad de la trama proustiana, rasgos propios de otra presencia: los momentos “brillando al sol […] Al fin y al cabo, sólo miraba con placer todo esto”. En la efusión poética del extracto, se cubren las autopercepciones de la disolubilidad de todo lo que está alejado de la verdad del tiempo.

Bueno, Marcel Proust no quería escribir un libro que se limitara a describir el paso de las cosas que enredan la convivencia entre los individuos (y ellos mismos); el recuerdo de uno mismo que emerge dentro de su obra es la repercusión de una angustia al arrojar al mundo las más bellas partículas de subjetividad; el desmantelamiento del yo en la experiencia material tenía la auténtica esperanza de reconocimiento, y esto sólo podía lograrse con la expresión de uno mismo durante la experiencia.

De este modo, es en el corazón del entrelazamiento de escenas donde el pasaje analizado ejerce el sublime artificio de expresarse en el tiempo. Éste (el pasaje, el párrafo), relativo a la organización formal de la En la burka del tiempo perdido, comienza el viaje sentimental de Marcel hacia el momento en que descubre. Filológicamente, Marcel Proust traza la coexistencia apasionada entre elogio y fábula. Proust recuerda estas dos instancias constitutivas del núcleo del vocabulario humano como desplazamientos del yo en la temporalidad. Son puntos exuberantes a los que se dirigen las palabras que conciben la génesis, la apertura, de Tiempo redescubierto pasan de meros modos de interacción lingüística entre individuos a repentinos torrentes de inspiración.

Marcel siempre estuvo ansioso por encontrar ese momento, en el que en el mismo instante de sí mismo en el tiempo, protegería su flema compasiva y se elevaría al inflamado esplendor de la narración inaudita; elogiar “la mansión de Tansonville”, “los perales de Normandía”, “el bosque de Méséglise”, “el campanario de la iglesia de Combray” fueron gestos fundacionales de un carácter llevado por la necesidad de afirmación subjetiva. El mundo de Marcel-e-de-Proust, sin embargo, sólo muestra significado literario (y estético...) en la verborrea que desborda su identidad inmediata: en lo fábula.

Se trata de arreglos inventivos, la estructura misma de la trama está estilizada, incitada por la contingencia del narrador. Porque, cada vez que estalla: ya no es la muselina, “sino la [muselina] roja”, el campanario es a la vez su “imagen” y “el campanario mismo” eternizado en la realidad interior de Marcel, y los pájaros ( concreto y real) “enjaulados y domesticados” fueron elevados en consecuencia a lo largo de días, horas y minutos a representaciones apreciables en la dialéctica del devenir-quién-eres.

Dentro del apartado Marcel afirma, después de comentar la iglesia de Combray; “poniendo así ante mis ojos la distancia de leguas y años”. En la configuración superficial, es su vida la que está permanentemente enredada por el “tiempo” –no su tiempo auténtico– naturalizado. El drama aquí fue ser un objeto inmerecido frente a las diversas formas en que la experiencia va ocultándose; Lo que más atormentó el carácter de Marcel Proust a lo largo de todo el En busca del tiempo perdido fue su sufrimiento por no poder desviarse de los torbellinos en los que fue arrojado por las circunstancias mismas de su existencia en varias partes de la narración.

Y se puede leer la obra de Proust como el incesante y valiente esfuerzo del sujeto por elevarse con audacia poética a las sublimes virtudes del tiempo, como la recurrencia en la que asistimos a los angustiosos pasos de Marcel y su insistencia en seguirlos aún expresa tal exigencia.

Sin embargo, la construcción inmanente de la oración significa que los elementos estructurantes de lo real transcurrieron –“a distancia”; “[las] ​​ligas”; “los años” – son, con el fervor de la subjetividad moderna, la urgencia que la búsqueda de la felicidad permite que los ojos del yo coloquen bajo ella – llegando a veces a la intangibilidad en las formas de sentir, tal es la belleza de la elaboración – la “cadenas del destino” (Walter Benjamin); sólo porque está desesperado consigo mismo, fascinado por la alteridad femenina (la señora de Guermantes, Gilberte, Albertine, Andrée, la abuela cuyo nombre desconocemos), encantado por la belleza que desaparece, afectado por breves momentos de placer, desenfrenado ante la posibilidad de tejer una historia de pasión—es lo que permitió que el complemento de Marcel Proust simbolizara la-invocación-de-quién-es-él. (EL das ding “distancia”, la das ding “ligas” y el ding Los “años” ya no eran los mismos después de Marcel, y el deseo de reconocimiento que él albergaba al mirarlos: eran los convertirse en uno mismo explicado en el conjunto de la temporalidad. [La referencia a “das ding” es el contraste con el “die sache” que hace Hegel en el prefacio de Fenomenología del Espíritu, ésta es la unidad del todo en el transcurso del tiempo y esa es la cosa, simplemente].)

El marco multifacético establecido por el protagonista de Marcel Proust son como preciosos andamios que sostienen la trayectoria del yo en la travesía del abismo del universalismo de la civilización burguesa (naturalizada). Presenciando momentos de vacío en la frágil descripción de la naturaleza, para sentirnos envueltos por las conexiones no humanas de nuestra vida, Marcel vislumbró que la negación de este mundo sólo se lograría con un mimetismo vehemente.

Era necesario para los sentidos del sujeto que se va autoconformando a lo largo de las páginas de la novela, una disposición (alegórica) que hiciera factible que el lector percibiera que Marcel, y en esa medida toda la narrativa del libro do oportunidad buscado como una manifestación de sí mismo, no difundía afectaciones (subjetivistas) cuando era impactado por las formas de exhibición inerte de la naturaleza; en las circunstancias de intersección de los vértices de la reconstrucción apasionada de la existencia de la época, Marcel Proust hizo que su creación literaria demostrara que está por encima de nuestras sensibilidades en la época del yo en la otredad la esperanza de constituir modos de ser que no estén sujetos a universalismos implacables (naturalizados desde la era burguesa).

Las vicisitudes estético-emotivas de Marcel, presentes en el punto discutido, son la verdad aprehendida desde una subjetividad expresada –y que se aleja de sí misma– en el curso de la existencia, que nunca ha aceptado el cinismo (es su contracara). .) al que se rinden Gilberte y Saint-Loup cuando se casan en la prosa final del volumen VI, El fugitivo — “Gilberte”, primera eventualidad del amor desesperado del yo proustiano en el deseo de alcanzar la felicidad, “se había convencido de que el nombre del marqués de Saint-Loup era mil veces mayor que el de Orleans”.

El tiempo expresado en sí mismo fue la rebelión que Marcel Proust quería que entendiéramos y cultiváramos para superar definitivamente esta clase. Ahora bien, el primer párrafo de Tiempo redescubierto que analicé, es la aniquilación, la expropiación absoluta, para hablar con Denise Ferreira da Silva, de una civilización burguesa que aplasta todas las modalidades posibles de autorreconocimiento en una libertad no idéntica, que todos merecemos, especialmente las/las Françoises* de nuestro mundo.[ 1 ]

*Ronaldo Tadeu de Souza Tiene un postdoctorado en ciencias políticas de la USP..

Notas


[ 1 ] Ciertas formulaciones interpretativas presentes en el texto son estilizaciones basadas en el enfoque de algunos autores. Entre ellos se encuentran: Antonio Candido – Realidad y Realismo (vía Marcel Proust). En: recortes, ed. Oro sobre azul, 2004; Denise Ferreira da Silva – La deuda impagable, ed. Taller de Imaginación Política, 2019 [Existe una edición más reciente de Zahar Editores, 2024]; Derwent mayo – Proust, ed. Fondo de Cultura Económica [Breviários], 2001; Hegel – Prefacio e Introducción. En: La fenomenología del espíritu (Coronel Los Pensadores), ed. Abril Cultural, 1974; Robert Pippin – Sobre “convertirse en quien uno es” (y fracasar): los yo problemáticos de Proust. En: La persistencia de la subjetividad: sobre las secuelas kantianas, ed. Prensa de la Universidad de Cambridge, 2005; Walter Benjamin - Dos poemas sobre Friedrich Hölderlin, sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje del hombre, el destino y el carácter. En: Escritos sobre el mito y el lenguaje, ed. Editorial 34. Acerca de En busca del tiempo perdido, la edición es de la editorial Globo.

* Françoise, fue (y es) la eterna “sirvienta” de Marcel, el narrador de Proust. Ella es el único personaje de la novela que le acompaña a lo largo de las más de dos mil quinientas páginas que forman el En busca del tiempo perdido


la tierra es redonda hay gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

Suscríbete a nuestro boletín de noticias!
Recibe un resumen de artículos

directo a tu correo electrónico!