por PAULO MARTÍN*
Consideraciones sobre la obra del traductor, entre otros, de Homero y Virgilio
“Se consuela Maranhão, también Atenas,/ que tomaron por antonomástica, nunca/ nunca volvió a la época de Pericles” (José Veríssimo).
Hablar de Manuel Odorico Mendes (1799-1864) es una temeridad, porque para parte de los críticos literarios, su nombre no es más que una nota al pie de página en un manual de historia de la literatura brasileña o, a lo sumo, su presencia restringida, si a modo de ejemplo. de mal gusto; en cambio, para otra parte de esta reseña, su nombre es sinónimo de espíritu pionero, capacidad técnica, audacia y competencia artística.
Al primer grupo se unieron nada menos que Antonio Candido y Sílvio Romero; a los segundos, Silveira Bueno, Haroldo de Campos, Antonio Medina Rodrigues, entre otros. En este sentido, no hay manera de basar nuestra opinión en el trabajo de Odorico Mendes, basándonos en las opiniones de otras personas, ya que ambos grupos exigen respeto y atención.
Maranhense, contemporáneo y amigo de Gonçalves Dias y maestro de Sousândrade (En su quesa errante, lo llamó “padre rococó”), poco nos dejó de su obra poética propiamente dicha. Esto, si imaginamos que el territorio de la traducción poética no es un género literario que carezca de la misma atención y rigor que los géneros tradicionales reciben de la teoría literaria. Como esta cuestión parece haber sido resuelta, la obra de Odorico Mendes debe considerarse enorme y digna de una cuidadosa observación.
Afiliado al posarcadianismo o al prerromanticismo, operó una tarea sin precedentes en la literatura portuguesa: la traducción poética de las epopeyas homéricas. Ilíada (1874) y Odisea (1928 – reeditado por Antonio Medina Rodrigues, en 1992 – Edusp) y todo el Virgílio que nos queda de la Antigüedad – el bucólico, Las Geórgicas e la eneida. Este último grupo de obras se denominó virgilio brasileño (1854 – única obra publicada en vida), algo curioso, ya que renombra obras clásicas como si fueran suyas, y efectivamente lo son. Esta obra maestra, la virgilio brasileño, fue reeditado por un grupo de estudiosos liderado por Paulo Sérgio de Vasconcellos de la Unicamp, en tres volúmenes con amplias notas y comentarios y publicado en 2008, Eneida y Bucolicas y en 2019, Geórgicas.
Las traducciones de Homero y Virgilio siguen siendo hitos para los estudios clásicos en los países de habla portuguesa. En primer lugar, por su destreza con el verso decasílabo, en segundo lugar, por su concisión, en tercer lugar, por su indiscutible conocimiento de las lenguas de origen, el griego y el latín, así como de la lengua de destino, el portugués.
Vale la pena hacer público aquí un caso muy comentado: Una vez, una persona acudió a un librero de renombre y le encargó la traducción de una de las epopeyas homéricas, más que rápido, el librero, conocedor de la fama de Odorico Mendes en los círculos académicos, me trajo las traducciones de Maranhão. Una semana después, el que lo había pedido, asustado, devolvió el trabajo, afirmando que para leer "eso" sería más fácil aprender griego antiguo.
Este, quizás, es el quid de los desacuerdos sobre Odorico Mendes. Su portugués es difícil, muy difícil, lo que lo hace casi insuperable, pero impecable. Esto es tan cierto que José Veríssimo aseguraba que sus versiones eran muy fieles, pero difíciles de leer.
Se necesita serenidad y persistencia para asimilarlo –características de los buenos lectores–, así como leer a Guimarães Rosa, James Joyce, Saramago, Ezra Pound, TS Eliot y Camões también requiere las mismas cualidades. Sin embargo, tras la etapa inicial de adaptación, el lector entra en contacto con joyas poéticas insuperables aún hoy, más de un siglo después de su publicación.
Además, hay pasajes donde la belleza y el buen gusto superan con creces la menor dificultad, como, por ejemplo, el símil homérico (Ilíada, Canto VI) sobre lo efímero de la vida: “(…) Como las hojas somos;/ Que a unos se los lleva secos el viento,/ A otros brotan primaverales y les crea la selva:/ Así nace y así acaba el ser humano gente".
De esta forma, los términos despectivos aplicados a Odorico Mendes parecen excesivos, especialmente cuando Sílvio Romero afirma que son “monstruosidades, escritas en portugués macarrónico”; o cuando Antonio Cándido lo tilda de “bestialógico” o considera su obra “preciosismo del peor gusto” o “pedantería arqueológica”, o un “ápice de la estupidez”.
La extrañeza por parte de estos críticos reside o bien en la descontextualización de la obra de Odorico Mendes, o lo que es peor, en la aplicación de conceptos anacrónicos que exigen al texto una cierta actitud que no se requería en el momento de su redacción, o en la falta de comparación con los originales que hace destacar las fantásticas soluciones de traducción.
De ahí que la consideración de Haroldo de Campos suene perfecta: “La aproximación pionera de Odori a los problemas de la traducción (tanto en la práctica de la traducción como en los apuntes teóricos que dejó al respecto) sólo puede evaluarse adecuadamente si destacamos, como rasgo llamativo de todo el trabajo de campo, la concepción de un sistema coherente de procedimientos que le permitiera helenizar o latinizar el portugués, en lugar de neutralizar el diferencia de estas lenguas originarias, restituyéndoles aristas sintácticas y léxicas en nuestra lengua”.
Sobre la misma base, Antonio Henriques Leal afirma que “sus versiones, estrictamente literales, fueron juzgadas indigestas cuando no ilegibles; opinión discutible en la medida en que el literalismo puede contribuir a forjar un nuevo léxico y adherirse al espíritu del original”.
Lo que observamos, cuando leemos las traducciones de Odorico Mendes, es una clara intención del proyecto traductor, hecho que recién fue tenido en cuenta en Brasil muchos años después de su muerte, cuando traductores como José Paulo Paes, Augusto y Haroldo de Campos, José Cavalcante de Souza, João Angelo Oliva Neto, Antonio Medina Rodrigues, Jaa Torrano y otros comenzaron a producir obras de traducción que seguían estrictamente un proyecto de traducción. En otras palabras, Odorico es un maestro traductor, avant la letra. Esto, por supuesto, no fue considerado por sus detractores.
Hay en su obra, por tanto, una línea directriz que se opera en todo el conjunto producido. Es coherente. Además, en sus textos traducidos hay un sinfín de referencias intertextuales que hacen emerger su universo de lectura, su paideia. Hablando rotundamente, su payeuma se hace visible Así, se puede decir que el resultado traducido ofrece más que la simple transposición de un texto de un idioma a otro, sino que posibilita una cierta recuperación crítica. Sería él, Odorico Mendes, poeta, crítico y traductor, a la vez, en la forma en que hoy reconocemos esta triple tarea. Lo que lo convertiría, en la jerga letrada, en un transcreador o recreador.
Acertadamente apunta Antonio Medina Rodrigues: “Las notas [a la traducción] incluyen no sólo observaciones sobre las obras completas de las grandes epopeyas, sino también sobre poetas como Camões, Ariosto, Milton, Tasso, Filinto Elísio, Chateaubriand, Chénier, Voltaire , Madame Staël, etc., como referencias comparativas, casi siempre vinculadas a la aclaración de problemas directa o indirectamente relacionados con la traducción”.
Sin embargo, para evitar un toque de anacronismo crítico, Odorico Mendes se limita a rescatar el antiguo concepto de emulación, en la medida en que el proceso inventivo, mimético por excelencia, observa la producción textual anterior y la recicla como reflejo del modelo a seguir. A menudo, incluso la cita es inmediata, ipsis literas, tal técnica, prevista retóricamente, crea una cierta complicidad entre autor y lector, ya que el primero cita para que el segundo reconozca, en broma.
De esta forma, tanto para los más modernos como para los más mayores, Odorico en esto es perfecto. En el primer caso, actuando como un transcreador que opera la tradición, formateando su universo crítico. En el segundo caso, un traductor que reconoce las prácticas retórico-poéticas que pasan por el trinomio: inventar, imitar y emular.
Desde otro punto de vista, el griego en más momentos que el latín, ambas lenguas de origen dentro de la fuente de traducción de Maranhão, ofrece una interesante curiosidad: la composición de las palabras. Esto hace que los textos homéricos sean extremadamente concisos y con una carga importante, ya que una sola palabra se compone de muchas otras. Así, dentro de una traducción, tendríamos que usar una frase en portugués para traducir una palabra.
Odorico fue el primero en resolver este problema, creando numerosos neologismos para acercar el texto portugués a los originales grecolatinos. Así, surge: “mar estéril”; “Júpiter altipotente”; “aquiles célepípedo”; “ojos inteligentes griegos”; “nubicogo Saturno”; “arciargent Phoebus”; “Aurora dedyrrosea”; “Nereida argentípeda”; “Juno Aurythronous”; etc.
Tales epítetos, lejos de la “bestialogía” de Cándido, se insertan delicadamente en el contexto, contribuyendo a la fluidez deseada por la épica, como en este discurso de Calypso en el Odisea (Canto V) “(…) Freme Calypso responde rápidamente:/ 'Eres toda cruel, envidiosa, celosa/ Que en su cama, a la intemperie, una diosa/ Mortal admite y ama y acepta marido./ Orión robado de Aurora dedirósea,/ Lo envidiasteis, dioses, Febe/ Casta y Auritronia lo derribasteis en Ortigia/ Con suaves flechas”.
Otra habilidad lapidaria es el manejo del verso decasílabo. Tanto los poemas épicos de Homero como los de Virgilio habían sido escritos en verso hexámetro dactílico (seis pies métricos cuya unidad mínima es el dáctilo o espondeo), medida que se aproxima al alejandrino (doce sílabas poéticas). Odorico Mendes, sin embargo, en moldes renacentistas, opta por el decasílabo (decasílabo) – verso típico de las epopeyas en portugués (Los Lusiads, Prosopopeya, Uraguay, Caramuru, Vila Rica, O Guesa, etc.). Silveira Bueno afirma al respecto en 1956: “Le dio al decasílabo toda la fluidez posible en una extensión tan pequeña de diez sílabas, desplazando la cesura de la cuarta y octava, acentuación par, a la tercera y sexta sílaba, acentuación impar”.
Esta opción le trajo un problema importante: la disminución del espacio versado. Es decir, el poeta-traductor, además de adaptar su versión a una lengua menos concisa que el griego y el latín, todavía reclamaba el derecho a reducir el espacio para realizar su traducción. Esto no es todo. Sus traducciones, limitadas por el tipo de verso elegido, son aún más concisas que el original. Odorico Mendes consigue encajar un pie de la talla 42 en un zapato de la talla 40 y el resultado es excepcionalmente cómodo. Este es el resultado traducido que no tiene nada de contenido y su tamaño es más pequeño que el original.
Así, al hacer una comparación con el original, se puede observar fácilmente la no linealidad entre el texto fuente y el resultado final (el Odisea en el original tiene 12.106 versos, mientras que su versión tiene 9.302). Esta hazaña, si por un lado dificulta la operación de comparación para quienes no tienen acceso al idioma de origen, por otro lado, afirma la indiscutible habilidad del maestro traductor con el sistema de medición y con lo que se espera. de buena poesía, concisión.
El mundo de la traducción en Brasil, a pesar de los escasos intentos, aún hoy es incipiente, especialmente si se observan los clásicos grecolatinos. En otros países, especialmente en los centrales, existe lo que llamamos una tradición de traducción. Diacrónicamente, se suman series de traducciones de un mismo texto. De esta manera, las imperfecciones, los errores y las vacilaciones -y al fin y al cabo, como diría Horacio, hasta que Homero se duerma- se corrigen de generación en generación.
Esto aún no ha ocurrido en Brasil, dado que para las obras homéricas y virgilianas tenemos pocas traducciones en verso (Odorico Mendes y Carlos Alberto Nunes, a quienes siguieron Haroldo de Campos, Trajano Vieira y Christian Werner, por mencionar algunos). En este sentido, aunque las afirmaciones despectivas sobre la obra de Odorico Mendes fueran ciertas (y no creo que lo sean), su pertinencia ya estaría puesta a prueba, ya que fue el primero en perpetuar en lengua vernácula las obras fundacionales. de la civilización occidental, además de presentar caminos importantes en la difícil vida del traductor.
Además, deja que el palo de rosa aurora haz que tus textos hablen, pues sólo el tiempo y las letras pueden demostrar su importancia primordial; además, ¡Fiat iustitia et pereat mundus! (¡Que se haga justicia aunque el mundo perezca!).
paulo martins es profesor de letras clásicas en la USP. Autor, entre otros libros, de La representación y sus límites (Edusp).
Publicado originalmente en el Saturday Journal of Periódico, el 30 de enero de 1999.