por PIERO DETONI*
O Nietzscheanismo singular en la obra del médico y educador sergipeano
Latinoamérica: males de origen (1905), del médico y educador sergipe Manoel Bomfim, todavía es capaz de posibilitar una (re)lectura coherente de los planos de la historicidad enredados con la experiencia nacional, algo que ciertamente involucra los significados del ser y del no ser brasileño. ). La lectura de este texto matriz puede configurar, de alguna manera, lo que somos y lo que aún podemos ser. Como dijo Luiz Costa Lima: “Clásico es el texto plástico, capaz de adaptarse a diferentes 'verdades', sin parecer sujeto a una sola” (LIMA, 2006, p. 242).
En este sentido, al descomponer la estructura narrativa del conocido ensayo, percibimos diferentes formas de elaborar la temporalidad que subyace en el alba republicana. Sin embargo, un referente que aún no ha sido investigado por la fortuna crítica del libro, que es el de Friedrich Nietzsche.[i] Hay un nietzscheanismo subterráneo, aunque difuso y reconfigurado, moviendo parte de la trama del libro.
Sin embargo, cartografiar las huellas de esta filosofía en el célebre ensayo no es tarea sencilla, ya que se mezclan con otros registros bibliográficos, muchos de los cuales son antagónicos. El eclecticismo de Manoel Bomfim le hizo transitar por diferentes líneas de pensamiento, atravesándolas aunque al principio pareciera contradictorias. Además, la obra en cuestión tiene una particularidad formal: Manoel Bomfim parece no haberse preocupado por referenciar cuidadosamente a los autores movilizados en la obra, y pasajes de libros se adjuntaban al texto principal sin una distinción visual consistente. Muchos de ellos tienen comillas, pero no se sabe a quién pertenecen.
Conceptos, categorías y nociones se mueven en el trabajo sin conocer su origen. En cualquier caso, sí hay un nietzscheanismo único en Manoel Bomfim, ya que consideramos el proceso de lectura como un ejercicio inventivo y creativo. El lector resignifica el plano discursivo, dado que la interpretación es un horizonte no restrictivo. La lectura es “una práctica creativa que inventa significados y contenidos únicos, no reducibles a las intenciones de los autores de los textos o de los productores de los libros” (CHARTIER, 1992, p. 214).
Por otro lado, es posible que el Nietzsche de Manoel Bomfim se inserte en lo que Luiz Costa Lima llamó la precariedad del sistema intelectual brasileño. La lectura nietzscheana del autor debe entenderse dentro de los horizontes de la “cultura auditiva”, parte constitutiva de este sistema. Las ideas de Nietzsche, en diálogo con la auditividad, pueden haber sido movilizadas para incitar a la persuasión, a través de la puesta en escena, como una forma de hacer receptivo al público, considerando que el filósofo se estaba dando a conocer en esa generación. Lo que sugiere Luiz Costa Lima es la posibilidad del uso retórico de ciertas ideas como forma de prefigurar al lector.
Manoel Bomfim no necesitaría, desde la perspectiva de la audibilidad, demostrar racionalmente las ideas de Nietzsche. Lo importante era convencer, independientemente de los medios teóricos utilizados para hacerlo (LIMA, 1981). Esta disposición del sistema intelectual brasileño puede resultar una vía muy fructífera para rastrear parte del pensamiento de Nietzsche en América Latina, considerado por el propio Manoel Bomfim como un constructo “original”.
Sobre las desventajas de la historia para la vida: el conservadurismo como lastre
La constatación, además de un vocabulario nietzscheano inscrito en el libro, de afinidades electivas parece creíble. De este modo, exploraremos tanto las apropiaciones de esta filosofía realizadas por Manoel Bomfim como las posibles distancias entre ambos pensamientos. Nietzsche y el intelectual brasileño dialogaron sobre el sentido del devenir histórico, especialmente en lo que se refiere al papel restrictivo (y reactivo) del pasado, responsable de inmovilizar la vida y la acción de los seres humanos en los planos de la existencia, imposibilitándolos para actuar libremente. El tono de crítica presente en el libro brasileño de 1905 parece haber cambiado poco en relación con lo que escribió Nietzsche en El nacimiento de la tragedia (1872), en el segunda consideración extemporánea (1874) y en Así habló Zaratustra (1883): el lastre de la historia erradicaría el futuro (WHITE, 1994).
Hay citas directas de Nietzsche, pero Manoel Bomfim no dijo qué libros leyó específicamente. Rastreamos una cierta capilaridad del léxico nietzscheano movilizada por el autor a través de inferencias intertextuales. En uno de los pasajes en los que aparece el filósofo, percibimos las desventajas de la historia para la vida en América Latina: “Nietzsche tiene razón cuando dice que el irrespeto y la falta de respeto son una condición esencial para todo progreso. Las naciones sudamericanas tienen que recomponer toda su vida política, administrativa, económica, social e intelectual; si no quieren morir estancados, mezquinos y ridículos, tienen que librar una lucha sistemática, directa, formal, dirigida conscientemente contra el pasado” (BOMFIM, 2005, p. 178).
El pasaje en cuestión activa toda una red de conclusiones nietzscheanas sobre el sentido de la historia que estaban en consonancia con la trama de América Latina. La “carga del pasado”, para usar la conocida interpretación de Hayden White, sería la encargada de evitar el dinamismo de la vida, impidiendo la elevación de los espíritus libres. Los autores colocados aquí en modo afinidad fueron críticos con el conservadurismo impuesto por las labores del pasado, responsables de la estática del devenir, impasibles al servicio, entonces, de la vida humana; elaborándose repetidamente sin que se pueda extraer una sensación de cambio. Manoel Bomfim quería, tal como afirmaba Nietzsche, trascender el exceso de la historia: “y nosotros, si no queremos ser devorados, debemos volar, despojados de todo el equipaje que llena a los espíritus perezosos” (BOMFIM, 2005, pág. 179).
Pero que quede claro: no queremos asimilar a Manoel Bomfim como un nietzscheano sentido estricto. Los vestigios nietzscheanos en América Latina son multidireccionales, y si bien vemos en el ensayo las ideas de “carga de la historia” y conservadurismo, no aparecen de manera “pura”, sino conectadas de las formas más distintas con otras corrientes de pensamiento. Por ejemplo: es posible que, en determinadas situaciones, las huellas nietzscheanas se acerquen al darwinismo social en términos de la semántica de la “lucha por la vida”.
En definitiva, es contraproducente optar por una línea de apropiación frente al eclecticismo universalista de Bomfim. Para Roberto Ventura, la “unidad de saberes” buscada por los autores desde 1870, a diferencia de la especialización disciplinaria que definirá los patrones intelectuales a partir de mediados del siglo XX, exigía un modelo de escritura que hiciera posible “una concatenación ecléctica de teorías y saberes dispares, presentado como conocimiento 'universal'” (VENTURA, 1991, p. 41).
De todos modos, existe un concepto creado por Bomfim capaz de conectar los reflejos de América Latina con ideas nietzscheanas sobre la “carga de la historia”. Esto es conservadurismo. Designa una forma de actuar socialmente, que en este caso fue transmitida a las élites gobernantes por los colonizadores ibéricos. Su carga semántica indica una aversión al cambio por parte, principalmente, de los políticos latinoamericanos. Según el ensayista: “No soportan que las cosas cambien” (BOMFIM, 2008, p. 116).
Estos responsables de la administración pública local fueron incapaces de percibir el principio más básico de la transformación histórica: la evolución. “En la práctica, todos estos hombres de las clases dominantes son esclavos pasivos de la tradición y la rutina; actúan sólo para oponerse a toda innovación efectiva, a toda transformación real y progresiva” (BOMFIM, 2008, p. 116). Podría decirse que esta forma de afrontar el pasado infundía sentimientos de miedo y hasta de pereza, pues lo “guardaban” porque creían que así evitarían la desgracia y los imprevistos.
Se reivindicó una suerte de “pasado monstruoso”, que de una forma u otra inmovilizaba el presente y habitaba arbitrariamente el futuro. Veamos sólo el despliegue de esta forma de elaborar el tiempo histórico en la política latinoamericana: “La historia nos mostrará que, en las nacionalidades sudamericanas, aún antes de la plena independencia, ya aparece un partido “conservador”, que pesa decisivamente en la marcha de los asuntos públicos. (BOMFIM, 2008: 116-117).
Es cierto que la reflexión de Nietzsche se centró en el historicismo, en su forma y contenido. El exceso de historia aparecería como una disfunción social. Aquí se hizo una crítica a la conservación del pasado, que en proporciones desmesuradas entorpecería la actividad de los individuos. No fue casualidad que el filósofo hablara incluso de odio por la historia (WHITE, 1994). La percepción de Nietzsche del tiempo histórico era contraria a la estática del pasado.
Para el filósofo de Röcken, como lo fue para Manoel Bomfim, deberíamos imprimir un registro crítico del presente. De este modo, la historia vendría a asimilarse como la conciencia del devenir de las cosas. Esto resultó ser fundamental para que los estudiosos brasileños se volvieran contra el conservadurismo sudamericano congénito. En cierto modo, la crisis del sujeto ante el pasado se establecería a partir del momento en que la fuerza plástica del devenir se presenta, entonces, debilitada ante el ascenso del instinto anticuario que elegiría no la vida, sino la verdad como adecuación, lo que podría ser percibido, en diálogo con Manoel Bomfim, como una norma social disciplinada.
Pero, ¿qué pretendían, en opinión de Manoel Bomfim, para preservar estas clases dominantes? La respuesta a esta pregunta es uno de los caminos que permite, en teoría, verificar una apropiación de la semántica nietzscheana en Latinoamérica: males de origen. En el caso aproximado exploró la sociología del francés Gabriel Tarde. El pasado, manifestado en forma de conservadurismo, impediría la vida y el progreso, tomado únicamente como sinónimo de superación. Habría sumisión a la voluntad de algún horizonte anticipatorio del destino (¿metafísico?) de la experiencia. Debe emprenderse una lucha contra la rigidez del campo de acción humano debido a un control conductual derivado de la tradición.
Según Manoel Bomfim: “Sólo si es sólo la decadencia, la resignación social, y todo lo demás que nos ata al pasado, se opone obstinadamente a la vida y al progreso, que no es más que la pérdida incesante de los hábitos, la lucha contra las costumbres establecidas, la adopción de lo que está de moda y de lo nuevo, frente a la tendencia de los vagos y tímidos a imitar la historia” (BOMFIM, 2008, p. 117).
El ensayista nororiental creó una imagen para retratar esta forma de vivir el tiempo: la de sujetos plantados como árboles, en los que la extensión de las raíces impedía que las cosas se transformaran a su alrededor. Esta disposición hacia la vida implicaba la parálisis del devenir, la imposibilidad de percibir las cosas en el mundo en constante transformación. El pasado reinaría a través del signo de la repetición inmovilizadora.
Manoel Bomfim aclaró entonces su “carga de la historia”: “No se conforman con estar inmóviles; quieren que el mundo entero se petrifique y que la vida deje de ser una evolución y sea sólo una repetición, para que mañana vean lo que ven hoy, y lo que vieron ayer, estancamiento universal” (BOMFIM, 2008, p. 117). Es perfectamente creíble que verifiquemos esta apropiación de Nietzsche por parte de Bomfim porque es en el contexto de este argumento que encontramos la referencia directa a Nietzsche en el texto. Esta obsesión conservadora, muy probablemente extraída de una lectura difusa del filósofo de Röcken, sería un sentimiento que arrastraba la actuación y acción de nuestros políticos.
Podemos ser más explícitos sobre la “carga de la historia” que afecta a nuestros agentes públicos: “Los sentimientos, y las costumbres, que se inspiran en ellos, son siempre retardados, en relación con la inteligencia” (BOMFIM, 2008, p. 118). La conservación no podría constituirse, en este sentido, como una acción activa de nadie, ya que este movimiento demostraría pasividad. El pasado no debe tomarse como sustantivo, sino como adjetivo. Disposición que rompería con sus imposiciones arbitrarias. Deben fomentarse esfuerzos conscientes para cambiar el significado del devenir humano. Esta disposición proporcionaría a los sujetos un verdadero autoconocimiento, moldeándose a sí mismos, no estando, por tanto, determinados por el pasado.
En este sentido, “La grandeza del hombre se expresa en el esfuerzo constante por comprender mejor sus necesidades, por conocer algo nuevo; continuar, conservar es obra de muertos; vivir es añadir algo a lo que existe, eliminar lo que ya no conviene” (BOMFIM, 2008, p. 118). Esta decrepitud temporal, el trabajo de preservación del pasado, en el que la transmisibilidad de la cultura inmovilizaba el presente y prefiguraba el futuro, devastó a los agentes públicos. Esto fue un lastre, admitió Manoel Bomfim, de la herencia colonial.
El pasado ibérico se presentaba como una Medusa, y esto tenía fuertes implicaciones sociales. El conservadurismo de las clases dominantes se materializó en la defensa de los privilegios de grupo, promoviendo ventajas, abusos e iniquidades. Dondequiera que el pasado operara de forma conservadora habría un privilegio que se desearía mantener. “Sociedad parada, estacionada, es sinónimo de acabada y agotada” (BOMFIM, 2008, p. 119). Lo correcto sería la búsqueda de un camino que permitiera el desbordamiento vital del devenir, que en definitiva significaría transformación en todos los sentidos, camino que abriría condiciones para la satisfacción de nuevas necesidades y camino posible para las reformas reclamadas.
En última instancia, no se debe impedir el desarrollo del devenir conservando el pasado. Además de esta acción de imposibilitar la dinámica de la vida, fue fuente de mantenimiento de las desigualdades sociales y de las prerrogativas de clase. “Los rectores suponen sofocar el futuro que se avecina, bajo el peso de viejas y distorsionadas verdades, inferidas de realidades extinguidas – abstracciones muertas, marcos vacíos, porque la vida ya es diversa, siempre nueva, siempre cambiante” (BOMFIM, 2008, p. 120) . En otro pasaje vemos los efectos nocivos de la historia sobre la vida, que Manoel Bomfim proyectó para comprender el conservadurismo de los líderes sudamericanos, sujetos que utilizaron la tradición como forma de dominación: “Para justificar este conservadurismo intrascendente, se hace un llamado a todos fórmulas de sentido común; no el sentido común que se inspira día a día en las necesidades reales, sino un sentido común que viene de padres e hijos, por herencia y tradición, el sentido común de otras épocas, referido a cosas y necesidades que ya no existen” (BOMFIM, 2008, pág. 121).
Pero no sólo los dirigentes se vieron afectados por la parálisis impuesta por el pasado histórico, que en el caso de estos agentes fue manipulado en beneficio propio y de clase. La sociedad misma en su conjunto era conservadora en sus complejidades de comportamiento. El pasado, el arcaísmo, se sobrepone a las demás temporalidades, haciendo estáticos los planos de la historicidad, imposibilitados de dinamizarse plásticamente como vida.
Manoel Bomfim sostiene que “estas sociedades son generalmente archivos de instituciones y costumbres arcaicas con etiquetas modernas; un glosario moderno que designa un mundo obsoleto. La edad antigua ha sobrevivido en absoluto. Las instituciones permanecen sin cambios, a través de múltiples revoluciones políticas; cada uno de ellos es un fenómeno arqueológico, cuando no es un fósil cuya clasificación sería muy difícil, si su filiación no existiera en la historia” (BOMFIM, 2008, p. 122).
El conservadurismo fue una herencia colonial, y fomentó su principal vector: el “parasitismo social”, es decir, la dinámica de explotación que movió la historia de América Latina. Sería característica del parasitismo, desde el momento en que un “organismo” social comienza a vivir a expensas de otro, la aversión a la transformación, que define la progresividad del desarrollo histórico. La dinámica parasitaria no veía la necesidad de cambiar, no quería cambiar la situación, ya que eso significaría cambiar la statu quo. Vemos, entonces, el eclecticismo de Bomfim añadiendo trazos nietzscheanos, manifiestos en la percepción del lastre de la historia, con una lógica explicativa organicista de la sociedad.
El pasado, que se materializa en la tradición, debe estar al alcance de hombres y mujeres a través de un movimiento que brinde oportunidades para el develamiento asertivo del devenir histórico, lejos de ser el principal protagonista de la historicidad humana. Es decir, la propia facticidad de la existencia exigía formas plásticas (y activas) de relación con la temporalidad, dado que nada habría que perder con los horizontes de transformación, ya que incrustados en la deviniencia de la experiencia, en el ritmo de tal mutaciones, individuos o sociedades, podrían abrirse a mundos (im)posibles, haciendo del pasado una instancia no estática.
“Cuando el sentido de un pueblo se endurece de esta manera, cuando la historia sirve de tal manera a la vida pasada, cuando el sentido histórico ya no conserva la vida sino que la momifica: entonces el árbol muere naturalmente, de arriba abajo, poco a poco hacia las raíces – al final, hasta las raíces perecen juntas” (NIETZSCHE, 2003, p. 28).
En esa dirección, la teorización de Nietzsche, comprobada empíricamente por Manoel Bomfim, indicaba la posibilidad del pasado paralizante de la existencia. Así, y los dos autores estaban de acuerdo, habría que negarlo para poder sumergirse en la experiencia y extraer de ella las condiciones para una vida afirmativa. Así, los sujetos debían descargarse del pasado, movimiento que posibilitara la emergencia del presente y sus demandas, que una vez vividas se convirtieron, una vez más, en el puntal de la dinamicidad de la historicidad humana.
*Piero Detoni Doctor en Historia Social por la Universidad de São Paulo (USP).
Referencias
BOMFIM, Manuel. América Latina: males de origen. Río de Janeiro: Centro Edelstein de Investigaciones Sociales, 2008.
CHARTIER, Roger. Textos, imprenta, lectura. En: HUNT, L. (org.). La nueva historia cultural. SP: Martins Fontes, 1992.
LIMA, Luis Costa. Sobre la existencia precaria: el sistema intelectual en Brasil. En: _____; Demanda dispersa: ensayos sobre literatura y teoría. Río de Janeiro: Librería Francisco Alves, 1981.
NIETZSCHE, Friedrich. Segunda consideración extemporánea: sobre la utilidad y el inconveniente de la historia para la vida. Trans. Marco Antonio Casanova. Río de Janeiro: Relume Dumara, 2003.
VENTURA, Roberto. Estilo tropical: historia cultural y controversias literarias en Brasil. 1870-1914. São Paulo: Companhia das Letras, 1991.
BLANCO, Hayden. La carga de la historia. En:_____. Trópicos del discurso: ensayos de crítica de la cultura. San Pablo: Edusp, 1994.
Nota
[i] Cabe decir que la señal para la recepción de Nietzsche en Bomfim fue señalada por el historiador Luiz Carlos Bento en su tesis doctoral (2015).
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