Maniobras de sucesión en la cima de la dictadura

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por JOÃO QUARTIM DE MORAES*

Ernesto Geisel fue el único, entre los cinco dictadores generales, que se comprometió a impulsar un plan de desarrollo industrial egocéntrico y que se atrevió a decir no al hegemonismo estadounidense.

El 31 de agosto de 1969, menos de nueve meses después de haber firmado, el 13 de diciembre de 1968, el nefasto Acto Institucional N° 5, que atribuía poderes discrecionales, de vida o muerte a la cúpula del régimen, el general Costa y Silva, presidente de la dictadura militar, sufrió un derrame cerebral que lo destituyó de su cargo.

El vicepresidente Pedro Aleixo era un líder político de la derecha tradicional que se había destacado en la ofensiva golpista que derrocó a João Goulart el 1 de abril de 1964. Sin embargo, los ministros del Ejército (Lyra Tavares), de la Fuerza Aérea (Souza e Melo ) y la Armada (Rademaker), informaron a Pedro Aleixo que no asumiría la presidencia, porque se había opuesto a AI-5. Se había opuesto, pero no mucho, hasta el punto de que siguió siendo vicepresidente.

La verdadera razón fue el hecho crudo y desnudo de que el poder soberano era un monopolio de la dirección militar. Admitir que la presidencia de la dictadura estuviera ocupada por un político civil sería romper este monopolio. Quienes pensaron en mejorar el vocabulario político introduciendo la moda “dictadura cívico-militar” para aclarar que los capitalistas apoyaban activamente a la dictadura, sólo mostraron su propia confusión entre la instancia que ejercía el poder del Estado (la cúspide de la burocracia militar) y la clase dominante, cuyos intereses generales de clase estaban al servicio de esta cumbre.

Después de golpear en la cara a Pedro Aleixo en la puerta de la presidencia, ignorando descaradamente la Constitución de 1967 (un monstruo constitucional que el propio régimen había concedido, intentando estabilizar jurídicamente un liberalismo de derechas militarmente protegido), el trío de generales ultrareaccionarios publicado el 31 de agosto más un Acta Institucional, núm. 12, otorgando plenos poderes a una junta de gobierno formada por ellos mismos.

Pocos días después (4 de septiembre), un comando de dos organizaciones del movimiento de lucha armada (ALN y MR-8) secuestró en Río de Janeiro al embajador de Estados Unidos, Charles Burke Elbricht, exigiendo la liberación de quince prisioneros para poder liberarlo a los políticos, así como la publicación completa de un manifiesto denunciando al régimen y presentando un resumen de la plataforma de resistencia clandestina en la televisión nacional. La Junta, que aún no había logrado obtener el apoyo de la masa de oficiales para el nuevo golpe oficializado en el Acto 12, estaba dispuesta a todo para salvar al embajador del Imperio.

Cedió a las demandas de los revolucionarios, quienes, a su vez, liberaron a Burke Elbricht. Sin embargo, un grupo de oficiales extremistas, bajo las órdenes del coronel Dikson, que comandaba una brigada de paracaidistas, intentaron impedir que los 15 prisioneros liberados navegaran hacia México. El intento fracasó, pero los amotinados ocuparon una emisora ​​de radio desde donde lanzaron una proclama “al pueblo y a los militares” instándolos a protestar contra lo que la prensa francesa calificó como una “humillación sin precedentes” del régimen (cf. Le Figaro del 6 al 7 de septiembre y Le Monde 8 de septiembre de 1969).

La prensa estadounidense trató el asunto con comprensible discreción. Los extremistas del coronel Dikson pronto fueron arrestados, pero el motín demostró cuán graves eran las tensiones en el ejército.

En esta situación crítica, la Junta se apresuró a transferir el liderazgo de la dictadura a un nuevo presidente general. Para elegirlo adoptó el mismo principio utilizado para impedir la toma de posesión de Pedro Aleixo, pero esta vez asumió explícitamente: el poder soberano para decidir en última instancia pertenecía a la dirección de las Fuerzas Armadas. La selección se realizó a través de un “sui generis” en dos etapas, que merece figurar en los registros de la usurpación militarista de la soberanía popular.

En una primera etapa se trataba de decidir quiénes tendrían derecho a votar y ser votados: todos los generales de las Fuerzas Armadas o sólo los generales de cuatro estrellas. Autorizar la candidatura de generales con menos de cuatro estrellas plantearía un problema de jerarquía: sería difícil, en la lógica de la burocracia uniformada, aceptar la hipótesis de que un general de brigada o de división se convierta en comandante supremo.

Pero la corriente política más articulada, con mucha influencia entre los oficiales jóvenes, fue la de los nacionalistas vinculados a la división general (tres estrellas) Albuquerque Lima. Se decía que al menos una parte de esta corriente simpatizaba con el régimen militar progresista y reformista instaurado en el Perú el 3 de octubre de 1968 mediante un “pronunciamiento” militar comandado por el general Velasco Alvarado, que nacionalizó el petróleo, hasta entonces saqueado descaradamente por una rama del fideicomiso Esso y promovió una verdadera reforma agraria, distribuyendo tierras de propiedad de los terratenientes a los campesinos.

El Ministro del Interior de Costa e Silva, Albuquerque Lima, había dimitido de su cargo en protesta por el recorte de los fondos destinados a ayudar al Nordeste. Aceptó la Ley 5 con el argumento de que podría servir como instrumento para reformas sociales. Eliminarlo de la disputa exacerbaría las tensiones hasta un punto que la Junta consideró peligroso. Parecía la mejor decisión dejarlo correr. Demostró su fuerza triunfando ampliamente en la Armada (59 votos contra sólo 7 de Garrastazu Medici).

En la Fuerza Aérea, los votos se dividieron en proporciones similares entre Garrastazu Medici, Albuquerque Lima y Orlando Geisel. Almirantes y brigadistas votaron en una reunión conjunta en la sede de sus respectivos ministerios, dejando el resultado indiscutible. En el Ejército el proceso fue turbulento. Los votantes estaban dispersos por todo el territorio nacional. En algunos lugares, los oficiales de rango medio participaron activamente en las discusiones, en otros no tenían ni voto ni voz.

Garrastazu Medici fue considerado ganador, pero Albuquerque Lima protestó acusando a Lyra Tavares de haber manipulado la votación. Para resolver el estancamiento, la Junta convocó una “segunda vuelta” de elecciones, restringida a miembros del Alto Mando militar. Garrastazu Medici salió victorioso.

Existe cierto consenso en los estudios sobre la dictadura militar brasileña respecto del acuerdo entre los generales que apoyaron el nombramiento de Garrastazu Medici y el grupo denominado castelista que pretendía retomar el proyecto del primer dictador, Castelo Branco (1964-1967), de avanzar hacia la “normalización” política. Los hermanos Orlando y Ernesto Geisel, jefes castelistas, apoyaron a Garrastazu Medici a cambio del compromiso de que uno de ellos lo sucedería en 1974. El compromiso quedó garantizado con el nombramiento de Orlando Geisel al Ministerio del Ejército.

Los periódicos dominantes, que son los periódicos de la clase dominante, dieron una calurosa bienvenida al nuevo jefe del régimen. EL Prensa en Brasil Destacó el panorama optimista anunciado por Garrastazu Medici al declarar que esperaba “restablecer la democracia al final de mi mandato”. Frase vacía, porque durante su mandato fue patrono de la tortura y los llamados asesinatos selectivos, dando carta blanca a los “tigres” de la maquinaria represiva del Estado para aniquilar la resistencia clandestina y aterrorizar a la oposición. En 1974, al finalizar su mandato, la resistencia armada urbana había sido completamente exterminada y la guerrilla rural de Araguaia vivía sus últimos momentos.

Al frente del Ministerio del Ejército, Orlando Geisel hizo lo necesario para que la banda presidencial fuera transmitida a su hermano Ernesto en marzo de 1974. Para evitar que la corriente nacionalista, que seguía ejerciendo influencia sobre el oficialismo, perturbara la cumbre De acuerdo con Medici, impidió que Albuquerque Lima recibiera la cuarta estrella, lo que le obligó a retirarse como general de división. El 15 de marzo de 1974 su hermano Ernesto Geisel asumió el mando de la dictadura.

Fue el único, entre los cinco dictadores generales, que se comprometió a promover un plan de desarrollo industrial egocéntrico y que se atrevió a decir no al hegemonismo estadounidense. Las contradicciones y paradojas de su política llevaron a un periodista con aptitud para las fórmulas dialécticas a describirlo como “el maestro cerrado de la apertura”.

*João Quartim de Moraes Es profesor titular jubilado del Departamento de Filosofía de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Lenin: una introducción (Boitempo) [https://amzn.to/4fErZPX]

Para leer el primer artículo de esta serie, haga clic https://dpp.cce.myftpupload.com/ernesto-geisel-o-controle-da-oposicao-democratica/


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