por LEONARDO BOFF*
Podemos destruir toda la vida visible tal como la conocemos; pero también podemos ser portadores de un futuro de esperanza, garantizando una nueva forma de vivir en nuestra Casa Común
En todas las épocas, desde la antigüedad, como la invención del fuego, aparecen imágenes del fin del mundo. De repente, el fuego podía quemarlo todo. Pero los humanos lograron domar los riesgos y evitar o posponer el fin del mundo. Actualmente no es diferente. Pero nuestra situación tiene una singularidad: de hecho, no en la imaginación, podemos destruir efectivamente toda la vida visible tal como la conocemos. Construimos el principio de autodestrucción con armas nucleares, químicas y biológicas que, cuando se activan, pueden de hecho eliminar la vida visible en la Tierra, salvaguardando los microorganismos que quintillones de quintillones se esconden bajo el suelo.
¿Qué podemos hacer ante este posible Armagedón ecológico? Sabemos que cada año miles de especies de seres vivos, llegando a su clímax, desaparecen para siempre después de haber vivido millones y millones de años en este planeta. La desaparición de muchos de ellos se debe al comportamiento voraz de una parte de la humanidad que vive en el superconsumismo y se encoge de hombros ante posibles desastres ecológicos.
¿Será que nos ha llegado el turno de ser eliminados de la faz de la Tierra, ya sea por nuestra irresponsabilidad o porque ocupamos casi todo el espacio de la Tierra de forma hostil pero agresiva? ¿No habríamos creado así las condiciones para un no retorno y por tanto para nuestra desaparición?
Todo el planeta, dicen algunos microbiólogos (Lynn Margulis/Dorion Sagan), sería una especie de “placa de Petri”: son dos placas que contienen bacterias y nutrientes. Cuando se dan cuenta de su agotamiento, se multiplican con furia y, de repente, todos mueren. ¿No es la Tierra una placa de Petri con nuestro destino similar al de estas bacterias?
Efectivamente, los humanos ocupamos el 83% del planeta, hemos agotado casi todos los nutrientes no renovables (el sobregiro de la tierra), la población ha crecido, en el último siglo y medio, exponencialmente y así entraríamos en la lógica de las bacterias en la “placa de Petri”. ¿Nos encontraríamos inevitablemente con un final similar?
Como somos portadores de inteligencia y medios técnicos, además de valores relacionados con el cuidado de la vida y su preservación, no seríamos capaces de “retrasar el fin del mundo” (en expresión del líder indígena Ailton Krenak ) o para “escapar del fin del mundo”, expresión utilizada por mí? No olvidemos la severa advertencia del Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2021): “estamos todos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie”. Tenemos que cambiar, de lo contrario nos enfrentaremos a un desastre ecológico y social sin precedentes.
Agrego algunas reflexiones que nos apuntan a una posible salvaguarda de nuestro destino, de la vida y de nuestra civilización. La declaración reciente de Edgar Morin parece esperanzadora:
“La historia ha demostrado repetidamente que la aparición de lo inesperado y la aparición de lo improbable son plausibles y pueden cambiar el curso de los acontecimientos”. Creemos que ambos - el inesperado y el plausiblel – son posibles. La humanidad ha pasado por varias crisis de gran magnitud y siempre ha sabido salir mejor. ¿Por qué sería diferente ahora?
Además, está en nosotros lo que usó el Papa en la citada encíclica: “Os invito a la esperanza que nos habla de una realidad enraizada en lo más profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que se encuentre. él vive” (n. 55 ) Este principio de esperanza (Ernst Bloch) es fuente de innovaciones, nuevas utopías y prácticas salvíficas.
El ser humano es movido por la esperanza y se presenta como un ser utópico, es decir, un proyecto infinito. Siempre se puede elegir un camino de salvación, porque el deseo de más y mejor vida prevalece sobre el deseo de muerte.
Generalmente, este nuevo tiene la naturaleza de una semilla: comienza en pequeños grupos, pero lleva la vitalidad y el futuro de cada semilla. De ella brota lentamente lo nuevo hasta ganar sustentabilidad e inaugurar una nueva etapa del experimento humano.
Los nuevos Noahs están trabajando en todas partes del mundo, construyendo sus arcas salvadoras, es decir, ensayando una nueva economía ecológica, producción orgánica, formas solidarias de producción y consumo y un nuevo tipo de democracia popular, participativa y ecológico-social. .
Son semillas, portadoras de un futuro de esperanza. Ellos son los que podrán garantizar una nueva forma de habitar la Casa Común, cuidándola, incluidos todos los ecosistemas, viviendo, quién sabe, el sueño andino de buen vivir y convivencia.
*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Cuidando la Tierra – Protegiendo la Vida: Cómo Escapar del Fin del Mundo (Registro).