Lula o Bolsonaro

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Por Tarso Genro*

¿Cuáles son las mediaciones que los líderes de las corrientes de opinión legan a sus subordinados? ¿Cuáles son sus responsabilidades a la hora de crear impulsos de muerte o de vida, generosidad que ve a los demás como iguales o indiferencia hacia el futuro? ¿Cómo el mundo posmoderno interrumpe la creatividad popular, a través de una educación alienada que convierte el odio en argumento?

En este artículo, me baso en el hecho histórico de la vida real, que Lula significa la política de la vida y Bolsonaro la política de la muerte y el deseo de oprimir: estos son los dos extremos reales que mueven a la gente en los tiempos de hoy.

Enzo Girardi (En: nueva sociedad, Fundación Ebert, n. 283) dice que “la subjetividad que construye la sociabilidad en red es autorreferencial (y) es autorrepresentación, lo que debilita la idea de comunidad y los sentimientos de empatía que paralizan el sentido de adhesión, la disposición a la lealtad, necesarios para articular la representación”. Girardi toca así un punto crucial en la crisis de la democracia liberal-representativa. Y en proceso de formación de opinión en una sociedad de brutales desigualdades y robots, sembrados para controlar y despertar emociones teledirigidas contra la vida democrática.

La mayoría de los partidos ya han visto a sus gobernantes debilitados en su legitimidad para gobernar, poco después de asumir los cargos por los que se postularon, inmediatamente bombardeados tanto por la prensa como por las “redes”. No está mal si se estableciera una paridad de armas -entre agredidos y agresores- o si los mensajes criminales fueran auditados (de ambos lados) y seguidos de reparaciones públicas a los difamados, lesionados o calumniados.

Esto suele ocurrir por diferentes motivos y es frecuente, sobre todo con gobernantes de izquierda, cuando intentan tocar los privilegios de las clases altas. Fue el momento en que se convirtieron en blanco de la descalificación -directa y rápida- tanto por la robotización de la opinión manipulada por las agencias de inteligencia del Imperio, como por las cadenas de comunicación de los medios tradicionales, asociadas a las reformas liberales.

Compárese, en los medios nativos -por ejemplo-, el tratamiento que se le da a la personalidad política que moldea Bolsonaro -fascista y necrófila- con el trato que se le da a Lula cuando era Gobierno, con su estilo dialógico y humanista.

Este asedio de mensajes democráticos y libertarios fue común -por medios primitivos- en los albores de la sociedad moderna. El bloqueo allí se debió a la prohibición de la cultura a las clases populares, mitigado luego en el resto socialdemócrata, cuando ya se conjugaba fuertemente la democracia con la distribución de la renta. Ahora bien, tal prohibición ya se da de manera más sofisticada, con el impulso de los medios de comunicación corporativos, dedicados a la criminalización de la política, cuando las virtudes del egoísmo y el dolor (por los demás) empiezan a aniquilar las virtudes de la solidaridad en lo Social. estado

Creo que los partidos y otras organizaciones de izquierda aún no nos hemos equipado –teórica y materialmente– para cambiar los modos tradicionales de hacer política. Nos quedamos con los largos y tediosos análisis de “coyuntura” en una sociedad del lenguaje twitter; defendemos la imagen de la felicidad colectiva ligada exclusivamente a cuestiones económicas (en una sociedad donde una forma de vida conscientemente orientada es tan importante como el pan de cada día); y seguimos hablando con una clase obrera -empleada y regular- cada vez más minoritaria y mutante, que si nos escucha no nos comprende.

Gramsci en su cuadernos, menciona a Francesco De Sanctis –encarcelado en Nápoles entre 1849 y 1851 por sus ideas ilustradas– profesor y crítico de la cultura, rebelándose contra el hecho de que la gran poesía se había convertido en privilegio de los maestros, a través de los cuales Dante fue “transhumanizado”. Era necesario superar –dijo De Sanctis– la ignorancia que alejaba a la gente de la cultura y la sensibilidad, que permitiera apreciar a Dante como el poeta de Italia, dejando de lado verlo como una “torre impenetrable para los no iniciados”.

Sugiero que esta preocupación de De Sanctis -transpuesta al mundo actual- debe ser la base de una reforma en el lenguaje de los partidos, para promover nuevos enfoques en las redes, cambiar el sentido en el que se dan “direcciones” y “bases” partidarias. relacionados con producir políticas: ya no en conductos de “arriba hacia abajo”, sino de “abajo hacia arriba”, la forma en que cambiar la vida –desde diferentes subjetividades hasta movimientos empíricos– enseña rumbos sobre “qué” debe orientar y gobernar.

“Llega un tiempo en que ya no se dice: Dios mío\ Tiempo de absoluta purificación\ Tiempo en que (…) el amor fue inútil\ Y los ojos no lloran\ Y las manos tejen sólo labores ásperas.\ Y el corazón es seco.\ (...) Ha llegado un momento en que es inútil morir.\ Ha llegado un momento en que la vida es un orden. \ La vida sola, sin mistificaciones” (Drummond en “Los hombros sostienen el mundo”). Es un poema sobre los diversos momentos de la vida de cada uno, pero que acecha -en su texto- nada menos que la búsqueda de la felicidad.

El sentido de este poema, que traduce en versos modernos un largo recorrido en el arte desde el Renacimiento hasta los grandes clásicos del siglo XX, también está presente en la Capilla Sixtina, en La creación de Adán de Miguel Ángel. Hay un retrato de Dios, pintado entre 1508 y 1512, que humanizado por el arte genera un Adán con el tacto físico de un artesano de barba gris. Barbas crecidas en una historia remota y metafísica -no palpable y no conocida- a través de un Dios de la Historia que simbólicamente está dispuesto a crear al Hombre.

nos aprendió Folletos morales Leopardi -siempre vuelvo a él ya Drummond para pensar en política- que el estado natural de la vida es la infelicidad, tanto que en la búsqueda de la felicidad “el hombre artificializa la naturaleza”, enseña Leopardi. Dos pensadores del mundo tan alejados en el tiempo y tan cerca de la luz, esculpen en pocas palabras los dramas universales de la existencia: matar, morir, la búsqueda de la felicidad, el equilibrio para buscar la utopía y el reencuentro con la vida.

En ambos pensamientos, lo que más ilumina como mensaje es la urgencia humana en la búsqueda de la felicidad: por la lucha, por el amor, por el equilibrio del “trabajo rudo”, por el dominio que el ser humano quiere ejercer sobre la naturaleza, para liberar mismos de su existencia originaria – como piensa Leopardi – ya que el hombre es infeliz en su “estado natural”. La infelicidad como “estado natural”, sin embargo –en opinión de Leopardi– no nos paraliza, sino que nos atrae hacia ella, para ponerla al servicio de nuestro deseo.

Contrariamente a lo que puedan pensar algunos extremos que huyen de la “razón” como el humanismo radical, la felicidad no es un préstamo de la política: es su esencia, pues ambas –política y felicidad– se expresan en un tiempo inmediato y se convierten una en la otra. . La compulsión de muerte trae felicidad a los trastornados y deformes; la compulsión fibrilante por la igualdad y la dignidad humana trae felicidad a aquellos que, en cualquier posición política, quieren heredar el toque humano y divino de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Los fascistas se alegraron en la Marcha sobre Roma, Hitler contemplando la Francia derrotada y los Campos de la Muerte, la izquierda contemporánea en la victoria de Vietnam sobre el Imperio o en la moderación socialdemócrata del Pacto de la Moncloa. El pueblo cubano deliró de alegría por el derrocamiento del sanguinario Fulgencio Batista: el concepto de felicidad no es un concepto “moral”, sujeto a principios, sino histórico y determinado por el tipo de compulsión que ata con más fuerza a las personas a la vida o a la muerte , en sus circunstancias personales y de clase.

En tiempos de grave crisis en la sociedad y en la economía, muchas personas que son importantes para resolver los impasses de la historia, se quedan estáticas y acorraladas “en la pura y simple afirmación (de los propios) valores”, como decía Richard Sennet en su corrosión de carater. Son momentos en los que la dimensión política de los individuos, individualmente, y de los grupos sociales expresivos se agota en el repliegue a una interioridad absoluta: ya sea en la muda conciliación con el fascismo, ya sea en la histeria colectiva del mercado.

La búsqueda de la felicidad compone la política como el aliento forma el vidrio, aunque tenga diferentes significados: sacrificio, vibración, voluntad de vivir, voluntad de matar. La pulsión de libertad y la pulsión de esclavizar (o matar) se alojan en ese mismo “estado natural”, a partir del cual el hombre elige cómo ser feliz. Ya sea a través de la animalidad que se expresa con la compulsión necrófila de la idea del fascismo, ya sea a través de la autohumanización que se entrega al “otro”, expresada en la idea cristiana primitiva –en la democracia y en la idea genética de socialismo – de San Francisco Gandhi, de Thomas Morus a Marx, de Guevara a Mandela.

Que las multitudes antifascistas golpeen sin violencia y con alegría; que los estudiantes vibren y canten y se burlen -respetuosamente- de las dantas que rigen la educación; que los movimientos sociales que luchan por la vivienda, la tierra, el pan – por la protección de los más débiles – por el derecho a disfrutar de la vida que estimule las energías morales de cada uno, llenen la política de vida en común.

Sus cuerpos mueven la política, sus gestos perturban las burocracias, su poesía puede despertar el sueño de los neutrales que no son fascistas. Y sobre todo -por eso- exigiremos a los partidos, a los que simpatizamos o apoyamos, que se unan en representación de la voluntad democrática amenazada por los delirios del miedo. Este es el sentido de los “extremos” que pueden representar Lula y Bolsonaro: uno propone la patria política como una vida colectiva en felicidad, el otro la ve a través de la política de la muerte, que se realiza en la amenaza de la dictadura de las milicias.

*tarso-en-ley es exalcalde de Porto Alegre y exministro de Justicia en el gobierno de Lula.

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