por GÉNERO TARSO*
Lula volverá a ser presidente: demostró que sabe, demostró que puede
La llegada de Lula a Porto Alegre, a principios de junio, me recordó su llegada anterior al Estado, en su visita a Unipampa, cuando fuerzas políticas de derecha y extrema derecha de la región de Bagé -asistidas por líderes terratenientes locales y por políticos ligados a la filosofía del látigo- apedrearon el autobús en el que íbamos. Así, demostraron su gratitud “neandertal” por lo que Lula hizo por la región. Era la devolución consciente, llena de odio irracional –a modo de “reconocimiento”– al presidente que había cambiado para mejor esa parte del Estado, destinando una gran Universidad Federal en el polo regional de la frontera occidental, cuya presencia en el espacio social cambiaría la lógica del centro educativo, científico y cultural de Río Grande.
La presencia de Lula en Porto Alegre, a principios de junio, sin embargo, parece marcar aquí un nuevo ambiente político, pues recrea los valores políticos tradicionales de Rio Grande, dentro de los cuales la habilidad de los fascistas, siempre al acecho, puede desaparecer. , para montar su escenario de confrontación a través de la violencia.
Digo odio irracional porque el enfrentamiento político entre dos visiones de la razón es una de las señas de identidad de toda democracia, pero el “conflicto irracional” es una característica del fascismo y el deterioro de la fuerza civilizadora del Estado de derecho, una seña de identidad de momentos de crisis del sistema y dominación del capital. Creo que cada vez es más clara la estrategia de Jair Bolsonaro, al cortejar a los sectores aventureros de las Fuerzas Armadas (hasta ahora minoritarios) para una acción golpista, combinando este cortejo con virulentos ataques a la Corte Suprema, para tratar de colocarla como un apéndice de la última República de Curitiba.
En ese desierto de formación jurídica democrática se originó el peculiar concepto de “golpe de Estado institucional”, que terminó por derrotar a la presidenta Dilma y a todo el país, en un “impeachment” encabezado por un sinvergüenza que metió a Lula en la cárcel de Curitiba, donde quizás Sérgio Moro pueda irse en un futuro no muy lejano.
La formación, a escala nacional, de un “doble Frente” -de izquierda y “amplio”- o de dos momentos constitutivos de un solo Frente contra el bolsonarismo miliciano, mostró aquí todo su poder. No solo por la pluralidad de mesas de diálogo y eventos en los que participó el Presidente, sino también por su discurso unificado en torno a los principales temas que debemos enfrentar en el próximo período: derrotar en primera vuelta a la extrema derecha, fortalecer los poderes republicanos, reorganizar la economía hacia el crecimiento y el empleo, desarrollar una política exterior de cooperación interdependiente con soberanía, recuperar la idea de soberanía alimentaria, impulsar la lucha contra el hambre, bloquear las privatizaciones salvajes y rehacer el pacto federativo, principalmente en lo que se refiere a política fiscal, distributiva de los recursos de la Unión y la reanudación de los regímenes de colaboración, entre sus entidades, para una seguridad pública eficiente y ciudadana.
Es un programa atrevido y hasta ahora un solo hombre ha mostrado las condiciones para liderarlo, porque logró convencer que no hay una tercera vía sin combatir el fascismo y sin comprometerse a erradicarlo desde dentro de la democracia y la república. Quedarán los que pusieron a Lula y Bolsonaro en el mismo plano, como si fueran dos extremos, ya que es imposible convencer a la gran mayoría de la gente de que Lula y Bolsonaro son “la misma cosa”. No lo son, no lo serán y nunca lo fueron, porque si los líderes políticos se equivocan al gobernar, aquellos que no renuncian a sus principios humanistas para convertirse en sembradores de odio, violencia y prejuicio, tienen una ventaja exponencial, ya que no constituyen una amenaza en el futuro ni un bloqueo a las simples energías del bien y la solidaridad, en el presente.
La llamada tercera vía terminó cuando Lula, con su competencia política, logró demostrar que él era, al mismo tiempo, la fuerza más consecuente para derrotar al fascismo, dejándolo totalmente claro a las formaciones de su izquierda y dejando claro que vendría, tranquilamente, al centro, a formar un gobierno con una nueva mayoría, sin prejuicios, sin odios, sin promesas imposibles de cumplir.
Supuso así un compromiso con la nación republicana, no con un partido en particular o con una ideología social en particular, que alimenta -afortunadamente- a los grupos y líderes de izquierda, quienes saben, leyendo experiencias históricas o experiencias propias, que si la democracia sucumbe a bandidos o dictadores, nuestras utopías de igualdad y justicia se vuelven aún más improbables y lejanas. Con este movimiento, Lula reemplazó su original visión unionista democrática, propia del período inmediatamente anterior al que estamos viviendo, con la idea de reconstruir la nación, disociada y fragmentada por la aventura de las clases dominantes que permitió la llegada de Jair Bolsonaro. prender.
Para Bolsonaro interesa la violencia callejera, que puede unificar los aparatos represivos del Estado para provocar el caos, y cortejar así a gran parte del empresariado que no tiene el menor interés en los derechos humanos, la democracia, las negociaciones políticas para restaurar algo de la república, que sufre todos los días amenazas y chantajes del presidente. Para Lula y la mayoría de la gente -como metáfora adecuada del mundo real- interesa el precio de la gasolina y la libertad de ir y volver del trabajo, ganarse la vida y disfrutar los momentos de alegría que puede ofrecer. Adquirir gasolina y disfrutar del viaje, sin embargo, tienen a su paso la salud, la educación, la seguridad, que sólo un proyecto de nación puede ofrecer dentro del sistema global de crisis, miseria y guerra. Los que saben esto ganan las elecciones y los que saben esto han demostrado que ya saben.
En lo profundo de los campos de Rio Grande do Sul, en el centro de las selvas atacadas, en los grandes cinturones de miseria de las mugrientas metrópolis, en las familias de todas las clases donde la empatía no ha desaparecido, en los alrededores de las lágrimas dejadas en los cementerios saturados se alzarán las tristes voces de las víctimas del delirio fascista. Y una red de límpidos cantos de gallos al alba tejerá la aurora de un nuevo pacto para reconstruir la nación. Y sacarlo de la pesadilla que nos asfixia. Y Lula entonces volverá a ser presidente: ha demostrado que sabe, ha demostrado que puede.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía).