por SERGIO EDUARDO FERRAZ*
La estrategia del presidente Lula con respecto al Banco Central y la política monetaria
En este texto busco reflexionar sobre la pertinencia política de la estrategia del presidente Lula, al inicio de su tercer mandato, en relación al Banco Central y la política monetaria. Muestro, desde el principio, los desafíos sin precedentes que Lula ha superado en los últimos cinco años, incluidos los que surgieron en el período más reciente entre su victoria en octubre y el infame 8 de enero de 2023. Contrasto esta serie de éxitos con el desempeño disonante en el área económica, enumerando las razones que justifican esta evaluación crítica.
Destaco, como punto principal del argumento del texto, que Lula, y el propio PT, corren el riesgo de contribuir al fracaso de un camino, modesto, pero realista y disponible, capaz de llevar la economía de su actual desaceleración a una recuperación, sin demostrar tener un plan alternativo. Antes de esbozar, en la última parte de este artículo, en términos generales, este camino, que se desprende tanto de los indicios del equipo económico encabezado por Fernando Haddad como de la evaluación de la mayoría de los analistas del escenario político-económico, doméstico y global, buscan mostrar que, desde un punto de vista sustantivo, las críticas de Lula a la autoridad monetaria, su modelo de autonomía y el papel muy destacado del mercado financiero en el debate de política económica deben ser objeto de desarrollo, ya que hay mucho para reflexionar todos estos temas. El reconocimiento de esto no contradice, sin embargo, la defensa del texto de que Lula no es el agente apropiado para conducir este debate.
Los desafíos superados por Lula
Probablemente no haya comparación desde un punto de vista histórico. Al menos en Brasil, ningún político, candidato presidencial, presidente titular o efectivo ha pasado por la serie de dificultades que enfrentó y superó Lula. Detenido en 2018, desmoralizado y estigmatizado, se decretó su muerte política, lo que no le impidió resurgir en 2022 como el único nombre capaz de defender la democracia amenazada. Candidato, enfrentó la campaña más desequilibrada desde la redemocratización de 1988 y, aun así, fue elegido presidente por tercera vez.
Ya electo, pero antes de asumir el cargo, ante el abandono del cargo de Jair Bolsonaro, tuvo que gobernar sin pluma y negociar la aprobación de una PEC (la “Transición”) sin la cual el legado de desorden y caos legado por el desgobierno anterior impediría no sólo el cumplimiento de promesas centrales de la campaña –como la Bolsa Família de 600 reales–, sino también el funcionamiento mínimo de la maquinaria pública al inicio de la futura legislatura, haciendo inviable de entrada la nueva presidencia.
El Presidente en ejercicio, con sólo ocho días en el cargo, sufrió, el infame domingo 8 de enero, un intento de golpe de Estado, que no sólo pudo vencer -uniendo en resistencia a todos los demás Poderes, la Federación y la mayor parte de la sociedad civil, pero lo hizo para evitar también las trampas que estaban incrustadas, como siniestras muñecas rusas, en esa empresa terrorista.
Inmediatamente, la trampa que conduciría a la tutela de las Fuerzas Armadas, que habría sido el resultado de la operación GLO que tuvo la sabiduría de rechazar, aún en medio del vandalismo y la barbarie en Brasilia, y, posteriormente, la forzada convivencia con un comandante del Ejército que, empeñado en proteger a quienes practicaban la violencia y blindar la evidente participación de los militares el 8 de enero, bloquearía cualquier intento, por modesto que fuera, de “desbolsonarizar” la corporación. Despedirlo fue una clara señal de que las relaciones cívico-militares tendrían que adaptarse al veredicto de las urnas.
Los primeros días de gobierno también enfrentaron al nuevo presidente con la avanzada amenaza de exterminio de los yanomami, lo que obligó al estallido de un operativo de guerra en la frontera norte contra la criminal y genocida industria minera auspiciada por Jair Bolsonaro. A todo ello se sumó la agilidad suficiente para emprender viajes internacionales y contactos estratégicos con varios líderes mundiales, lo que no solo reintrodujo a Brasil en el escenario internacional, sino que sirvió como refuerzo estratégico a la tarea permanente de salvar la democracia, además de alinear al país. del lado seguro de la lucha por la preservación del medio ambiente y contra las peores consecuencias del colapso climático planetario.
Es imposible minimizar, por tanto, la magnitud de los desafíos inmediatos y la cantidad de éxitos del nuevo gobierno, y de Lula personalmente, al enfrentarlos, desde la elección hasta las primeras semanas en el poder.
Y aquí es donde entra una nota –importante– de disonancia. En la economía, tras más de dos meses y medio de gobierno, la historia pinta otra.
La nota discordante en economía
Aún teniendo disponible la perspectiva de un camino, modesto pero real, para transitar de la continua desaceleración de la economía a la anhelada recuperación, el gobierno se presenta, en esta materia, dividido, vacilante y sin un norte firme. El Ministerio de Hacienda, que es el encargado de formular las políticas y ejecutar las medidas en esta materia, tiene un plan de acción (aunque aún no se ha hecho público en su totalidad), pero corre el riesgo de perder su capital político y debilitarse, incluso antes de que se den importantes batallas en esta materia. iniciado, precisamente por la falta de apoyo interno.
A esto se suma que la dirección del PT, principal partido de la coalición de gobierno, no ve contradicción alguna en atacar al ministro Fernando Haddad, como se vio en la disputa por el reembargo de los combustibles, como si esto no fuera así. no afectará la disposición del resto de la (todavía incierta) base aliada para sostener las medidas económicas por venir, mucho más complejas y difíciles de negociar, y de las que depende el éxito del gobierno en la generación de renta y empleo para la población brasileña.
Lo que más preocupa, en el área económica, es que el propio Lula se haya colocado involuntariamente, al inicio de su mandato, en una posición desestabilizadora para su gobierno.
Abriendo una “guerra” contra el Banco Central autonómico y su política monetaria, el presidente, además de alejarse del rol natural de “árbitro” que sugiere el cargo, engendra consecuencias en la economía exactamente opuestas a las que pretende. . De diciembre a ahora, y en particular con la escalada de comunicados presidenciales, desde mediados de enero las expectativas de inflación no han dejado de aumentar, el tipo de cambio se ha deteriorado y la curva de rendimiento (tasas para distintos plazos a futuro) se ha empinado, señalando encarece el financiamiento del crédito privado y de la deuda pública, empeorando la perspectiva fiscal del gobierno y el horizonte de inversión, vital para el crecimiento.
Como resultado, el espacio para que el Banco Central (BC) inicie la ansiada reducción de tasas de interés se ha reducido, en opinión de muchos analistas. El inicio del recorte de tasas del COPOM, previsto por el mercado en noviembre pasado, ahora se ve probable para marzo solo a fines de año o incluso a principios de 2024.
Es cierto que los crecientes indicios de que la economía se ha venido debilitando, sumado al temor a una crisis crediticia, a raíz del caso de las Americanas, presionan hacia la relajación de la política monetaria en un plazo más corto. Y que hay importantes economistas, como André Lara Resende, uno de los inventores del Plan Real, que no están de acuerdo con que el Banco Central esté completamente “guiado” por el mercado y sus expectativas, incluso en cuanto a la estructura temporal de las tasas de interés, sugiriendo que la autoridad monetaria tiene mayor maniobra en relación al mercado y que debe hacer uso de ella.
Hasta el momento, sin embargo, lo que tenemos es un aumento del pesimismo, entre los analistas consultados por el Banco Central, sobre las posibilidades de recortar la tasa de interés básica aún en 2023. Si, a principios de febrero, el 25% apostaba a que los intereses no bajarían hasta A finales de año, un mes después esta proporción alcanzó el 36% entre los especialistas consultados, según informó el diario Valor económico (7.03.2023), y es prácticamente unánime entre los observadores de estos movimientos que las declaraciones presidenciales críticas al Banco Central y al nivel de las metas de inflación son uno de los factores responsables de este deterioro de las expectativas.
Es posible, por tanto, que la estrategia del Planalto para acelerar el crecimiento económico no esté bien calibrada.
Lula puede incluso estar queriendo informar a la población que él no es responsable de las tasas de interés abrasadoras y las dificultades futuras previsibles en la economía, transfiriendo la culpa a la dirección del Banco Central, designada por Jair Bolsonaro. Comprensible. Sobre todo, porque es la primera experiencia en la que un presidente asume el cargo teniendo que tratar con un Banco Central autónomo con mandato. Sin embargo, al expresar sus críticas con agresividad, exigiendo soluciones inmediatas y sin mayor cautela, corre el riesgo de darse un tiro en el pie y en las perspectivas de crecimiento que tanto necesita.
Y sin necesidad, pues habría muchos otros agentes que podrían jugar ese mismo papel crítico, sin provocar las turbulencias, y la reacción negativa en precios claves para la economía, que suele provocar un discurso presidencial de esta naturaleza.
Pero, antes de investigar el camino disponible para la política económica del nuevo gobierno al inicio de su mandato, veamos en qué tiene razón Lula en esta polémica con el Banco Central. No es poca cosa.
Sí, hay mucho que discutir.
Para empezar, Brasil sí tiene la tasa de interés real más alta del mundo, rondando actualmente el 8%, después de descontar la inflación esperada (tasa ex ante). Esta situación, aunque con variaciones en el tiempo, ha sido una característica central de la economía brasileña desde la estabilización monetaria a mediados de la década de 1990.
Son muchas las dificultades que trae al país el crédito caro, entre las que se destacan el crónico insatisfactorio nivel de crecimiento y generación de empleo, el tipo de cambio sobrevaluado, que dificulta las exportaciones, y el desequilibrio fiscal que produce en las cuentas públicas, poniendo en riesgo la sostenibilidad. de la deuda pública a lo largo del tiempo. En rigor, desde el Real hemos cambiado, en cierta medida, un ritmo de crecimiento por la estabilización inflacionaria. Ya no recordamos que crecimos a tasas “chinas” entre 1930 y 1980.
Lula tiene razón en insistir en que ese escenario no se naturalice y en alentar la discusión sobre el tema. Es un punto crucial en la agenda pública comprender las razones de esta anomalía, ya que países con conflictos mucho más severos que Brasil, una situación fiscal más precaria, un mayor stock de deuda y un potencial de recursos más modesto coexisten con tasas de interés reales más bajas. Es vital trazar un camino para superar gradualmente el problema. Es un tema, sin embargo, que requiere reflexión, cautela, pericia técnica y decisiones políticas oportunas y bien calculadas. Y que no combine ni se doblegue a la bravuconería y la retórica.
El modelo de autonomía del Banco Central (BC) también está lejos de ser reacio a las críticas. Diseñado como está, puede distanciarse de los lineamientos de política económica del actual gobierno -que pueden ser positivos o perjudiciales, según las circunstancias, diagnósticos y correspondientes lineamientos puestos en práctica por el Tesoro y por la autoridad monetaria en ante estas circunstancias. Lo cierto, sin embargo, es que, moldeado en el molde actual, el modelo corre un riesgo considerable de aproximarse en exceso, ya veces exclusivamente, a los dictados del mercado financiero.
Es a partir de ahí que, en las últimas tres décadas, se ha tendido a reclutar a los presidentes y principales directores del Banco Central, como lo demuestra una reciente investigación coordinada por los politólogos Adriano Codato y Mateus de Albuquerque. Naturalmente, esos formuladores de la política monetaria, extraídos de los grandes bancos y administradores de activos, traen una cultura específica, una forma de ver el mundo alineada con los valores privatizadores del mercado y, además, suelen, al final de sus mandatos. , regresan a sus puestos en el sector privado, en el fenómeno perverso, no ajeno a otros ámbitos normativos, de la “puerta giratoria”, que, obviamente, condiciona su comportamiento como agentes públicos.
No hay razón para pensar que tiene que ser así. Existen varias medidas que podrían mejorar en gran medida las debilidades de este modelo, haciendo más abierta y equilibrada la gestión de la política monetaria, calibrando influencias más diversas y dificultando la aparición de conflictos de interés. Punto, por tanto, de nuevo, para quien quiera debatir el tema.
En tercer lugar, el supuesto de un único nivel “óptimo” de inflación, que informa los modelos objetivo perseguidos por los Bancos Centrales, puede ser cuestionado en la medida en que las decisiones de política monetaria generan efectos redistributivos, al no ser “neutrales”, en sus implicaciones para los distintos segmentos de la economía. sociedad, ni, por tanto, sin miedo a las “técnicas”. Hay ganadores y perdedores, según las políticas que se adopten, contrariamente a lo que dice la doctrina convencional, no por casualidad cada vez más cuestionados en los países centrales al menos desde la gran crisis de 2008.
Solo piense en las diferentes posibilidades de "costo de desinflación", en términos del tamaño proyectado de una desaceleración/recesión, o las implicaciones implícitas en las estipulaciones de plazos para un retorno a los niveles de precios objetivo que han caído fuera de los rangos permisibles. En ambos casos, las autoridades monetarias probablemente se enfrenten a distintos abanicos de alternativas, lo que, al final, podría significar la supervivencia o liquidación de decenas de miles de empresas y millones de puestos de trabajo en una economía del tamaño de la brasileña. Es cierto que también pueden significar un retorno oportuno a la estabilidad monetaria o la entrada en una espiral inflacionaria, con las nefastas consecuencias de las que son conscientes los brasileños que ya eran adultos en la primera mitad de la década de 1990.
Otro punto es que la propia misión atribuida, por la ley de autonomía del Banco Central de Brasil, enfatiza el mantenimiento de la inflación dentro de intervalos de variación estipulados, a ser alcanzados en un período determinado, poniendo en un segundo plano, contrariamente a las normas vigentes en otros países, objetivos relacionados con el crecimiento económico y el empleo. La misión de la Reserva Federal de EE. UU., claramente, equipara ambos propósitos en importancia. Hay espacio, por lo tanto, para rediseñar las misiones en esta área, equilibrando mejor los objetivos.
Pero hay otro aspecto de este asunto que es crucial mencionar. No se relaciona específicamente con el Banco Central y su modo de funcionamiento, pero involucra la cuestión de cómo la sociedad brasileña, a través de los principales medios de comunicación, fue estimulada a ver el mercado financiero en sí mismo, básicamente, como un conjunto de especialistas capaces de imprimir sellos de calidad a las políticas públicas.
Durante al menos veinte años, los principales comentaristas económicos brasileños -los que actúan en los principales medios de comunicación- se alinearon de tal manera con la visión de la economía de los analistas y operadores del mercado financiero que este último pasó a ser visto, en la práctica, como instancia autorizada de juicio definitivo sobre la calidad de la política económica ejecutada por los gobiernos.
Todo ha sucedido, y se ha reproducido así durante décadas, como si no estuviéramos ante un sector de la economía que actúa para maximizar su propia rentabilidad, dependiente de la solvencia fiscal del Estado, con un acentuado sesgo cortoplacista –que , cabe decir, está dentro de las reglas de una economía capitalista. Lo insólito, sin embargo, es tomar la visión de este segmento, que naturalmente refleja sus intereses como acreedor de la deuda pública, como el marco de juicio capaz de legitimar o deslegitimar irrevocablemente cualquier propuesta de política económica, venga de los gobiernos, de la universidad u otros expertos.
Ao fazer isso, renuncia-se ao debate e à discussão como regra geral de interação pública na abordagem de assuntos que interessam a todos, entregando-se a tarefa de definir o que é pertinente ou não, em termos de política econômica, a uma das partes interesadas. No es exagerado decir que esto es un completo disparate y que hemos allanado el camino para que la agenda pública esté definida por los intereses de un solo sector, muy poderoso, por cierto, de la sociedad. Punto de nuevo para los que abogan por poner el dedo en la llaga.
Cierro este tema con una observación más específica. El comportamiento de quienes presiden la autoridad monetaria, encargados de la ejecución de una función estatal, titular de un mandato y desconectado de los gobiernos de turno, debe ser coherente. Y es parte del juego exigir esta postura. Roberto Campos Neto cometió un claro error, alejándose del rol que legalmente le corresponde, al expresar preferencia partidaria, yendo a votar vistiendo la camiseta de la selección brasileña en ambas vueltas presidenciales.
Y volvió a equivocarse al participar en el grupo de whatsapp de ministros en el gobierno de Jair Bolsonaro. Por otra parte, cabe reconocer que, durante su gestión, el BC elevó las tasas de interés de 2 a más de 13 por ciento, entre 2021 y 2022, por lo tanto, en el período en que se presentó a las elecciones el expresidente que lo nombró -elección. También hay algo que discutir aquí.
Hay, por tanto, un vasto tema de debate en la sociedad. Lula tiene razón en exigir la discusión. Sólo falla cuando asume la primera línea de esta tarea y da la impresión de exigir respuestas inmediatas. Y este error es más preocupante porque choca con el camino, modesto pero real, de retomar el crecimiento de que dispone el nuevo gobierno.
¿Qué ruta?
La ruta que parece estar disponible requiere de una acción coordinada entre el área económica del nuevo gobierno, encabezada por el Ministerio de Hacienda, y el Banco Central, pues exige armonía entre las políticas fiscal y monetaria. La tarea gana en complejidad, ya que Fernando Haddad es el primer jefe del equipo económico que tiene que cohabitar con un Banco Central autónomo, designado por el gobierno anterior. Rápidamente entendió las implicaciones de este nuevo escenario y ha buscado mantener un canal permanente con Roberto Campos Neto, quien tiene un mandato hasta 2024 al frente del Banco Central. Esta relación no será sencilla y comportará momentos de convergencia y otros de tensión. El secreto será evitar el deshilachado excesivo que indica una ruptura en la comunicación. Divergencias y distintas visiones están en el relato, quemando las carabelas de una mínima coordinación, no.
En un escenario en el que la economía brasileña se desacelera, habiendo superado los efectos de los incentivos electorales de corto plazo que apelaron Jair Bolsonaro y Paulo Guedes en la finalmente fallida búsqueda de la reelección, pero aún manteniendo niveles de inflación lejos de la meta, y en el que el contexto global engendra señales contradictorias –sin saber si el retorno de China a la normalidad económica compensará el actual freno al ritmo de las economías de Estados Unidos y la Unión Europea–, el camino disponible, es importante subrayar , atrae con modestos resultados en 2023, abriendo la posibilidad de un crecimiento más sustantivo solo para 2024.
Los pasos que estructurarían este camino incluyen medidas fiscales, de diferente grado de complejidad técnica y política, por parte del gobierno que, bien formuladas y encaminadas, pueden afectar positivamente las expectativas del mercado, en cuanto a la inflación y la trayectoria de la deuda, y aumentar la potencial de crecimiento a mediano plazo de la economía brasileña. Esta realización de un programa económico por parte del nuevo gobierno, junto con la profundización de la percepción de la desaceleración en curso, allanaría el camino para el inicio de la relajación de la política monetaria, lo que estimularía, en un efecto de sinergia, la inversión productiva y facilitaría gestión de la deuda pública, lo que se tradujo en un fortalecimiento de la posición fiscal del gobierno.
Si a este manejo concertado de las dimensiones fiscal y monetaria le sumamos un escenario externo por lo menos “neutro”, y algún inicio de aporte de inversión extranjera -resultado del retorno del país al escenario internacional y de eventuales oportunidades generadas por la descarbonización-, transición energética, alineamiento de la política ambiental y reestructuración, con sesgo regional, de las cadenas productivas globales, podemos imaginar un camino lento pero efectivo de retomar el crecimiento sobre bases sólidas, cuyos signos serían visibles a mediados de 2024.
Políticamente, es cierto, tenemos una combinación delicada: si todo va más o menos bien, los resultados, todavía modestos, se darán en un horizonte de unos dieciocho meses; las tareas que nos pueden llevar a eso, sin embargo, son inmediatas y todas son “dificultades” desde el punto de vista político, es decir, involucran conflictos, en múltiples dimensiones, involucrando (e incluso afectando, en términos de costos) a actores poderosos. .
No se trata, en el espacio de este texto, de profundizar el punto, pero la mera enunciación de los proyectos que deberá presentar el gobierno al Congreso para que, luego de desafiantes negociaciones, sean instrumentados, habla a favor. en sí, destacando el nuevo marco fiscal -que sustituye al desmoralizado techo de gasto creado en 2016 en el gobierno de Temer- y la reforma tributaria, que tendrá una etapa de unificación de los impuestos indirectos y otra que se centrará en la tributación sobre la renta y el patrimonio .
No hace falta gastar tinta para señalar que estos dos asuntos afectan no sólo a los llamados “arriba”, sino a toda la estructura federativa (Unión, Estados y Municipios), movilizando a las principales fuerzas políticas del país. Exigen una comunicación competente, ya que, afectando los bolsillos de la población y las élites, serán plato lleno para una oposición que domina como nadie el ecosistema de la desinformación. Y tendrán que ser votadas, vale recordar, por dos cámaras legislativas donde gobierne, como anunció en la primera semana de marzo el alcalde reelecto con más de 400 votos, el diputado Arthur Lira (PP-AL) , ni siquiera consolidó una mayoría para votar “asuntos simples”, quedando muy lejos de tener una base consistente para aventurar victorias en asuntos que requieren mayorías calificadas o incluso quórums constitucionales.
Las “canteras” políticas no son inexpugnables, pero requieren, como mínimo, un liderazgo político con una visión clara del propósito y una coalición disciplinada para sostener los objetivos acordados. La estrategia de Lula de atacar al Banco Central y exigir un cambio inmediato en la política monetaria, aunque pueda funcionar como una forma de transferir responsabilidades, indica una peligrosa alienación de la principal dirección del país, y del nuevo gobierno, en relación con el camino factible para retomar el crecimiento.
El conflicto abierto entre la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, y el ministro de Hacienda, Fernando Haddad, en el caso de la exención de combustibles, un tema trivial si se compara con lo que habrá que discutir en unas semanas, sugiere falta de solidaridad y cohesión en el principal partido de coalición gobernante.
Sin el liderazgo del Presidente de la República y el compromiso del principal partido de coalición, no hay posibilidad de que se cumplan los requisitos de la ruta trazada por Hacienda. Si el PT no asume los costos políticos, no serán Arthur Lira ni el “Centrão” quienes lo hagan en su lugar. Por el contrario, un gobierno debilitado, que desperdicia el camino, angosto pero real, para la organización de una recuperación económica, devolverá a los inventores del presupuesto secreto la tierra soñada para perfeccionar su vocación depredadora de las estructuras de hacienda y gobierno, para por no hablar del peligro, que aumentará, de una victoria en 2026 de alguna dirigencia asociada a la extrema derecha.
Sin alternativa para enfrentar los desafíos económicos, desaprovechado el rumbo disponible hoy, se correrá el riesgo de actuar sobre un péndulo contraproducente: pasar del voluntarismo más acentuado, en un intento de obligar a la economía a caminar a marcha forzada, lo que, tras fracasar, no dejará al gobierno otra alternativa que rendirse, sin condiciones, a los dictados del mercado financiero.
*Sergio Eduardo Ferraz tiene un doctorado en ciencias políticas de la USP.
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