Lula y Haddad

Imagen: Quang Nguyen Vinh
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por GÉNERO TARSO*

La sequedad socialdemócrata y el cruce del Rubicón de las tasas de interés dictadas por el Banco Central

El árbol socialdemócrata, originario de los grandes movimientos obreros e intelectuales de fines del siglo XIX, que se proyectó a lo largo del siglo XX, se secó. Por un lado, porque la experiencia destinada a ser su modelo histórico más completo -la Revolución Rusa- perdió fuelle en la década de 1990 y se transformó en un capitalismo “como los demás”, una democracia dominada por mafias que adquirían bienes estatales a precio de saldo. precio bajo. .

Y también porque los países socialdemócratas, que intentaron construir sociedades pacíficas y más igualitarias -salvo raras excepciones- se vieron sometidos a recetas neo o social-liberales, bajo la hegemonía política y financiera de los nuevos polos de poder mundial. China, Cuba, Suiza, Suecia, Dinamarca y Noruega, sin embargo, son caminos específicos, cuyo análisis y evaluación no caben en este breve artículo. La sequedad socialdemócrata y el cruce del Rubicón de las tasas de interés dictadas por el Banco Central son lo que inspira este artículo.

La expresión “árbol socialdemócrata” la tomé de un viejo y querido libro del mismo nombre, publicado en 1998 (Prensas Universitaires de France) con motivo de la crítica “Congreso Marx Internacional II”, cuyas conferencias sirven para orientar un poco los debates sobre la cuestión democrática, en momentos en que en Francia tiemblan los pilares de su Estado Social y aquí en Brasil luchamos por reconfigurar nuestro Estado de Derecho, así como la idea de una nación soberana y socialdemócrata, dentro de los límites y espacios de la Constitución de 1988.

Los residuos del árbol socialdemócrata están presentes en la crisis brasileña, primero con el intento fallido del Golpe de Estado del 8 de enero, ahora con este cruce del Rubicón de las tasas de interés arbitrarias del Banco Central, que heredamos del fascismo bolsonarista, que la “gran prensa” imitando la posición de Oscar Wilde sobre las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo, no se atreve a llamarlo por su nombre.

El Rubicón era un curso de agua en el norte de Italia, que corría hacia el Adriático, donde se suponía que Julio César cruzaría en el 49 a. C. para enfrentarse a los ejércitos de Pompeyo, que rechazaron su presencia armada en Roma. El nombre inspiró la famosa expresión “cruzar el Rubicón”, que registra la necesidad de afrontar un desafío extraordinariamente difícil, para obtener una victoria decisiva sobre una situación o contra un enemigo determinado.

Cruzar aquí el Rubicón significa mostrar a la sociedad, a la prensa que puede ser seria, y sobre todo a las bases parlamentarias del gobierno que, o separamos el concepto de independencia y autonomía del Banco Central, del concepto de soberanía del Estado Democrático, o el Banco Central se convierte en soberano y el Estado brasileño se secará en los circuitos financieros dominados por los bancos y agencias financieras de los países ricos. Y lo hará aun cuando sea inconstitucional cualquier norma, cualquiera que sea, que sobreponga “autonomía” o “independencia” de un ente administrativo del Estado, al Estado soberano.

La globalización financiera acuñó reglas de hierro para reorganizar el mercado internacional, las nuevas relaciones geopolíticas en un nuevo sistema-mundo y para integrar las más recientes conquistas tecnológicas en un nuevo patrón de acumulación. Las relaciones entre naciones formalmente soberanas, incluso entre las más desarrolladas, salían así del ámbito exclusivo de la diplomacia modelada tras el Renacimiento –entre guerras de conquista y tratados de paz– y se ubicaban con más fuerza en otra forma de regulación: la circulación de capitales que existen. principalmente como señales electrónicas, por un lado, y, por otro, en la creación de instrumentos para una relación más inmediata entre países, a través de dinero virtual “cuidado” por bancos centrales “independientes”. Tener el control de la moneda es un supuesto económico-material fundante de una democracia con antídotos antifascistas, ya que este control permitirá políticas sociales de mínima cohesión, para expandir la apreciación de la democracia a las capas más pobres.

Esta munición –material y virtual– es la que alimenta las guerras “cautelosas”, exportadas a la periferia del sistema, ya sea en sus formas bélicas tradicionales, ya sea a través de movimientos híbridos, supuestamente democráticos o “revolucionarios”. En este complejo de relaciones, técnicas y finanzas innovadoras y nuevas guerras reguladas (como la guerra entre Rusia y la OTAN), que sólo interesan a los grandes financistas de la industria bélica y a los financistas de los Estados endeudados, es que los flujos del capital y la imaginación, controlados por el dogma de la vía única, es donde se desarrolla la lucha por las tasas de interés en nuestro país. Tiene lugar entre el gobierno original de las urnas y el gobierno de facto, establecido por la burocracia que maneja el nuevo “sistema mundial”. Es la lucha entre el “gobierno Lula” y el “gobierno independiente del Banco Central”.

Hermann Heller, nacido en Polonia en 1891 y muerto en Madrid en 1933, fue un jurista alemán, del ala no marxista de la socialdemocracia, cuyas reflexiones sobre la idea socialista, en el contexto del ascenso del nazismo, son de suma utilidad para pensar en el hoy – no en el tema del socialismo cuyas posibilidades están más allá del campo de visión del futuro cercano – sino en reflexionar sobre las posibilidades de la democracia, como régimen político, en una nueva era de ascenso de un feroz, homicida, racista extrema derecha, misógina y nacionalista, en el sentido beligerante de esta expresión. Hermann Heller planteó que el límite exacto que señalaría el fin del capitalismo y el comienzo del socialismo no podía considerarse un don de la naturaleza, sino una cuestión de voluntad política de los sujetos socialistas, basada en relaciones reales de poder.

La concepción de que la tasa de interés es un producto obligado de la espontaneidad del mercado, defendida por los burócratas del Banco Central y la defensa de los políticos del gobierno, que -dentro de ciertos niveles- puede ser entrenada, de acuerdo con el interés social específico de cada país soberano, son las concepciones que siempre se pelean en situaciones de la más aguda crisis del sistema global del capital, disputas que siempre son resueltas, en relación a nuestro país, por decisiones no espontáneas, sino políticas, provenientes de los EE.UU., como se ve en semanas recientes. Necesitamos cruzar este Rubicón por un estrecho puente que nos acerque, no al socialismo como pensaba Hermann Heller, sino a un Estado de Derecho soberano y democrático.

Pensemos en la estructuración de una República democrática, como el destino de nuestra “praxis” unitaria contra el fascismo, sustrayendo de las posibilidades inmediatas la utopía socialista y poniendo en su lugar la democracia del Estado social constitucional. ¿De qué nos sirve el pensamiento de Hermann Heller, en este momento de crisis universal del proyecto democrático y de ascenso del fascismo, en todos los países del mundo?

Supongo que es pensar la democracia, no sólo a través de su sistema jurídico, que abre brechas permanentes para su destrucción por el fascismo, sino también pensarla a través de la apertura de un ciclo de reforma de sus instituciones formales y jurídicas, que puede ser igualmente dirigidos a una “forma de vida conscientemente orientada”.

Joe Biden se debate, internamente, entre las posibilidades de una socialdemocracia que pueda socavar los cimientos del fascismo en su país (para sacar del escenario a Donald Trump) y la mitigación de este proyecto, para el cumplimiento de las históricas funciones imperiales de su país, que están en el centro del estado estadounidense.

La cuestión del “modo de vida”, entonces, como reivindicación programática, debe ser parte de una política democrática que no elimine el protagonismo de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, sino que abra nuevas fronteras de comunicación entre táctica y ya sea avanzando cuestiones estratégicas para un nuevo tipo democrático (medio ambiente y salud pública) ya demandado en la vida actual por varias urgencias: la urgencia de las cuestiones ambientales, el aumento significativo del trabajo esclavo y semiesclavo, la hiperexplotación de la mujer y niños, el incremento de la violencia fundamentalista por dinero, religiones y grupos armados, dentro y fuera del Estado, ejercida principalmente contra los pobres, mujeres, jóvenes blancos y negros, excluidos del concepto de seguridad pública aún vigente en el país.

El ser humano ya no forma su conciencia -al menos mayoritariamente- a partir de sus relaciones laborales dentro del sistema productivo, sino principalmente a partir de sus relaciones con el mercado y los servicios, dominados por la inteligencia artificial. Los clientes trabajan para los bancos, disminuyen los empleos formales tradicionales y puede aumentar el tiempo libre y el disfrute de la vida, pero así como las conquistas de las facilidades tecnológicas para mejorar “tu día” fueron apropiadas por el gran capital, la vida también mengua desde la alegría, la fraternidad y la solidaridad: la la norma es la competitividad, no la cooperación entre diferentes personas, esto es lo que está arraigado en la vida cotidiana de las “amplias masas del pueblo”. Es la crudeza del mercado al mando de la vida y la matemática de los algoritmos en la selección de las capacidades enajenadas.

El bolsonarismo, cuando apuntó sus golpes a las urnas electrónicas, pretendió destruir la máxima “seguridad” política, que otorga la democracia formal, que las grandes masas ya veían como “floja” para responder a sus demandas; cuando alentó el emprendimiento fraudulento -para acabar con el empleo-, conquistó miles de conciencias para la adoración sistémica del mercado e hizo, a través de promesas de falsa autonomía del trabajo, miles de seguidores; Cuando el bolsonarismo estimuló el fusilamiento de criminales y bandidos (o de cualquiera que se pareciera a ellos) despertó el ánimo del pueblo, sometido al crimen organizado en las grandes periferias de nuestro vasto país. Era la forma de vida del fascismo que se propagaba y se llevaba a cabo a pesar del estado de derecho, incapaz de bloquearlo.

La gran mayoría de los bancos son una ficción tecnológica y legal y cuentan con depósitos que cubren “solo una pequeña proporción del capital prestado, entre un 3% y un 5% como máximo”. Si no hay suficiente liquidez, los valores se cubren con bonos del gobierno, considerados seguros, con buena liquidez; Pero he aquí, con el aumento de las tasas de interés, estos bonos se devalúan y el gobierno federal “interviene en la economía” para proteger los depósitos, no los accionistas. Aquí viene, por tanto, la socialización de las pérdidas, la drástica reducción de la credibilidad de los bancos en la cadena compartida, el debilitamiento de las responsabilidades interbancarias: las dudas de los prestatarios y de los mismos deudores y acreedores estallan en las cadenas del mercado consumidor y productivo. Lo dice Manuel Castells en un reciente artículo del diario La Vanguardia, cuyo título “Silicon Valley en crisis”, se refiere a los procesos de innovación -progresivamente agotados allí- que impactaron directamente en la crisis del Banco SVB, una ficción financiera importante en esa región.

Joseph Stiglitz, otra personalidad de talla mundial que analiza la globalización, en la gran brecha (Penguin) muestra la “interconexión” de las economías nacionales –particularmente la de Estados Unidos con el resto del mundo– y recuerda que en seis años de la administración Bush, la deuda estadounidense, relacionada con préstamos públicos y privados, alcanzó los 5 mil millones dólares, mil millones recién tomados de la China Popular. Fue un pequeño impulso a la deuda externa total del país, ya que ahora supera el 1% del PIB de EE.UU. En apenas siete meses de 100, China -país que es el mayor tenedor de bonos emitidos por el Gobierno de Estados Unidos- “pasó adelante” 2022 mil millones de dólares de los bonos que posee, dando el mensaje de que podría poner en jaque a la financiación de la deuda pública del país capitalista más importante del mundo. Todo esto es política de Estado, no meras espontaneidades de mercado.

Los activos brasileños se han vuelto, con el aumento de las tasas de interés estadounidenses, menos atractivos para los inversionistas extranjeros, ya que las altas tasas de interés fomentan la inversión especulativa en papeles del Tesoro estadounidense, que ofrecen un riesgo de pérdida muy bajo y son mucho más seguros, ya que su verdadero lastre es su militar -el poder imperial y su comunión de convergencia y disputa regulada, “en última instancia”, con el otro gigante económico y militar del planeta, la China Popular.

En esta nueva situación estructural del juego de poderes, que ya no corresponde al tipo del siglo pasado, se abren estrechas pero reales posibilidades para el ejercicio de nuestra soberanía. Entregar a un Banco Central, que es un ente del Estado, el ejercicio del aspecto más importante de la soberanía, que es el control efectivo de la moneda, es renunciar a la idea de nación.

Fernando Haddad tiene una propuesta de ancla fiscal, que ciertamente no es una aventura espontánea del otro lado de la cuerda, y el viaje del presidente Lula a China, que se reanudará, para que las negociaciones estratégicas nos permitan cruzar este nuevo Rubicón (el primero fue el intento de golpe del 8 de enero) recordando que su paso será también una derrota para los fascistas, incrustados en el aparato del Estado con el beneplácito de nuestras viejas clases dominantes, aliadas de la aventura bolsonarista que casi derriba el país, sin ninguna verdadero aprecio por el régimen democrático.

* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía).


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