Literatura en Cuarentena: más grande que el mundo

Imagen: Elyeser Szturm
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Ulises Razzante Vaccari*

Comentario al libro más reciente de Reinaldo Moraes

Aunque un poco inusual, es justo utilizar una frase de Kant para definir la novela de Reinaldo Moraes: es una obra del espíritu, que aviva la mente del lector. Pensé en esto mientras leía tus páginas, porque, de hecho, al final de algunas de ellas, mi mente parecía una batidora de ideas, de luces y de las más extrañas conexiones neuronales, cuya existencia jamás había sospechado que existieran en mi cabeza. Profusión de pensamientos, sentimientos, recuerdos, comparaciones, y todo eso –es lo más extraño– que ofrece un libro que no tiene una historia propiamente dicha, una trama, un mito, como exigía Aristóteles a toda tragedia, con principio, nudo y final.

El libro, más bien, está compuesto de pensamientos pensados ​​en la soledad de una mente dispersa, con pretensiones literarias, incrustados en el cuerpo de un hombre de mediana edad que se acerca a Teodoro Sampaio diciendo en una grabadora las ideas que se le ocurren al azar, en libre asociación, buscando una primera frase brillante para su próxima novela. Todo sucede ahí, dentro de tu cabeza. Pero tales pensamientos no se pierden, como bien podría suceder con todo soliloquio narcisista, ya que están apoyados por la calle, que aquí juega el papel de una poética concreta.

Los peligrosos delirios del personaje no se consumen a sí mismos, sino que chocan y se estrechan en los carteles de los comercios, en los escaparates, en los cables enredados de los postes de luz, en los olores de los restaurantes, bares y pizzerías o en el nauseabundo olor que se desborda de los cadáveres del IML. Pero, sobre todo, estos pensamientos chocan con los transeúntes, los más diversos posibles, de la más rica fauna jamás explorada por un escritor en busca de un personaje y de una historia. La mayoría son mendigos, mujeres de todo tipo, motociclistas, damas de clase alta embalsamadas en sus cirugías plásticas y en sus coches blindados, conductores de autobús que se cruzan en el camino del eterno viajero.

El discurso más subjetivo, y por tanto más personal y más delirante, no pierde su sentido en una epifanía solipsista y sin interés. Sin casa ni lugar, los pensamientos de este personaje solitario encuentran su casa y su lugar en la piedra de la calle, en el bordillo sucio de la acera sucia que se extiende frente a los pies del solitario flâneur paulista, como si el ritmo de sus pensamientos aparentemente desconectados, tarareados en su grabadora analógica, estuviera dado por el tono frenético de las intersecciones que pasa lentamente.

Y, así como las calles, con sus caracteres contingentes, quedan atrás y desaparecen en la inmensidad de la ciudad autodevoradora, los pensamientos, por buenos que sean, desaparecen en la misma medida en que se propagan en la nada. Como la cabeza de un solitario, la ciudad es también una nube de contaminación y gases luminosos en eterna transformación. En ambos casos, nada queda, o se deja atrás, como un micro caos que expresa el macro caos del universo urbano. ¿O es al revés? En todo caso.

El caos que brota de sus pensamientos sigue un hilo común, el mismo que ordena el caos de las calles de São Paulo, transpuesto a paso de tortuga por el personaje hablador, efusivo, obsesivo, neurótico, compulsivo, arquetipo, en fin, del paulistano medio, aunque literario y con pretensiones. beatniks. Las intersecciones por las que pasa no son solo calles e ideas desconectadas, sino también obras y referencias literarias, muchas veces implícitas, siempre llenas de ironía, mucha ironía, como si el lector estuviera leyendo una historia satírica de la literatura, aunque sin la pedantería característica. de tomos académicos, bien seguro, siguiendo las pautas de una buena conversación de bar. Una historia literaria contada en la mesa del bar.

Porque el escritor sabe para quién escribe. Y, para su lector, que también cultiva en lo más profundo un orgullo literario, se hace imposible no recordar una cierta Chiles, Pavos y Bacanaço, haciendo de más grande que el mundo un vástago directo de esa casta más pura de escritores paulistas, de inconfundible brío urbano, nacido del caos y del culo de la metrópoli, humeante en sus olores maléficos, afinado en las bocinas estridentes y reflejado en la luz cegadora de los carteles publicitarios que nublan las conciencias en el crepúsculo del centro de São Paulo.

Una vez se me ocurrió que Chiles, Pavos y Bacanaço quizás constituyó la epopeya de São Paulo, su Ilíada torcido, y ahora veo que este poema épico al revés también brotó un Eneida, pero uno Eneida de la baja Augusta, repleta, como no podía ser de otra manera, de antihéroes fracasados, motociclistas, taxistas y gente común, muchos adictos a los móviles, y también unas cuantas putas nostálgicas, ya que la modernidad ha recogido de Augusta a esos arcángeles caídos de antaño. Y así, al llevar al lector a un recorrido por la ciudad de São Paulo a través del pensamiento de su narrador, el libro también trae al primer plano a Roberto Piva, otro personaje literario de la ciudad más psicodélica y paranoica de São Paulo.

Incluso puedo ver a sus ángeles de Sodoma escondidos detrás de los pilares de los edificios de Augusta, mientras el personaje corre por esta calle legendaria. Es que, en la Augusta de hoy, los ángeles de Piva miran tímidamente la modernidad exterior, como avergonzados de sí mismos, empujados al inconsciente de la metrópoli, nuestro Tietê colectivo. Sólo más oscuro. Y así, aunque se pueda ver el libro de Reinaldo como heredero de los João Antônios, de los Pivas y de los Plínios Marcos, y aunque comparta con ellos el mismo ambiente, se puede ver a través de él que el tiempo ha pasado en esta misma ciudad, ha transformado sus calles, ha redimensionado sus espacios y ha estrechado los pensamientos de sus nuevos viejos transeúntes.

Por eso su lenguaje es a la vez antiguo y nuevo, porque su entorno inhóspito es a la vez antiguo y nuevo. Un lenguaje que expresa, después de todo, la visión de un hombre de mediana edad que, nacido en los años 60, equilibra su brío entre la seguridad de la acera y los peligros salvajes de la calle, entre las ideas y conceptos de los años 80 y las manifestaciones más jóvenes de la generación de la segunda década del siglo XXI. Con esto tu lengua consigue una hazaña. El crítico diría que, al mismo tiempo que une las épocas en una tensión insoportable, sintetiza el incesto, propio de la brasilidad, de la más alta cultura literaria con el mundo más sórdido de las cloacas de São Paulo.

Por su locuacidad habitual, su verbosidad coloquial y sin pretensiones, nuestro personaje, mientras eructa Flaubert y el Bardo, se encuentra en la tesitura de tener que negociar pilas para su grabadora analógica con un vendedor ambulante chino. Y así es, entre un São Paulo de antaño, poblado por los ángeles de Sodoma, y ​​un São Paulo de hoy, apretado entre los bloques de apagón y las manifestaciones al frente del Masp, que se cuela nuestro personaje, con su mirada a la vez estúpida y afinada, idiota y crítica, ingenua y burlona. Y todo esto sin un niño en el bolsillo y sin una erección, como suele hacer todo aspirante a escritor en nuestra querida patria llamada Brasil.

*Ulises Razzante Vaccari Profesor de Filosofía de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC).

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