Literatura en cuarentena: La felicidad conyugal

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Rubens Figueiredo*

Comentario a la novela de León Tolstoi

La imagen de escritor consolidada en ensayos y enciclopedias revela tanto la época de estos textos como la obra a la que se refieren. Más aún cuando se trata de una obra de raíces polémicas, como la del escritor ruso León Tolstoi, polémica a la que los devenires históricos del siglo XX han dado un sentido y un alcance aún más complejo.

Esto está ligado a que es casi imposible encontrar un texto sobre Tolstoi en el que no se destaquen las expresiones “moralista” y “predicador religioso”. Asimismo, es raro no encontrar una descripción de su obra que no suponga una división bien definida en dos fases: la primera, como escritor, novelista esmerado, y la segunda, como adoctrinador religioso.

Por supuesto, hay datos capaces de respaldar tales esquemas. Sin embargo, el peso decisivo otorgado a estos datos implica la sustracción de otros elementos, tanto de la biografía como de la obra de Tolstoi. Ante ello, esa imagen pasaría a ser vista, cuando menos, como una simplificación y, en el peor, como una manipulación ideológica.

Es el caso del libro. Dostoievski o Tolstoi, de George Steiner. Al final de su estudio, el crítico llega a afirmar que el Gran Inquisidor, en la novela Los hermanos Karamázov de Dostoievski, dibuja en realidad un retrato de Tolstoi, convertido por Steiner en una especie de patriarca de las llamadas utopías totalitarias.

A pesar de todo, estas interpretaciones apuntan a algo importante: la inconformidad, evidente en las obras de Tolstoi, con el patrón de desigualdad social imperante en la sociedad rusa; y también el descontento con las formas capitalistas que se estaban introduciendo en Rusia de forma acelerada y traumática. Por otro lado, pecan al asumir, en los puntos de vista del escritor, una estabilidad, coherencia y carácter sistemático que nunca tuvieron. La lectura de sus libros, con personajes marcados por vacilaciones y repentinos cambios de humor, por inquietudes intelectuales y experiencias afectivas tan diversas, podría hacernos cautelosos frente a esas esquematizaciones, si no fuera por el filtro de las introducciones y prólogos, que repiten la imagen de un Tolstoi adoctrinador.

Pero hay un factor de otra naturaleza que también pesa en esta “traducción” de Tolstoi para nuestro tiempo y para nuestra geografía. Se trata del prestigio de la noción de que el arte literario goza de una peculiar autonomía en relación con la experiencia histórica y que, en última instancia, la realidad se agota en el lenguaje y la ficción.

Esta noción no era ajena a la época y al país de Tolstoi. Sin embargo, en las condiciones de la sociedad rusa –censura, desigualdad brutal, masas analfabetas, persistente sentimiento de atraso frente a Europa Occidental–, la tesis resultó ser simplemente inviable. Peor aún, visto desde el ángulo de Rusia, proyectaba un perfil hipócrita. Incluso la “indiferencia” defendida por el cuentista y dramaturgo Anton Chekhov adquirió inmediatamente un significado político. Esta es la raíz de la polémica que nutre toda la literatura rusa, y también la fuente de su vigor, alcance y perdurable alcance.

La manera más fiel de describir el caso de Tolstoi sería decir que se colocó en la posición donde la tensión y el antagonismo eran más intensos y donde había que experimentar el conflicto. Pero no como un juego intelectual. No por el gusto del conflicto en sí. No por la suposición de que el dolor purifica y el conflicto mejora. La opresión y la explotación rugieron alrededor de Tolstoi, y desde entonces Infancia y los Cuentos de Sebastopol hasta la novela Resurrección, a partir de 1899, se preocupó por no perder esto de vista. Detrás de ella está la aspiración –que no era su particularidad, sino la de la sociedad que lo rodeaba– de una solución efectiva. Las obras literarias valían como experimentos de pensamiento, en estrecha alianza con otras modalidades discursivas. Entre ellos, la religión.

Con eso en mente, leyendo la novela felicidad conyugal puede adquirir otro contenido. Escrito en 1859 cuando Tolstoy tenía 31 años, ya expresa su empeño por ponerse en el lugar del otro, experimentando una perspectiva ajena. Esta insistencia te llevará a buscar la perspectiva no solo de personajes de otras clases sociales y culturas, sino también de animales e incluso plantas (por ejemplo, el cuento “Três Mortes”).

felicidad conyugal está narrada desde el punto de vista de una adolescente, heredera de una rica propiedad rural. Ella relata su compromiso y matrimonio con un hombre que le doblaba la edad, un amigo de su difunto padre. La novela sigue una experiencia de unos años, en los que el concepto romántico del amor pasa por duras pruebas, hasta agotarse. Los entresijos de la angustia de la joven componen páginas en las que Tolstoi hace valer su reputación de observador sagaz, pero también –es importante subrayarlo– abierto a la contradicción.

En el fondo de las penurias del narrador está la relación de dominación que preside el matrimonio. “Mis pensamientos no son míos, sino suyos”; “necesita humillarme con su altiva tranquilidad y tener siempre la razón contra mí”; “este es el poder del esposo: ofender y humillar a una mujer sin ninguna culpa”; “Necesitaba presentarse ante mí como un semidiós en un pedestal”.

Otro foco de conflicto en la telenovela radica en el contraste entre el campo y la ciudad. En San Petersburgo, la joven se encuentra asediada por llamamientos y atractivos, encarnados en fiestas y bailes, en la vida social de la élite. El carácter apasionante de esta experiencia se manifiesta en forma de una continua renovación de deseos y anhelos – compras, visitas y contactos sociales y afectivos.

La ciudad es la puerta de entrada a la modernización, la introducción del capitalismo incipiente, mientras que el campo conserva rasgos precapitalistas, pero también, y por contraste, sugerencias de una posible alternativa de vida.

Los versos de Lermontov citados por su marido (“Y el tonto quiere tormenta, como si en ella hubiera paz”) son una crítica a lo que representa la ciudad. Sin embargo, es en la ciudad donde la joven logra liberarse de la influencia moral de su marido, “que me aplastaba”, dice, y logra igualar o incluso “ponerme por encima de él”. “Y así amarlo aún más”, concluye la joven, un buen ejemplo de la narrativa dinámica de Tolstoi, que se esfuerza por transformar una posible solución en un nuevo problema.

Rubens Figueiredo, escritor y traductor, es autor de el libro de los lobos (Compañía de Letras).

referencia

Lev Tolstoi. felicidad conyugal. Traducción: Boris Schnaiderman. Editorial 34, 124 páginas (https://amzn.to/45BRBb5).

Artículo publicado originalmente en Revista de reseñas

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