por Benedito Nunes*
Reseña del libro de Clarice Lispector
Este libro es una continuación y un nuevo comienzo: una continuación de la escritura desgarrada de Clarice Lispector y un nuevo comienzo del drama del lenguaje que, ya latente en Cerca del corazón salvaje (1944) y en la novela La ciudad sitiada (1949), se declara abiertamente en La manzana en la oscuridad (1961), problematizando, desde entonces hasta La Pasión según GH (1964), en el límite extremo de la introspección en el que desaparece el personaje y se disuelve la historia, la posición singular del narrador y el alcance de la narración como tal.
Un aprendizaje o El libro de los placeres (1969) adopta, a diferencia del texto anterior, la narración en tercera persona; tratar de rescatar a la estado carácter literario del personaje y reactivar la trama. Respuesta a la pedagogía negativa, intrínseca a la experiencia del vaciamiento en la novela de 1964, que disuelve la realidad común, propone un difícil aprendizaje de las cosas humanas y anuncia un “nuevo realismo”.
Agua viva es una continuación, porque vuelve a esa experiencia que El libro de los placeres interrumpe, y es un reinicio, porque el doble vaciamiento consumado en Pasión –tanto del sujeto-narrador, cuyo yo se desintegra, como del relato, que no tiene otra cosa que narrar que el propio deambular del sujeto– se transforma en el nuevo realismo atemático del proceso de escritura, hecho a base de azarosa búsqueda, conquista y pérdida. del tiempo, creación de la supervivencia y acercamiento de la muerte. A Sagrada Escritura autodesgarrada, conflictiva, que antes se alcanzaba como límite final y necesidad perturbadora, es ahora la contingencia asumida de transgredir las representaciones del mundo, los patrones del lenguaje, los géneros literarios y la fantasía protectora.
Ficción es como la autora describe su último libro. Pero aquí, la ficción es un flujo verbal, que borra la diferencia entre prosa y poesía, extendiéndose, como una red continuamente hecha, deshecha y rehecha, sobre los dos grandes vacíos –el romántico y el sagrado– que conectan, de tal manera .ejemplar, la obra de nuestro narrador a las dimensiones de agonía de una literatura en crisis.
Meditación apasionada sobre el acto de escribir, a la manera que el narrador denominaba el “estilo de la humildad”, el relato sin historia de Agua viva se desarrolla como una improvisación, al azar. Pero su foco real está en el debate en curso entre el escritor y su vocación, entre el escritor y las palabras: “Escribo a través de piruetas acrobáticas y aéreas, escribo porque tengo muchas ganas de hablar. Aunque escribir solo me está dando la gran dosis de silencio” (p. 14).
¿Qué nos puede decir este humilde y temeroso escritor? ¿Y sobre qué debe escribir el novelista? Estas son las preguntas que palpitan en las páginas de Agua viva, de cuyo ligero artificio ficcional (la narradora es una pintora, que pretende escribir como pinta, “redonda, enroscada y cálida”) resulta el mayor enfrentamiento, el auténtico tema de una obra atemática, entre la necesidad de decir y la experiencia del ser, en el transcurso de improvisaciones que oscilan al capricho de motivos aparentemente inconexos –desde la descripción de hipotéticos paisajes hasta reflexiones sobre el tiempo, la muerte y Dios, que podrían continuar indefinidamente en el ritmo tenso de un juego trágico, en el que el narrador se expone. “Quiero escribirte como quien aprende, fotografío cada momento. Profundizo las palabras como si estuviera pintando, más que un objeto, su sombra…” (p. 15).
Este libro de Clarice Lispector, que no será un “mensaje de ideas” (p. 28) ni una confesión íntima, quiere regalarnos, dirigiéndose al lector virtual que todos somos, una “onomatopeya, una convulsión del lenguaje” (p. 32), y sólo transmitirnos el tono, el halo de las cosas, la visión de Dios, de lo impersonal, de lo que está “detrás del pensamiento” (p. 34), y que se llama it. En su lucha por asentarse en el tribunal y dominándolo, el acto de escribir, máxima agonía, se convierte en un fracaso existencial, conduciendo siempre a una situación límite, que bordea el ser a través del tiempo: “Estoy esperando la siguiente frase. Es cuestión de segundos. Hablando de segundos, te pregunto si puedes manejar el tiempo siendo hoy y ahora y ya” (p. 41).
La novela se disuelve entonces en la única historia que hay que contar: la historia del escritor y su pasión interminable, una historia fragmentaria, sin trama de vida, pero que, como instrumento de penetración y disolución, logra exaltar, en una sola paradoja, la alegría de vivir y el "horror alucinante de morir".
Si la novela de Clarice Lispector es, entre nosotros, la expresión más relevante de la crisis de un género (con las connotaciones culturales que tiene una crisis), su problema no es, sin embargo, el de la pura y simple destitución de la historia, por la razón , que invoca el pseudoobjetivismo de Alain Robbe-Grillet, que “raconter est devenu imposible”. Para Clarice Lispector, la imposibilidad es narrar cualquier cosa sin narrarse a la vez, sin, a la luz opaca de su realismo ontológico, no exponerse, ante todo, al riesgo y a la aventura del ser, como O a priori de la narrativa literaria, que el escritor de hoy encuentra en el umbral de cualquier historia posible que contar.
* Benedito Núñez (1929-2011), filósofo, profesor emérito de la UFPA, autor, entre otros libros, de El drama del lenguaje: una lectura de Clarice Lispector (Sacar de quicio).
Publicado originalmente en la revista Coloquio/Cartas no. 19 de mayo de 1974.
referencia
Clarice Lispector. Agua viva. Río de Janeiro, Rocco.