libertad, libertad

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por LUIZ ROBERTO ALVÉS*

Tras agotar todas las legalidades ante la violación electoral incitada por Donald Trump, mandó a sus seguidores a la muerte en Washington

Occidente ha recibido en sus venas fuertes dosis de un tipo de libertad que no incluye la otro. De hecho, entendida como un problema en su relación con la igualdad -a pesar de la contigüidad en el uso de los términos- la línea de pensamiento y práctica que se desarrolla en el siglo XIX bajo el nombre de Liberalismo, deja de lado el significado de uno de los pilares de la revolución, la fraternidad, que viene a estar vigente en los desvanes donde grupos, personas y organizaciones aún creían en el encuentro con el otro como indispensable para el conocimiento de sí mismo y su ejercicio del ser sapiens e Faber en el mundo. Perdida su aura, la fraternidad universal se convirtió en una alternativa. Algunas fuentes religiosas y formas alternativas de organización fueron importantes en la vigencia parcial y limitada de este valor que une a las personas.

Las fuertes inyecciones de libertad al estilo del liberalismo, a pesar de contar con numerosos representantes en su proyecto histórico y de haber redefinido la economía de una manera mucho peor en comparación con su disposición científica inicial, encuentra su aura de intereses en el sistema educativo y las actitudes políticas de rebaño.

En cuanto al segundo punto, los exabruptos públicos que hemos visto no sólo ponen la rodilla en el cuello de la vieja y mejorable democracia, sino que cumplen una función superior, es decir, demuestran que la civilización no importa. La civilización aquí tiene el apoyo de civilización e civita. La imagen de repetidos movimientos de miles de personas, bajo una pandemia aún desconocida en su dinámica de contagio, saltando y gritando en calles, pasillos y plazas, bebiendo, interactuando, agudizándose en bajo argot lingüístico y con la mascarilla en los bolsillos o en un cajón, no sugiere una simple revuelta contra el derecho de ir y venir, o el anhelo de amigos y hábitos del 2019 atrás; De hecho, tales imágenes no tienen OutrosPero tenía llevado por Personas ya endurecido en el ego. Y cuando esta disposición encuentra emuladores, incitadores de la misma naturaleza que la disposición del yo, como Trump y Bolsonaro, considerados aquí como personajes que representan el horror del otro, el otro, la negación civilizadora se produce como compulsión de muerte.

Tales nombres mencionados aquí son Personas plural, llamado así por el protagonismo masivo que sugieren sus engranajes de poder comunicacional. A pesar del cínico América primero, la única verdad que sobrevive hoy en el conteo de votos y en el ataque contra la elección que acaba de terminar es la de la yo trumpista, que no enloqueció ni simuló, sino que tanto forzó a favor de la muerte de los derechos de las mayorías como forzó la disposición desmoralizadora del área de la salud y su intento de salvar vidas. Trump es la muerte a caballo, ya sea del cuerpo cívico o del degollado. Peor que eso, todas las acciones de Trump todavía lo hacen acumular puntos con sus filas y lo determinan, al menos en este momento histórico, como líder. Este nuevo tipo de líder no tiene nada que ver con el de los estudios de cultura organizacional. Las compulsiones del mal y de la muerte levantan premios, al menos mientras poblaciones empobrecidas en economía y ética aún esperan jugadas salvadoras del ajedrez invertido y sórdido que engulle la vida cotidiana.

Tras agotar todas las legalidades ante la violación electoral provocada por Trump, mandó a matar a sus seguidores la tarde del 6 en Washington. Si las muertes no se produjeron más allá de cuatro, como deseaban los poderosos en decadencia, fue por un acuerdo entre el Legislativo y la Policía. Es. Tenga en cuenta que actuó de manera diferente a los días en que obedecía las órdenes del propio Trump cazando ciudadanos negros y reclamantes de derechos básicos. En cuanto a Bolsonaro, hay que considerar, sin embargo, que el representante brasileño es un persona que se simula como una pálida copia de los horrores del mundo y que, en ese sentido, es desmoralizado y humillado todos los días, sin estar ya en condiciones de manejar una sola pulgada de la nación de 8 millones de kilómetros cuadrados. Sin embargo, piense en cuánto trabajo le llevará su derrota (si llega a ser presidente hasta 2022). En su cabeza borderline -legalidad y delincuencia- pensará que a Trump solo le faltó el apoyo de las fuerzas armadas en el asalto al Capitolio. Y aquí, ¿faltará?

Las imágenes y los descubrimientos de Jean Baudrillard no solo se hicieron más nítidos sino que también se transformaron. Los mecanismos consumistas y las simulaciones de la sociedad virtualizada ya no explican las compulsiones que exacerban el odio y la cuenta geométrica de la muerte. Aunque todo lo que está pasando signifique también la muerte del liberalismo y su tutor, el capitalismo, los gritos, la violencia, la imposición de tenía y la negación de los otros revelan una nueva veta de racionalidad, mucho peor que las simulaciones virtualizadas, ya que llevan elaboraciones discursivas, consideran tradiciones, citan pasajes legales y, entre exabruptos, imponen sus múltiples tenía sobre cualquier otro discurso. El mito contemporáneo, tal como lo entiende Roland Barthes, es perfecto para comprender lo que sucede en nuestro momento civilizatorio, pues en sus textos encuentra personas reales, símbolos reales, objetos reales y líderes reales siendo robados y vilipendiados en su potencial, lo que conduce a personas e incluso las instituciones a caer de su condición de sujeto, relegadas a una condición abyecta e instrumental.

Por tanto, no conviene burlarse o despreciar las nuevas compulsiones, así como ridiculizarlas. Sin equivalencia discursiva, aliento al sacrificio de inocentes. Lo que corresponde a los cultivadores de la idea de la democracia como fenómeno no abierto a la compulsión sino al encuentro, es analizar más y mejor la complejidad de las tramas y vides que envuelven las formas de organización de la sociedad y los principios de la democracia. de un futuro ya en el límite del pensamiento equilibrado. Acto continuo, trabajando con las generaciones más jóvenes, preferentemente, para renovar las inteligencias inductoras de una sociedad capaz de resignificar la democracia, ya que los esfuerzos seculares por la democracia occidental siguen siendo incruentos, lo que puede requerir resignificación. Los sentidos de la democracia se desvanecieron, precisamente, en los enfrentamientos duales e irreversibles que se instalan en el seno de la vida pública, lo que significa casas de representación, palacios, tribunas, esquinas, tabernas y familias. Lugares igualmente limítrofes entre el pensamiento y la compulsión.

Tal como se propone, la educación sería el lugar tanto para la investigación y estudio de las resignificaciones y nuevas inducciones al servicio de la democracia anhelada como para el crecimiento cualitativo y cuantitativo de masas críticas que comprendieran los modos de ser de las compulsiones, su presencia en la vida política y en los meandros de pequeños grupos en la sociedad. Tal logro arrojaría luz sobre el debate público y quizás su asunción a nuevos niveles de comunicación social. Otra comunicación será el móvil de la civilización en movimiento.

En vano, precisamente en la escuela, los diversos matices políticos liberales crearon dos focos de compulsión, muy al gusto de su modo de dominación sobre los valores de la superestructura: ahora la educación sin autoridad alguna, disfrazada de “foco en el alumno”, ahora la pendular acción pedagógica, que refuerza la autoridad superior de las burocracias institucionales y coloca al magisterio como un supuesto capataz, encargado de diezmar el intento libertino de los estudiantes. Ambos proyectos sirven muy bien al desiderátum liberal. Lo importante es que los currículos de estudio se propongan desde arriba, sin lineamientos, sin estrategias claras, sin evaluaciones a la luz del lugar y región en que opera la escuela.

La escuela, por tanto, también se pierde en el límite entre el pensamiento y la compulsión, revelado en plenitud por los medios de comunicación social. La escuela se convirtió en un lugar de muerte, a pesar del cariño y cuidado de muchos educadores, porque por encima de ellos la trama la tejía el autoritarismo burocrático, lo que provocaría la ira incluso en Max Weber.

Lo que sería digno y sublime en la escuela, entendida como comunidad, es que ésta, ante todo, haga un acuerdo (¡nunca un pacto!) con su entorno, su lugar y establezca allí un pilar de la democracia, la comunidad educativa, en el que nadie se quedaría fuera, nadie. Estudiantes, profesionales, familias, stakeholders, colaboradores se convertirían en el corazón educativo de la institución escolar. Allí se desarrollarían los grandes aspectos de la acción educativa, es decir, la redacción del PPP, la organización del currículo integral (BNCC y Dimensiones Diversificadas del saber local y regional) y el consecuente regimiento estrictamente democrático.

En este arreglo institucional no habría lugar para ningún foco de atención y cuidado discriminatorio ni para el morbo burocrático. Nacería una nueva totalidad que se cuida y se educa.

Quizás el nuevo tejido educativo señalaría el verdadero país a través de células sanas, reflectoras del cuerpo de la nación. En media luna, tales comunidades educativas crearían vínculos con la totalidad de la vida municipal y regional, en particular los horizontes de trabajo, los organismos cívicos, los movimientos culturales (la educación es la sistematización de la acción cultural), los poderes tripartitos del Estado, los más amplios gama de actividades juveniles y todas las acciones ecológicas. Esta comunidad educativa es entrevistada en los Lineamientos Curriculares Nacionales del Consejo Nacional de Educación (CNE, 1997-2016).

Si el horror límite de Bolsonaro y su “compañía” tiene una secuela, nada de esto sucederá. De ser así, será el comienzo de una revolución y el fin de la muerte de los cuerpos y símbolos del campo democrático.

El último punto de esta reflexión.

Discursos como “Fuera Bolsonaro” (como otros similares) son poco productivos, que solo se justifican por el derecho a la emoción individual, que también desciende en ocasiones a la jerga baja. A los oídos de este tipo de gobierno y poder de turno, tal discurso es un licor dulce, tragado por la forma en que también se expresa. Hay equivalencias. De la misma manera, sin excepción, es bestial el comportamiento de los partidos en Brasil, que, deliberada, racionalmente, se coloca mucho más a favor de la establecimiento que el cambio de hábitos y el fin del mal. Nuestros partidos están impulsados ​​por evidentes compulsiones de muerte, disfrazados de supervivencia partidaria y endulzados por elaboraciones discursivas perfectas. Sin embargo, nunca sobreviven a raíz de sus famosas afirmaciones. Son significados desmentidos por sus significados. El aprendizaje vital -o esa conciencia de superación de las reproducciones tan presente en Agnes Heller y Paulo Freire-, a pesar de ser tan exigido en la escuela, no es más que un discurso mentiroso en los campamentos del partido.

Se necesita un nuevo acuerdo discursivo. No hay pactos, maravillosos en los relatos de Rosa, pero que bastan allí y en otras bellezas literarias del mundo. El acuerdo discursivo será signo e instituyente del nuevo pensamiento político que, alejándose de los riesgos de la racionalidad compulsiva, encontrará caminos sembradores para hundir la tiranía corrupta que azota al país y brindar sana cosecha, derecho del pueblo.

*Luis Roberto Alves es profesor titular de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.

 

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