Lenin: un teórico sutil y complejo

Imagen: Sasha Kruglaya
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por LUIS FELIPE MIGUEL*

La lección ineludible que dejó Lenin es que es posible, que es necesario, atreverse a soñar con un mundo nuevo y luchar por construirlo.

Este domingo se cumplen cien años de la muerte de Vladimir Ilich Lenin. Fue uno de los más grandes pensadores marxistas de su generación, un genio estratega político y un ser humano admirable.

En Occidente, el discurso hegemónico intenta vestirlo con el traje del “dictador sanguinario”, un partidario principal de la opinión de que “el fin justifica los medios”, un Joseph Stalin. La falta de conocimiento sobre su pensamiento es evidente. Incluso un intelectual liberal ilustrado, como Robert Dahl, cuando le dedica unas páginas (en su La democracia y sus críticos), no es más que generalizaciones primarias y comete errores tan infantiles como llamarlo “Nikolai”.

En la izquierda ortodoxa, se transformó en una especie de Mesías. Su obra fue tan embalsamada como su cuerpo, convirtiéndose en parte del conjunto de escritos sagrados –el “marxismo-leninismo”– que no podían ser cuestionados ni utilizados críticamente, sólo reverenciados.

Pero Vladimir Ilich Lenin fue un teórico sutil y complejo, cuyas contribuciones a la estrategia de transformación social, a la comprensión del Estado capitalista y al estudio del imperialismo siguen mereciendo atención. También fue un ejemplo de activista revolucionario, con dedicación incondicional y una increíble capacidad de sacrificio personal.

Lejos de aceptar la doctrina simplista de que los fines justifican los medios, Vladimir Ilich Lenin era muy consciente del drama de la política, tal como lo enunció Maquiavelo: la tensión entre principios y resultados, entre la acción en el presente y la responsabilidad para el futuro.

En el tortuoso proceso del estallido de la Revolución de Octubre brilló el genio político de Lenin, quien en ese momento supo descifrar perfectamente la fortuna y encarnar plenamente la virtù.

Sólo podemos especular cuál habría sido el desarrollo de la Rusia soviética sin su incapacitación y muerte prematura. Sólo sabemos que, en su testamento, advirtió contra Stalin.

Dedicó su vida a la revolución, pero no era un ser humano incompleto y de mente estrecha. Recuerdo una encantadora historia que cuenta Jean Cocteau en su entrevista con Paris Review, cuando habla de la vida bohemia en el París de principios del siglo pasado: “En aquella época nos reuníamos todos en el Café Rotonde. Y a veces entraba allí un hombrecito de frente enorme y redonda y perilla negra, para tomar una copa y escucharnos hablar. Y “mirar a los pintores”. Una vez le preguntamos al hombrecito (nunca dijo nada, solo escuchó) qué hacía. Dijo que tenía la seria intención de derrocar al gobierno ruso. Todos nos reímos, porque, por supuesto, teníamos la misma intención. ¡Así era entonces! Fue Lenin”.

No era un santo; nadie que se dedique a la acción política puede permitirse el lujo de serlo. Hizo las cosas bien y mal, como todos nosotros. La revolución que él comandaba perdió su rumbo y pereció de manera melancólica. Pero no podemos borrar su principal lección: que es posible, que es necesario, atreverse a soñar con un mundo nuevo y luchar por construirlo.

*Luis Felipe Miguel Es profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la UnB. Autor, entre otros libros, de Democracia en la periferia capitalista: impasses en Brasil (auténtico).

Publicado originalmente en las redes sociales del autor.


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