por MARCOS AURÉLIO DA SILVA*
Presentación de la edición brasileña del libro de Gianni Fresu
Lenin lector de Marx, obra que Gianni Fresu publicó en Italia como resultado de sus estudios doctorales realizados en la Universidad de Urbino, y que ahora llega al lector brasileño, representa un punto culminante en el intento de revivir la cultura marxista en el Viejo Continente, que sufrió un fuerte shock tras la derrota del socialismo en el Este. Y un punto culminante por al menos dos razones.
En primer lugar, porque Gianni Fresu, autor de nada menos que seis libros sobre diversos temas que tocan la historia del movimiento obrero italiano, formó parte de la resistencia a este desastroso proceso, que en la tierra de Antonio Gramsci se materializó en la desintegración del Partido Comunista Italiano. De hecho, el autor integró, poco después de la debacle del poderoso instrumento de lucha que los trabajadores italianos supieron construir, el movimiento que dará paso a la Refundación Comunista, habiendo permanecido allí durante aproximadamente dos décadas con un intenso trabajo en el área de formación, ocupando la Secretaría Regional de Cerdeña - Patria de Gramsci y del propio Fresu - y como miembro del Comité Político Nacional.
El segundo se refiere al ambiente político-intelectual que rodeó la creación de la tesis que luego se convirtió en libro. Urbino, ciudad partidista, como muchos otros que organizaron la lucha guerrillera contra la ocupación nazi, responsable de la liberación de las regiones centro-norte y norte de Italia, a donde llegaron los aliados después de que ya se hubiera confirmado la victoria de las brigadas. partisanos, con la participación decisiva de fuerzas comunistas‒, fue él mismo uno de los núcleos a partir de los cuales el antiguo PCI logró experiencias administrativas consecutivas después de la Segunda Guerra Mundial y, no por casualidad, un importante centro universitario de tradición hegeliano-marxista. De hecho, en Urbino enseñaron e investigaron nombres importantes dedicados al estudio de Hegel y la dialéctica, como Livio Sichirollo y Domenico Losurdo, este último nada menos que el director de la tesis que dio origen al libro.
De hecho, no habría mejor punto de partida que este para preparar un estudio en torno al pensamiento de Vladimir Ilich Lenin, el “mayor teórico de la filosofía de la praxis”, como decía Antonio Gramsci. Un pensamiento que se desarrolló fundamentalmente como un ejercicio de oposición política a las nocivas formulaciones de la Segunda Internacional, que se había permitido distanciarse de los fundamentos hegelianos del marxismo.
Y este es el tema del largo primer capítulo, que abarca en profundidad el debate sobre las debilidades y las revisiones llevadas a cabo por figuras como Wilhem Liebknecht, Eduard Bernstein y Karl Kautsky. Es ilustrativa, por ejemplo, la recuperación de las críticas de Friedrich Engels al primero de estos personajes, persuadido “de la ignorancia y petulancia de querer liquidar a alguien como Hegel”, asociándolo al Estado “real-prusiano”, y de queriendo dar a entender al público que así pensaba Engels.
De hecho, es el mismo Wilhem Liebknecht quien distorsionará también las formulaciones del socio de Marx sobre el nuevo valor del trabajo de propaganda y del trabajo parlamentario, escritas como prefacio de la obra La lucha de clases en Francia, queriendo hacer creer que Friedrich Engels había proclamado el fin de la era de las revoluciones, cuando se trataba de poner en duda “la idea de un asalto insurreccional desprevenido”.
No es casualidad que Eduard Bernstein surgiera de esta distorsión, quien también lanzó ataques contra la dialéctica hegeliana –“una trampa que impediría cualquier comprensión coherente de la realidad”-, y transformó la lucha por las reformas sociales de un medio a un objetivo final. democracia social. Sería como decir que el socialismo, más que el producto de un “salto cualitativo” -como aparece en las formulaciones que Marx y Engels lograron desarrollar a partir de la lectura hegeliana de la evolución histórica[i] ‒, no fue más que el simple resultado de una adaptación, una mejora del capitalismo.
Para Eduard Bernstein, una vez conseguidas distintas mejoras, en el ejemplo de la “mejora del sistema crediticio”, el “nacimiento de las organizaciones empresariales”, la “revolución del sistema de transportes, comunicaciones e información”, e incluso la “consolidación de las clases medias” y la “mejora de las condiciones económicas del proletariado”, se habría llegado a una etapa en la que se habrían superado las “contradicciones más agudas” del capitalismo, dejando obsoleta la idea de revolución.
Como destacó Gianni Fresu, retomando la crítica que Rosa Luxemburgo dirigió a Bernstein, quien para ello recurrió a la idea luminosa de las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción presentes en el célebre prefacio de Marx,[ii] O “el revisionismo tiene razón sobre el desarrollo capitalista y, por lo tanto, la transformación socialista de la sociedad no es más que una utopía, o el socialismo no es una utopía, pero en ese caso la teoría de los medios de adaptación no puede sostenerlo”.
Aquí nos enfrentamos visiblemente a los efectos que la influencia del positivismo y el darwinismo dejó en las elaboraciones marxistas en las primeras décadas del siglo pasado. Por eso no es casualidad que Kautsky, con una formación fuertemente marcada por las influencias del libro de Darwin, después de varios enfrentamientos con las simplificaciones de Bernstein, aparezca él mismo como el campeón del revisionismo, responsable de los giros más trágicos del movimiento socialista.
De esta manera, señala Gianni Fresu, reveló que no tenía “el más mínimo conocimiento de la filosofía de Hegel”, entregándose a una idea del marxismo como una “concepción absoluta de la historia”, donde economía e historia aparecen en una relación. sin ninguna contradicción.[iii] No sorprende, por tanto, que la crítica de Karl Kautsky a la justificación del colonialismo a la que Eduard Bernstein ‒se dedicó a la defensa de un equilibrio entre las potencias para sostener la penetración de Alemania en China‒, diera paso más tarde a la defensa de los créditos de guerra por la intervención alemana en la Primera Guerra Mundial, y ello con argumentos que no disimulaban el chauvinismo de la época: “La socialdemocracia puede ser un instrumento de paz, pero no un medio contra la guerra”.
Es comprensible: rehén de una idea absoluta de la historia, su crítica al imperialismo no fue más allá de las cuestiones morales, ignorando incluso que el nuevo colonialismo ya se basaba en las exportaciones de capitales, ya no de bienes. De hecho, es también a partir de esta lectura equívoca que Karl Kautsky se aferrará a la tesis revisionista del ultraimperialismo, según la cual la dominación internacional era sólo una cuestión de poder, no una cuestión económica, siendo la guerra obra del capital bancario, pero no del capital industrial, elemento a partir del cual se podría forjar una etapa de desarrollo pacífico y democrático.
Y así llegamos a la exaltación del sistema representativo parlamentario por parte de Karl Kautsky, con el que se opuso a la “huelga de masas” teorizada por Rosa Luxemburgo -prolongada en el tiempo, que puede implicar varios años y diferentes formas de lucha, la huelga general o de barricadas callejeras hasta luchas salariales pacíficas, que para él sólo tienen una importancia complementaria.
Mientras la socialdemocracia degenera en positivismo, revelando cuánto faltaba al marxismo en las formulaciones teóricas de principios del siglo XX, Vladimir Ilich Lenin se desarrolla como un hombre de acción política y elaboración teórica. Al contrario de lecturas que intentan reducir sus contribuciones a Cuadernos filosóficos, dirigido principalmente a atacar el marxismo-leninismo, Gianni Fresu, a partir de los estudios de Luciano Gruppi, nos hace ver que las concepciones filosóficas de Lenin deben entenderse “en el conjunto de su obra”, ya que “no surgen sólo de los escritos escritos eminentemente filosóficos, pero también políticos”, donde cobra importancia una rigurosa “dialéctica de la relación sujeto-objeto, determinada por la intervención consciente del sujeto en el proceso objetivo”.
De hecho, la muy estudiada obra sobre el imperialismo revela esta dimensión del pensamiento filosófico de Vladimir Ilich Lenin. Representa una ruptura total con el fatalismo mecanicista –el mero resultado del desarrollo natural de las fuerzas productivas– y su total ignorancia de la dialéctica hegeliana, en la medida en que corresponde a la comprensión objetiva de la realidad de la revolución. Y es aquí, subraya Gianni Fresu, donde hay que señalar la superioridad de Lenin sobre Kautsky, rehén de formulaciones absolutamente unilaterales y antidialécticas.
Pero es también de esta dialéctica que surge otro punto esencial del libro que el lector tiene entre manos, que a su vez hace una enorme contribución a la crítica del revisionismo que hoy continúa amenazando la vitalidad del pensamiento marxista. Esta es la teoría de la hegemonía y de la relación entre Lenin y Gramsci, a menudo negada por las lecturas liberales del comunista sardo. Valentino Gerratana ya había añadido al texto de la edición crítica del Cuadernos de prisiones muchos indicios sobre esta relación, que sólo una lectura de Gramsci distanció de cuadernos tal vez quiera negarlo.
De hecho, Gramsci es explícito en sus referencias al “mayor teórico de la filosofía de la praxis”, quien “contemporáneamente con Croce”, revalorizó, contrariamente a “diversas tendencias economicistas”, “el frente de la lucha cultural”, construyendo así “la doctrina de la hegemonía como complemento a la teoría de la fuerza del Estado y como forma actual de la doctrina de la revolución permanente que existía allá por 1848”.[iv] Al final, se trata de entender lo económico como una esfera que en última instancia sólo funciona como “el motor de la historia”, como advirtió el propio Gramsci, señalando una observación de Engels, no sin insistir inmediatamente en que se vincula directamente con un pasaje del mencionado prefacio de Marx, precisamente aquel en el que se destaca el “terreno de las ideologías” como el lugar a partir del cual los hombres “toman conciencia de los conflictos que existen en el mundo económico” [V]:
“La transformación de la base económica altera, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura. Al considerar tales cambios, siempre es necesario distinguir entre la alteración material –que puede ser probada de manera científicamente rigurosa– de las condiciones económicas de producción, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en definitiva, las formas ideológicas mediante las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto, llevándolos a sus últimas consecuencias”.[VI]
Y para demostrar esta relación entre Gramsci y Lenin, claramente basada en una lectura de Marx adecuada a la época, pero también a las necesarias diferenciaciones espaciales, Gianni Fresu recupera el informe del gran revolucionario ruso sobre el VII Congreso del Partido Comunista de Rusia. , celebrada en marzo de 1918[Vii]. Destaca que ya es posible encontrar el primer esbozo de la categoría Gramsciana de hegemonía y todo el problema de la diferencia entre Occidente y Oriente que es su premisa.
De hecho, explica Fresu, Vladimir Ilich Lenin, siguiendo el marxismo que lo distingue ‒ siempre apoyado en el “contexto histórico territorial” de formaciones sociales concretas ‒, entiende este problema desde la propia realidad de Rusia, dejando clara la importancia de la cuestión campesina. ya sea en 1905, en 1917 o en 1921, cuando formuló la táctica de alianza con la pequeña burguesía agraria para hacer viable la Nueva Política Económica (NEP). En todos los casos, se trata de comprender y valorar el papel de los campesinos en la revolución socialista, superando el evolucionismo mecánico de la socialdemocracia, que limitó este papel a la etapa democrático-burguesa.
Y he aquí una primera ruptura entre Vladimir Ilich Lenin y Rosa Luxemburgo, que curiosamente también se expresó en la crítica de lo que esta última llamó el “ultracentralismo” del partido bolchevique –una valoración, concluye Gianni Fresu, que abstrae la adaptación de la nueva forma organizativa a las propias condiciones del Estado moderno y de la empresa capitalista moderna, con su amplio desarrollo de aparatos administrativos y burocráticos.
De hecho, ya sea en la cuestión organizativa o en términos de alianzas de clases, estamos ante un Lenin para quien la filosofía hegeliana y la idea de “superación” dialéctica que la delimita –una superación-conservación, una abrogación – aparece desde muy temprana edad y se mantiene viva durante toda su actividad política. Y esto en un momento en que toda la iniciativa teórica pertenecía a los revisionistas.
De hecho, si recordamos los intentos de liquidar las aportaciones teóricas del gran bolchevique, a menudo presentado, como refiere Fresu, como un doctrinario, o incluso el “demonio del siglo XX”, no es poca cosa resaltar el salto que Precisamente los estudios hegelianos se familiarizaron con los estudios en profundidad de los textos del pensador alemán a los que se dedicó Vladimir Ilich Lenin durante los años de la Primera Guerra Mundial. Esta es, como lo demuestra el riguroso estudio de Domenico Losurdo, la mejor comprensión del problema de la distinción hegeliana entre “el mundo de las apariencias” (Erscheinungswelt), es decir, de “inmediatez empírica” –expresión de “contratendencias reaccionarias”- y de realidad en un sentido estratégico, “sentido fuerte” (realidad), expresión de la relación entre lo real y lo racional, es decir, de las “exigencias más profundas del espíritu de la época”[Viii]. Una distinción claramente ajena al marxismo de la Segunda Internacional.
Como puede ver, hay muchas razones para que los activistas y/o académicos brasileños en el campo de la ciencia política se feliciten por la publicación de este importante estudio de Gianni Fresu. Aunque sólo sea porque la propia realidad nacional, después de haber vivido un ciclo de gobiernos populares ahora dramáticamente derrotado, requerirá ciertamente una evaluación histórico-teórica que tendrá mucho que ganar si sabe cómo dar un giro -siempre a la luz de una “traducción” rigurosa, una reflexión que no se deja enredar en “abstraccionismos mecanicistas”[Ex] ‒ a los debates que definieron la historia del marxismo en el paso de la II a la III Internacional ‒ y al papel que allí jugó “el mayor teórico de la filosofía de la praxis”.
* Marcos Aurelio da Silva Profesor de Geografía de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC).
referencia
Gianni Fresu. Lenin lector de Marx. Dialéctica y determinismo en la historia del movimiento obrero. Traducción: Rita Coitinho. São Paulo, Anita Garibaldi, 2016, 272 páginas. [https://amzn.to/48GSp0u]
Notas
[i] Losurdo, D. Hegel y la liberación de la modernidad. Nápoles: La Scuola di Pitagora, 2011, págs. 294-5.
[ii] marx, k. Contribución a la crítica de la economía política. 2 ed. São Paulo: Martins Fontes, 1983, pág. 24.
[iii] Es interesante notar que para Gramsci el marxismo debe ser entendido como “historicismo absoluto”. Sin embargo, ya una “nueva síntesis”, una “ortodoxia”, es un legado del hegelianismo, el elemento “más importante” de la cultura filosófica que Marx “incorporó”. Gramsci, A. Quaderni del Jail, vol 2, Turín: Einaudi, 1977, págs. 1434 y siguientes.
[iv] Gramsci, op. cit. PAG. 1235. En la nota que el editor V. Gerratana añade a este pasaje, tomada del Cuaderno 10, el cuadernos 4, 7 y una carta a su cuñada Tania de mayo de 1932.
[V] Gramsci, op. cit., vol. 3, Cuaderno 13, P. 1592.
[VI] Marx, op. cit. PAG. 25.
[Vii] Lenin, V. I. VII Congreso Extraordinario del PCR (b). En: Trabajos seleccionados. Moscú: Ed. Progreso; Lisboa: Ed. “Avante!”, 1981, págs. 495-512.
[Viii] Losurdo, op. cit., págs. 94 y ss.
[Ex] Gramsci, op. cit., Cuaderno 11, PAG. 1468 y siguientes.
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