por CLEBER VINICIUS DO AMARAL FELIPE*
La lectura otorga la posibilidad de viajar por distintas épocas y, lo que es mejor, volver al presente y “ver[r] dos palmas por delante de la nariz”
“No deseo ningún mal a las ficciones, las amo, creo en ellas, las encuentro preferibles a las realidades; Nunca dejo de filosofar sobre el destino de las cosas tangibles frente a las imaginarias” (Machado de Assis).[i]
Un buen libro es capaz de brindar un escape momentáneo de la realidad, el aburrimiento, la rutina, algo oportuno durante la cuarentena. Por otro lado, es posible encontrar, en las tramas literarias, experiencias tan restringidas como las nuestras, lo que ayuda a afrontar los dramas del presente de forma más distanciada. Compartiré con los lectores algunas ideas e impresiones, imaginando que pueden arrojar luz sobre algunos dilemas contemporáneos.
A medida que avanzaban los últimos meses, recorrí el estante de literatura en busca de mundos alternativos, libres y sin trabas. Con cada lectura realizada siempre llegué a conclusiones idénticas, como si las historias fueran variaciones unas de otras. No pude evitar sentir lástima por Ulises, un personaje homérico que permaneció enclaustrado durante siete años en la isla de Calypso. Dante Alighieri, a su vez, nos presentó una fortaleza más allá del mundo. El infierno y el paraíso albergan almas por la eternidad. Del purgatorio, por lo menos, es posible salir: directo a los lazos de la bienaventuranza.
Los habitantes de la isla de Utopía sintieron el peso de la opresión y la supresión del libre albedrío; el manual el cortesano sugiere que la sociedad cortesana impuso los rigores de la etiqueta, la asfixia de las convenciones; tras un naufragio, bajo la frecuente amenaza de los caníbales, Robinson Crusoe vivió, durante casi tres décadas, el aislamiento en una isla del Pacífico; y Edmond Dantès, que estuvo preso en las mazmorras de If durante catorce años? Logró escapar, se convirtió en Conde de Montecristo y adquirió riquezas sin precedentes: aun así, imagino que abandonaría el título y el poder para retroceder en el tiempo y evitar las cadenas. El viajero en el tiempo de HG Wells casi no pudo volver del año 802.701 d.C., cuando la tierra estaba habitada, en su superficie, por el pequeño y feliz Eloi (inspirado enViajes de Gulliver) y, en canales subterráneos, por Morlocks rebeldes y nocturnos. Una prisión en el futuro.
Después de algunas semanas (¿o fueron meses?), dejé el estante de literatura a un lado: todos los libros parecían memorias de prisión. Graciliano Ramos, por lo visto, destacaba en un terreno muy explorado. Las otras secciones, sin embargo, solo amplificaron mi desilusión. Descubrí, con Hobbes, que no es posible deshacerse de la naturaleza humana, condenada al egoísmo; Voltaire sentenció a Cándido, discípulo de Pangloss/Leibniz, a sufrir interminables penurias en el “mejor” de los mundos posibles; Me di cuenta de los lazos del capital al leer a Engels y Marx; con Freud me aquejaban las cadenas del inconsciente; Noté los barrotes que socavan el potencial de la enseñanza cuando devoré libros de Paulo Freire; gracias a Foucault aprendí cómo las instituciones buscan disciplinar los cuerpos y orientar los comportamientos. Al parecer, hay corrientes en todos los sectores de la existencia, incluso en las estanterías de la filosofía, la sociología, la economía, la psicología...
Durante las lecturas, solo me encontré con lo que pretendía evitar. No pude evitar pensar que todos nosotros, en algún momento y de alguna manera, seremos afectados por algún tipo de atadura. Es inevitable. Pero la lectura también puede ser liberadora. Así, el aislamiento puede ser contención que emancipa, encierro que libera, a pesar de la angustia que lo acompaña. Desatender las recomendaciones sanitarias y circular libremente, en cambio, puede indicar el cautiverio de una mente, las cadenas de la estupidez, las ataduras de la mediocridad, los calabozos de la indiferencia, los calabozos del individualismo. Posiblemente, la cuarentena sea el menor de nuestros problemas, la punta del iceberg. Pero, como todo lo demás, también es fugaz (afortunadamente). La literatura, desde la antigüedad, ha insinuado que la inmortalidad es una maldición. Aun así, nunca dejó de ser perseguida.
Si tuviéramos el ingenio necesario para inventar una máquina del tiempo, me pregunto qué encontraríamos más adelante: ¿rebaños humanos que, a la manera del Eloi de Wells, vivían saltando esperando el apetito voraz y caníbal de los Morlocks? ¿Hombres que, tras un intento fallido de contener (in)cierta pandemia, adquirieron la apariencia de reptiles? No, no: sería imprudente equiparar las ingeniosas creaciones de ficción con la mente estrecha de las personas que creen en la tierra plana y el discurso anticorrupción que corre rampante en las redes sociales. Quizás el Viajero del Tiempo los encontró a todos en el período Jurásico y sin cuidado les ofreció un viaje al futuro. Bromas aparte, quizás sea ésta la cuestión: la lectura ofrece la posibilidad de viajar por diferentes épocas y, lo que es mejor, volver al presente y “ver[r] dos palmas por delante de tu nariz”[ii] sin las restricciones de un blinder (accesorio que, al parecer, impide el uso de mascarillas).
*Cléber Vinicius do Amaral Felipe Es profesor del Instituto de Historia de la UFU.
Notas
[i] ASSIS, Machado de. Crónicas elegidas. Organización, introducción y notas de John Gledson. São Paulo: Penguin Classics Companhia das Letras, 2013, p. 215.
[ii] Ídem, pág. 57.