Kurt Cobain

Dieter Roth, Autorretrato de un hombre que se ahoga, 1974
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por EDUARDO GALEÑO*

Cobain demostró claramente el simulacro vacío que es la vida bajo el violento foco de la espectacularidad.

Al enterarse del suicidio de Kurt Cobain, William S. Burroughs dijo que no le sorprendió el acto. “Él ya estaba muerto”. Sí: muerto en vida, Kurt Cobain era como un zombie. Un alma dentro de una topología drogadicto. Necesitaba litio para estabilizar mi estado de ánimo, necesitaba soñar con volver al útero para cumplir la carencia, el deseo. Por lo tanto, todo el mundo sabe que la imposibilidad verdadera, insidiosa y absolutamente feroz reina bajo los escombros del pesado y malsano narcisismo del Ser. Después de todo, ¿no es eso el autocidio? Dar “suficiente” a la conciencia de lo imposible, someter la barrera a las últimas consecuencias.

Todo héroe, desde las antiguas tragedias y los grandes mitos de Grecia, no sólo lleva en su rostro un trozo de privación en el que el mundo es sólo un escenario para su actuación, sino que también guarda para sí un modelo de sacrificio violento. La única diferencia que existe entre ellos y Kurt Cobain es el espectáculo, los medios, la hiper-ultra-megaproducción especializada del texto posmoderno. Pero Kurt Cobain, un héroe de sí mismo, también era un héroe de la alteridad. La identidad misma no puede soportar semejante pesadilla sin su cara opuesta. O: decir que este sujeto forjado está dividido, bipartito, que este sujeto es, en total, esquizofrénico. Ya no es un sujeto, ya no es una persona, ya no es otra cosa. Una cosa ya.

Ahora bien, la modernidad es una gran productora de infantilismo. No es diferente, Kurt Cobain es una voz del regreso a casa (Puedo ir a casade en una llanura). Que, en ese riesgo, se abandona una, dos o tres capas de la mente y comienza una odisea, reproduciendo a Ulises en eras de superinformación, hacia la psicosis del cuerpo desplazado. Como si fuera puro viaje, la práctica de decodificar el espacio (tener la percepción de que todo ha desaparecido lleva a Cobain a la desesperación, como todos los depresivos). La repetición del rostro transfigurado, afeitado como la pintura-interpretación de Bacon de Retrato del Papa Inocencio X (hay accidentes en la superficie de la pantalla, además de la violencia esencial), no es más que mortificación.

Algo resuena y se vuelve melancólico. La profusa melancolía, al fin y al cabo, acaba afirmando resueltamente: nihil, retrocede tres espacios en el juego. En esto no vale la pena describir lo incómodo más allá de los gestos: los gritos y los chillidos al cantar son lo único que queda. En Huele a espíritu adolescente, por ejemplo, existe el sentimiento de infinita incompletitud. Uno que, en un nivel extremo, nunca podrá terminar. Es en este nivel donde surge el caso muy evidente de la portada de No importa (1991), que nace del código social inmediato incrustado en quien lo ve. El bebé sumergido que se alinea con la figura del señuelo del dinero flota como una mercancía y pasa, a merced de la felicidad prometida por el paraíso monetario, como una imagen deformada. Dañado –y estúpido como la libido de Cobain– como el futuro (que no podría llegar en su totalidad). “Adelante lo peor” (Beckett). Debajo de nosotros, sólo ruina; arriba también.

Cuando hablamos de ruinas, hablamos de suciedad y desperdicio. En este caso, Roland Barthes había imbuido de facticidad el concepto de pop en 1980. En lo que es cruelmente real y sucio (no simbólico), siempre estuvo el ácidos Figura platónica, sustancial, en un choque ontológico entre el objeto y la representación. Nadie sabe con seguridad qué decisión surge de esta lucha sobre la crueldad de la materia-arte. Pero Nirvana, siendo en cualquier caso parte de la atmósfera post-warholiana (o post-pop), extendió esta expectativa a los cielos (para ser más apropiados, a los infiernos): lo bajo, lo bajo, el vagabundo y la prostituta, el vómito y el abuso, en fin, toda esa gama de horror repulsivo es puro devenir-basura. Todo parece basura.

La solidaridad de Kurt Cobain, en las entrevistas, con mujeres, negros y gays, con cuerpos abyectos, no es casualidad. El resultado de este crudo realismo es el hecho de que cuando la intimidad en sí misma es definitiva o cuando, como dijo Júlia Kristeva, el “yo” está en el Otro preconceptual, siempre es arrojado al extremo desconocido. No hay duda: es la catástrofe, el cadáver en su puro acto, el que entra en escena, el que actúa. Cobain juega en un ataúd todo el tiempo y absorbe la indiferencia todo el tiempo, lo que irónicamente debe permitir una cierta comunidad. Pero una comunidad atravesada por cadenas construida de manera extraña, como este plebeyo grunge – feo y pobre – articuló una oportunidad: la desesperación. Eran sólo niños jugando en las tumbas.

Hay una marca y una huella en estos adultos inútiles que soñaron con el cordón umbilical. oh engrama formado en la parte superior de sus cerebros dirige los pensamientos hacia el Este, donde aparece el Sol. Sloterdijk lo llamó el Juicio Final del principio: el “de nada, no eres bienvenido” de la madre (Sloterdijk, 2016, p. 460) es el primer significado que escucha un bebé, cuyo poder, por definición, también puede Suena como la última señal positiva para el resto de tu vida. Esto está fuera de nuestro alcance. (fluencia negativa): la música de una banda como Nirvana, en todo el espectro afectivo, ya estaba presente como un sonido indispensable en quienes la escuchaban (y todavía la escuchan).

Su sonido estaba dirigido directamente a nuestro interior. En el recurso de la canción, que afirma lo que puedo ser, queda claro que la profusión diseminativa para las masas conecta deseo y sujeto en un solo nodo. Por tanto, la última gran generación de Rock no podía ir más allá de un formato que abarcara todo el grado de autodestrucción inherente a la locura modernista. Hay algo relacional e intrínseco en los románticos alemanes, en Nietzsche, en el futurismo de Marinetti, en el Freikorps, en las bandas Rock: el sentimentalismo pueril que no sabe cómo afrontar el hecho de la muerte del Padre, excepto junto a la posibilidad de la quiebra total. Profunda destrucción y autodestrucción...

Porque Dios no es nada, porque el budismo tiene razón, Nirvana presentó a la cultura pop el perfil sintomático de esta insignia masculina y occidental. Mucho más que Ian Curtis, Cobain demostró claramente el simulacro vacío que es la vida bajo el violento foco de lo espectacular. La negatividad extrema, la autoaniquilación y la comprensión absoluta de que el tiempo histórico es tiempo impuro –y muchas otras cosas– han moldeado significativamente la forma en que experimentamos la cultura. Quizás por eso Kurt Cobain optó por la contraparte, recordando a Simone Weil, cuya lectura del El Bhagavad Gita cedió la defensa de la nadificación. “Dios se revela cuando me cancelo”. Y la nada de Dios rompe la sustancialidad de la vida – es decir, esta ex-sistencia, para Kurt, es un proyecto ya perdido. Dios es el mendigo.

Sin fundamento, quedó lamentándose a través de la música con el olor a flores funerarias y la arquitectura del esteticismo bucólico de la ciudad. MTV. Esta noción aparece, de hecho, como un desarrollo natural establecido por la teología negativa de Eckhart en sermones. En ambos tenemos el atractivo místico (Enciendo mis velas aturdido porque he encontrado a Diosde Litio). Pero el Dios de Eckhart mantiene quietos los extremos con una especie de sustancia, mientras que el de Cobain es la línea ya agotada. Em outros termos,a condição que surge, nesse enunciado impossível que se amplia – eu desejo o não-desejo –, corresponde imediatamente a outro: eu desejo ser o que sou na pré-história (o Um) e desejo chegar a ser Deus, mi padre.

El mundo es mi representación.

El mundo no es nada cuando mi voluntad falla.

Si Freud citó un día el matiz schopenhaueriano de la aniquilación, fue porque sabía que nunca dejamos de lado la teología. La diferencia entre los instintos de vida y de muerte, reside en la conjunción de los instintos sexuales y los Ego, nos entrega, en su totalidad, un archivo objeto del Sociedad cultural [ciencia de la cultura], que saca a la luz la solidaridad que existe entre organismo y mecánica. De esta manera, los procesos instintivos de retorno, los impulsos a la repetición, no sólo son reales, sino que también nos ayudan a establecer una distinción conceptual en el fenómeno de popularización de una banda como Nirvana y una estrella del pop como Kurt Cobain. Síntoma.

O curso para a restauração de um estado anterior funciona num anteparo da imagem do desprazer e, assim sendo – o Nirvana como culto religioso da não redenção –, as letras da poética cobainiana possuem uma parcela importante na sintomatologia que somente a cultura tardia do Ocidente trouxe a flote. Somos hijos directos de una comunidad ya saturada por el elogio formal de la diferencia, un elogio que nunca es sustancial. Lo que Kurt Cobain intentó mostrar, negando al individuo con el acto suicida, fue el abrazo incondicional de la especie, desencadenando así la otredad que la música popular posterior a 1960 supo mostrar con tanta precisión, a pesar de todas las contradicciones en su forma de expresarse. Pensar Actuar.

Entre el baile cyborg/canto andrógino de Michael Jackson y la cristología bipolar hedónica-ultrapornográfica de Kanye West, hay un espacio para el Nirvana en esta constitución esquizofrénico de la cultura pop posmoderna. Este espacio se basa en la entrega total al vacío, a lo que no se puede calcular (al menos en su fundamento), a la catatonia de la indiferencia. Kafka dijo una vez que el punto al que se apunta es aquel del que ya no se puede regresar. Y la fatalidad suicida de Nirvana y Cobain reveló muy bien el desamparo de quienes subyacen bajo las capas de cadáveres, de aquellos descendientes de Caín, de aquellos para siempre exiliados.

Antes de objetar este nihilismo lleno de incertidumbres y desviaciones, podemos partir del siguiente principio: si los espacios de los cuerpos estaban cubiertos de vegetación podrida, si una de las características de la época apunta al desmembramiento corporal, entonces el presente está rodeado. por monstruos. La monstruosidad, la anomalía, la enfermedad: ¿actos no estandarizados y depurados de la norma social, de la Ley? Recordemos el poema muy actual de Paul Celan.

Salmo

Nadie nos vuelve a moldear con tierra y barro,
nadie evoca nuestro polvo.
Nadie.

Alabado seas, nadie.
para ti queremos
florecer.
A tí
encontro

una nada
Fuimos, somos, seguiremos
ser, florecer:
la rosa de la nada, la
nadie se ha levantado.

¿Cómo
el lápiz óptico,
el estambre altísimo,
la corona roja
de la palabra morada, que cantamos
sobre, oh, sobre
la espina

En esta urgente cuestión, ir más allá del individualismo y de la personalidad, si la impotencia, Nadie ni Nada puede excavar el trauma para afrontarlo –como sabemos, incluso ante una felicitación a la fisura–, significa que, quién sabe, el El camino que tomó Nirvana está precisamente fuera de circulación (por increíble que parezca, sin querer).

Sin nombre propio, desposeído por el signo de la mercancía. Escupido, reducido, deshumanizado. Esta es la determinación que surge al escuchar la voz de Nirvana. Ella, la voz de Nirvana, era una prueba de conducción: “una hipótesis permanente, siempre lista para fallar, colapsar, debilitarse, colapsar” (Ronell, 2010, p. 11).

*Eduardo Galeno. Es licenciado en Letras por la UESPI.

Referencias


CELAN, Pablo. Cristal. São Paulo: Iluminuras, 2011.

RONELL, Avital. Campo de pruebas sobre Nietzsche y la prueba de manejo. Florianópolis: Cultura y Bárbarie, 2010.

Sloterdijk, Peter. Esferas yo: burbujas. São Paulo: Estación Liberdade, 2016.


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