por AFRANIO CATANÍ*
Comentario al libro de cuentos de Geraldo Ferraz.
Debuté como columnista en la tierra es redonda el 17 de octubre de 2019, escribiendo sobre romance doramundo (1956), de Geraldo Ferraz (1905-1979), ex periodista, socialista, crítico de arte, escritor, activista, compañero de Patrícia Galvão (1910-1962), a Pagu. En esa oportunidad, manifestó que desde joven se había dedicado a la tipografía y se inició en la revisión de libros y periódicos, incorporándose en 1927 a la Diario de noche. “Además de reportero, se involucró en la difusión de las ideas modernistas y llegó a ser secretario del Revista de antropofagia en su segunda etapa, en 1929, convivencia estrecha con Oswald de Andrade, Raul Bopp, Tarsila do Amaral y Pagu”.
Geraldo Ferraz trabajó para varios diarios y revistas de São Paulo, Santos y Río de Janeiro, escribiendo sobre política y cultura e intensificando “su actividad como crítico de arte, participando en jurados de selección y premiación, además de formar parte del jurado internacional de Bienales de São Paulo”. De 1956 a 1971 fue crítico del diario El Estado de S. Pablo y fundador del Sindicato de Periodistas Profesionales del Estado de São Paulo. Autor, también, de Después de todo (1983) Retrospectivo. Cifras, raíces y problemas de arte Contemporaneo (1975), de un fabuloso estudio sobre el grabador Lívio Abramo (1955), de Warchavchik, Introducción a la Arquitectura Moderna en Brasil (1925 a 1940)de wega gratis En arte (1954-1974), sobre la obra de la diseñadora Wega Nery Gomes Pinto (1912-2007), su pareja en los últimos años.
En 1979 Geraldo Ferraz publicó Kilometros 63, reuniendo algunos de sus cuentos. No sé exactamente qué día salió el librito, pero el caso es que murió ese mismo año; tal vez ni siquiera haya visto el producto final de su esfuerzo que, para quienes lo conocieron, no es un secreto, resultó de una escritura y reescritura exhaustivas.
Geraldo Ferraz, en “Justificativa & Acreditamento”, se expresa con la mayor sinceridad posible, que era una de sus características reconocidas, sobre los nueve cuentos: “irregulares, desiguales, inventados, a veces cementados en verdaderos paisajes de lugar y tiempo, divergen algunos en el fondo, otros en la forma, estas obras de kilómetro 63”. Continúa, hablando del título del volumen, diciendo que “quedaba simbólico, la marca de la etapa que representaba una obediencia a la continuidad de la vida”. Dice que algunos de los relatos “salían de la crónica periodística, de la conversación cotidiana, ampliándose en relatos dispares, algunos casi quedaron en el documento narrado, episodios desnudos, sin mayor tratamiento que los alargue.
Muchos fueron abandonados en el camino y quizás algún día vuelvan a revisarse, si es que no caen en el olvido”. Sin embargo, concluye que este tipo de prefacio no pretende ser “una autocrítica, sino una autojustificación necesaria, dada la cantidad de páginas; al fin y al cabo, si hay desigualdad, no hay nada que explicar, hay desigualdad porque realmente la hay”, como cualquiera puede comprobar, ya que “aquí hay algunos intentos narrados, la mayoría inexcusables” (citas de la p. 4).
El lenguaje de Geraldo Ferraz es sofisticado, erudito, llegando en varios pasajes no debiendo mucho a las buenas texturas de origen barroco. El primer cuento es “Memorias de la familia, documento” (p. 7-21); el segundo, “Apéndice del resumen” (p. 22-29), seguido de “Yellow Kitten” (p. 30-35), “Ilinx” (p. 36-44), “Waiting Compass” (p. 45 -50) y mi favorito, “Transferencia fiel de agua y hambre” (p. 51-56). Se completan las obras “Historia del pescador” (págs. 57-75), “Remo, el fugitivo” (págs. 76-88) y “Historia del soldado” (págs. 89-109).
En la imposibilidad de explorar las deliciosas y creativas desigualdades presentes en todos los informes, me centraré en la maravillosa “Traducción fiel del agua y el hambre”. Son sólo cuatro páginas y 10 líneas más, ya que el cuento, como los demás, incluye un dibujo de Wega. El escritor responde al deseo de un migrante nordestino de Paulista, Pernambuco, Zeca, para que él, un narrador, “si tuviera tiempo”, “pusiera en palabras este cuento”. ¿Cuál es el objeto central de esta narración? Es el mismo Zeca quien responde: “eso del descontrol cuando tomas mucha agua después de mucha necesidad de agua, y eso del hambre que no puedes comer mucho, porque los hombres revientan” (p. 56).
Pero creo que me adelanté un poco. Geraldo Ferraz continúa diciendo, en palabras de Zeca de Paulista, que estas historias “sólo le suceden a los que están sin era o al borde que se lanzan de un extremo a otro del mundo con ganas de vivir, como yo, Mingote. Es, al fin y al cabo, algo que sólo le pasa a gente como nosotros, gente sin importancia” (p. 56).
Zeca dice que hizo el servicio militar y el teniente “no parecía ni persona”, por la forma en que les imponía ejercicios físicos a las “recolutas”. Todos “sacan la lengua”, “hace mucho tiempo que nadie escupe”, porque la sed les pegaba la lengua al paladar, y subieron al cerro y corrieron, durante cinco horas. Fue entonces cuando el teniente recordó que podían detenerse para tomar un refrigerio. “Pero la orden que dio fue severa: 'Nadie puede beber más de un dedo de agua' (…) El teniente dijo que todos fuimos obedecidos. Luego contó los minutos en el reloj. El dedo de agua ya se había secado en la boca, ¿verdad? Algún dedo de agua no llegó ni a la garganta. luego, pasados cinco minutos, ordena el teniente; 'Puedes beber dos dedos de agua'. Oh Alegría. Basta con mojar el gogó por dentro. Pero aún era poco, si era poco. El teniente siguió acosando a la gente. Otros cinco minutos, el teniente nos ordena beber medio vaso de agua. Así que ya disfrutábamos de esa sed saciándola a intervalos. Pasan otros cinco minutos y el teniente: '¡Cada uno puede beber toda el agua que quiera!'” (p. 52).
Zeca dijo que tomó “esa cosa con sorbos de agua y nunca me apresuré”. Dijo que recordaba la orden del teniente. Aquí es donde entra en la historia su amigo Mingote, ya mencionado dos párrafos antes: “Si Mingote hubiera tenido esta prueba, seguro que todavía estaría vivo” (p. 52). Ambos trabajaban juntos en una fundición de São Paulo, en las más terribles condiciones: “Eso era lo mismo que morir” (p. 52-53). Zeca se fue de Pernambuco, su madre y su hermana, vendió lo poco que tenía allí, cerró una cuenta en la fundición, tomó un barco, trabajó en él – “Yo sí me escapé” (p. 53). Consiguió trabajo, se casó, tuvo una hijita, no pudo ir al funeral de su amada madre y dijo que lloró mucho cuando murió Mingote, “pero fue un dolor diferente” (p. 54).
No diré más, de lo contrario pierde la gracia. Pero las historias de Mingote y Zeca terminaron, en otro registro, siendo confirmadas para mí por un caballero italiano que era un niño durante la Segunda Guerra Mundial. En un largo viaje por carretera me contó la hambruna que vivió durante cinco duros años, en contraste con la abundancia que experimentó con la llegada de las fuerzas aliadas a su país. Creo que esto podría ser tema de otro artículo...
Quisiera agregar, antes de concluir, un dato curioso: Geraldo Ferraz escribió la presentación de Kilometros 63 en “Guarujá, Ilhaverde”, que fue la casa donde vivieron Wega y Wega en Praia de Pernambuco, en la costa de São Paulo, con la arquitectura firmada por Gregori Warchavchik (1896-1971), en alusión a uno de los textos de Víctor Hugo (1802-1885). La casa sigue existiendo y, en julio de 2022, cuando estuve allí, la estaban renovando.
*Afranio Catani, profesor titular jubilado de la Facultad de Educación de la USP, es actualmente profesor titular de la misma institución. Profesor invitado en la UERJ, campus Duque de Caxias.
referencia
Gerardo Ferraz. Km 63: 9 cuentos desiguales. São Paulo: Ática (con 9 dibujos de Wega), 110 páginas, 1979 (https://amzn.to/3QWCpSb).