Kafka, Borges y, de reojo, Barthes

Imagen: Marcelo Guimarães Lima
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por RICARDO INNACE*

Reflexiones provocadas por libros fuera de secuencia

Noto en mi estantería que aparecen dos títulos de Franz Kafka con números fuera de secuencia. Los lomos de la colección traducida por Modesto Carone deberían ir del 1 al 9, pero el libro 1 ignora este orden: en su lugar, se fija el volumen 3. Es decir: al frente, El proceso, en vez de La metamorfosis. E carta al padre separarlos aritméticamente: 3; dos; 2.

Me inquieta el intercambio, aunque comparto la irregularidad numérica, coincidiendo en que las páginas que contienen a Josef K. deben aparecer, en el estante, antes que las páginas que albergan a Gregor Samsa. Pienso en el destino de estos héroes que…

Retengo el “qué” y el detonante del razonamiento ante esta insólita coincidencia: Ficciones, de Jorge Luis Borges, traducido por Davi Arrigucci Jr., se ubica en un espacio inadecuado. Por alguna casualidad el libro se habría escapado del nicho que lo alberga (no crean que los cuentos y ensayos del argentino están en un rincón cercano al reservado a sus compatriotas hispanoamericanos -ojalá tuviera el sentido pedagógico del libro-). organización). Jorge Luis Borges está en el otro extremo del estante, lejos de la literatura de García Márquez y Júlio Cortázar, mientras está pegado a la producción de Roland Barthes. De hecho, desde la posición en la que me encuentro, puedo ver claramente una portada barthesiana, roja, cuyas letras negras se escriben con mayúsculas. EL RUMOR DEL IDIOMA.

Busco una justificación de por qué la posición desplazada de los folletos y el cambio de dígitos me producen una sensación de extrañeza. Quizás ni siquiera habría prestado atención a este incidente si mis hermanos y sobrinos no hubieran venido a visitarnos: mucha conversación y vino durante toda la noche. Esto es todo: el vino se fusionó con las espinas de Kafka, Borges y, de reojo, Barthes.

Mis invitados apenas se despiden, salen por la planta baja de la casa, donde está la biblioteca; y luego de pasar el candado a la cerradura interior de la puerta de madera, avanzar por el costado de la estantería y finalmente contemplar los títulos refractarios a sus posiciones originales; y tras mi fracaso al redactar una propuesta sobre las dos narrativas kafkianas, me rindo en el sofá y me quedo dormido.

Gregor Samsa

En este estado recupero a Gregor y a Josef K.. Los vuelvo a visitar, regresando a aquella fatídica y única mañana de principios del siglo XX, cuando el viajante de comercio despierta metamorfoseado en su habitación, en la casa familiar, y cuando el otro personaje, en una habitación alquilada en un internado –es su cumpleaños–, salta de la cama y advierte la presencia de cuatro hombres, los autómatas portavoces de la ley.

Imágenes absurdas, en cadena, se imponen sobre mí. El primer absurdo ocurre cuando Grete, la hermana de Gregor, entra en el dormitorio de Josef K.: toca el violín y le rinde homenaje por cumplir 30 años. Le advertí que los caballeros entre nosotros eran tan desagradables como los tres inquilinos de su padre, los barbudos. El cuarteto encomendó al pobre empleado bancario una citación judicial desprovista de toda legitimidad, exigiéndole que compareciera ante el tribunal el domingo para ser interrogado.

Grete permanece en silencio; tal vez no escuchó mis consideraciones. Los cuatro hombres, sin embargo, abandonan el lugar inclinando mecánicamente la cabeza hacia mí. Me refiero al protagonista de Kafka que, sentado en el borde de la cama, mira a la joven con interés varonil. En mi inocencia crítica, le digo: "Creo que El proceso, escrito entre 1914 y 1915, puede incluirse como volumen 1 de mi serie. Después de todo, el insulto y la desgracia que caen sobre ti allanan el camino para el estallido zoomórfico del hermano de Grete. Por tanto, Gregorio debería sucederle”.

Y, sin éxito en la articulación, transmito de memoria esta afirmación de Theodor Adorno, inscrita en “Notas sobre Kafka” y empaquetada en prismas: “Kafka busca con la lupa las huellas de suciedad dejadas por los dedos del poder en la suntuosa edición del libro de la vida”.[i] Quería evaluar el Estado autocrático como un aparato opresivo, que determina las desgracias del vendedor de telas y del empleado del establecimiento comercial.

Al final de mi discurso descubrí que Grete ya no estaba en la sala; la señora Grubach estaba allí; y quien me escuchó, con las piernas cruzadas, fue el actor Anthony Perkins del largometraje La Sala de Primera, dirigida por Orson Welles. Quería contarle la riqueza de esta adaptación y elogiarlo efusivamente por su actuación en psicosis, con el fin de animarlo a hablar sobre el proceso de rodaje y Hitchcock. Sucede que el escenario onírico cambia y la pregunta no resulta efectiva.

Llegó el domingo y Josef K. habló en la sala del Tribunal de Justicia. Así lo veo yo y, sin pedir permiso, lo imito, gritando entre hombres que evaden nuestro discurso. Entre la multitud impongo mi voz y cito nuevamente al pensador de la Escuela de Frankfurt: “No hay sistema sin residuos. Al contemplarlo, Kafka profetiza el futuro”.[ii] Continúo con Teodhor Adorno: “Una maldición pesa sobre el espacio de Kafka: el sujeto encerrado en sí mismo contiene la respiración, como si no pudiera tocar lo que no es como él mismo”.[iii] Dejo libremente a Josef K. y voy en busca de Gregor.

Sin embargo, me falta valor para entrar en su cuarto oscuro de Praga. Temo la carcasa –ni quiero inhalar la huella del hombre-animal; Me aterroriza la posibilidad de, en plena oscuridad, sentir sin estar preparado el pegamento adhesivo impregnado en el suelo y las paredes. Es posible que este disgusto provenga del mito arraigado en mí de que La pasión según GH; Nunca olvidaré la repentina enfermedad de la heroína de Clarice Lispector, que testificó: “No, no fue un desmayo. Era más como vértigo”. La narradora se niega a “pasarse la mano por los labios y notar las huellas”.[iv] Sí... el terror de la certeza de haber probado el jugo de cucaracha: el inframundo, el calabozo.

Jorge Luis Borges

Me invade un mosaico: cuadriláteros rectángulos triángulos rombos curvas galerías cuadros Titorelli caballetes escaleras pasillos hexágonos estanterías libros biblioteca babel Borges. Se abre una puerta y llego a un patio trasero con balcón. Cae la noche y el memorable Irineu Funes –frágil, de aspecto singular– se encuentra en ese jardín brumoso. Podría decir que alguien lo acompaña. Las plantas silvestres bloquean mi vista y el humo del cigarrillo se eleva.

El personaje borgiano, dueño de una anomalía en gran medida enciclopédica, se traslada en mi sueño a una habitación diminuta. Aquí me aparece tendida en la cama. En este momento dudo que sea efectivamente Josef K. el tipo que entabla cierto diálogo con Funes; Esto se debe a que la apariencia del protagonista de Kafka ya no coincide con la del individuo sobre quien recae la denuncia forense. Irónicamente, el hombre que se encuentra allí es una réplica de Ulrich Mühe, el actor alemán que interpretó al topógrafo K. en la película. El castillo.

El espacio aparece como uno de los cubículos en los que el amante de Frieda, cerca del final de la novela, cuchichea con Bürgel en una habitación destinada al cuidado de los empleados administrativos del castillo (en ocasiones trabajan en la cama). En este episodio, K. parece profundamente exhausto. Sentado en el borde de la cama, se queda dormido y deja caer la cabeza poco a poco, mientras se anima a comprender el murmullo de su interlocutor. Tambaleándose, “agarra accidentalmente” el pie de Bürgel, que asomaba por debajo de la manta. Bürgel miró hacia allí y le dejó el pie, por muy incómodo que fuera”.[V]

Recién en ese momento noto que hay un tercero en la habitación; cerca de la puerta, con una libreta y un cigarrillo en la comisura de la boca, está el autor de El rumor de la lengua. Creo que le pregunté qué estaba haciendo allí. En respuesta, habría dicho que se apropió de la conversación susurrada entre el personaje de Borges y el del escritor judío para recrearla en la novela que publicaría. Roland Barthes se comportó como un voyeur.

Lo que me viene a la mente es este extracto introductorio de su ensayo: “El balbuceo es un mensaje doblemente marcado: por un lado, se malinterpreta; pero, en cambio, con esfuerzo se llega a comprender a pesar de todo; Realmente no está ni en el lenguaje ni fuera de él: es un ruido del lenguaje comparable a la secuencia de ruidos por los cuales un motor da la impresión de estar mal regulado (…)”.[VI] Despierta.

Me despierto con el sonido del motor de un coche. Mi hijo lo estaciona frente a la puerta y abre el garaje. Me levanto del sofá y me niego a poner los libros 1 y 3 de Kafka en una sucesión justa, y tomo Ficciones al estante correspondiente.

Apago la luz de la biblioteca y subo dos tramos de escaleras. Es pasada la medianoche. Hace calor. Primero voy al dormitorio y me pongo un pijama corto. Mi esposa, en el baño, se desmaquilla; Me cepillo los dientes. Me regaña porque encontró mi toalla de baño fuera de lugar, pero a cambio me dice que mis nuevas Havaianas combinan con el color de mis shorts. Sonrío y regreso a la habitación esperando recuperar mi sueño.

*Ricardo Iannace Es profesor del programa de posgrado en Estudios Comparados de Literaturas en Lengua Portuguesa de la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de Murilo Rubião y las arquitecturas de lo fantástico (edusp). Elhttps://amzn.to/3sXgz77]

Notas


[i] Theodor W. Adorno, “Notas sobre Kafka”. En: prismas: crítica cultural y sociedad. Traducción: Augustin Wernet y Jorge MB de Andrade, São Paulo, Ática, 1998, p. 252.

[ii] Ídem, pág. 253.

[iii] Ídem, ibídem, pág. 259.

[iv] Clarice Lispector, La pasión según GH, Río de Janeiro, Editora do Autor, 1964, p. 167.

[V] franz kafka, El castillo. Traducción: Modesto Carone. São Paulo, Companhia das Letras, 2017, pág. 398-9.

[VI] Roland Barthes, “El rumor del lenguaje”. En: El rumor de la lengua. Traducción: Mario Laranjeira. São Paulo, Brasiliense, 1988, pág. 92.


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