Josué de Castro: el luchador del hambre

Imagen: María Bonomi,
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por TIAGO LIMA*

Comentario al libro recientemente publicado de Marina Gusmão de Mendonça

Brasil vive un momento muy común en su historia: un período de grave crisis nacional de hambre. Esta crisis no es homogénea y, como siempre, afecta más a mujeres, poblaciones negras, zonas rurales, con menos educación y con menores ingresos. Las amplias desigualdades sociales nacionales son parte de lo que, en su conjunto, constituye el problema del Hambre en Brasil.

En ese contexto, solo agravado por la pandemia de la Covid-19 y las orientaciones del gobierno federal, hay mucho esfuerzo, de varios partidos, para comprender y enfrentar el flagelo del hambre. También está la búsqueda de referencias. En ese sentido, el libro de Marina Gusmão de Mendonça, profesora del curso de Relaciones Internacionales de la Unifesp, se vuelve oportuno y necesario, en un sentido amplio pero también específico: es una obra que puede abrir, a los estudiantes de Relaciones Internacionales, la conexiones necesarias entre el desastre humanitario que presenciamos en las plazas de las pequeñas y grandes ciudades y la geopolítica global.

Organizado en seis capítulos que avanzan en orden cronológico, el libro es una biografía intelectual y política de Josué de Castro (1930-1973), uno de los principales pensadores militantes en la lucha contra el hambre en Brasil. La narración comienza desde el comienzo de su carrera como médico que se ocupa de la nutrición, avanza a los períodos de escritura de sus obras maestras, Geografia da Fome y Geopolitica da Fome, para luego discutir con más detalle su acción como político profesional.

La investigación y la calidad del texto del médico y geógrafo pernambucano lo dieron a conocer en Brasil y en el mundo. A nivel internacional, recibió varios premios y fue nominado cuatro veces al Premio Nobel de la Paz, habiendo ocupado el cargo de presidente del Consejo de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en inglés) y otros cargos diplomáticos. También ayudó a fundar y dirigir organizaciones no gubernamentales internacionales. Por sus ideas y prácticas, estuvo exiliado durante la dictadura militar brasileña (1964-1988), habiendo muerto en Francia en 1973, tema abordado en el sexto capítulo. La tristeza, por la lejanía de su tierra natal, hubiera sido fulminante para él.

El exilio de Castro refleja el carácter contrahegemónico de sus ideas y prácticas. De hecho, él mismo no era socialista, marxista o revolucionario en el sentido de subversión armada. Pero fue, eso sí, un crítico acérrimo del capitalismo, el colonialismo/imperialismo y el racismo y, en ese espíritu, ensalzó revoluciones y regímenes que entendía como nacionalistas y capaces de atacar estructuralmente los males sociales impuestos por intereses extranjeros, como el cubano. revoluciones y los chinos.

Castro entendió que las desigualdades impuestas por las estructuras de poder global, así como por las élites gobernantes, encarcelaban al pueblo brasileño en una condición de hambre crónica. La carencia siempre presente de mínimos nutrientes –si no de comer– fue responsable de la baja productividad, creatividad y falta de salud de gran parte de la población y, al mismo tiempo, elemento fundamental del modelo social dominante en Brasil. Un modelo cuyo objetivo era y es –desde la colonización portuguesa– la extracción y exportación de mercancías a los mercados internacionales a expensas de la explotación perniciosa de los recursos naturales y de las personas. Para Castro, de hecho, esta era una condición que atravesaba el mundo periférico.

La superación de los problemas nutricionales más elementales, sin embargo, no encontró solución en incorporarse automáticamente al proyecto de industrialización. Como destaca Mendonça, Castro vio el dilema entre 'pan y acero' como inadecuado para Brasil, ya que las políticas de industrialización por sustitución de importaciones, colocadas en primer lugar durante la dictadura de Getúlio Vargas (1930-1945), impusieron costos muy altos a las poblaciones más pobres. . Tanto el proteccionismo aumentó el costo de vida como la concentración de la inversión en el proyecto de industrialización (principalmente ubicado en el sureste del país) relegó a un segundo plano el desarrollo de la producción agrícola para el abastecimiento interno.

Castro proponía entonces una conciliación entre los dos objetivos, pero con un eje común: reforma agraria con redistribución de tierras y preservación ambiental. Este punto –la cuestión de la tierra, el desafío a los latifundios depredadores– es fundamental para entender su exilio y el poder contrahegemónico de sus ideas.

Si bien el profesor Mendonça argumenta que Castro no se dedicó al desarrollo de una teoría de las Relaciones Internacionales o de la Economía Política del hambre, ya que su objetivo sería, ante todo, la denuncia de las condiciones que dieron lugar al cuadro global de desnutrición –un denuncia que sería , incluyente, panfletista, incansable - la lectura del libro me hace cuestionar este punto. Si bien Castro no enunció una teoría, su obra en su conjunto, como leemos en su biografía intelectual, denota un pensamiento bien articulado en cuanto a causas, consecuencias, condiciones, supuestos, dinámicas y perspectivas de intervención.

Su acción práctica también revela este pensamiento. Por ejemplo, cuando era diputado federal, Castro pronunció el siguiente discurso: “El camino real para construir una paz duradera, y no una paz ficticia, hoy sinónimo de guerra fría, es la creación de una Federación Mundial que, limitando las soberanía en el campo de los desacuerdos internacionales, sin comprometer los demás derechos y libertades de las naciones, evitar los conflictos armados. El instrumento o autoridad capaz de realizar esta meta vital de nuestro tiempo es el Gobierno Mundial, integrado por todas las naciones del mundo en forma de “Federación de Pueblos” (Mendonça, 2021: 2013).

Es decir, Castro diagnosticó que tanto la dominación Norte-Sur como la rivalidad internacional propia de un sistema anárquico eran elementos que impedían una paz verdadera, una paz donde, entre otras cosas, se pudiera vencer el hambre. Una paz donde el desarme pudiera liberar recursos para alimentos. La desglobalización con la cooperación internacional, así como la soberanía alimentaria, temas candentes en los estudios críticos sobre las relaciones agroalimentarias internacionales en la actualidad, fueron propuestas de intervención ya planteadas por él para superar el desastre humano que fue el hambre -hace siglos, pero no por el mal tiempo de la naturaleza, sino por las prácticas internas e internacionales de los Estados. Siendo optimistas sobre la ciencia, la voluntad política era el ingrediente que faltaba para encontrar soluciones técnicas.

Ahora bien, esta propuesta remite claramente a una perspectiva idealista, a pesar de que el diagnóstico está muy arraigado en las relaciones materiales de poder. Eso es porque Castro era, sobre todo, un reformista. La violencia, como forma de superación de otras violencias, no aparece como deseable durante la mayor parte de su obra (algo que se relativizaría al final de su vida, ya en el exilio). La toma de conciencia, a través de la denuncia y el esclarecimiento, serían los caminos preferentes para la transformación social.

Sin embargo, su experiencia práctica con organizaciones internacionales fue decepcionante. Al final de su carrera, la incredulidad en relación a los organismos internacionales aumentó y dio más espacio a la difusión de ideas entre los pueblos como vectores más creíbles –¿o resignados? – de transformación nacional e internacional. Sin embargo, una cosa parece inquebrantable en el camino: la creencia en la autodeterminación de los pueblos (énfasis en la descolonización) y, en consecuencia, en las políticas públicas del Estado, como principio y herramienta indispensable para la superación del hambre.

De hecho, la obra de Josué de Castro es extensa y la lectura y relectura de Geografía del hambre (1946) y de Geopolítica del hambre (1951) -entre otros escritos- son fundamentales para la evaluación crítica de su pensamiento. El libro de Marina Mendonça nos ayuda a afrontar esta tarea, ya que se esmera en contextualizar la producción y la acción política de Josué, así como en exponer los autores con los que y contra los que dialoga Josué. La lectura de Marina, francamente favorable al cuerpo de obra del biografiado, es crítica. Es decir, no rehuye exponer las vulnerabilidades, los malentendidos, las ambigüedades y, en cierto modo, la ingenuidad optimista que Josué de Castro cargó durante la mayor parte de su obra.

Esta característica de su libro es de suma relevancia, porque, en momentos catastróficos como el que estamos viviendo, la búsqueda de héroes y salvadores puede volverse peligrosa o engañosa. El mismo Josué de Castro ponderó que el Hambre, en Brasil, abrió las puertas al mesianismo. la lectura de El luchador del hambre – Josué de Castro: 1930-1973, sin embargo, nos mantiene con los pies en la tierra y nos hace ilusionar. No conduce a la idolatría, sino a una plataforma crítica y humanizada sobre la cual podemos pensar, teorizar y proponer soluciones al problema del hambre desde las Relaciones Internacionales.

*Thiago Lima Es profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la UFPB.

referencia


Marina Gusmao de Mendonca. El luchador del hambre: Josué de Castro (1930-1973). Bauru, Ed. Canal 6, 2021. 320 páginas.

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