por PAULO BUTTI DE LIMA*
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Para recordar a José Cavalcante de Souza, podemos tomar prestado lo dicho por un poeta parnasiano sobre un helenista francés del siglo XIX: “ninguna dificultad del griego podía detenerlo, y su voz expresaba una pasión como no he conocido en ningún otro lugar”. otro hombre de nuestra generación. La vista de solo los caracteres griegos lo transportó con alegría; en la lectura se notaba que estaba animado interiormente; en el comentario, fue un entusiasmo. Su noble rostro se iluminó. Con su placer de hablar de los griegos, se excitó hasta el punto de olvidar las exigencias materiales de la existencia y el bienestar”.
Quienes frecuentaban la Facultad de Letras de la USP a principios de la década de 1980 aún podían seguir los cursos del profesor Cavalcante en el edificio Colmeias. A su lado, estuvo a cargo de la enseñanza del griego y del latín un grupo de profesores que fueron responsables de una importante renovación de los estudios clásicos en varias universidades brasileñas y que despertaron un amplio interés por las lenguas antiguas en el país.
Cavalcante luego leía extractos del Ilíada en el idioma original, e hizo breves comentarios sobre los aspectos más complejos del poema homérico, su métrica y, en general, su estructura poética, dirigiéndose a un público restringido de iniciados. Además de Homero, dedicó especial atención a autores como Píndaro, Platón y más tarde Aristóteles. Muchos de los que frecuentaban las salas de Letras con cierta frecuencia procedían de la carrera de Filosofía, donde nos introducimos en la reflexión presocrática gracias a la edición que organizó para la colección “Os Pensadores”.
No es casualidad que José Cavalcante de Souza decidiera publicar, entre las obras platónicas, dos traducciones de diálogos sobre el amor: el banquete y el fedro. De hecho, se podría describir su relación con toda la literatura griega antigua como una intensa historia de amor.
Más curiosos son los temas que explora como introducción a estos diálogos. En la traducción de banquete, aparecido en 1966, explica la naturaleza de una edición crítica del texto antiguo. En otras palabras, prepara al lector para lo que no puede encontrar en una traducción. Expresó así la esperanza de que una futura reimpresión de esta obra pudiera incluir el objeto al que se dirigía el lector: el texto original. O más bien, el resultado de la búsqueda incesante de la lección original, como lo demuestra el aparato crítico.
Ya en la traducción de fedro, publicado en años mucho más recientes, presenta una paráfrasis delicada y sutil, refiriéndose a la parte inicial del diálogo. Es claro para el traductor que, frente a estos textos filosóficos, estamos en el vestíbulo de un palacio. El traductor es una especie de guía, o incluso un mayordomo, que nos prepara para una experiencia que él, como traductor, no puede ofrecer a sus lectores. Sólo debe anunciarlo, con gestos a la vez tímidos y solemnes. Evocando la imagen del atrio para el texto platónico, Cavalcante la describe como “un amplio razonamiento sobre las principales formas culturales y culturales del delirio, responsables de los mayores beneficios para los hombres”. La entrada al edificio está adornada por deidades: Apolo, Dionisio, las Musas y Eros. Sin embargo, no deben ser estatuas las que admiremos en este viaje arquitectónico hacia el trabajo filosófico, sino las mismas deidades del mundo pagano.
Curiosamente (siempre según Cavalcante), Platón, tras situarnos frente a este tesoro, no nos conduce al interior del palacio, como cabría esperar, sino… “hacia afuera”. Lo cual luego se explica: "para la demostración de la inmortalidad del alma" y el descubrimiento del orden del universo. Este reverente y temeroso guía y traductor de la obra antigua, habiendo señalado el vestíbulo de la casa y lo que hay fuera, calla discretamente sobre lo que queda dentro, en la morada del filósofo.
*Paulo Butti de Lima. es profesor en la Universidad de Bari, Italia. Autor, entre otros libros, de Platón: una poética para la filosofía (Perspectiva).