José Antonio Kast – el bolsonarista chileno

Imagen: Hugo Fuentes
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por FERNANDO DE LA CUADRA*

Consideraciones sobre el candidato de extrema derecha a las elecciones presidenciales en Chile

Es bastante recurrente la comparación entre Jair Bolsonaro y José Antonio Kast como dos fieles representantes de la extrema derecha en América Latina, equiparándose tanto a una especie de actualización de la matriz ideológica y sociopolítica fascista como a una derivación contemporánea de lo que el escritor y semiólogo italiano Umberto Eco lo habría llamado “fascismo eterno” o “ur-fascismo”.

En rigor, el fascismo de Bolsonaro es algo sui generis y, en una parte importante, recoge los aspectos señalados por Eco y no las huellas del fascismo tradicional instalado en Italia a partir de la década de 1920 (concretamente en 1922, tras la Marcha sobre Roma). El fascismo de Mussolini y sus seguidores tuvo un fuerte carácter nacionalista, alimentado por la narrativa de reconstruir el “Imperio” y recuperar el poder de las colonias de ultramar, como lo fue el proyecto expansionista de la invasión de Etiopía en 1935.

Por el contrario, el programa bolsonarista se caracteriza por un nacionalismo orgulloso y por su sometimiento casi absoluto a los intereses de las grandes multinacionales –en concreto, a los desmanes de Estados Unidos, que se acentuó aún más durante el gobierno de Donald Trump, el verdadero héroe de la patria ex capitán.

Incluso hoy, con Trump ya fuera de la Casa Blanca, continúan observándose manifestaciones de evidente sumisión a los designios del norte, facilitando la penetración del capital empresarial en el espacio brasileño, principalmente en la explotación de recursos naturales en vastos territorios del norte. nación.

El nacionalismo de Bolsonaro es solo una fachada: fue creado intencionalmente para vender la imagen de garante de los intereses nacionales, cuando en realidad promueve la más abyecta cesión de la soberanía nacional a los intereses de conglomerados extranjeros. Parte de su proyecto, rechazado por las propias Fuerzas Armadas, consistía en instalar una serie de bases militares estadounidenses en territorio brasileño, convirtiéndose en una barrera más para contener a los posibles enemigos del “Imperio americano” al estilo de Colombia.

En cuanto al vínculo entre el Estado, la clase obrera y los sindicatos, se sabe que el régimen de Mussolini suprimió la capacidad de movilización de los trabajadores a través de la cooptación de los sindicatos, donde las direcciones sindicales se sometieron a los designios de una central autoridad, promoviendo la verticalización, el control y la disciplina de los trabajadores. Había, por tanto, una conexión orgánica y estrecha entre el estado fascista y el proletariado.

Nada de esto sucedió, ni siquiera se intentó, durante el gobierno de Bolsonaro. A pesar de su intención de restringir los derechos sindicales, el bolsonarismo tiene una relación desarticulada con los trabajadores, seduciendo a un pequeño número de líderes sin ningún impacto en el conjunto de la clase. La destrucción de las bases sindicales se ha producido a través de procesos de flexibilización, precariedad y el llamado “emprendimiento” de agentes individuales que buscan -fragmentados y solos- su inserción en una estructura de trabajo que podría definirse, según Zygmunt Bauman, el más gelatinoso, más líquido.

Este fenómeno ha sido estudiado en profundidad por Ricardo Antunes, María Moraes Silva, Giovanni Alves y otros autores, como ya se mencionó. destacado en otro artículo. En el escenario actual, lo que existe es un trabajador “independiente”, individualizado, precario y autónomo que no mantiene relación contractual con ninguna industria, que trabaja mayoritariamente de manera informal y que, por tanto, no configura ninguna asociación o entidad que represente sus intereses. . Esta situación no es nueva, pero refleja una tendencia que marca una clara diferencia entre la condición de la clase obrera en tiempos del fascismo italiano y la actual, que se puede resumir en su carácter frágil, disperso y atomizado.

El bolsonarismo tampoco representa un proyecto político consistente, al contrario, parece un montón amorfo de prejuicios, fundamentalismo pentecostal y furia irracional contra los sistemas de representación política. Se expresa a través de formas autoritarias y utiliza la amenaza para sembrar el miedo en la población, aunque no tiene la contundencia ni la dimensión totalizadora del fascismo clásico u otras expresiones más contemporáneas del mismo, como las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado.

Si, como nos advierte Umberto Eco, el totalitarismo es “un régimen que subordina todo acto del individuo al Estado y su ideología”, ciertamente ni Bolsonaro ni el candidato de la extrema derecha chilena, José Antonio Kast, pueden representar un modelo de totalitarismo. en parte porque la primera es demasiado tosca para concebir una ideología con pretensiones de materializar la noción hegeliana de un Estado absoluto y la segunda porque, reconociendo las limitaciones, pretende casi siempre hacerse pasar por exponente de valores pluralistas y democráticos.

El ultraderechismo de Kast no se parece a la forma clásica de fascismo cuando se trata de un nacionalismo exacerbado o de un estado corporativo e intervencionista. Al contrario: Kast sigue a rajatabla los preceptos del neoliberalismo y la defensa del Estado mínimo, como afirma uno de sus principales asesores en materia económica, José Piñera, tristemente reconocido como el mentor e impulsor de los sistemas de pensiones basados ​​en la capitalización individual. Consecuente con ello, no concibe la formación de cuerpos sociales intermedios que funcionen como eje articulador entre el Estado autoritario y una sociedad civil subordinada.

En cambio, el proyecto de Kast consiste en construir un gobierno fuerte, imponiendo el orden desde arriba, utilizando las prerrogativas que le puede conferir el mandato constitucional para reclamar el monopolio del uso de la fuerza para combatir las expresiones de “caos” y “anarquía”. sociedad chilena. También debe incluir, en el mismo paquete, movilizaciones populares, luchas de los pueblos indígenas, delincuencia urbana, inmigración ilegal, subversión, libertinaje, vandalismo, etc.

Defensor de la dictadura militar por sus logros en el ámbito económico, se opone verbalmente a las violaciones de los derechos humanos, aunque existen pruebas fehacientes -y no sólo indicios- de que su padre (exsoldado nazi) participó en el asesinato de campesinos en Paine, un ciudad a unos cincuenta kilómetros al sur de Santiago.

En términos de discurso, Kast es un defensor de la democracia. Pero su desprecio por la diversidad y su incapacidad para comprender, por ejemplo, el conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, descarta cualquier posibilidad de que su eventual mandato se rija por procedimientos democráticos, mientras no da garantías -al contrario- de tener capacidad de negociación con quienes se oponen a su visión vertical, jerárquica y elitista de la política y acción del Estado.

Kast, siendo una figura casi imperturbable, mesurada y fría, mucho menos ruda y desenfrenada que el presidente brasileño, no escapa a los preceptos morales del excapitán: con su cínico catolicismo, su fobia a los extranjeros, a los homosexuales, a los indígenas y al mundo popular en general. Bajo un manto de cordialidad civilizada, Kast es un ultraderechista que no dudaría en dar una orden para reprimir violentamente a los manifestantes o disidentes de su gobierno, incluidos los trabajadores que se acojan a la huelga legal establecida por el Tribunal Laboral.

Tanto el ultraderechismo de Bolsonaro como el de Kast están más cerca de lo que Umberto Eco definió como “fascismo eterno” o “ur-fascismo”. Es decir, son expresiones fascistas de carácter ideológico, cultural más que político y económico. Ambos son “ur-fascistas” en el sentido de Eco, ya que carecen de cualquier tipo de empatía por los débiles e indefensos; para ellos, el mundo pertenece a los fuertes, a los vencedores, a los dominadores, independientemente de los medios para alcanzar el éxito. Este tipo de fascismo también confluye con el gusto por la tradición, los valores nacionales y la identidad nacional. Kast responde a cualquiera que cuestione su origen y estilo alemán diciendo que es “chileno de nacimiento”.

Bolsonaro es un tradicionalista que odia los valores de la modernidad y sus procesos de individualización. Destacan sus tendencias irracionales y su desdén por la ciencia. Su postura negacionista frente al COVID-19 lo aleja de todos los patrones conocidos hasta ahora: no cree en la peligrosidad del virus, ironiza sobre la vacuna, no usa mascarilla y boicotea el distanciamiento social y recomienda el uso de medicamentos sin prueba científica para combatir el virus.

El exsoldado hace lo contrario a las recomendaciones de especialistas, epidemiólogos, infectólogos y científicos en general, incluidas las sugerencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si bien Kast acepta algunos parámetros científicos, su estructura mental descarta pensamientos discordantes y diferentes, defendiendo una moral retrógrada que se expresa como antimoderna e irracional.

En cierto sentido, las diferencias que existen entre Bolsonaro y Kast son más de forma que de contenido, ya que este último intenta convencer a sus seguidores manteniendo un perfil más moderado y limpio, reflexionando detenidamente sobre lo que va a decir. Bolsonaro, en cambio, parece un desquiciado y un proxeneta, con sus frecuentes alusiones a la escatología y la excrecencia humana. Pero, en el fondo, ambos desprecian toda forma de organización ciudadana y las conquistas obtenidas por los trabajadores a lo largo de décadas de luchas y reclamos por el cumplimiento de sus derechos laborales. Con mayor o menor efusividad, Bolsonaro y Kast extrañan las dictaduras cívico-militares que se impusieron en sus respectivos países, aunque el presidente brasileño reivindica con mayor descaro el régimen dictatorial instaurado tras el golpe de 1964.

Ambos se apoyan en el fenómeno del fascismo cultural que desprecia las expresiones de la diversidad, la consolidación de derechos y el surgimiento de la cultura popular en sus países. En el caso del fascismo cultural entre los brasileños, se puede ver cómo se atribuye a este segmento una perspectiva elitista de la política y de la vida: les resulta insoportable que el voto de un obrero o de un campesino valga lo mismo que el voto de un ciudadano. “iluminado e informado”.

Con todas sus peculiaridades y diferencias de estilo, tanto Kast como Bolsonaro se alimentan de la frustración de las clases medias que vienen experimentando una caída en el nivel de vida, ya que, comparativamente, ha habido una mejora en las condiciones de las clases subalternas, señalando cómo una sirvienta podría pagar un vuelo al extranjero o cómo el hijo de un trabajador puede obtener un título universitario para una carrera tradicional.

De la mano de una visión elitista de la sociedad, este fascismo se apoya en el militarismo y la amenaza permanente a las instituciones democráticas como forma de chantaje político para imponer sus ideas. A pesar de su persecución permanente, corresponde a las mayorías democráticas estar alerta para comprometerse constantemente en rescatar la memoria histórica de las luchas para bloquear las explosiones y perversidades de este paradigma que sólo trae miseria, destrucción y muerte a toda la humanidad.

*Fernando De La Cuadra Es doctor en ciencias sociales por la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ). Autor, entre otros libros, de Intelectuales y pensamiento social y ambiental en América Latina (RIL).

Traducción: Caue Seignemartin Ameni para la revista Brasil jacobino.

 

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