José Almino Alencar, poeta

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Prólogo a un libro inédito del escritor pernambucano

Por María Rita Kehl*

Tuve la suerte de conocer a José Almino cuando al escritor le pidieron que nos ayudara con una investigación por parte de la Comisión Nacional de la Verdad, en 2013. Hasta entonces, no había tenido contacto con su poesía. Leí, encantada, los poemas de la estrella fria, (Companhia das Letras, 2010). Me recordaron la economía de metáforas de Francisco Alvim, pero mientras el minimalismo de Alvim es predominantemente irónico, el de Almino no pierde su ternura. Como en este breve poema, que da nombre al libro:

De lejos / arde la infancia: / es la luz de una estrella fría.

Después de conocer mi encantamiento por los poemas, Almino me presentó sus crónicas (el motor de la luz, Editora 34, 1994), también excelente. Con la misma precisión, la misma economía de metáforas y adjetivos y con la misma mirada tierna, el poeta compone allí retratos de personajes populares de Recife, muchos de ellos frecuentadores de la casa familiar. ya lo tengo en mano Blindado y horneado en la piel, versos de tu lote reciente

La expresión que viene a la mente al pensar en la poesía de Zé Almino es peatonal. El adjetivo no designa poesía banal; es todo lo contrario de eso. Es que la mirada del poeta abarca -sin perder ternura- lo que sucede en las aceras y calles de Recife. Sin embargo, el lector no debe esperar poco de sus versos. Lo que “sube” aquí no es el tono: es la simpatía del autor por todos, por cualquiera, por los tipos más comunes de su Recife natal. Pero, ¿cómo consigue aunar tan bien la ternura y el desapego que exige la buena poesía?

Decir sobre su huella irónica no aclara mucho: la ironía ha marcado la poesía moderna al menos desde Baudelaire. Pero en este poeta, la ironía no viene a revelar la distancia crítica del poeta con su objeto y promover la misma disposición afectiva en el lector. O al menos, no solo sirve para ese propósito. Me parece que el uso de la ironía, en José Almino, viene a atemperar la vasta ternura que baña su voz poética:

Y la dulzura de la presencia fraterna/ y el consuelo de los afligidos/ El hueco del mundo.

Como en el libro anterior, varios poemas de este también describen personajes pernambucanos del siglo pasado. Quiero decir: veinte. Son tipos populares con los que el poeta convivió desde niño en Recife, entonces una ciudad progresista con rasgos inevitablemente provincianos. Algunos de estos personajes vivieron, o asistieron, en la propia casa familiar; otros llegaron a la puerta buscando la ayuda de su padre, el gobernador Miguel Arraes, luego destituido y exiliado por la dictadura – toda la familia se trasladó a Argelia, que tras la guerra de independencia contra Francia atravesó un período progresista.

En breves versos, como caricaturas, el poeta nos transmite los rasgos esenciales de los personajes que inspiran su poesía: en éste, el aire de falso blasé esconde tristeza; en el otro, se nota la manera mansa de caminar. Una frase del poeta dirigida al lector resume al Doctor Nazareno: “Un mulato de traje blanco y corbata granate”. Allá por el siglo XX, ¿un mulato bien vestido sería considerado perverso? Nazareno es médico. es bovarista. Pero la primera palabra con la que el poeta lo define, con la intención de estremecer al lector, es mulato. En cuanto al uso del término “bovarismo”, diría que resume la melancolía brasileña: pretensiones fallidas, semblantes adoptada por un pobrecito, (como cualquier brasileño con pantuflas, cualquier pobre diablo como nosotros), en la ilusión de –como la Emma de Flaubert– “convertirse en otra persona”.

Sin embargo, el recurso –marca registrada de Almino desde el libro anterior– de insertar en medio de sus poemas extractos de poetas canónicos de la mejor estirpe de los siglos XIX y XX, no es, como pudiera parecer, bovarista. Pienso que, muy al contrario, indican que el autor abdica de cualquier pretensión de autoría absoluta, narcisista, de sus poemas. Sin quitarse el sombrero, sin "perdone, blanca"[i]”, José Almino exige amablemente al lector el reconocimiento de que su poesía navega en el gran océano donde navegaron Baudelaire, Rilke, Valéry, TSEliot, Emilly Dickinson, así como sus compatriotas Joaquim Cardoso, Manuel Bandeira y João Cabral.

Y fíjate cómo este hombre sutil de Pernambuco, “se movía como el demonio[ii]” con la condición de las personas que lo rodean, ¡él está a gusto en ese panteón! Nos introduce en el ambiente erudito de sus mejores amigos literatos y luego desengancha al lector:

…a la que me aferré en la infancia/ a la que me aferré con esperanza… entonces, contra la corriente:  que agarré la pandereta.

En la pandereta: recurso del pueblo, nuestro único instrumento rítmico – el motor del carnaval. Que cualquier pie con zapatillas puede agarrar a cambio de unos centavos de alegría.

La enorme simpatía por los tipos populares de su tierra no debe ser motivo para que el lector de esta poesía se instale en el consuelo de las emociones fáciles. José Almino camina sobre el filo de una navaja. Él sabe cómo ser conmovido – y ser conmovido por nosotros – sin ninguna autocomplacencia.

En cierto momento, el lector se encuentra frente a una referencia cortante a João Pedro Teixeira, “una cabra marcada para la muerte” cuya tragedia fue registrada en la película de Eduardo Coutinho, que comenzó en 1964 y terminó solo después de la redemocratización, en 1984.

La cabra marcada para la muerte/murió/sola. // Eso fue todo/ Eso fue todo/ Eso es todo.

Poemas como estos dos citados anteriormente iluminan - a la luz de las velas, no por neón – el enigmático título de este Armado y cocido dentro de la piel. Título que cita un verso del tercer poema, “Nada de nada”:

Armado y cosido dentro de la piel/ en aguja e hilo firme, un nudo ciego/ un golpe sordo en el agua/ que nadie oye/ ni oye nunca/ ni oirá.

¿Es este verso una alusión a la melancolía brasileña, esa que vuelve cada tanto sobre todos los carnavales y, también, con toda esa furia que alterna con nuestra “euforia por ver a los ingleses”? Será el poeta, como también declara Drummond[iii], un resentido? Pregunta retórica: estoy convencido de que no lo es. Una camioneta, tal vez. Poco acostumbrado a ser el centro de atención. “Porque la gloria”, como habría dicho Sinhô al joven Mário Reis[iv] – “Es de un gusto tremendamente malo”.

A este respecto, debo señalar que el poeta sí se inscribe como descendiente de los esclavos que inventaron la samba. Así como el melancólico Drummond. Y como Goeldi. Como Clementina y tantos otros brasileños (cito al azar) que escaparon a la vulgaridad de reclamar la gloria. Inteligencia declarada:

soy bestia[V],?/Pero no tanto.

*María Rita Kehl, psicoanalista, es autor, entre otros libros, de Resentimiento (Casa del Psicólogo)

Notas


[i] Como en el verso del poema. Irene, de otro paisano de José Almino: Manuel Bandeira.

[ii] El verso de Drummond Poema de siete caras.

[iii] “Que el poeta está resentido y los demás son nubes”, CDA

[iv] Ver la película “Mandarim” de Ronaldo Bressane, 1988.

[V] “El manso abatimiento”, pág. dieciséis.

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