Joe Biden recicla a Franklin D. Roosevelt

Marina Gusmão, Mingus, Ilustración digital.
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por ATILIO A. BORO*

Biden da una respuesta defensiva ante la profundidad sin precedentes de la crisis del capitalismo estadounidense y el estrepitoso fracaso de las políticas ortodoxas

La reorientación macroeconómica del gobierno de Biden dio pie a numerosas especulaciones sobre hasta dónde llegaría el representante estadounidense en esta nueva dirección. Una lectura atenta de su discurso, pronunciado ante ambas cámaras del Congreso en el día 100 de su mandato, permite vislumbrar una primera respuesta.

Biden dijo que sus palabras debían interpretarse en el marco de una triple crisis: "la peor pandemia del siglo, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y el peor ataque a la democracia desde la Guerra Civil". Abordar estas amenazas no era algo que pudiera hacerse como de costumbre, pero requería creatividad y esfuerzos renovados. De su discurso se desprende que es más fácil combatir la pandemia, más difícil atacar la crisis económica y aún más difícil cicatrizar las heridas que sufre la democracia estadounidense, que, en opinión de muchos observadores dentro de ese país, ha degradado al nivel de una plutocracia voraz.

Dejemos la pandemia para otro momento, para centrarnos en las propuestas económicas. Claramente hay un regreso a New Deal de Roosevelt, aunque sólo se le menciona una vez a lo largo de las dieciséis páginas de su discurso, y no precisamente cuando habla de economía. Pero sus anuncios son un alegato a favor de una vigorosa reafirmación del papel del Estado como redistribuidor de riqueza y renta, como inversor en grandes emprendimientos de infraestructura y nuevas tecnologías, y como garante del fortalecimiento de las clases medias. hijas, a su vez, del activismo sindical.

Porque, aclaró, "la economía del goteo nunca ha funcionado... y es hora de que la economía crezca de abajo hacia arriba". Los números que citó para justificar este cambio de paradigma macroeconómico, que desplaza por completo a los charlatanes y consultores económicos que siguen propagando las falacias del neoliberalismo en muchos medios argentinos, eran bien conocidos en los círculos académicos y políticos de izquierda de Estados Unidos, pero casi completamente desconocido para el público en general e incluso para los miembros del Congreso. Por ejemplo, la diferencia entre los ingresos del director general de algunas empresas y el trabajador medio es de 320 a 1, cuando en el pasado era un ya intolerable 100 a 1, ecuación incompatible con el “sueño americano”.

Por lo tanto, la triplicación de esta brecha debe ser corregida con políticas públicas. Los multimillonarios se han enriquecido aún más con la pandemia y han utilizado todos los mecanismos a su alcance para evadir el pago de impuestos, que recaen sobre las clases medias y los trabajadores, afirmación que le queda como anillo al dedo para describir la situación en Argentina. De ahí su propuesta de imponer un impuesto del 39,6% a quienes ganen más de $400 al año. Es inaceptable, dijo Biden, que 55 de las corporaciones más grandes del país no hayan pagado ni un centavo en impuestos federales, a pesar de obtener más de $40 mil millones en ganancias. Las resonancias rooseveltianas de su discurso se intensificaron cuando afirmó, contrariamente a un credo generalizado, que “Wall Street no construyó este país. Las clases medias que lo hicieron. Y fueron los sindicatos los que crearon las clases medias”. Luego pidió al Congreso que aprobara rápidamente una legislación para apoyar el derecho a organizar sindicatos, que Reagan había restringido severamente. Walmart y Amazon, por mencionar los dos casos más sonados, han sido los abanderados de la lucha antisindical en los últimos tiempos y librarán duras batallas contra las propuestas de Biden.

¿Cómo podemos interpretar este cambio tan significativo en el discurso y las propuestas legislativas presentadas por Biden? ¿Se convirtió al nacional-populismo, al socialismo? Nada de eso. Es la respuesta defensiva a la profundidad sin precedentes de la crisis del capitalismo estadounidense y al estrepitoso fracaso de las políticas ortodoxas impulsadas por el FMI y el Banco Mundial para enfrentarla. Y ante el fiasco producido por los recortes de impuestos para los ricos promovidos por Trump, que, previsiblemente, no surtieron el efecto deseado.

Sin embargo, más que Biden, la reacción proviene de las alturas del aparato estatal que, en la tradición marxista, en ocasiones críticas desempeña el papel del “capitalista colectivo ideal”. Es decir, un tema que se eleva por encima de mezquinos intereses corporativos o sectoriales y apela a estrategias que protegen a la clase capitalista en su conjunto y al capital como sistema económico, amenazado por la competencia de China y la belicosidad de Rusia. Primero, por su abrumador dinamismo económico y sus grandes avances tecnológicos; de Rusia, por su “interferencia maligna” en la política estadounidense. Y al hablar del cambio tecnológico (con implicaciones tanto para la defensa como para la vida cotidiana), Biden aseveró que Estados Unidos va rezagado en esta crucial carrera con las “autocracias” de China y Rusia, que desafían el liderazgo que les ha sido otorgado. Los Estados deben ejercer en el mundo, aunque nadie puede decir quién, cómo y cuándo le fue encomendada tan alta misión. De ahí el carácter radical de los cambios propuestos.

Atilio A. Boro Es profesor de ciencia política en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Búho de Minerva (Voces).

Traducción: Fernando Lima das Neves.

Publicado originalmente en el diario Página 12.

 

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