por RAFAEL VALLES*
Comentario sobre la trayectoria intelectual del guionista francés recientemente fallecido
Escribir sobre Jean-Claude Carrière no es fácil. Así como hay muchas maneras de entender su trayectoria artística, hay pocas alternativas para no caer en superlativos. Escritor, ensayista, dramaturgo, director, actor, guionista, todos estos sesgos nos llevan a alguna faceta de su obra. Si queremos concentrarnos en su actividad como guionista, la tarea tampoco es fácil. A lo largo de seis décadas, se han escrito más de 100 guiones, entre cortos y largometrajes, películas para cine y televisión, obras originales o adaptadas.
Se levarmos em conta os realizadores com quem trabalhou, podemos percorrer tranquilamente os grandes nomes da história do cinema, como é o caso de Luis Buñuel, Milos Forman, Jean Luc Godard, Louis Malle, Nagisa Oshima, Héctor Babenco, Peter Brook, Carlos Saura , entre otros. En cuanto a la obra de autores literarios que adaptó al cine, la lista también es considerable, desde el amor de swann (Marcel Proust), de paso La insoportable levedad del ser (Milán Kundera), alcanzando Belle de Jour (José Kessel) Recuerdos de mis putas tristes (Gabriel García Márquez), entre otros.
Sin embargo, en medio de tantos méritos para una trayectoria impecable, me centro aquí en aspectos que tal vez no sean tan visibles, pero que también caracterizan la trayectoria de este francés nacido en 1931, que lamentablemente nos dejó el XNUMX de febrero. Un primer punto a destacar es su discreción. Carrière dedicou grande parte da sua trajetória para uma arte que é efêmera por natureza, para um ofício que são poucas as pessoas que irão ler (em termos gerais, a leitura de um roteiro se restringe à direção, à equipe técnica e aos atores que farão la película).
La imagen que él y Pascal Bonitzer pusieron en la introducción del libro. Práctica de Guión Cinematográfico es impecable en este punto: “Muchas veces, al final de cada grabación, los guiones se encuentran en las papeleras del estudio. Están rotas, arrugadas, sucias, abandonadas. Pocas son las personas que conservan una copia, menos aún las que las tienen encuadernadas o las coleccionan. En otras palabras, el guión es un estado transitorio, una forma pasajera destinada a metamorfosearse y desaparecer, como una oruga que se convierte en mariposa (BONITZER, CARRIÈRE, 1991, p.13).
Hay, en este entendimiento, una discreción y una conciencia. Siguiendo una de las primeras enseñanzas que recibió sobre cine –del director Jacques Tati y la montadora Suzanne Baron–, Carrière reivindica la necesidad de que los guionistas sean plenamente conscientes de cómo se hacen las películas. Este conocimiento hace que la escritura de un guión pueda adaptarse a las especificidades del propio lenguaje cinematográfico ya las transformaciones que sufrirá la obra para alcanzar su forma definitiva.
Como afirma Carrière, “además de afrontar estos condicionantes, con este paso obligado por las manos de actores y técnicos, es necesario poseer una cualidad especial, difícil tanto de adquirir como de mantener: la humildad. No sólo porque la película en la mayoría de los casos pertenece al director, y sólo su nombre será glorificado (o difamado), sino también porque la obra escrita, después de ser manipulada y utilizada intensamente, será finalmente desechada, como la piel de la oruga. En algún momento del proceso, el guionista debe ser capaz de distanciarse de la devoción por su obra, trasladando todo su amor a la película” (2014, p. 137).
Es de este ejercicio continuo de discreción y humildad que también podemos identificar otra de las facetas de Carrière: preparar los guiones cinematográficos en colaboración con los propios directores. Así trabajó durante “trece años con Pierre Etaix, veinte años con Buñuel y dieciséis años con Peter Brook” (GONÇALVES FILHO, 2001, p. 118). Su trayectoria también muestra una asociación continua con directores como Milos Forman y la familia Garrel (Philippe y su hijo Louis). Esto no es necesariamente prueba de un proceso pacífico y tranquilo (¿qué proceso de creación sería?), pero esta longevidad en las asociaciones demuestra un valor de la propia personalidad agregadora de Carrière.
Sobre este aspecto hizo un interesante comentario en el libro El lenguaje secreto del cine.: “el guionista no sólo debe aprender a ahondar en sus propias profundidades oscuras durante el acto de escribir, sino también tener el coraje de exponerse ante su compañero. Debe tener el coraje de sugerir tal o cual idea específica (...) debe someterse a un ejercicio interminable de desvergüenza” (2014, p. 153). ¿La consecuencia de esto? El reconocimiento de quienes buscaron esta desvergüenza con él.
Naturalmente, me viene a la mente una de las grandes parejas de la historia del cine: Buñuel y Carrière. en las memorias mi último aliento, es posible encontrar un reconocimiento considerable del cineasta español al guionista francés: “Para casi todas mis películas (a excepción de cuatro), necesitaba un escritor, un guionista, que me ayudara a poner el guión y los diálogos en negro. y blanco. A lo largo de mi vida he trabajado con 28 escritores diferentes. (...) Con quien más me identifiqué fue sin duda Jean Claude Carrière. Juntos, a partir de 1963, escribimos seis películas” (2009, p.338).
La clave para entender el éxito de esta alianza es también cómo ambos concibieron clásicos como Diario de una criada (1964) El discreto encanto de la burguesía (1972) Ese oscuro objeto del deseo (1977). En su biografía, Buñuel señala un factor preponderante para la elaboración de una buena historia: “lo esencial en un guión me parece que es el interés por una buena progresión, que no deje en ningún momento en reposo la atención del espectador. Se puede discutir el contenido de una película, su estética (si la tiene), su estilo, su inclinación moral. Pero nunca debe aburrirse” (2009, p. 338).
Nunca aburras al espectador
El punto común entre Buñuel y Carrière está en entender que el cine es progresión, implicación, deseo. Tanto a través de guiones adaptados como originales, Carrière entendió que “la historia comienza cuando la persona a la que le das la mano adquiere, con ello, una opción sobre tus pensamientos más íntimos, sobre tus deseos más ocultos, sobre tu destino” (BONITZER; CARRIÈRE, 1991 , p.131).
Así, él y Buñuel los condujeron a la condición de voyeurs ante la elección de Severine de convertirse en La hermosa tarde. En esta obra somos cómplices de las elecciones de un ama de casa infeliz que decide pasar sus tardes como prostituta en un burdel. Seguimos sus impulsos, sus miedos a ser descubierta, el descubrimiento de una forma de cumplir sus deseos más secretos.
Llegamos aquí a un último punto. La discreción de Carrière se combina también con el refinamiento de sus narraciones. Incluso con guiones tan diferentes entre sí, uno no espera que sus obras tengan giros salvajes, golpes bajos para llamar la atención del espectador o esquematismos estructurales “a lo Syd Field”. Como él mismo afirma en El lenguaje secreto del cine., cuanto menos se sienta la forma del guión en la película, mayor será su impacto. Para defender esta concepción, Carrière hizo una analogía con el trabajo de los actores. “Prefiero actores cuya actuación no veo, donde el talento y la habilidad han dado paso a una calidad más íntima. No me gusta decir: ¡qué bien actúa! Prefiero que el actor me acerque a él; Prefiero olvidar que es actor y dejar que me transporte -como él mismo se transportó- a otro mundo. No me gustan las extravagancias, los efectos, los trucos y el maquillaje. Lo mismo ocurre con el guión. Y, por supuesto, por la dirección. El gran arte nunca deja pistas” (2014, p. 177).
Carrière fue un guionista que no intentó “llevar la tinta”. Incluso en el que es quizás uno de los guiones más marcadamente autorales de su trayectoria, es posible encontrar ese refinamiento de su estilo. En El discreto encanto de la burguesía, Buñuel y Carrière nos trasladan constantemente a situaciones surrealistas, invitándonos a sumergirnos en el universo de un grupo de burgueses que viven de frivolidades y convenciones sociales, indiferentes al mundo convulso que les rodea. Cada movimiento de esta película nos recuerda su autoría.
Sin embargo, el sarcasmo buscado por los autores termina por conducir sutilmente la narración, con un tono extraño que nos interpela y, al mismo tiempo, nos seduce. La síntesis de esto se puede entender en el proceso de elección del título. Como comenta Buñuel: “Mientras trabajábamos en el guión, no pensamos ni un momento en la burguesía. Anoche (…) decidimos pensar en un título. Uno de los que había considerado, en referencia a la carmañola, fue 'Abajo Lenin o La Virgen del Establo'. Otro, simplemente: “El encanto de la burguesía”. Carrière me llamó la atención que faltaba un adjetivo y, entre mil, se eligió “discreto”. Nos pareció que, con ese título, El discreto encanto de la burguesía, la película tomó otra forma y casi otro fondo. Lo mirábamos de otra manera” (2009, p. 344).
Es por estas y otras razones que la historia del cine también se escribe a partir de la “historia secreta” contenida en la elaboración de guiones. Con su habitual discreción, Carrière es uno de los protagonistas de esta historia.
*Rafael Valles es escritora, documentalista, docente e investigadora.
Referencias
BONITZER, Pascal; CARRIÈRE, Jean Claude. El fin – práctica del guión cinematográfico. Barcelona: Paidós, 1991.
BUÑUEL, Luis. mi último aliento. São Paulo: Cosac Naify, 2009.
CARRIÈRE, Jean-Claude. El lenguaje secreto del cine.. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 2014.
GONÇALVES FILHO, Antonio. la palabra náufrago. São Paulo: Cosac Naify, 2001.