jaula de acero

Imagen: João Nitsche
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por ADEMAR BOGO*

Mientras la atención se centre en arreglar el sistema, no habrá emancipación.

La unión entre burgueses, proletarios, campesinos y masas populares formó, en 1789, el “Tercer Estado” que hizo triunfar a la Revolución Francesa. Posteriormente, estas clases instalaron la Asamblea Nacional Constituyente y procedieron a redactar nuevas leyes, garantizando la aplicación de los principios de igualdad, libertad y fraternidad; interés común de la izquierda y la derecha, fuerzas que defienden el capitalismo y la organización del Estado, estructurado y representado por los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

Con las leyes aprobadas y puestas por encima de todo, entró en vigor el “Estado Democrático de Derecho” en el modo de producción capitalista, como orden oficial. De esta forma, se garantizaba a explotadores y explotados los derechos y expectativas de reclamar el progreso económico, el desarrollo social y la realización de las aspiraciones individuales. Sin embargo, esta victoria revolucionaria burguesa y proletaria, si por un lado vino a representar un vínculo de dependencia económica y política entre las dos clases, por otro implementó la institución de una “jaula de acero” tan bien conceptualizada por los alemanes. Max Weber, en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Estar a favor del totalitarismo económico capitalista y democrático al mismo tiempo está en el origen de la formación de las clases burguesas y proletarias, así como del sentido común de las masas populares. Esta premisa positivista, liberal y religiosa rige las relaciones sociales y de producción, ordenándolas por las normas morales y los barrotes del Derecho Positivo, expresión jurídica de la coacción dentro de la jaula de acero, encargada de encuadrar a cualquier ciudadano considerado desordenado. Fuera de ella, tenemos la sensación de estar en peligro, por lo que nos apresuramos a incluirnos y convertirnos en los principales defensores del progreso, la creación de empleo y el buen funcionamiento del Estado.

Insertos en el sistema de explotación y en el orden coercitivo, nos comportamos como animales enjaulados: comemos de un lado, dormimos de otro y defecamos en algún rincón. Durante el día deambulamos conectando estos puntos geográficos y nos enfadamos si alguien amenaza con interferir en este orden establecido, ya sea con un golpe de estado o con alguna intervención desastrosa, porque ya no sabemos vivir sin él y no podemos ni imaginar otros formas de convivencia. Al igual que los animales que no saben distinguir al manejador del encargado de enjaularlos, tememos a las fuerzas de seguridad, pero nos desesperamos si no los vemos en las esquinas; rechazamos a los jefes, pero nos apresuramos a complacerlos cuando nos amenazan con despedirnos; criticamos a los gobernantes y las leyes injustas, pero seguimos afirmando la democracia representativa, dando a la inmensa minoría las condiciones para negar los derechos y beneficios de la mayoría.

Queremos la emancipación humana, pero la retrasamos, porque para una parte de los trabajadores la venta de la fuerza de trabajo es tan mala que apenas es posible reclamar y, para la otra parte, más empobrecida, ya no hay oferta. Y, aun cabizbajos, nos alientan las promesas electorales de quienes proponen engrasar los goznes de la puerta de esta jaula sucia y podrida, para que rechine menos cada vez que se cierra. Nos dirigen a la santidad de la capital, para que nos postremos ante ella, con las manos juntas sosteniendo la ofrenda del voto. Queremos que los vencedores de la democracia representativa nos sirvan con gracia, con ayuda, con bolsa, o hasta con un hueso deshuesado, porque, entendemos, hay que enviar carne al dios supremo del mercado exterior.

Sabemos que el origen de la sumisión está en la genuina alianza que formó el “Tercer Estado”, operada en Francia para el triunfo de la Revolución de 1789. , con la expansión del capital especulativo y destructivo, ya se derrumbó. Este capital volátil asociado al bandolerismo político, que habita los lugares más remotos como las Islas Vírgenes Británicas, se ha infiltrado en el Estado y actúa para “liquidar” la riqueza de las naciones. Estas fuerzas parasitarias, en lugar del orden democrático, sembran el terror, la inseguridad y el miedo; y arrastran, con excepción del agronegocio destructivo, a los sectores burgueses de la producción que buscan desesperadamente volver al lugar perdido en el control de la política.

Por lo tanto, si en el pasado estos sectores productivos burgueses lograron unificar las diversas fuerzas en el “Tercer Estado”, actualmente se encuentran en desventaja, no solo por los errores políticos cometidos, sino también por la pérdida de poder de los especuladores. y formas parásitas de gobierno. Esto explica el motivo de las frecuentes inestabilidades de la orden y el deseo inmediato de reconstruir la antigua alianza, proponiendo una “tercera vía”. Si aceptamos esta maniobra, reconoceremos al más bajo nivel que los propósitos de la burguesía histórica siguen siendo válidos y, por mucho que lo intentemos, sólo volveremos a revivir la tragedia repetida mil veces cuando, ante el peligro, muere el esclavo. para salvar a su amo. Las burguesías sobrevivientes de la explotación de la fuerza de trabajo, en mayor o menor medida, según en qué parte del mundo se encuentren, han ido perdiendo el control de la política y el control del Estado. Por extraño que parezca, en la coyuntura transitoria, “somos vuestros sepultureros” y no vuestros salvadores.

No hay duda de que guardamos en el fondo de la conciencia proletaria una contradicción conflictiva, entre dar rienda suelta a las energías revolucionarias y aceptar los deseos de sumisión. Freud, en el ámbito corporal y sexual, llamó a este movimiento “pulsión de vida” y “pulsión de muerte”. En este sentido, no es exagerado reconocer que el capital especulativo y parasitario, sumado al bandolerismo político, improductivo, violento y destructivo, se han convertido en los desórdenes físicos, psicológicos, económicos, políticos, morales, ambientales, etc., de la civilización. Por mucho que se piense gobernar y controlar el orden en la jaula envejecida, por dentro circula esa energía incontrolable e instintiva de la volatilización del capital. Para controlarlo, es necesario ante todo aprisionar y dominar a sus agentes, destruyendo todas sus mediaciones que pulsan hacia la muerte.

En este sentido, por mucho que intentemos retrasar el enfrentamiento con las fuerzas destructivas de la civilización, será inevitable. Como sujetos de un proceso libertario, trabajadores y masas populares en general, debemos, en lugar de liderar la conciliación, proponer tirar por los aires la jaula y su orden, o al menos, como primer paso, sacar de ella a los especuladores. , rentistas, devotos de los paraísos fiscales; los pirómanos de los bosques y los ladrones de la riqueza pública. Para ello, hay que evitar la tentación de creer que una “jaula de acero” un poco más limpia y aireada, incluso con una parte de la población con las piernas fuera de los bares, es todo lo que se puede proponer. Si así lo pensamos, inmortalicemos las palabras de Karl Marx cuando nos advirtió que los defensores del parlamento y, añadimos, de la democracia representativa, hacen de todo para “engañar a los demás y engañarse a sí mismos engañándolos”.

Mientras la atención se centre en arreglar el sistema, no habrá emancipación. Las soluciones para impulsar las transformaciones sociales, aunque vienen desde dentro, están fuera de este orden decadente. Mirar hacia afuera es arriesgarse a perder todas las creencias, en el capital, en el Estado y en la política profesionalizada y, como ateos, sentar las bases de nuevas creencias, con principios opuestos a los que hasta ahora hacían funcionar la jaula de acero.

Marx y Engels nos dieron la indicación, como viejos consejeros debemos escucharlos. Sentenciaron en la época de 1848, en medio de la turbulencia de las revoluciones liberales en Europa, que “los comunistas no ocultan sus opiniones y sus objetivos”, lo que nos parece suficiente para ser sinceros unos con otros, porque, según para ellos, es necesario que la clase dominante se sienta amenazada por la “destrucción violenta de todo el orden social”, y no contemplada por nuestra plataforma política. Principalmente porque “la clase obrera no perderá nada con ello, excepto su arresto”. Que esta prisión se reserve para los genocidas y los devotos de la especulación.

*Ademar Bogotá Doctor en Filosofía por la UFBA y profesor universitario.

 

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