por GÉNERO TARSO*
El presidente demostró en Roma, con su vulgaridad asesina, que sigue vivo y que no se avergüenza de lo que ha hecho
Mi afición por la literatura muchas veces me da lecciones de vida y de esperanza. Pienso que en la época moderna la gran literatura burguesa mundial -proletaria y campesina en las Américas- con autores como Arguedas, Antonio Callado, John dos Passos, Hemingway, Tolstoy y Dostoyevsky -en sus respectivos tiempos- no sólo nos ayudan a interpretar la Historia, pero también renovar energías para retomar luchas y renovar deseos. La gran literatura siempre ha ayudado a ubicarme, modestamente, en mi pequeño lugar en el mundo.
¿Cómo llegamos a donde estamos? El “compromiso con el autoritarismo tiene sus raíces en el miedo”, “a perder el trabajo por un extranjero”, miedo a los “pobres invisibles”, “miedo a la alienación racial”, “miedo a perder privilegios”. ¡En Brasil también prevalece el miedo de no poder viajar a Disneylandia! La política fascista lo sabe y, por lo tanto, reemplaza el "debate basado en el miedo" y, del mismo modo, añado, reemplaza la ciencia positiva con la Intuición medieval. (Luís Fonseca Pires, “Estado de excepción”, 2021)
El negacionista puede matar cuando es convocado a asumir la responsabilidad de defenderse de un virus, para no contaminar a su prójimo: el otro –para él– (que puede ser su padre, hijo, amigo, hermano) sólo existe como ser significativo, uno comparte su odio, no su humanidad remota. Los líderes negacionistas no son solo criminales porque ayudan conscientemente a naturalizar la barbarie, sino también y principalmente porque difunden la ignorancia, no solo a través de la fuerza bruta, sino también a través del odio que infunden a sus cómplices e incluso a las víctimas de sus políticas de muerte.
El relato de Jamil Chade sobre la gira de Bolsonaro por el G20, en Roma, donde desafió a los líderes de las democracias provenientes de los movimientos ilustrados y cientificistas de los últimos tres siglos, revela todas las ambigüedades de la racionalidad política moderna. Allí conviven fascismo y democracia, tortura y torturados, reformistas y conservadores -de todos los continentes- con la memoria de las luchas coloniales y el heroísmo del pasado; con la reminiscencia de las guerras por la independencia y con los recuerdos del “hierro y fuego” de la dominación imperial.
Nadie, sin embargo, fue tan explícito en apoyar el racionalismo moderno en sus aspectos técnicos e instrumentales, como lo fue Bolsonaro cuando compartió cínicamente con Salvini un homenaje a los soldados brasileños muertos en Italia. El régimen fascista que mató a nuestros soldados en la 2ª Guerra Mundial, el mismo que ellos mismos profesan -parcial o totalmente- se permite así sustraerse a la cotidianidad de las muertes que promovió, para encontrar en el ritual formal de la democracia su rastro de unión con la razón ilustrada.
Saliendo de la pandemia, suponemos, todo puede mejorar. Nos decimos, sin mucha convicción, que si perdemos el vínculo humano de la cotidianidad -reemplazado por la alucinación de redes enconadas de odio- es posible que las advertencias de la memoria -donde guardamos nuestros mejores tiempos- puedan recuperarnos lentamente. : tiempos en que el Hambre dio paso al alimento, el diálogo siguió al conflicto y el Estado no se dotó de cólera e ignorancia. ¿Cómo fue todo esto posible? La memoria histórica ha sido esclerosada por el miedo y el miedo es tan moderno como la luz, tan viejo como cualquier barbarie, como lo fue el genocidio indígena en América.
Pequeños símbolos de la humanidad moderna, junto a estos grandes símbolos de la reunión del G-20, se encuentran en la literatura crítico-realista de este ciclo. El talento de los escritores para comprender la epopeya revela los rostros ambiguos de la crisis, como Vargas Llosa –por ejemplo– quien en un texto de su libro La verdad de las mentiras – recordar el Congo de Leopoldo II (donde cinco millones de nativos fueron mutilados y exterminados en propiedad imperial) marca así el genocidio que precedió a Hitler: “Leopoldo II fue una indecencia humana, pero culta, inteligente y creativa”.
Este “sin embargo” del “ilustrado” neoliberal Vargas Llosa, sin embargo, desvincula los adjetivos de “cultura” y “creatividad” de la condición de genocida de Leopoldo II. Y lo hace como si su cultura y creatividad pudieran neutralizar la relación del Emperador con la matanza de sus indígenas esclavizados y "protegidos" para adherirse al Evangelio. En la visión de Llosa de la Ilustración, la creatividad humana y la cultura moderna pueden conciliarse con la supuesta inocencia genocida de la cultura de la Ilustración.
Vargas Llosa, sin embargo, no comete un mero error, sino que es portador consciente de una de las ideologías derivadas del racionalismo moderno, capaz de crear medios y reformas para martirizar contingentes de hambrientos, sin tocar grandes fortunas y representando así uno de los dos tendencias antípodas del mundo moderno, especialmente la que supone que Mandela y Hitler pueden viajar en el mismo barco de la Historia.
Un particular episodio literario con otro significado, donde la cotidianidad y la historia se fusionan en un pequeño libro de cuentos de nuestro escritor de ficción gauchesca Sastre Diniz. El autor describe, en un cuento simple y magnífico, una visita al final del aislamiento, en busca de la vieja normalidad. Sin fuegos artificiales y sin exageraciones retóricas, el final de la crisis del “Covids” lo celebran personas reales, que salen de su capullo de contención y miedo y recurren al alimento del cariño y el humor, para rehacer sus vidas.
En el epílogo de El Club de los Supervivientes Diniz dice que “hay que levantar la cabeza e ir a tomar aire fresco, para reforzar la vitalidad de las energías (humanas), sin ofrecer un lugar de alienación, donde se esconden los notorios responsables de las tragedias del mundo real”. Es una hermosa obra de ficción, el cuento “Una buena idea”: dos amigos comiendo pollo con polenta, hablan de resucitar la vida y bautizan a un perro “Ciudadano”. Y prometen un nuevo almuerzo, de mutuo acuerdo, encontrándolo “una buena idea”.
Vargas Llosa, gran narrador latinoamericano, cuando abandona la literatura se refugia en la misma alienación que dio sentido a la vida de Leopoldo II. Nuestro escritor gaucho –quizás anunciando las nuevas ficciones de una vida poscrisis– demuestra que la humanidad aún no ha sido derrotada por el fascismo y la enfermedad. Y así podemos recrear el mundo. Si me equivoco corrígeme.
Creo, sin embargo, que estamos atrasados en la unidad consciente para enfrentar a la bestia, porque Jair Bolsonaro demostró en Roma, con su vulgaridad asesina, que sigue vivo y que no se avergüenza de lo que ha hecho. Y como este tiempo es un tiempo distópico, puede vencernos si actuamos por separado dentro del miedo general. ¡Se puede hacer tarde! Las clases dominantes en el mundo y en el país no desisten fácilmente de mantener los demonios que crearon a su imagen y semejanza.
*tarso-en-ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.