Capitol Invasion - La cara oscura de América

Escultura José Resende / “Ojos Vigilantes”/ Guaíba, Porto Alegre
Whatsapp
Facebook
Twitter
@Instagram
Telegram

por SALMÓN CRISTIANO*

El fenómeno Trump no es la historia de un loco que hubiera tomado el poder por sorpresa. Este fenómeno expresa la verdad de esta era, la entrada en una era política desconocida.

En reacción a las imágenes de los partidarios de Donald Trump asaltando el Capitolio, Joe Biden insistió largamente: esta no es la verdadera cara de Estados Unidos. Pero si tales imágenes se difunden tan rápidamente, ¿no será, por el contrario, porque revelan la cara oculta del velo democrático? Está comprobado, el fenómeno Trump no es la historia de un loco que tomó el poder por sorpresa, afirma la verdad de esta era, la entrada a una era política desconocida en la que lo grotesco, los bufones, el carnaval, subvertirán y disputar el poder.

“Todos ustedes vieron lo que yo vi”, declaró Joe Biden tras la ocupación del Capitolio el 6 de enero por los alborotadores trumpistas, “las escenas de caos en el Capitolio no reflejan la verdadera América, no representan lo que somos”.

¿Vimos lo mismo que Joe Biden en las imágenes de la ocupación del Capitolio por grupos de desenfrenados manifestantes pro-Trump? Nada es menos seguro. Porque esas imágenes asombrosas, imágenes delirantes, donde lo burlesco se cruza con lo trágico y la vulgaridad imita lo histórico, bien representan una cierta América con la que el nuevo presidente electo se enfrentará rápidamente. Si se difundieron tan rápido por las redes sociales no es porque no se parezcan a América sino, al contrario, porque revelaron su cara oculta.

Tales imágenes no solo comprometían las leyes y prácticas democráticas, sino que profanaban cierto orden simbólico, la imagen que Estados Unidos tiene de sí mismo, un imaginario democrático constantemente reelaborado. Profanaron sus ritos y hábitos en una traviesa y burlesca escena carnavalesca, interpretada por payasos disfrazados de animales. Y el impacto de estas imágenes fue tan destructivo como un intento fallido de golpe de Estado, desacreditó las instituciones y los procedimientos laicos, los que dirigen la transición democrática, los que legitiman la credibilidad de las elecciones, los procesos de verificación y recuento, la certificación de el candidato electo.

Esta profanación simbólica está en el corazón de la estrategia trumpista.

Con Trump ya no se trata de gobernar en un marco democrático, según leyes, normas, rituales, sino de especular sobre su descrédito en la recesión. Su apuesta paradójica consiste en basar la credibilidad de su “discurso” en el descrédito del “sistema”, en especular con la caída sobre el descrédito general y en agravar sus efectos. Desde su elección, Trump no ha dejado de hacer campaña. La vida política bajo Trump se convirtió en una serie de provocaciones y enfrentamientos en forma de decretos, declaraciones o simples tuits: prohibición musulmana, defensa de los supremacistas blancos tras los hechos de Charlottesville, guerra de tuits con Corea del Norte, intento de criminalizar el movimiento de protesta surgido tras la muerte del afroamericano George Floyd…

Durante su campaña, Trump se dirigió a este sector dividido de la sociedad a través de Twitter y Facebook y logró, en cuatro años, reunir estos descontentos dispersos en una masa eufórica. Trump había orquestado su resentimiento, despertando los viejos demonios sexistas y xenófobos, ofreciendo un rostro y una voz, una visibilidad, a una América degradada tanto por la demografía y la sociología como por la crisis económica. Desató una potencia salvaje e indistinguible que estaba esperando la oportunidad de actuar libremente. Y lo hizo a su manera cínica y caricaturesca. Se entregó a estas masas invadidas por el deseo de venganza, y las excitó. Trump lanzó un desafío al sistema, no para reformarlo o transformarlo, sino para ridiculizarlo. Misión cumplida en la tarde del 6 de enero.

Los demócratas no sabían ni un poco cómo contrarrestar cada provocación de Trump, más que con su indignación moral, que siempre es señal de ceguera ante un nuevo fenómeno político. Bien podrían abrir los ojos ahora, el fenómeno Trump no ha desaparecido. Se beneficia del apoyo de la capa más movilizada de sus votantes que, lejos de desanimarse por sus excesos verbales y sus llamados a la violencia, encuentran en ello su propia furia. Lo que unifica a la masa de sus seguidores es el poder de decir no a las verdades establecidas. La incredulidad se erige como creencia absoluta. No se escatima ninguna autoridad, ni las autoridades políticas, ni los medios de comunicación, ni los intelectuales e investigadores. Todos están condenados a la hoguera trumpista.

Son los conservadores anti-Trump quienes dicen lo mejor sobre Trump. Según George Will, editorialista neoconservador, las provocaciones del presidente, desde su elección, amplificadas por las "modernas tecnologías de la comunicación", "fomentaron una escalada en el debate público de tal violencia que el umbral del paso al acto se redujo para individuos como angustiado como él". Donald Trump “marca el tono de la sociedad estadounidense que es, lamentablemente, una cera maleable sobre la que los presidentes dejan sus huellas”. Y Will concluye: "Este Rey Lear de bajo nivel demostró que la frase 'bufón malvado' no es un oxímoron".

Si el clown surge muchas veces del registro de la comedia y la farsa sin malas intenciones, Trump usó los recursos de lo grotesco para orquestar el resentimiento de las masas, despertando sus viejos demonios sexistas, racistas y antisemitas.

“Bufón del mal”: asociando estos dos términos, el editorialista conservador destacó el carácter dividido del poder de Trump, en el que las críticas de sus opositores han encallado constantemente. Durante cuatro años, la reacción de los demócratas y los principales medios de comunicación de Estados Unidos ha sido la de no comprender los mecanismos de este nuevo poder hegemónico encarnado por Trump. Lo que no entendieron es la centralidad de este extravagante personaje, la modernidad y resonancia de su mensaje en la sociedad y la historia estadounidenses. Su ubicuidad en Twitter es la de un rey carnavalero que se arroga el derecho de decirlo todo y desacreditar todas las formas de poder.

El fenómeno Trump no es la historia de un loco que habría tomado el poder por sorpresa… Al contrario, este fenómeno expresa la verdad de este tiempo, la entrada en una era política desconocida.

En su curso en el Collège de France en 1975-76, Michel Foucault acuñó la expresión “poder grotesco”; No se trata, para él, de utilizar la palabra “grotesco” de forma polémica con el fin de descalificar a los estadistas que se definirían como tales, sino de intentar comprender, por el contrario, la racionalidad de este poder grotesco, una racionalidad paradójica porque se manifiesta en la irracionalidad de sus discursos y decisiones. “La soberanía grotesca opera no a pesar de la incompetencia de quien la ejerce, sino precisamente por esta incompetencia y los efectos grotescos que de ella se derivan […] tienen efectos de poder que sus cualidades intrínsecas deberían descalificar”.

Según Foucault, el poder grotesco es la expresión de su extrema potencia, de su carácter necesario. “El titular de majestades, de este exceso de poder con relación a cualquier poder, es, al mismo tiempo, en su propia persona, en su carácter, en su realidad física, en sus costumbres, en sus gestos, en su cuerpo, en su sexualidad, en su forma de ser, un personaje infame, grotesco, ridículo [...] Lo grotesco es una de las condiciones esenciales de la soberanía arbitraria. La indignidad del poder no elimina sus efectos, que son, por el contrario, tanto más violentos y devastadores cuanto más grotesco es el poder.”

“Mostrando explícitamente al poder como abyecto, infame, grotesco o simplemente ridículo, se pone de manifiesto el carácter ineludible, la inevitabilidad del poder, que puede funcionar precisamente en todo su rigor y hasta el extremo de su racionalidad violenta, aun cuando esté en el manos de quien está efectivamente descalificado”.

Michel Foucault nos advirtió con un notable vaticinio contra la ilusión compartida hace cuatro años en Estados Unidos por los medios y los demócratas, que consiste en ver en el poder grotesco “un accidente en la historia del poder”, “un fallo en el mecanismo”, mientras que es “uno de los engranajes que son parte inherente de los mecanismos de poder”.

El poder grotesco es la continuación, por otros medios, de la política desacreditada. Cómo encarnar un poder político basado en el desprestigio si no poniendo en escena un poder ilimitado, desenfrenado, que desborda los atributos de su función y los rituales de legitimación.

“Es un payaso, literalmente, podría tener un lugar en el circo”, declaró un día Noam Chomsky. En un circo o en pleno carnaval que se convirtió en política mundial. Lejos de convertirse en presidente, una vez elegido, como era de esperarse, ridiculizó la función presidencial con sus caprichos, sus cambios de humor, sus posturas grotescas. Al final de su mandato, lanzó a sus seguidores a asaltar el Capitolio, prometiendo incluso acompañarlos. ¡Un presidente insurreccional es algo nunca antes visto! Pero, ¿es eso sorprendente?

Frances Fox Piven y Deepak Bhargava escribieron, en agosto de 2020, en un artículo sobre El intercepto“Ahora debemos prepararnos para responder, psicológica y estratégicamente, a cualquier cosa que pueda parecer un golpe de estado. Estos son los escenarios oscuros más plausibles, y sería mejor enfrentarlos, en lugar de evitarlos”.

Desde su campaña de 2016, ¿no ha surfeado Donald Trump esta ola de descrédito en la opinión pública que le valió el voto de más de 70 millones de votantes? El 6 de enero fue su fiesta y su consagración. Ocuparon el Capitolio, aunque solo brevemente, aunque solo simbólicamente. Las imágenes serán testigos durante mucho tiempo, eclipsando las imágenes de la transición del 20 de enero como su contrapunto, lado a lado, como Crédito y Desacredito. Probablemente no reflejen la América real, según Joe Biden, pero son su cara oscura, revelada repentinamente. La tiranía de los bufones acaba de comenzar.

*Salmón cristiano es escritor y miembro del Centre de recherche sur les arts et le langage (CNRS)

Traducción: Daniel Paván.

Publicado originalmente en el portal AOC.

 

 

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES