por LEANDRO OLIVEIRA DA SILVA*
La sociedad debe ser consciente de las cuestiones críticas relacionadas con la privacidad, los prejuicios, la discriminación y las desigualdades que la inteligencia artificial puede exacerbar.
“El espíritu humano debe prevalecer sobre la tecnología” (Albert Einstein)
La interacción persona-ordenador avanza cada vez más, lo que facilita la vida cotidiana. Un ejemplo de ello es la practicidad obtenida con la Inteligencia Artificial (IA), que permite una mayor agilidad en el acceso al conocimiento combinada con menos burocracia. La Inteligencia Artificial es una tecnología que tiene aplicaciones que van desde las tareas más sencillas, como la búsqueda de un concepto trabajado en el aula, hasta las más complejas, como la planificación estratégica empresarial.
Sin embargo, esta revolución tecnológica trae consigo algunos problemas éticos y sociales que impactan negativamente en la sociedad. Con todo este poder, es necesario tener la responsabilidad de saber utilizar esta tecnología de forma positiva y sensata. Si a los algoritmos se les delega la responsabilidad de interactuar con los humanos, tomar decisiones y realizar tareas, ¿cómo podemos garantizar que se llevará a cabo de manera ética?
Toda tecnología que surge para beneficiar a la sociedad trae consigo riesgos y problemas cuando se utiliza incorrectamente, como es el caso de las redes sociales, la biotecnología, las armas y la energía nuclear. La Inteligencia Artificial es un conjunto de tecnologías que crean sistemas encargados de realizar tareas que, hasta entonces, eran realizadas por seres humanos. Las implicaciones éticas del uso de la Inteligencia Artificial son profundas y complejas, considerando el daño que puede causar en la configuración de la sociedad actual. Entre las principales cuestiones relacionadas con la ética, se encuentran varios problemas relacionados con la privacidad, la diversidad, la transparencia, la seguridad, etc.
La Inteligencia Artificial requiere de un entrenamiento para su correcto funcionamiento, el cual se puede realizar mediante diversas técnicas y herramientas, dependiendo de la tarea que deba realizar la Inteligencia Artificial. Por ejemplo, en los modelos de lenguaje (que es una de las aplicaciones más populares de la Inteligencia Artificial) el entrenamiento se realiza mediante la recopilación de datos. Esta recopilación se realiza a través de textos que se extraen de diversas fuentes, como libros, sitios web, redes sociales, artículos, etc.
Numerosas aplicaciones de Inteligencia Artificial requieren un enorme volumen de datos que puede dar lugar a una recopilación excesiva de datos de las personas, como información sobre ubicación, historial de búsqueda, datos familiares o incluso datos biométricos. La recopilación de datos plantea muchas preguntas relevantes sobre la privacidad, debido a la forma en que se almacenan, utilizan y protegen los datos. Esto se convierte en una cuestión crítica, ya que una posible filtración de datos confidenciales podría dar lugar a delitos como el robo de identidad y el fraude.
Otro tema crítico asociado con el uso de la Inteligencia Artificial está relacionado con el sesgo y la discriminación. El sesgo es el sesgo o distorsión de la información que presenta el sistema, lo que lleva a resultados injustos o inexactos. La recopilación de datos para la capacitación puede reproducir sesgos históricos de las diversas fuentes consultadas. A modo de ejemplo, imaginemos que una empresa decide utilizar Inteligencia Artificial para contratar nuevos empleados y que los datos utilizados para entrenar el sistema mostraran un sesgo de género (hombres ocupando puestos de liderazgo).
A partir de esto, la inteligencia artificial puede aprender a favorecer a los candidatos masculinos al seleccionar puestos similares. La discriminación está presente en resultados que reproducen prejuicios en cuanto a género, orientación sexual, religión, raza, origen u otras particularidades, tratando de manera desigual a personas y grupos sociales.
Estas cuestiones críticas están vinculadas a un largo proceso histórico, que involucra factores económicos, sociales y políticos, en el que las naciones más ricas desarrollan avances tecnológicos más rápidamente que las naciones más pobres. Así, el uso de la Inteligencia Artificial puede afectar la economía global y seguir reproduciendo desigualdades entre naciones, ya que los países que tienen más recursos e infraestructura avanzada en Investigación y Desarrollo tienen ventaja en la creación de tecnologías de punta. El resultado será una brecha tecnológica entre las naciones más desarrolladas y las menos desarrolladas, lo que influye en los ingresos de la población y en la capacidad para hacer frente a los problemas nacionales.
Ante esto, la promoción de la educación aplicada al desarrollo de habilidades tecnológicas debe ser incentivada por el Estado, especialmente en los países menos favorecidos. Esto tiene el potencial de reducir la brecha tecnológica entre países y al mismo tiempo desarrollar la conciencia de la gente sobre cómo se fabrica la IA y cómo se utilizan los datos personales. Esto es importante para romper el ciclo de reproducción de las desigualdades y la discriminación. A medida que avanzamos en la interacción persona-computadora, es imperativo que garanticemos que el progreso tecnológico vaya acompañado de un progreso ético y educativo.
La sociedad debe ser consciente de las cuestiones críticas relacionadas con la privacidad, los prejuicios, la discriminación y las desigualdades que la inteligencia artificial puede exacerbar. Al invertir en la promoción de una educación orientada al desarrollo de habilidades tecnológicas, especialmente en las naciones menos favorecidas, podemos crear un camino más equitativo y consciente. De esta manera, podremos asegurar que el espíritu humano no sólo prevalezca sobre la tecnología, sino que también lo oriente hacia un futuro más justo, inclusivo y ético.
Leandro Oliveira da Silva estudia maestría en informática en la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp).
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