por EUGENIO BUCCI
El entrenado instinto de supervivencia del gobierno que está -y está- acecha al más riguroso escepticismo científico
“Cualquiera que haya intentado matar una cucaracha sabe que son inteligentes”. Así lo dijo la profesora Lucía Santaella. Titular de la Cátedra Oscar Sala del Instituto de Estudios Avanzados de la USP, la pensadora sabe de lo que habla. De hecho, las cucarachas pueden considerarse inteligentes. A su manera, razonan, idean tácticas de escape y, en la mayoría de los casos, logran escapar.
En su elogio al adiestramiento del astuto insecto que, sobre todo, “vuela”, Lucía Santaella no nos ofrece una mezquina anécdota con fines didácticos. Basada en la semiótica del filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce (1839-1914), nos trae más de una boutade. Peirce escribió que "el pensamiento no está necesariamente conectado a un cerebro". Para él, también habría “pensamiento” en el “trabajo de las abejas y los cristales”, por citar algunos ejemplos.
En el texto de Peirce, el término “pensamiento” debe entenderse como la capacidad de un organismo o un sistema para dar respuestas calculadas, basadas en alguna forma de memoria y aprendizaje, a los estímulos que recibe del mundo exterior. Hoy en día, usamos la palabra "inteligencia" para esto, y ni siquiera necesita un cerebro. Los investigadores dicen que si le arrancas la cabeza a una cucaracha, seguirá caminando normalmente, con una coordinación corporal perfecta, y eso durante mucho tiempo.
¿Quién ve un documental disponible en Netflix llamado Profesor pulpo (Oscar al mejor documental en 2021) acaba convenciéndose de que los pulpos también “piensan”, aunque no tienen precisamente un cerebro en medio de la cabeza. En su caso, las neuronas, distribuidas por los tentáculos, logran comunicarse entre sí, sin depender de órdenes provenientes de una masa encefálica central.
Incluso las plantas tienen una forma de inteligencia. El botánico italiano Stefano Mancuso ha estado diciendo eso durante dos o tres décadas. “Un ser inteligente no es sólo aquel que tiene cerebro”, garantiza el científico. “Es un organismo capaz de resolver problemas y aprender de las situaciones, y las plantas han sido maestras en esto”. Los estudios del botánico brasileño Marcos Buckeridge prueban la tesis. “No es nada desorbitado decir que las plantas tienen memoria interna”, dijo en la conferencia Cognición e inteligencia en las plantas, disponible en You Tube. Buckeridge, director del Instituto de Biociencias de la USP, sostiene que las plantas aprenden y ordenan su crecimiento de manera inteligente. Entre otras cosas, esto significa que no es exacto decir que una persona en coma está en un "estado vegetativo". Verduras, damas y caballeros, "piensen" activamente.
Ante esto, no sorprende que haya indicios de cierta inteligencia en los movimientos políticos del Presidente de la República. Ahora mismo, esta semana, la ceremonia de su afiliación a un partido político revela la existencia de algún tipo de cálculo en las entrañas del bolsonarismo. Es impresionante. Más que el discernimiento direccional de babosas y estalagmitas, el tema ha intrigado a los observadores del escenario político nacional.
El instinto de supervivencia domado del gobierno que está ahí –y aún está– acecha al más riguroso escepticismo científico. En asombrosas metamorfosis estratégicas, el cuerpo de Bolsonaro logró transformarse en lo contrario de lo que era, sin descuidar nunca su objetivo: permanecer en el poder. El jefe de Estado, que hace unos meses insultó a los líderes del Centrão, encontró la forma de entronizarse como el líder máximo de todos. En este desplazamiento, que implicó operaciones de gran complejidad, el personaje mitómano escapó a la amenaza de acusación, revirtió acciones delictivas que acechaban en su círculo familiar (las dejó todas resquebrajadas procesalmente) y, ahora, es viable intentar la reelección. Un prodigio, de hecho.
Pero, ¿cómo puedes? ¿Había algún estratega genial por ahí? Las hordas fanáticas (que las hay, las hay) lo creen fervientemente, aunque en esta creencia yace, latente, una ofensa gratuita contra las cucarachas. Otros dicen que no hay inteligencia en esos anfitriones, pero eso importa poco. El caso es que la tasa de éxito del (des)gobernante desconcierta, humilla y oprime a todos los que le rodean, cerca o lejos.
En esta hora de malestar moral, no podemos olvidar que la razón humana no se limita a la facultad de la inteligencia. Al menos desde Aristóteles, la razón asume, además del razonamiento, además de la lógica instrumental, la dimensión ética y la dimensión estética, entre otras. Los sujetos con trastornos de personalidad también articulan actos y palabras, pero se estancan en el plano ético y no tienen recursos para la estesia y la empatía. La capacidad de combinar el pensamiento crítico, la sensibilidad estética y los principios éticos quizás sintetice la sustancia del espíritu (Ralph Waldo Emerson dijo que el carácter está por encima de la inteligencia).
Por todo ello, la inteligencia instalada del otro lado tiene un aspecto crudo, demente, feo, salvaje e inhumano. El hecho de que haya prosperado tanto, con tal descaro, prueba que, de este lado, la estupidez todavía hace estragos.
*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de Una superindustria de lo imaginario (Autentica).
Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.