Inteligencia artificial: el eco en el espacio hueco

Imagen: estudio Cottonbro
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por VERIDIAN ZURITA*

Ya no seremos dominados por la Inteligencia Artificial, al igual que ya no podremos observarla como si estuviera fuera de nosotros.

Desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022, el debate sobre la Inteligencia Artificial (IA) se ha reavivado en las redes. Hablar de Inteligencia Artificial está a la orden del día. Debatimos sobre sus fortalezas y límites, nuestro asombro y temores ante un sistema supuestamente inteligente. Los análisis sobre el tema oscilan entre la amenaza de ser dominados por “Alexas” y “Siris” y la imposibilidad de tal dominación, al fin y al cabo nuestra inteligencia humana sería única, insuperable. En cualquier caso, el tono del debate es nosotros (humanos) contra ella (inteligencia artificial). Dominado o superior, debatimos Inteligencia Artificial embriagados por tal dualidad – de hecho, propia de una cierta “inteligencia humana”.

Por un lado, la Inteligencia Artificial es percibida como un ente tecnológico, una aparición mágico-máquina que en un futuro próximo dominaría a los humanos, superando su inteligencia y provocando la temida extinción. Por otro lado, la Inteligencia Artificial es analizada como “no inteligencia”, como máquina-artificialidad, que predice comportamientos a partir de cálculos que jamás podrían sistematizar lo que conocemos como afectos, amor, ética y moral humana. Podríamos decir que ambas versiones son y no son posibles. Lo famoso es y no es dialéctico. 

A pesar de ser supuestamente antagónicas, ambas versiones ofrecen dosis de fetiche. Entre la amenaza de la dominación total y la garantía de la infranqueabilidad humana, tales análisis tienden a situar a la Inteligencia Artificial como desvinculada de nosotros, como frente a nosotros, como fuera de nosotros, sujeta a análisis como objeto. Hay mucha niebla entre los humanos y la Inteligencia Artificial (a veces invisible porque es muy opaca) que tenemos que atravesar hasta llegar a algo así como un espejo. Después de todo, la inteligencia artificial somos nosotros.

La Inteligencia Artificial no aparece como magia de orden trascendente, sino que se produce a partir y a través de una determinada inteligencia humana, históricamente organizada para que nos comportemos como tales, subordinados a la lógica de la acumulación de capital. La Inteligencia Artificial solo existe porque nosotros (debidamente humanos) existimos a partir de un modelo económico, modelando una realidad material y subjetiva.

La inteligencia artificial no solo fue creada por humanos, sino que se nutre y entrena a través de cada respiración de su vida cotidiana digital. La Inteligencia Artificial se crea y produce al mismo tiempo que nosotros. La racionalidad neoliberal que interiorizamos es el combustible que nos hace producir datos y alimentar la Inteligencia Artificial. Alimentamos a la Inteligencia Artificial como alimentamos a una mascota, a diario, creyendo que la domesticación es unilateral, pero que Donna Haraway (2008) ya nos ha dicho que es una calle de doble sentido.

ChatGPT no sería una amenaza para la educación porque aparece ahora, mediocreizando el proceso de preparación de los alumnos y dejando obsoleto el trabajo de los docentes. ChatGPT representa una amenaza porque se lanza sobre la base de la mercantilización de la educación, el desguace y la precariedad del sistema educativo público. El temible ChatGPT encuentra eco en un tipo de sociedad automatizada por una racionalidad de ranking y desempeño, donde estudiantes y profesores se arrastran hasta el agotamiento para cumplir metas de productividad imposibles, que prescriben y determinan los procesos de enseñanza y aprendizaje. La amenaza no se anuncia con ChatGPT, pero ya lo hace.

ChatGPT no formula textos complejos que nos sorprendan. Los humanos somos los que mediocreizamos nuestra elaboración reflexiva para encajar y viralizarnos en la lógica de las redes, al fin y al cabo, cualquier profesión necesita un perfil que influya y tenga seguidores. La Inteligencia Artificial no nos dominará porque nos agarrará del cuello y nos obligará a hacer cosas que no queremos. La Inteligencia Artificial ya nos domina porque caminamos inclinados sobre la pantalla, deseando la pueril e instantánea adicción a como uno, ocupado y apático por los datos que se deslizan en el calendario (esa línea de tiempo digital que nos muestra todo y nos deja sin nada), continuamente disponible para solicitudes que vibran en “teléfonos inteligentes”, nuestros chupetes parlantes.

La Inteligencia Artificial depende de un tipo de comportamiento, de un tipo de atención, internalizado como racionalidad, del mismo modo que los humanos llegamos a depender de lo que la Inteligencia Artificial tiene para ofrecer. Es un ouroboros, una relación casi metabólica entre la Inteligencia Artificial y los humanos.

Nuestro comportamiento ya está mecanizado, ha pasado un tiempo. Nuestros deseos ya están prescritos por la actuación compulsiva en las redes, entre posts de gatos o plátanos. gastrónomo. No importa, todo vale, mientras narremos cada respiro, mientras produzcamos información sistematizable. La narración continua de nuestras vidas en las redes es una provechosa agencia entre la libertad y la obediencia. Las redes se convierten en una cámara de eco[i] de autoayuda emprendedora donde “hablar de uno mismo” se convierte en una especie de capital social que circula en las redes. Hablar de uno mismo es obligatorio.

Pero no se trata de cualquier cosa, hay un guión de lo que se viraliza: la supuesta autenticidad y espontaneidad de la vida privada compartida en público como publicidad de uno mismo. La narrativa del yo en redes acoge una falta latente de sociabilidad a través de la mercantilización del discurso. Mercantilización que pone en acto las “redes sociales” como espacio de terapia colectiva, pero que vacía el “poder de la palabra” que da origen al psicoanálisis.

Usar las redes como contexto de comparación con el psicoanálisis es irrisorio, pero un ejercicio (aquí más intuitivo) que intenta señalar hacia dónde va “nuestro” discurso como herramienta de sociabilidad. En El poder de la palabra y el origen del pensamiento freudiano, Daniel Kuppermann elabora sobre la “triple problemática” que, según él, “encierra todo lo que importa en la constitución del campo psicoanalítico”. “Quien habla (…) de qué o de quién se habla; y a quien se habla”. Bueno, si las redes sociales son un contexto que caracteriza nuestra sociabilidad contemporánea (sobre todo en la pandemia post-Covid-19) me aventuro al ejercicio de preguntar: de quién habla, de qué o de quién hablamos y a quién le hablamos. en las redes?

Quizás, más importante para este ejercicio (que trata de entender el deseo que circula en las redes, el estímulo del “discurso” ininterrumpido, que produce datos que alimentan a la Inteligencia Artificial) es la pregunta: ¿a qué se subordina nuestro discurso en las redes? Pregunta que lleva a los demás. ¿Dónde y a través de qué canales de acceso se nos anima (por no decir constriñe) a mantener un “deseo de rendimiento” palpitante en las redes? ¿Es la Inteligencia Artificial la que nos sirve o somos nosotros (humanos insuperables) los que la servimos? ¿Qué es escuchar nuestras líneas en las redes? ¿Quién los escucha? ¿Es nuestra escucha mecánica? La escucha en las redes sería un sistema de cálculos algorítmicos, que se traga nuestros datos y aprende de ellos. ¿Y aprender qué? ¿Predicciones de comportamiento que se nos catapultan a través de anuncios ultrapersonalizados o incluso "premoniciones digitales"? ¿Qué tipo de archivo componen nuestros datos?

En la continua producción de imágenes y textos en línea, la acumulación de datos se acelera como lógica de acumulación de capital. Big-Data aparece como un archivo ilimitado de nuestras narrativas autorreferenciales que se repiten entre sí creando un eco en el espacio hueco. La inteligencia artificial aprende lo que aprende de este archivo, organizado como cierto tipo de memoria. Lineal y constituida por la lógica de jerarquizar lo que más se viraliza, es una memoria categorizada por todos los prejuicios realizados por un determinado tipo de humanidad.

La memoria de la acumulación, el exceso, la compulsión, la repetición, lo descartable, lo cancelable. Quizás, en realidad, la memoria sea el límite máximo de la tentacular capacidad de cooptación del capital, que intensifica el desbordamiento del modelo económico más allá del dominio material, inundando las entrañas de lo más inconsciente de la memoria. Si este es el límite máximo que debe alcanzar el capitalismo para ser irreversible, también es el límite máximo que marca un horizonte de resistencia.

Ya no seremos dominados por la Inteligencia Artificial, al igual que ya no podremos observarla como si estuviera fuera de nosotros. Si su sistema de cálculo algorítmico está soportado por la memoria como archivo es porque nosotros, los usuarios, estamos invertidos en calendario de las redes sociales Esta cronología tan parecida a la que nos recuerda la psicoanalista Silvia Leonor Alonso con el texto “El tiempo que pasa y el tiempo que no pasa”.

En él, nos recuerda “es común pensar el tiempo como un tiempo secuencial, como una categoría ordenadora que organiza los momentos vividos como pasado, presente, futuro, un tiempo irreversible, la flecha del tiempo, un tiempo que pasa”, como así como estar “acostumbrado a pensar en la memoria como un archivo, que alberga una cantidad importante de recuerdos, similar a un desván que destina una cantidad de objetos de otros momentos de la vida, que allí quedan quietos, guardados, disponibles para los momentos en que los necesitamos y queremos volver a encontrarlos”. Alonso describe este modelo de memoria como muy alejado de la forma en que el psicoanálisis piensa “tanto el tiempo como la memoria” como solo posibles “en plural”.

 “Hay diferentes temporalidades, funcionando en instancias psíquicas, y la memoria no existe de manera simple: es múltiple, registrada en diferentes formas de símbolos”. Si la imagen de la memoria como archivo “disponible en el desván” ya revela una enorme distancia de la memoria múltiple, atravesada por temporalidades inconscientes y conscientes que bailan (varias danzas) en el aparato psíquico, imagina la memoria disponible en Big-Data que vuelve a nosotros mismos por contra sí mismo.

Ya sea por el famoso TBT (Otra vez Jueves o Jueves de Nostalgia) que anima (o impone) a los usuarios a publicar sobre el pasado semanal para garantizar vistas e Me gusta o cuando es tuyo teléfono inteligente te sorprende con esa selección de fotos, debidamente editadas y musicalizadas, o incluso cuando la red social te recuerda lo que pasó hace un año y que tu regularidad de publicación es baja. Bueno, nuestro “ático digital” habla por sí solo, ni siquiera tienes que subir y abrir el maletero.

Pero hay algo aún más intrigante en el paso del tiempo en las redes y la continua preparación de una subjetividad que lo acompaña. Aún en Alonso, ya que su breve y bello texto abre un acceso sensible a la noción de temporalidad en psicoanálisis, la autora nos invita a la percepción de “un tiempo que pasa, marcando con su paso la caducidad de los objetos y la finitud de la vida”. es del texto la fugacidad (Freud, 1915) que Alonso nos recuerda la importancia del duelo como reconocimiento del “paso del tiempo” y la “fugacidad de la vida” en psicoanálisis. Pero ¿qué pasa con la construcción de la calendario, o la línea del tiempo de las redes sociales, guiada por la representación de la felicidad obligatoria? La felicidad se vuelve viral, no el dolor. No hay tiempo para el duelo porque el duelo lleva tiempo.

Varios tipos de tiempos. Pero el tiempo de la red está programado y nosotros estamos programados, sabemos qué se viraliza y qué no, qué aprovecha el algoritmo y qué no, qué aparece en la parte superior de la clasificación de búsquedas y lo que no, lo que queda en el tiempo de calendario Y qué no. Detrás del relato ideológico de autenticidad y espontaneidad, de intimidad compartida con seguidores, hay una puesta en escena, organizada para captar la autofoto. Y esta captura se centrará en el disfrute, el consumo, la felicidad, el éxito y, aunque aparezca en el plazo irán acompañados de la superación inmediata de lo que podría significar signos de duelo o interrupción del placer.

Nuestra Inteligencia Artificial se alimenta de esta colección de imágenes y discursos, nuestra Inteligencia Artificial aprende a ser el objeto que agarramos para no tener que lidiar con el “reconocimiento de nuestra propia finitud”, del paso del tiempo en línea. En ese lugar, que parece un abismo, soltémonos de la mano de la Inteligencia Artificial (o al menos de esa) y agarremos el inconsciente que nos atraviesa a través de la memoria de la “mezcla de tiempos”.

*Veridiana Zurita, artista plástica, es candidata a doctora en filosofía en la Universidad Federal del ABC.

Publicado originalmente en el sitio web Otras palabras.

Referencias


Alonso, Silvia Leonor. El tiempo que pasa y el tiempo que no pasa. ¡Revista de culto!, nº 101. Disponible: http://revistacult.uol.com.br/101_tempopassa.htm

Haraway, Donna J. Cuando las especies se encuentran. Minnesota: Universidad. Prensa de Minnesota, 2008.

Kuperman, Daniel. El poder de la palabra y el origen del pensamiento freudiano. Instituto de Psicología de la Universidad de São Paulo.

Freud, Sigmundo. Transitoriedad. Trabajos completos, vol. 1. Compañía de las Letras de São Paulo, 2014.

Nota


[i] En los medios, el término “cámara de eco” es análogo a una cámara de eco acústica, donde los sonidos reverberan en un recinto hueco. Una cámara de eco, también conocida como "cámara de eco ideológica", es una descripción metafórica de una situación en la que la información, las ideas o las creencias se amplifican o refuerzan mediante la comunicación y la repetición dentro de un sistema definido.


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