por LUÍS FELIPE SOUZA*
El destino de la Inteligencia Artificial no tiene por qué significar el sometimiento humano. La aparente inevitabilidad de este futuro está más relacionada con el dominio capitalista que con el desarrollo tecnológico.
La Inteligencia Artificial lee el mundo y puede intervenir en él procesando datos numéricos. La capacidad de escribir, hablar, crear imágenes, conducir vehículos o incluso producir el olor de un árbol que se extinguió en el último siglo, sólo es posible gracias al uso de datos que se convierten en números. La captura de dichos datos para ser procesados por la Inteligencia Artificial es posible gracias a nosotros mismos, usuarios de la vasta red tecnológica –muchas veces a pesar de nuestra voluntad–, a través de los distintos dispositivos que componen las redes sociales.
Seguimiento personalizado de la comunidad y manipulación de grandes volúmenes de datos posibilitan no sólo un conocimiento profundo del tema, sino también la estandarización de conductas y dinámicas del deseo. Surge entonces la pregunta inevitable: ¿hay todavía espacio para hablar de autonomía humana frente a un control cada vez más fino sobre la tecnología?
El tema de los avances de la tecnología está rodeado de disparates y suscita una profusión de emociones en relación a lo que se espera del futuro. Si bien las posibilidades de experimentar la corporalidad y las identidades parecen multiplicarse en los espacios virtuales, estamos sometidos a una tensión diaria ante el sentimiento de que la realidad está determinada por los dispositivos digitales. La preocupación por la privacidad y la cantidad de datos que se proporcionan sin la aquiescencia de los usuarios es una cara del problema que culmina en la cuestión de la libertad de cara a los acontecimientos futuros.
Abordar la autonomía humana cuando la subjetividad se constituye entrelazándose con determinantes tecnológicos parece una tarea inviable. En filosofía de la tecnología, el debate es fomentado por diferentes corrientes que se oponen en el punto en que se discuten los niveles de determinación y las posibilidades de intervención humana en la dirección de la tecnología. En esta filosofía hay una vertiente instrumental que concibe la tecnología como un aparato que puede ser controlado y subordinado a la voluntad humana.
En este sentido, el uso de la tecnología sería instrumental a través de su condicionamiento al deseo humano. Para que esta concepción tenga sentido, la tecnología necesitaría ser neutral en sus valores, sin que exista una sobredeterminación moral que la oriente hacia fines particulares. Por otro lado, está en la filosofía de la tecnología la corriente sustantivista afiliada a la Escuela de Frankfurt, que la entiende cargada de una normatividad que constituiría para sí misma un medio de acción. Así, la tecnología gozaría de cierta autonomía debido a sus determinantes y a los juicios que en ella se imbuyen.
Debido a los valores sustanciales que posee, la tecnología no podría estar disponible para un control condicionado al placer humano, ya que su programa de acción estaría basado en valores definidos, como la potencia y la eficiencia. El sustantivismo critica la noción instrumentalista por su fe en el progreso liberal de la tecnología que, al no tener destinos, podría culminar en la elevación del estatus humano. Si el curso del desarrollo tecnológico satisface las demandas de sus diseñadores, entonces la tecnología tiene valores bien definidos y, por tanto, actúa de acuerdo con la moralidad del capital que la financia. La autonomía lograda por la maquinaria tecnocientífica se produce a expensas de la capacidad de intervención humana en el curso de su desarrollo.
El problema adquiere nuevos contornos cuando los dispositivos tecnológicos no sólo dan forma a la subjetividad, sino que también comienzan a reproducir prejuicios criminales, basados en la moralidad del capital. La informática e intelectual de estudios de raza y género, Joy Buolamwini, se da cuenta de que el aprendizaje automático se produce para capturar, procesar y convertir datos que operan desde un sesgo discriminatorio. En uno de sus experimentos, Buolamwini, una mujer negra, notó que softwares La Inteligencia Artificial en los dispositivos de reconocimiento facial solo podría percibir tu rostro mediante el uso de una máscara blanca.
El experimento de Buolamwini confirma que el desarrollo tecnológico no sigue el curso de un progreso objetivo y neutral, sino que actúa de acuerdo con los intereses de quienes lo diseñan. La determinación de la subjetividad por la tecnología garantiza la perpetuación de violencias, como la raza y el género, que seguirán presentes en el vocabulario normativo de los usuarios de las redes tecnológicas.
Cuestiones relativas a la libertad humana y no A menudo se promueve la autonomía de las máquinas por miedo a perder puestos de trabajo, uno de cuyos representantes en el imaginario colectivo son los coches sin conductor de Tesla. La automatización del trabajo es un aspecto de la creciente autonomía que encarna la Inteligencia Artificial. La sustitución de la fuerza humana por máquinas y la exclusión de las funciones laborales debido a la digitalización son elementos que impulsan el surgimiento de tesis como la de Jürgen Habermas. El sociólogo sostiene que el trabajo vivo, el que tiene lugar entre el hombre y la naturaleza, ha sido sustituido por el poder productivo de la maquinaria tecnocientífica.
Jürgen Habermas sostiene que los avances científicos constituyen el camino real hacia la producción de capital, reemplazando el ahora inoperante valor trabajo. Su tesis se basa en elementos contemporáneos del mundo del trabajo, como la precariedad y desproletarización del trabajo manual en industrias y fábricas. En este sentido, los humanos estarían en proceso de ser sometidos a las máquinas debido a los desarrollos tecnocientíficos.
Los temores que rodean el tema de la Inteligencia Artificial, por tanto, son producto del sentimiento de disminución del margen de autonomía humana. Se cuestiona entonces la posibilidad de la coexistencia de un espacio para la toma de decisiones libre de la interferencia de las tecnologías. Andrew Feenberg, filósofo de la tecnología, reconoce el carácter sustantivista de la tecnología que, impregnada de valores de capital, desdibuja la línea entre lo individual y lo colectivo, moldea subjetividades, afectos y deseos.
El autor, a pesar de admitir la fuerza modeladora que ejerce la tecnología sobre la subjetividad, todavía apuesta por la posibilidad de promover intervenciones democráticas y colectivas en el design de tecnologías que tipifican aspectos tan intrínsecos a la subjetividad humana. Andrew Feenberg es un importante representante de la vertiente crítica de la filosofía de la tecnología, que, a pesar de admitir el carácter sustantivo de las tecnologías, ve la posibilidad de una contigüidad entre la tecnociencia y la construcción de modelos tecnológicos que no sean excluyentes.
La apuesta de Andrew Feenberg se hace eco de pensadores que creen que hay maneras de cambiar la dirección del desarrollo tecnológico a través de una intervención en la forma en que se configura. Se trata de defender que las tecnologías no están naturalmente impregnadas de valores capitalistas, ni que están teleológicamente destinadas a perpetuar la violencia. Esto significa que las impresiones deliberadas de intereses que los configuran como medios para perpetuar el poder centralizador del capital fueron colocadas en su proceso de construcción.
En una línea de pensamiento similar, la dirección del mundo del trabajo no es la automatización, la precariedad, la flexibilidad y el trabajo. medio tiempo por casualidad el mundo del trabajo no presenta características destructivas, ni subordina a los trabajadores a la inseguridad de la miseria por la expansión de la Inteligencia Artificial –como si la precariedad fuera un destino inevitable y necesario en el contexto tecnológico. Más bien, el destino del mundo del trabajo sigue el camino de la fragmentación y la pauperización porque estos son, exactamente, los intereses del capital que gobiernan la vida moderna.
Las crisis que ha atravesado el capitalismo a lo largo de décadas han puesto de relieve la necesidad de cambiar las bases estructurales que sustentan el mundo del trabajo. A partir del trabajo jerárquico y especializado, cuyos exponentes son el taylorismo y el fordismo, el trabajo comienza a presentar características de mayor flexibilidad, descentralización de redes y participación femenina. Sin embargo, estas características van acompañadas de elementos del legado thatcherita, como la creciente pérdida de derechos, la fragmentación del trabajo, especialmente en modalidades remotas, y la reducción de la organización del cuerpo proletario en sindicatos, capaces de exigir la democratización y garantizar los derechos fundamentales.
Así explica Ricardo Antunes, sociólogo brasileño, cómo el desarrollo tecnológico no provoca un salto cualitativo en la vida humana. Se trata de un impedimento estructural que resulta del sometimiento de la ciencia a las relaciones entre capital y trabajo. No se trata, por tanto, de juzgar las nuevas organizaciones del trabajo como estructuras esenciales resultantes de un escenario de dominación tecnológica. Por el contrario, se trata de considerar que el desarrollo científico está condicionado por imperativos capitalistas y que, por tanto, sus resultados no se convertirán en bienestar colectivo.
Por lo tanto, el destino de los desarrollos de la Inteligencia Artificial no tiene por qué significar la subyugación humana. La aparente inevitabilidad de este futuro está más relacionada con el dominio capitalista que con el desarrollo tecnológico. Es en este sentido que Eurídice Cabañes, filósofa e investigadora de los juegos virtuales, ve en el vínculo entre la vida virtual y la vida real la posibilidad de experimentar nuevas identidades dotadas de posibilidades muchas veces bloqueadas por las condiciones de la materialidad.
Los dispositivos tecnológicos pueden constituir una manera de cuestionar las directrices imperativas dictadas por sus creadores. Este puede ser un camino para experimentar, en otros mundos, nuevas formas de corporalidad y subjetivación. Después de todo, como nos recuerda Cary Wolfe, teórico del posthumanismo, los seres humanos son prótesis, constituidas en la multiplicidad de relaciones de las cosas -presentes y ausentes, de lo orgánico y lo no orgánico, del interior y el interior-. afuera.
La Inteligencia Artificial, los multiversos y la complejización de la realidad material pueden representar la experiencia de nuevas formas de organización de la subjetividad, sin necesidad de culminar en la borradura del margen de singularidad que le es tributario. La situación tecnológica, por tanto, antes de representar el cierre de la contingencia subjetiva y el fin del trabajo, parece indicar el curso de sus transmutaciones en nuevas morfologías.
*Luis Felipe Souza es estudiante de maestría en psicología del trabajo en la Universidad de Coimbra.
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