Ideología y cultura política en la era digital

Imagen: Fidan Nazim qizi
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por WÉCIO PINHEIRO ARAÚJO*

El fenómeno de las fake news y su impacto en el Brasil contemporáneo

“La especialización de las imágenes del mundo tiene lugar en el mundo de la imagen autonomizada, en el que el mentiroso se ha mentido a sí mismo” (Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo).

Marx y Engels escribieron hace unos 150 años un preciso pasaje sobre la modernidad: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Hemos llegado al momento que nos permite actualizarlos, a saber: todo lo sólido se descompone en píxeles y algoritmos. Manteniendo las debidas proporciones históricas, si no hubiera sido escrito en el siglo XIX, este famoso extracto del Manifiesto del Partido Comunista podría servir para ilustrar la era digital.

Sin embargo, para entender esta necesaria actualización, debemos partir del hecho de que en este siglo XXI, tan profunda es la etapa de integración entre vida biológica y vida artificial en la era digital, que se hace cada vez más difícil distinguir dónde termina el ser. .humano y donde comienza la máquina (y viceversa), especialmente en lo que respecta a las formas en que los individuos experimentan el contenido de lo que reconocen como real en la experiencia de la vida en sociedad. En este contexto, la relación entre ideología, cultura política y tecnología se presenta bajo el signo de una contradicción en proceso, establecida entre contenido y forma. Mi objetivo en este ensayo es precisamente explicar y analizar, aunque sea de manera introductoria, esta contradicción.

Es necesario comenzar por comprender cómo, a través de la evolución de la informática, la máquina se ha vuelto omnipresente. Este término proviene del inglés penetrante y traduce el concepto de computación ubicua, formulado por el científico Mark Weiser en la década de 1990, para describir una situación en la que la computadora está incrustada en el entorno de manera imperceptible para el usuario. Por lo tanto, ubicuidad significa decir que algo es omnipresente hasta el punto de que lo experimentamos de una manera que ni siquiera lo notamos.

Esto solo es posible gracias al algoritmo computacional, que no es más que una receta lógica que cuenta cómo un programa de computadora o un sistema de inteligencia artificial debe realizar una tarea para imitar y/o interactuar con el comportamiento humano, como si fuera un idea con vida propia que, a través de un lenguaje de imágenes digitalizadas, se vuelve capaz de catalizar y amplificar, no sólo discursos, sino deseos, afectos y convicciones humanas que involucran los más diversos espectros ideológicos.

Según Martha Gabriel (2018, p. 216), “en términos de apariencia, las inteligencias artificiales pueden ser robots, bots, androides y cyborgs (híbridos). Aún según el citado autor, “bot es el sobrenombre de “robot software”, es decir, un robot sin cuerpo físico” (GABRIEL, 2018, p. 313). En definitiva, son programas informáticos que realizan tareas automáticas. Podemos decir que son robots invisibles que realizan tareas con el fin de imitar la conciencia y la inteligencia humana. Gabriel señala que dependiendo del entorno, forma y objetivos según los cuales actúan, se dividen al menos en tipos: (i) robots de Internet, que incluye todo, desde los motores de búsqueda de Google hasta los robots agentes maliciosos capaces de recopilar información sin autorización, copiar sitios web por completo, instalar virus o los llamados los robots zombies, capaz de secuestrar computadoras para enviar spam o generar ciberataques; (ii) Chatbots, capaces de conversar virtualmente en lenguaje natural, lo que permite la interacción y el acceso entre máquinas y humanos de una manera muy generalizada, a medida que se vuelven cada vez más sofisticados para imitar el comportamiento y los lenguajes humanos naturales.

(iii) Botnets, cuando una red de los robots alimentar un conjunto de dispositivos de Internet conectados, cada uno ejecutando uno o más los robots (GABRIEL, 2018, págs. 315-316); iv) RPA (Automatización de procesos robóticos), “Automatización robótica de procesos”: esta categoría de bots, junto con la de Chatbots, es la que más crece en adopción en las organizaciones del mundo. RPA son los robots de ejecución de procesos, que permiten automatizar todo tipo de actividades repetitivas. Es el mismo proceso que sucedió en la manufactura en el siglo pasado con la introducción de robots que comenzaron a realizar y automatizar actividades físicas, solo que ahora, la automatización que trae RPA realiza y automatiza tareas intelectuales (GABRIEL, 2018, p. 316- 317 ).

Y por último: (v) androides, “robots que tienen formas humanas (humanoides) u organismos sintéticos diseñados para verse y actuar como humanos” (GABRIEL, 2018, p. 318). En este contexto, los llamados bots sociales, que consisten básicamente en cuentas automatizadas en redes sociales digitales. Son robots sin materialidad tangible, ya que prescinden de un cuerpo físico en su actuación. Desde el punto de vista del resultado, este proceso, en su abanico de posibilidades, se materializa en acciones y reacciones desencadenadas en el entorno digital. en línea, de modo que incluyen no sólo prácticas discursivas, sino sobre todo la imitación del comportamiento humano de una forma cada vez más parecida a la de las personas de carne y hueso.

Esto es tan común que, hace algún tiempo, la mayoría de los portales y empresas comenzaron a exigir que, para completar un registro, acceso o cualquier transacción comercial en Internet, las personas necesitan confirmar que no son robots; es decir, hemos llegado al punto en que las personas tienen que demostrar que son personas, tal es el nivel de digitalización automatizada que adquiere la experiencia de la vida social bajo el manejo algorítmico de la inteligencia artificial establecida a través de la tecnología de robot de software. Junto con el algoritmo, la digitalización es el proceso mediante el cual un dato o señal analógica se transforma en un código digital.

Nuestro análisis llega ahora al punto en que es posible introducir brevemente su argumento fundamental como crítica social desde la perspectiva de la dialéctica de la totalidad: hemos llegado al momento en que el proceso de digitalización algorítmica involucra las dimensiones de contenido y forma inmanentes a la formación (y deformación) del sujeto moderno, produciendo determinaciones profundas para los modos de ser que constituyen la vida social, es decir, experimentamos la digitalización automatizada tanto del contenido objetivo de las relaciones sociales como de las formas subjetivas en que los individuos experimentan este contenido a lo largo de su experiencia de vida en sociedad.

Desde el punto de vista del proceso, de adentro hacia afuera, el factor tecnológico digitaliza la producción y reproducción social bajo la dominación capitalista. Este movimiento conlleva dos aspectos cruciales para su desmitificación crítica: por un lado, un lenguaje imaginario que, por regla general, no sólo se dirige o alcanza, sino que envuelve y llena todo y a todos bajo la lógica del espectáculo, que apunta sólo a lo fugaz. y sentimiento ligero que no permite asimilar nada en profundidad y aleja el pensamiento crítico, creando burbujas ideológicas en forma de aldeas locales, regionales o incluso globales; y por otro, la profundización del fetiche mercantil bajo la dominación social de la lógica del valor capitalista por encima de cualquier valor cultural o ético-político guiado por la lógica democrática de la ciudadanía social y la pluralidad. Finalmente, desde el punto de vista del resultado, esos dos aspectos neurálgicos prestan un gran servicio a la costura ideológica establecida en los últimos años, entre, por un lado, el neoliberalismo como racionalidad política, y por otro, un neoconservadurismo reaccionario con un tendencia neofascista.

La digitalización algorítmica no es sólo una expresión tecnológica secundaria, sino que es un proceso que apunta a la producción y reproducción de lo que los individuos reconocen como real en la experiencia social y, por tanto, determina desde dentro el proceso de formación de estos en sujetos sociales y políticos en vida en sociedad. El algoritmo digital no solo envuelve y envuelve la vida de las personas, sino que las llena modelando tanto su subjetividad como sus condiciones objetivas. El carácter omnipresente de la tecnología digital es determinante en este proceso en el que el individuo se embarca en una gestión algorítmica de tal forma que la digitalización le moldea y deforma de forma omnipresente e invisible en su forma de ser.

Es una nueva forma de materialidad del ser humano como ser social, que se expresa directamente ligada a la forma en que la conciencia experimenta subjetivamente el contenido objetivo de su realidad de forma digitalizada, ya sea en la política, la producción, el consumo, la comunicación, etc. . Llegamos entonces a la contradicción que conforma el sujeto moderno, que, actualizado para la era digital, se establece entre, por un lado, el contenido de las relaciones sociales y, por otro, las formas de experimentar subjetivamente este contenido en la constitución. de la experiencia social. Esta experiencia se define en y por la experiencia social en la que esta contradicción emerge y se revela precisamente determinada por la relación entre ideología y tecnología, para producir determinaciones importantes para la cultura política de una sociedad fetichista digitalizada e imagética –como puede entender mejor desde aquí.

La crítica a la tecnología no debe ser condenatoria, después de todo, desde que descubriendo el fuego o inventando la agricultura, el ser humano ha seguido un camino de inercia irreversible regido por el desarrollo del proceso de trabajo. Sin embargo, la contradicción radica en que desde los tiempos más remotos, a pesar de mejorar y ampliar innegablemente nuestras fuerzas vitales de forma revolucionaria como una extensión del ser humano producido a partir del proceso de trabajo, la tecnología también tiende ideológicamente a favorecer la dominación social, que en la actualidad se lee: capitalista.

En la era digital de este siglo XXI, en su ubicuidad, en tanto forma una cultura política que más aleja el pensamiento crítico que lo promueve entre las masas (y este es un punto central de nuestra reflexión), hace que la pura positividad de el encantamiento y la naturalización de lo que no es natural, sino que, por el contrario, se construye socialmente, y por ello produce contradicciones que ocultan sus artimañas a través de los mismos elementos a partir de los cuales se revela.

En esta dialéctica entre lo viejo (analógico) y lo nuevo (digital), llegamos al momento que llamo el despertar tecnológico de la ideología, y que se puede resumir así: la realidad humana, a través de su digitalización algorítmica, adquiere nuevas expresiones en la forma aspectos subjetivos de la conciencia experimentando, a través de las ideas y su materialización en discursos y prácticas sociales, su contenido objetivo en la constitución de lo que los individuos reconocen como real.

Este proceso forma y deforma a estos individuos como sujetos sociales y políticos en el contexto alienado y alienante de la sociedad capitalista. Esto sucede bajo determinaciones que aparecen, para bien o para mal, a lo largo de todos los contenidos y formas que definen las relaciones sociales, desde el piso de la fábrica hasta el tránsito, la sala, la oficina, el centro comercial, el aula y la urna electrónica -por por ello es muy importante evitar tanto el determinismo tecnológico como incurrir en una crítica únicamente condenatoria de la tecnología; al fin y al cabo, más allá de los maniqueísmos, la cuestión es mucho más compleja. En este contexto, es fundamental hablar un poco más sobre el tema de la ideología, para que nos permita pensar en la etapa actual de desarrollo de la sociedad capitalista en la era digital del siglo XXI.

En esta dirección, podemos destacar la concepción general sobre la ideología que se encuentra en el análisis de Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración (1985), así como algunas formulaciones del crítico de cine Bill Nichols, encontradas en la obra la ideología y la imagen (1981), junto al filósofo francés Guy Debord en la obra sociedad del espectaculo (1997), y también el vivo exponente de la Escuela de Frankfurt, Christoph Türcke, de quien destaco el trabajo titulado sociedad emocionada (2014). En este ámbito, encontramos la importancia que adquiere el tema de la imagen y la tecnología en el debate de la ideología y la política, y cómo esto aporta nuevos elementos al debate históricamente acumulado, especialmente en tiempos de la Industria 4.0 y la digitalización algorítmica de la vida social como un todo

A mi modo de ver, se trata de incorporar la ideología a la formulación crítica de una ontología del sujeto en la era de la imagen digital, para extraer de ella una teoría crítica digna de la cultura política de nuestro tiempo. Sin embargo, para comprender mejor esta relación entre ideología e imagen en la formación de la cultura política, formulo la siguiente clave de lectura: en una época en la que predomina la digitalización algorítmica de las formas de experimentar el contenido de las relaciones sociales, las ideas aparecen como un enorme acervo de imágenes – ver más abajo.

La relación entre ideología e imagen tiene su principal punto de inflexión en el siglo XX, en una situación en la que la ideología parecía haber llegado a su fin tras la crisis de los discursos políticos y las corrientes ideológicas que dominaron las disputas políticas hasta la primera mitad del siglo XX. XX. Esto llevó al sociólogo Daniel Bell, en 1960, a afirmar precipitadamente en su libro, desde el título, El fin de la ideología (1980). Sin embargo, un poco antes de Bell, todavía en 1947, en La Dialéctica de la Ilustración (1985), Adorno y Horkeimer argumentarán que la ideología se vacía cada vez más de sentido y se vuelve hacia un lenguaje operativo en el mundo de las imágenes, pero esto de ninguna manera significa su fin o su debilitamiento.

Muy al contrario, mientras que en el pasado la ideología se dio principalmente a través de discursos, narrativas y principios argumentativos sobre cómo era y cómo debería ser la realidad (liberalismo, socialismo, marxismo, etc.); Con la llegada de tecnologías cada vez más sofisticadas para reproducir la realidad en sonidos e imágenes, la ideología comenzó a tener como objeto la experiencia misma de la realidad directamente en las formas de imágenes en las que se puede experimentar. Según Adorno y Horkheimer, la capacidad tecnológica de los vehículos de la industria cultural para producir su versión de la realidad transformó esta versión en “La Realidad”. Este proceso, en buena medida, habría hecho superflua la lógica argumentativa, y así, a través de la imagen, lo real se vuelve “ideológico” y la ideología se convierte en lo real mismo, como si realmente hubiera desaparecido. En este sentido, la contradicción radica en que la imagen se convierte en la forma social y principal vía de paso para que el sujeto experimente la realidad de manera ideológica, aunque aparentemente desprovista de ideología. Esto se vuelve decisivo en la formación de la cultura política de nuestro tiempo.

A su vez, en la sociedad capitalista digitalizada, vivimos estadios avanzados de proyección tecnológica de la interacción entre realidad y conciencia, a través de los cuales la vida social se encuentra cada vez más subyugada a la lógica de la mercancía como sensación y el espectáculo imagético como nuevas formas de ideología, tal como lo analizan Guy Debord y Christorph Türcke; y también Bill Nicohls en el cine.

En la era digital, tecnologías como contacto reconfigurar, en la superficie y en la punta de los dedos, la experiencia práctica y cotidiana de lo socialmente reconocido como real bajo la forma de una certeza imaginaria sensible e incuestionable, a través del tacto que une al individuo a la pantalla como una sola cosa, haciéndola a una extensión imagética de tu ser. Surge una nueva colectividad social que se expresa como un conjunto de cerebros conectados digitalmente que forman un sistema nervioso virtual globalizado por la pasividad del individuo. en línea conectados a través de enlaces eminentemente imaginarios. Aquí está el campo de la subjetividad digitalizada y sus diatribas ideológicas.

 

El fenómeno de las fake news y su impacto

Un ejemplo emblemático y muy relevante de cómo la actual etapa de desarrollo tecnológico favorece ideológicamente la dominación social lo encontramos en el nocivo fenómeno de la noticias falsas – término en inglés para decir “noticias falsas” producidas y difundidas digitalmente. La cuestión que vengo a analizar aquí es la siguiente: noticias falsas se convirtió en un importante conducto de paso ideológico de la alienación política, de modo que la realidad social se experimenta de forma digitalizada, haciendo prevalecer el entumecimiento sobre cualquier posibilidad, por mínima que sea, de una conciencia crítica y más comprometida con alguna noción ética de verdad.

En esta dirección, podemos iniciar el análisis a partir del siguiente argumento: en la era de la digitalización algorítmica, lo virtual se vive como real. Este proceso produce serias determinaciones políticas desde el noticias falsas, como la mentira se impone fácilmente como una “verdad” que engloba su propia falsedad a una velocidad nunca concebida en el viejo mundo analógico y desconectado. Por ello, propongo la siguiente clave de lectura: es necesario reflexionar sobre el problema de noticias falsas, no como un fenómeno aislado, sino como una cultura política inmanente a la formación del sujeto en la experiencia de vida en sociedad en la era digital. En este contexto, destaco tres determinaciones que definen al ciberespacio como terreno fértil para la proliferación de noticias falsas:

(i) Lo real se afirma para la conciencia siendo experimentada, por regla general, por el sensacionalismo de la inmediatez digital y su replicación viral a partir de un lenguaje imaginario instaurado a través de un flujo ininterrumpido de estímulos visuales en esta sociedad del espectáculo. Los individuos se convierten en sujetos pantalla, es decir, en apéndices de sus pantallas manuales, más conocidas como teléfonos inteligentes, en otras palabras, el sujeto-pantalla es el no-sujeto;

(ii) La realidad política se establece culturalmente a través de contenidos digitales que se experimentan bajo una lógica propia que no admite ningún contrapunto racional. Va mucho más allá de la mera producción de “fake news”. Surge una cultura política, instaurada como modo de producción de ideas irracionales, unilaterales y ad hominem, es decir, por regla general, la disputa política se realiza a través de ataques personales, bajo la lógica microfascista de “nosotros contra ellos” o “el bien contra el mal”. la producción de noticias falsas demuestra ser mucho más que falsificación, de hecho, es la producción de una realidad alternativa que incluye culturalmente sus propios parámetros y rituales de verdad, de ahí su capacidad de prescindir de per se, cualquier posibilidad de contrapunto;

(iii) La razón crítica se hunde en algún lugar de este abismo cultural establecido entre, por un lado, los hechos en su pluralidad de narrativas y, por otro, la forma unilateral en que estos son subjetivamente experimentados por individuos orientados únicamente a la cultura política. del noticias falsas.

En la vida cotidiana, este despertar tecnológico de la ideología se establece a través de un modo de ser determinado por la búsqueda frenética de nuevos estímulos imaginarios. Como nos advirtieron los filósofos Guy Debord (1997) y Christoph Türcke (2014), esta sociedad del espectáculo y la sensación se define por la satisfacción inmediata del bombardeo de imágenes llamativas, que atraen y detienen la percepción de las personas. Todo el mundo está salpicado de información a un ritmo implacable que no permite la menor reflexión. La gente se adormece cuando sus vidas se definen como una no-vida automatizada por algoritmos.

Después de todo, según Martha Gabriel, en su libro Yo, tu y los robots (2018), en tan solo 60 segundos en internet, se envían 156 millones de correos electrónicos, se comparten casi 7 millones de fotos en Snapchat, más de 29 millones de mensajes son intercambiados por WhatsApp, se envían 350 tweets y se realizan casi 900 inicios de sesión en Facebook – estos son datos de 2018.

Entre algunos ejemplos de mayor repercusión de noticias falsas, podemos mencionar la elección de Donald Trump en USA, o incluso, para tener una idea de que esto no es algo restringido a occidente, tenemos el ejemplo de una terrible situación que se dio en India, el mercado más grande del Whatsapp, con aproximadamente 200 millones de usuarios indios, y donde la circulación de noticias falsas provocó una ola de linchamientos que se saldó con 18 muertos entre abril y julio de 2018. Según un artículo publicado por Folha de São Paulo, en agosto de ese mismo año, la policía dice que es difícil convencer a la gente de que se trata de una fake news, y cada vez son más los casos como el de la joven Shantadevi Nath, que fue asesinada por una turba que, en base a noticias falsas, creía que era una secuestradora de niños. También un chico llamado Kaalu, que buscaba trabajo, terminó siendo asesinado luego de ser señalado como secuestrador por un video que circuló en la red social. Whatsapp. Incluso, un funcionario del gobierno indio, encargado de ir a los pueblos a dispersar los rumores difundidos a través de las redes sociales, fue linchado en el estado de Tipura, en la región nororiental del país.

En Brasil, fue con las páginas de la poderosa red social llamada Facebook, que movimientos de “nueva derecha” lideraron la campaña por el juicio político a Dilma Rousseff, creando canales de comunicación con la población. Este movimiento comenzó a explorar y alimentar a sus seguidores, tanto con noticias de la prensa alternativa, como con nuevas formas de encauzar y amplificar los valores ideológicos de la extrema derecha en sus campañas políticas, bajo un movimiento social fuertemente marcado por la lógica de noticias falsas.

También en el movimiento de camioneros en mayo de 2018 en Brasil, según Folha de São Paulo (2018b), los miles de grupos de WhatsApp creadas durante las dos semanas del paro de choferes pudieron llevar a cabo una movilización rápida, dispersa y amplia como nunca antes se había visto, fuertemente marcada por la difusión de noticias falsas. Tras la movilización, estos grupos se convirtieron en una especie de legado comunicacional codiciado por varios candidatos a las elecciones brasileñas de 2018, lo que también reveló que ese público estaba, en gran medida, alineado con la campaña del capitán retirado del ejército brasileño y principal representante de el renacimiento neofascista en el escenario político brasileño.

 

Noticias falsas como producción de la realidad.

Fenómenos como noticias falsas Operar no solo en la falsificación de la realidad, es mucho más complejo, ya que es una forma de producir realidad. Hacia noticias falsas producir contenidos que serán experimentados como la única realidad por muchos individuos. La determinación política radica en que todo ello implica consecuencias reales y concretas a partir de las relaciones que se establecen entre, por un lado, el contenido de la vida social y, por otro, la forma en que se experimenta social y políticamente ese contenido. en cierto modo lo que ideológicamente favorece el ascenso de este neofascismo de masas.

El destino político de los países o la vida privada de las personas sufren efectos violentos y devastadores de este fenómeno, que inicialmente consiste en la difusión digital de noticias falsas, pero que, a lo largo del proceso, adquiere una condición efectiva que llega a ser reconocida y experimentada por las personas como cultura propia y única forma de ser que guía lo que estas personas reconocen como real en las redes sociales. Todo ello bajo la lógica de la sensación, determinada por la dinámica de viralización de verdades evidentes e indiscutibles. En política, este proceso de viralización consiste en una expresión digitalizada del reemplazo de la razón democrática y plural, por la lógica microfascista del “nosotros contra ellos”, del ad hominem.

La mentira que se viraliza se establece a partir de lo que define al propio pensamiento autoritario como una conducta categóricamente contraria a una ética de la pluralidad y la racionalidad en la política. Como lo describió el filósofo Theodor Adorno, al analizar el patrón de la propaganda fascista: “La abrumadora mayoría de las declaraciones de los agitadores están dirigidas ad hominem. Se basan más en cálculos psicológicos que en la intención de ganar adeptos mediante la expresión racional de objetivos racionales” (ADORNO, 2018).

El fenómeno de noticias falsas es una de las expresiones más graves de la era digital para la cultura política del siglo XXI, ya que esta versión digitalizada y algorítmica de la mentira experimentada como verdad, forma en las personas sus propios rituales de verdad, modelando subjetividades e ideológicamente conduciendo conductas en un forma que amenaza de muerte a la democracia. Con la conectividad global de internet, una mentira, en su virtualidad ficticia, después de volverse viral, comienza a ser experimentada como verdad, siendo capaz de producir efectos concretos, pero sin conocer límites espaciales ni temporales, como ocurría en el viejo mundo lineal. y aristotélico.

En suma, el destino de las personas pasa a ser determinado por la virtualidad de la ficción vivida como real, y la vida en sociedad desde una perspectiva ético-política democrática escala hacia un estadio neoarcaico de las pasiones que surgen del odio como forma de vivir la política. No hay lugar para la razón y la pluralidad en el mundo de noticias falsas, mientras el diálogo civilizado es reemplazado por la dinámica microfascista de la ceguera histérica del “nosotros contra ellos”.

 

La democracia como cultura en la calle y en el mundo digital

El flujo virtual de medios digitales en entornos como facebook, whatsapp, twitter, entre otros, ha estado operando ideológicamente para canalizar el trasfondo ideológico civil y autoritario surgido de la propia formación social microfascista brasileña para luego amplificar esta mentalidad política con el fin de volverla viral. Este proceso contribuye directamente al avance de la ola neofascista canalizada por el bolsonarismo.

La conexión entre noticias falsas y el neofascismo brasileño es real y produce implicaciones políticas concretas, a pesar de tener la virtualidad de la ciberesfera como su principal conducto para la proliferación ideológica. Ver el caso actual de la investigación de noticias falsas y su conexión, por ejemplo, con la llamada “oficina del odio” en la política brasileña. Hemos llegado al momento en que el campo de las estrategias y tácticas digitales gana centralidad en la arena política, en la que la derecha neofascista se ha mostrado inicialmente mucho más familiar que la izquierda. En última instancia, toda esta situación nos muestra que la democracia en sí misma no estaba preparada para la era digital, precisamente porque no se construyó como cultura en Brasil, sino solo como régimen de gobierno. Es urgente pensar y actuar para construir la democracia como cultura en la era digital; Una “constitución ciudadana” no es suficiente si no vivimos en una sociedad capaz de formar ciudadanos bajo una cultura democrática en la calle y en las redes sociales.

Finalmente, en todos estos ejemplos que mencioné, sucede que la forma ideológica actúa determinada por una mediación que está en su código genético, pero que se expresa actualizada en el siglo XXI bajo la determinación de bits y algoritmos digitales, a saber: el hecho de que que, en la relación entre el contenido de lo que se produce y el modo en que ese contenido es vivido por los individuos en la experiencia social, un modo de ser basado sólo en lo inmediato y en la naturalización de la apariencia materializada en la imagen digital (fotos, vídeos, memes, etc.) bajo gestión algorítmica.

Se prescinde aún más que antes de la racionalidad basada en la historia y formación social de los fenómenos que determinan la vida de una sociedad; todo se experimenta sólo por la satisfacción inmediata y efímera del aquí y ahora digitalizado en la era del espectáculo imagético, culturalmente condicionado por la lógica del disparo frenético de imágenes capaces de magnetizar la atención a través de la captación de ojos.

Ya no importa la razón o el análisis crítico de los hechos, lo que importa es la sensación mientras se buscan frenéticamente nuevos estímulos en las redes sociales. La pregunta se plantea en forma de hercúleo desafío político del que no podemos escapar: ¿cómo recuperar una forma de construir democracia, no solo como régimen de gobierno, sino sobre todo como cultura en la era digital?

*Wecio Pinheiro Araujo Profesor de Filosofía de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB).

 

Referencias


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