por RUBENS PINTO LYRA*
Las clases subalternas pueden afirmar su especificidad y desempeñar un papel ideológico innovador, incluso bajo la dominación del Capital, esencial para la constitución de una contrahegemonía política y cultural.
La ideología como producto material e histórico
El análisis del contenido de las ideas de los grandes pensadores revela el desajuste -a veces profundo- entre la interpretación que sus teorías ofrecen de lo real y la realidad observada. Una investigación menos superficial de las conclusiones a las que llegaron filósofos y científicos sociales sobre la naturaleza del hombre y los fenómenos producidos por la vida en sociedad prueba esta afirmación.
Aristóteles, por ejemplo, a pesar de haber sido un pensador brillante, creía que los hombres eran desiguales por naturaleza, y que la diferencia de calidad entre los hombres superiores e inferiores era tan grande “como la del cuerpo en relación con el alma”. A partir de este análisis, el gran filósofo griego concluyó lógicamente que la condición social del esclavo se explicaba por su limitada inteligencia. Así, estimó que para los esclavos “es útil y justo vivir en la esclavitud” (ARISTÓTELES: 1971, p.1).
La gente en general se sorprende al saber que tales concepciones aparentemente extravagantes han sido elaboradas por hombres como Aristóteles, de cuya inteligencia perceptiva y cultura privilegiada no se puede dudar. En efecto, la visión más o menos deformada del objeto de análisis no depende, fundamentalmente, del grado de inteligencia y cultura del observador, sino de elementos objetivos que se relacionan con las condiciones materiales en las que se inserta.
Como dijo Marx “las fantasmagorías del cerebro humano son sublimaciones resultantes necesariamente de su proceso de vida material” (MARX: 2008, p. 77). En otras palabras, los hombres construyen una visión ilusoria de una determinada realidad sobre una determinada realidad, y esta construcción ideológica es siempre explicable por las condiciones concretas y específicas del período histórico y del tipo de sociedad en que viven (1). Así, la historia de la humanidad atraviesa etapas que van desde la vida en las sociedades primitivas, marcada por el incipiente desarrollo de las fuerzas productivas (medios de producción de riqueza, como instrumentos de trabajo, materia prima y fuerza productiva del hombre), hasta la capitalista. modo de producción, donde la ciencia y la tecnología ocupan un lugar destacado.
Se entiende, por tanto, que en las sociedades primitivas el pensamiento humano esté impregnado de explicaciones mágico-religiosas. Fenómenos como la tormenta o la sequía (natural), o la guerra (social), tenían, según los primitivos, como causa la ira o cólera de los dioses, descontentos con el comportamiento de los hombres. Por otra parte, las condiciones materiales propias de las sociedades modernas, caracterizadas por el desarrollo científico y tecnológico -expresión del avanzado estado de desarrollo de las fuerzas productivas- brindan bases objetivas que explican la notable evolución en la forma de captar lo natural y lo natural. fenómenos sociales, hasta hace poco evaluados desde la perspectiva de lo sobrenatural.
Actualmente, incluso los ideólogos religiosos descartan la relación directa entre estos fenómenos y la supuesta acción de la Divinidad. Por otro lado, una expresiva mayoría de estudiosos de la sociedad convergen en la afirmación de que los conflictos como guerras, rebeliones y huelgas son provocados por factores económicos y sociales, los cuales pueden ser, por la acción humana, eliminados o mitigados. Es, pues, evidente que el mundo de las representaciones que elaboran los hombres no tiene historia propia. Por el contrario, son productos de las condiciones concretas y específicas de su vida material (2).
ideología y ciencia
La percepción que el hombre tiene de la realidad, fruto de su práctica concreta, no puede, por definición, sustraerse a las múltiples constricciones resultantes de esta práctica, propias del sujeto, la clase social y el período histórico al que pertenece. Leandro Konder ya advertía sobre “la necesidad de resguardarse de la ilusión de una ciencia pura, que se desarrolló al margen de la historia global de los hombres y permaneció inmune a las contingencias de esta historia (1965, p. 74).
Cierto grado de opacidad, y por tanto de Ideología, es pues intrínseco al conocimiento científico, cuyas normas no fueron dictadas por ninguna divinidad inmune al tiempo ya los mandatos del cambio. Son normas históricamente condicionadas. Como tales, evolucionan y cambian. Esto quiere decir que, en materia de ciencia, no existe objetividad absoluta “La imagen del mundo que elaboran las ciencias de ninguna manera puede concebirse como una instantánea fotográfica. De una forma u otra, siempre es interpretación” (JAPIASSÚ:1981, ps.44-5).
Leandro Konder añade que “sería ingenuo suponer una clara separación entre ciencia e ideología porque sería malinterpretar la naturaleza del pensamiento ideológico, suponiéndolo incompatible con cualquier forma de cientificidad. Esto no sucede. Lo ideológico no excluye lo científico” (1965, p. 75).
Gramsci nunca separó ciencia e ideología en compartimentos estancos, ya que, para él, no existe dicotomía entre el conocimiento “puro”, científico, supuestamente “proletario”, y la ideología burguesa, falsa y engañosa. Según el pensador sardo, “toda forma de conocimiento humano está atravesada por la ideología: la tarea de la filosofía de práctica (entender el marxismo), como ideología superior, coherente y orgánica, es “hacer una crítica de estas concepciones aún confusas y contradictorias”… a través de una “reforma intelectual y moral que difunda una cultura nueva y superior entre las masas” ( Gramsci en COUTINHO: 1984, p.85).
De ser así, para alcanzar nuevas alturas en el conocimiento de la sociedad y la política, “no se trata de introducir ex-novo una ciencia en la vida individual de cada uno, sino de innovar y hacer crítica de una actividad ya existente”, superando e incorporando dialécticamente el conocimiento. mediada por el sentido común (Gramsci en COUTINHO> 1981, p. 27).
Es interesante señalar que, de acuerdo con las concepciones expuestas anteriormente, que no dicotomizan ciencia e ideología, no es posible clasificar las ideas en verdaderas (científicas) o falsas. El criterio inicial para juzgar la validez de ciertas ideas y la impropiedad de otras es el criterio de la práctica. Las que resulten capaces de cumplir la función que se propongan. Es decir, cuando resultan eficaces, pueden postular la condición de ser “verdaderos”; los que no resisten las pruebas de la historia son “falsos”.
Sin embargo, si la eficacia es necesaria, no basta con considerar ciertas ideas como “verdaderas”. Estos, para ser reconocidos, no pueden ser valorados únicamente por su operatividad, ya que no se trata de una valoración que involucre elementos meramente técnicos. El criterio decisivo para valorar el conocimiento está necesariamente relacionado con su dimensión ético-política.
La revuelta estudiantil que tuvo lugar en mayo de 1968 en Francia condenó “el imperialismo mistificador de la ciencia, garantía de todos los abusos y reveses, para sustituirla por la elección entre las posibilidades que ofrece”. Los estudiantes franceses entendieron que es conditio sine qua non para que la ciencia y la tecnología sean liberadoras, la modificación de sus actuales objetivos de destrucción de los medios de producción social Además, la Primavera Libertaria de mayo de 1968 echó por tierra la creencia en el progreso automático: “nuestro modernismo no es más que una modernización de las fuerzas policiales”. ” (MATOS:1981, p.12).
Erich Fromm, eminente estudioso de la Psicología Social, haciendo una crítica científica a la instrumentalización de la ciencia por la ideología, afirma que “Actualmente, la misión de la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis amenaza con convertirse en un instrumento de manipulación de los hombres. Los especialistas en este campo nos dicen qué es la persona “normal”, inventan métodos para ayudarnos a adaptarnos, a ser felices, a ser normales. La repetición constante en los periódicos, la radio y la televisión hace casi todo el condicionamiento.” Y añade: “sus practicantes se están convirtiendo en los sacerdotes de la nueva religión del entretenimiento, el consumo y la despersonalización, especialistas en la manipulación, portavoces de la personalidad enajenada” (1955: pág. 156-157).
papel de la ideología
El pensamiento ideológico se expresa, en un primer momento, en una explicación racional para luego llegar a la concreción de las relaciones sociales. En este momento, se materializa en la praxis de los individuos, cumpliendo su función primordial: la de adaptar las conductas, independientemente de la diversidad de Intereses presentes, al orden establecido. En otras palabras: “en la ideología, la función práctico-social se superpone a la función teórica o de conocimiento. Tiene, por tanto, una doble relación: con el conocimiento, por un lado, y con la sociedad, por el otro”. (ESCOBAR, 1979, pág. 67).
Por tanto, la ideología dominante funciona como elemento estabilizador, por excelencia, de las relaciones sociales, en beneficio de las clases que gobiernan el sistema productivo. Es “el cemento indispensable para la cohesión de las prácticas en una formación social” (ESCOBAR:1979, p.67). Lo que quiere decir que la ideología constituye un poderoso instrumento de dominación, en la medida en que logra legitimar el orden establecido por la adhesión activa o pasiva de las clases subalternas a los valores y normas de conducta vigentes. Esta adhesión se produce, por regla general, a través de un mecanismo dominado de internalización, o “interiorización”.
Sabemos que la ideología de la clase dominante, cuando se irradia en toda la sociedad, es asimilada por los miembros de las clases dominadas, que hacen suyas las ideas de los dominantes. Con frecuencia, esta penetración de la ideología hace que las clases subalternas, al interiorizar los valores que interesan al capital, asuman ipso facto una postura psicológica, y un comportamiento correspondiente de quienes consideran estos valores como auténticos.
Los primeros son los mismos encargados de garantizar, ya sea mediante el autocontrol y la culpabilización, o mediante el simple convencimiento, las reglas de conducta dictadas por los segundos, en su exclusivo interés. Sin embargo, las clases dominantes no son “genéticamente” capaces de comprender la naturaleza histórica y de clase de la ideología, así como el hecho de que son los hombres quienes producen sus relaciones sociales, según su producción material. También crean las ideas, las categorías, es decir, las expresiones abstractas de estas mismas relaciones sociales: “estas categorías son tan poco eternas como las relaciones que las expresan: son productos históricos transitorios” (KOSIK:1969, p.15) .
Musse trae a colación el análisis de Lukács sobre el tema, cuando recuerda que “la conciencia de clase de los detentadores del capital (y sus representantes), o su 'inconsciencia' – delimitada por la función práctica histórica de esta clase – les impide comprender el origen de las configuraciones sociales. La clase en su conjunto, así como los individuos que la componen, están sujetos a esta necesidad reflexiva cuyas características son el desprecio por la historia, con la naturalización del presente y el apego a los datos inmediatos que contribuyen al ocultamiento de las relaciones sociales” (MUSSE : 2020).
En efecto, la burguesía de nuestro país, por ejemplo, viviría en la tierra como si estuviera en el infierno, si se la obligara a vivir con el sentimiento de culpa y remordimiento de sentirse responsable por la pobreza y la miseria en que vegetan la mayoría de los brasileños. Los capitalistas racionalizan su papel, alegando que no deben cargar con impuestos o impuestos que los lleven, aunque sea modestamente, a contribuir a la reducción de la desigualdad social. Para ellos, al afectar sus ganancias, inciden negativamente en la “libre competencia”, inhibiendo el “instinto animal”, que da la “agresividad” necesaria a sus iniciativas.
Pellegrino subraya que “creen que el régimen de “libre empresa”, del que son puntales, es el único que puede asegurar, a través de la economía de mercado, el progreso social y la libertad individual, las supremas aspiraciones del hombre. Con esta mistificación, matan dos pájaros de un tiro. No sólo justifican la explotación del capital, sino que “se visten con la túnica de la verdad, la respetabilidad y el desapego”. Así compran, a “precio bajo, para sí mismos, “una buena conciencia en la tierra y una silla cautiva en el Cielo” (1983, p.3)
La ideología como representación (ilusoria) de lo real
Mostramos que las ideas no surgen espontáneamente en la cabeza de los hombres, ni son, en sustancia, el resultado del genio de los grandes pensadores. La forma de ver de cada uno de nosotros, nuestra comprensión de la realidad, está determinada por condicionantes materiales y, principalmente, económicos, que varían según el período histórico y el tipo de sociedad en que vivimos. En efecto, el materialismo histórico afirma que existe “una estrecha relación entre la realidad, tal como se experimenta, y la forma en que se ve afectada por las repercusiones de los cambios que en ella se producen”. (DUBY: 1976, pág. 90).
Por tanto, las representaciones que los hombres se hacen del medio en el que viven y de los acontecimientos en los que participan son, en mayor o menor medida, ilusorias. En palabras de George Duby “las ideologías […] están inherentemente distorsionando la realidad. La imagen que ofrecen de la organización social se construye sobre un juego de contraluces que tienden a ocultar ciertas articulaciones al tiempo que proyectan toda la luz sobre otras, con vistas a privilegiar intereses particulares”. (1976, págs. 85-86) (3).
Cabe aclarar que esta representación de lo real, por ser ilusoria, no es precisamente falsa -en el sentido de pura y simple negación de lo existente- fabricada a partir de la fértil imaginación del sujeto que observa. La ideología traduce, aunque sea de manera ilusoria, cierto aspecto de la realidad. Volvamos, a este respecto, al ejemplo de Aristóteles. Expresó con sus ideas lo que realmente existía, cuando comprobó que los hombres eran desiguales y cuando identificó el carácter estratificado de la sociedad en la que viven. Sin embargo, la ilusión radica en que este filósofo nos da una visión invertida de la realidad. Es decir, presenta los resultados, o las consecuencias, como si fueran las causas, o el origen de los fenómenos que estudia.
Así, la desigualdad entre los hombres, que es un efecto, una mera consecuencia del régimen esclavista, se entiende como la causa, o como el origen de este régimen. Del mismo modo, la estratificación social no es, como parece, una mera extensión de la desigualdad congénita de los hombres, sino la expresión de relaciones de producción, históricamente determinadas. Se ve que no se puede aprehender la sustancia de lo que es, sino sólo la apariencia del ser. De esta forma, el efecto (la desigualdad, tomada como natural) se señala como la causa, y la causa (las relaciones sociales de producción) aparece como un mero efecto de la desigualdad “natural”.
Por tanto, en este caso, la ideología se manifiesta en una ilusión óptica: se percibe lo que existe, pero de forma invertida. Sin embargo, aun así, lo que capta el observador es algo que existe, ya que “la apariencia social no es algo falso o erróneo, sino la forma en que el proceso social se presenta en la conciencia directa de los hombres. Esto quiere decir que la ideología tiene una base real, pero esta base está al revés” (CHAUI: 1981, p. 105).
En el caso de Aristóteles, la base real es la desigualdad que, al aflorar, oculta su carácter social, asumiendo la apariencia de algo natural. A pesar de que se aprehende la desigualdad -fenómeno real-, se le atribuye una causa aparente -elementos naturales- y el filósofo estagireño no logra penetrar en el tejido de las relaciones sociales y detectar la verdadera desigualdad existente en la sociedad en la que vive: la modo de producción esclavista.
Según Althusser “las representaciones ideológicas pueden contener elementos de conocimiento, pero siempre están integradas y sujetas a un conjunto de sistemas y representaciones, que es necesariamente un sistema orientado y falsificado, un sistema dominado por una falsa concepción del mundo” (1970, p. pág. 85). Esta falsa concepción hace que, en la ideología, los hombres no expresen sus relaciones con sus condiciones de existencia (como hemos visto, la ideología dominante, por el contrario, las camufla), sino el modo en que viven estas condiciones (la condición de esclavo se vive como algo natural). Estos dos aspectos son los que muestran el carácter escindido, es decir, a la vez, las “relaciones reales” y las “relaciones imaginarias” de las “relaciones ideológicas concretas” (ESCOBAR:1979, p. 68).
En resumen, podemos afirmar que “el uso del concepto de falsa conciencia no significa falsedad total “no es la ideología la que es falsa, sino su pretensión de estar de acuerdo con la realidad”. De hecho, está en la línea de “la realidad de la dominación” (ADORNO:1993, p.191-193).
La ideología como representación, praxis y norma
Hasta ahora, hemos estudiado la ideología solo como una manifestación del pensamiento. Sin embargo, además del aspecto cognitivo, el concepto de ideología también engloba formas de actuar y sentir cuyas características dependen de la forma en que se percibe el objeto. Este camino está determinado por las condiciones concretas, materiales e históricas de la existencia del individuo. La ideología también engloba normas – morales o jurídicas – que, al disciplinar formas de comportamiento, aseguran la implementación de valores incrustados en el pensamiento ideológico, haciéndolo efectivo.
Ilustremos la triple dimensión de la ideología (representación, praxis y normalidad), a partir del análisis de la conducta de un racista que, a partir de una determinada forma de pensar que considera inferiores a determinadas etnias, actúa de forma peculiar y discriminatoria en relación con ellos. Por ejemplo, negarle un trabajo a un afrodescendiente, por razones de personal. O refiriéndose de manera peyorativa al objeto de su discriminación: el negro “tiene cara de mono”, es “perezoso, “tonto” o “bestia”.
Se puede ver que las reacciones emocionales y psicológicas de quienes discriminan obviamente no son neutrales. El racista alimenta sentimientos de desprecio, complacencia u odio hacia los que considera inferiores (4). Así, considerado en el plano individual, naturalmente inferior, será necesariamente, en el ámbito social, tratado como un ciudadano de segunda clase.
Pero el “racismo estructural” es tan fuerte que incluso los afrodescendientes bien situados en el establecimiento internalizar la ideología racista. El presidente de la Fundación Palmares es un ejemplo de ello, un organismo destinado irónicamente a contribuir al fortalecimiento de la identidad y la conciencia negra. En sus palabras: “la esclavitud era terrible para los esclavos, pero beneficiosa para sus descendientes” (CHEFE..2020).
Marilena Chauí destaca el carácter multifacético de la ideología, mostrando que es “un conjunto lógico, sistemático y coherente de representaciones (ideas y valores) y normas o reglas de conducta que indican a los miembros de la sociedad lo que deben sentir y cómo deben sentirse, qué qué deben hacer y cómo deben hacerlo” (CHAUÍ, 1981: p. 11).
La ideología como representación de los intereses de clase
Como demuestran los análisis anteriores, los hombres que viven bajo el mismo tipo de organización social (por ejemplo, en la sociedad burguesa) sufren la influencia de una ideología hegemónica y los valores que la expresan. Esta ideología emana de la “base material” del sistema productivo -las relaciones de producción- que generan una praxis social basada en la afirmación de un individualismo exacerbado y en la competencia, que involucra a los más amplios sectores de la sociedad. La ideología no es, por tanto, “un proceso subjetivo consciente, sino un fenómeno objetivo y subjetivo, involuntario, producido por las condiciones objetivas de la existencia social de los individuos” (CHAUÍ, 1981: p. 18).
Así, la ideología burguesa, generada por el modo de producción capitalista (que históricamente se materializa en determinadas formaciones sociales) traduce, a nivel de ideas, la praxis social necesaria para la reproducción del sistema productivo. En consecuencia, expresa los intereses de la clase económicamente dominante, que elabora su ideología y la irradia a todas las demás clases.
Por eso, la percepción que los explotados tienen de su situación económica y social, y de los medios para transformar el mundo, muchas veces reproduce, en diversos grados, la ideología del sistema, que es la ideología de la clase dominante. Es lo que sucede cuando los trabajadores se dan cuenta de su situación de desgracia pero la atribuyen a la voluntad de Dios, al destino o a problemas que consideran insolubles y, a partir de ahí, tienden a conformarse con el orden imperante, que sería precisamente el producto de un mundo de desigualdades inamovibles. O bien, cuando logran identificar las raíces de la explotación que sufren sin, sin embargo, creer en el valor de su fuerza colectiva para transformar los datos de lo real. O, al hacerlo, utilizan estrategias que no se adecuan a las necesidades de un cambio afectivo en el sistema productivo.
La amplia hegemonía ideológica ejercida por la burguesía en su época llevó a Marx a afirmar que “las ideas de las clases dominantes son, en todo momento, las ideas dominantes: la clase que es la fuerza material dominante de la sociedad es también su fuerza espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios de producción material, por eso también tiene los medios de producción espiritual…” (MARX: 1977, p.2).
Actualmente, este análisis marxista puede relativizarse en función de las transformaciones que se han producido en los países democráticos de capitalismo avanzado, que estudiaremos a continuación. Sin embargo, Marilena Chauí parece interpretar con rigidez este análisis de Marx, afirmando que “si bien se divide en clases y cada una 'debe' tener sus propias ideas, la dominación de una clase sobre las demás hace que sólo las ideas de la clase sean considerada clase dominante” (1981, p.92). Según Chauí, esta clase, al tener los medios para producir riquezas materiales, se convierte también en propietaria de los medios para producir ideas y así logra irradiar su ideología en toda la sociedad, convirtiéndola en la forma común de interpretar la realidad ( CHAUÍ: 1981: p. 94).
A diferencia de Chauí, consideramos que las clases subalternas pueden afirmar su especificidad y desempeñar un papel ideológico innovador –incluso bajo la dominación del Capital– esencial para la constitución de una contrahegemonía política y cultural de las referidas clases.
Incluso si la ideología es una forma de pensamiento estructuralmente comprometida con la alienación, a menudo se ha constituido, incluso de manera bastante directa, para promover la transformación de las sociedades y para impulsar a los hombres al movimiento de la historia (KONDER: 1965, p. 49). De hecho, el propio Marx enfatizó la fuerza activa de las ideas cuando afirmó que “la teoría se convierte en realidad material tan pronto como se apodera de las masas”. Es a partir de esta comprensión que Gramsci destaca el papel de la conciencia humana “que no es un mero epifenómeno, sino que –en forma ideológica– constituye un elemento ontológicamente determinante del ser social” (COUTINHO : 1981, p. 86).
Como observa Bobbio, las ideologías deben ser vistas “ya no sólo como una justificación póstuma de un poder cuya formación histórica depende de las condiciones materiales”, sino también “como fuerzas que forman y crean una nueva historia, colaborando en la formación de un poder que es constituyendo y no tanto como justificando el poder ya constituido” (BOBBIO, 1982: p. 41) (5)
* Rubens Pinto Lyra Es Doctor en Ciencias Políticas y Profesor Emérito de la UFPB. Autor, entre otros libros, de Le Parti communiste français et l'intégration européenne (UEC) y Teoría Política y Realidad Brasileña (EDUESPB).
Referencias
ALTHUSSER, Luis. Aparatos ideológicos estatales. São Paulo: Saraiva, 2007.
Aristóteles. política. Madrid: Aguilar, 1977.
BOBBIO, Norberto. El concepto de sociedad civil. Río de Janeiro: Grial, 1982.
CHAUI, Marilena. ¿Qué es la ideología? São Paulo: Brasiliense, 1981.
JEFE de la Fundación Palmares dice que la esclavitud fue beneficiosa para los descendientes de esclavos. https.istoe.com.br 30 ago. 2020
COUTINHO. Carlos Nelson. La democracia como valor universal. Río de Janeiro: Salamandra, 1984.
COUTINHO. Carlos Nelson. Gramsci. Porto Alegre: Graal, 1981. DUBY, Georges. Historia social e ideologías de las sociedades. Barcelona: Anagrama, 1976. 117 p.
ESCOBAR, Carlos Enrique. Ciencia de la historia y de la ideología. Río de Janeiro: Graal, 1979.
JAPIASSU, Hilton. El mito de la neutralidad científica. Río de Janeiro: Imago, 1981.
KONDER, Leandro. Marxismo y alienación. Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 1965.
MATOS, Olgaria. París 1968: Las barricadas del deseo. São Paulo: Brasiliense, 1981.
MARX, Carlos; ENGELS, Friedrich. A ideologia Alemán. São Paulo: Martins Fontes, s/d. vol. 1, 1999, 316 págs.
MARX, Carlos; ENGELS, Friedrich. Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. En: Temas de Ciencias Humanas. São Paulo: 1977. vol. dos.
MUSSE, Ricardo.No club dos 0,001 Disponível em https//dpp.cce.myftpupload.com Acesso em: 7jul.2020.
PELLEGRINO, Helio.Camello en el fondo de la aguja Folha de São Paulo. 29 de noviembre 1983. p.3.
Notas
- Por esto “la representación de la cosa no constituye una cualidad natural de las cosas y de la realidad: es la proyección, en la conciencia del sujeto, de ciertas condiciones históricas petrificadas”.
– KOSIK, Karel. La dialéctica del concepto. Río de Janeiro: Paz e Terra, 1969. p. 15). Para Marx, los hombres que producen sus relaciones sociales, según su producción material, también crean ideas, categorías, es decir, las expresiones abstractas de esas mismas relaciones sociales. Estas categorías son tan poco eternas como las relaciones que expresan. Son productos históricos transitorios”.
MARX, Carlos. Textos filosóficos. Lisboa: Editora Estampa, 1975. p. 23
– La mejor crítica a la concepción de la “falsedad” de la ideología como falsa representación es la de la “falsedad” de la ideología con falsa motivación. Según este entendimiento “el juicio de valor puede ser una falsa motivación, que encubre o enmascara las verdaderas razones del mando o de la obediencia. Por ejemplo, el juicio de valor a partir del cual se cree en la superioridad moral y natural de los amos con relación a los esclavos puede enmascarar, en mayor o menor medida, en la conciencia de los amos y de los esclavos, la motivación predominante de la el mando, que puede ser el interés, y el motivo prevaleciente de la obediencia, que puede ser el miedo a la violencia”.
El concepto de ideología como falsa motivación es análogo al concepto de racionalización, con el cual “designa, precisamente, la elaboración de motivos ficticios para las mismas acciones cuyo motivo real permanece inconsciente. Pero, mientras el concepto de racionalización tiene un carácter individual, el de ideología tiene un carácter social porque concierne al comportamiento colectivo”.
STOPINO, Mario. Ideología. En: BOOBIO, Norberto. Diccionario de políticas. Brasilia: Universidad de Brasilia, 1985. p. 585-597.
(4) El racismo es un estereotipo. Es decir, una idea preconcebida que, debido a un determinado sistema de valores, nos alimentamos en relación a determinadas personas, actos, situaciones, etc. Así, entre dos candidatas a un puesto, siendo “una bonita y la otra fea y delgada, mi tendencia será elegir a la chica bonita, no porque sea la mejor, sino porque corresponde al estereotipo de mujer “interesante”. . Comienzo a ver a la segunda candidata como alguien incapaz de trabajar porque su imagen externa me lleva allí".
La ideología como práctica también se manifiesta a través de rituales, cargados de simbolismo, como el matrimonio religioso, basado en el dogma de la indisolubilidad del vínculo material. El vestido blanco de la novia simboliza su pureza, que estaría teñida de las rupturas de la virginidad, antes del matrimonio, y por tanto, sin ánimo de procrear.
(5) Como acertadamente observa Bobbio, en el pasaje sobre la ideología alemana, citado en el texto, “las ideologías aparecen siempre tras las instituciones, casi como un momento de reflexión, en la medida en que son consideradas en su aspecto de justificaciones póstumas y mistificado-mistificadoras del dominio de clase”. (+)
(BOBIO, Norberto. concepto de sociedad civil. Río: Grial, 1982.