Hugo Blanco (1934-2023)

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por Michael Lowy*

El hombre del “corazón de piedra y una paloma”, un revolucionario, opositor al sistema capitalista

Con la muerte de Hugo Blanco el 25 de junio de 2023, perdimos a un amigo y compañero muy querido. Pero es una gran pérdida para muchos, para muchos más: no solo para los pueblos indígenas y campesinos de América, sino para la humanidad en su conjunto. Hugo fue un luchador incansable que contribuyó decisivamente al surgimiento del ecosocialismo internacional.

Su vida es un ejemplo inigualable de valentía, dignidad, integridad política y moral. Una vida de lucha permanente por la causa de los explotados y oprimidos y en defensa de la Pachamama, nuestra Madre Tierra.

Sin miedo, sin retroceder, resistió a los imperialistas, a los terratenientes, a los oligarcas, a los dictadores, a la policía y al ejército. Pasó años en prisión, sufrió amenazas de muerte y fue exiliado, pero nunca se rindió. Aprendió mucho de León Trotsky, de los campesinos en Perú, de los zapatistas en Chiapas… Siempre estuvo abierto a nuevas ideas revolucionarias.

Hugo Blanco fue un revolucionario, un opositor intransigente al sistema capitalista, un destructor de la vida humana y de la naturaleza. Nunca dejó de aspirar a una nueva sociedad, libre de explotación y dominación, en armonía con todas las formas de vida. En su flameante bandera roja y negra está inscrito, en letras de fuego, la consigna que nos legó Emiliano Zapata: ¡Tierra y Libertad!

Hugo Blanco, el hombre con “corazón de piedra y paloma” –piedra indestructible contra los opresores, paloma humilde en manos de los oprimidos–, como tan bien lo definió el gran escritor peruano José María Arguedas (1), fue una figura legendaria en América Latina. Luchador incansable, recorrió su país, el Perú, de norte a sur, de la sierra a la costa, “y por donde iba ayudaba a los caídos a levantarse ya los mudos a hablar” (2).

Como pocos, encarna la lucha centenaria de los pueblos indígenas del continente -lo que el gran marxista peruano José Carlos Mariátegui llamó “Indoamérica”- contra sus opresores, colonizadores, imperialistas y oligarcas. Su biografía es una sucesión ininterrumpida de luchas, derrotas, victorias (algunas), represión, detenciones, golpes de Estado, torturas y exilios desde el principio. Militante durante muchos años de la Cuarta Internacional -con la que siempre ha mantenido relaciones fraternales-, se identificaba con los zapatistas en Chiapas y con las luchas indígenas en el mundo.

Hugo Blanco Galdós nació en Cuzco en 1934. Después de la secundaria, en 1954, se fue a Argentina a estudiar agronomía. Fue allí donde descubrió el trotskismo y se unió a la Partido Revolucionario de los Trabajadores (POR), dirigido por Nahuel Moreno. En 1956, sus compañeros le pidieron que regresara a Perú para intentar reorganizar el POR en Lima. Su tarea era consolidarse en la clase obrera industrial, pero pronto se dio cuenta de que las principales luchas se daban en el campo… Así, a partir de 1958 se incorporó a la lucha campesina en los valles de La Convención y Lares, en la provincia de Cuzco, ayudando a formar sindicatos campesinos, con el apoyo de su organización, el Frente de Izquierda Revolucionaria (constituido por el POR en alianza con otras organizaciones). Al frente del movimiento, Hugo comenzó a realizar una “reforma agraria desde abajo”, bajo el lema “¡tierra o muerte!”. Mirando hacia atrás en este período, señaló que lo que él llamó una “unión” era en realidad otra cosa: “habíamos resucitado el ayllu, la comunidad campesina”.

Frente a los terratenientes y la Guardia Civil, los sindicatos campesinos encargaron a Hugo la organización de la autodefensa armada. En varios escritos de este período, y en su libro atar o morir (3), explica la profunda diferencia entre su concepción de la autodefensa como expresión directa de la lucha de las masas campesinas y el “foco guerrillero” propuesto por otros grupos –como el MIR (Movimento de Esquerda Revolucionaria) de Luis de la Puente Uceda, o el ELN (Exército de Libertação Nacional) de Héctor Bejar– inspirados en la experiencia cubana. Tras algunos enfrentamientos con la Guardia Civil, sus autodefensas fueron derrotadas y Hugo capturado en enero de 1963. Su juicio tuvo lugar en 1966 y, en 1967, tras un recurso de apelación, el fiscal del Tribunal Supremo de Justicia Militar pidió la pena de muerte para el peligroso revolucionario. Se lanzó una vasta campaña internacional de solidaridad con Hugo Blanco, encabezada por la Cuarta Internacional, pero con el apoyo de muchas personalidades como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Bertrand Russel. El tribunal se contentó con condenarlo a “solo” 25 años de prisión -la pena máxima en ese momento- y enviarlo a la siniestra colonia penal de la isla El Frontón.

Con el establecimiento del régimen militar nacionalista de Velasco Alvarado en 1970, los presos políticos, incluido Hugo, fueron amnistiados. El gobierno de Velasco le ofreció a Hugo Blanco la posibilidad de participar en la reforma agraria en curso; a diferencia de Héctor Béjar, también estrenado en esa ocasión y que aceptó con entusiasmo este ofrecimiento, Hugo prefirió mantener su independencia y distancia crítica en relación a este tipo de reformas “desde arriba”, con sus características burocráticas y autoritarias. Como resultado, fue expulsado del país y tuvo que vivir en el exilio siete años más…

Primero en México y Argentina, donde fue detenido, luego en Chile, donde vivió la experiencia del gobierno de Allende -ayudando a organizar el cordón industrial de Vicuña Maquena- y finalmente en Suecia, tras el golpe de Estado de Pinochet (1973). En 1978 regresó al Perú y fue electo diputado a la Asamblea Constituyente en representación de una coalición radical, el Frente Obrero, Campesino, Estudiantil y Popular (FOCEP), siendo el tercer candidato más votado del país (4). En 1980 fue elegido nuevamente diputado, esta vez por la ciudad de Lima. En 1985 optó por no presentarse a las elecciones y, hasta 1990, encabezó la Confederación Campesina del Perú (CCP); Durante estos años, también participó en las luchas de las comunidades indígenas de la Amazonía, en Pucallpa (1999), donde fue brutalmente agredido por la policía y detenido. Solo fue liberado gracias a una campaña nacional -impulsada por el Partido Unificado Mariateguista (PUM)- y una campaña internacional, no solo de la Cuarta Internacional, sino también de Amnistía Internacional, la Central de Trabajadores de Suecia, las Comisiones Obreras de España, el Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), el Frente Farabundo Martí de El Salvador, etc.

En 1990, Hugo Blanco fue elegido Senador de la República por el PUM. Su actividad en esta institución fue efímera, ya que en 1992 el presidente Fujimori dio un “autogolpe” y disolvió ambas cámaras. Una vez más, Hugo se vio obligado a exiliarse, esta vez en México, donde se unió al EZLN del Subcomandante Marcos en 1994. Finalmente, en 1997, regresó a Perú y se instaló en Cuzco, trabajando con la Federación Departamental Campesina de Cuzco, que lo eligió presidente de honor. En 2008 fue detenido nuevamente, acusado de “violencia y resistencia a la autoridad”; apenas fue liberado organizó (2009) una campaña de protesta contra la masacre de una manifestación indígena en la región amazónica de Bagua por parte del gobierno de Alan García. En 2009, Hugo Blanco firmó la Declaración Ecosocialista de Belém y participó en el encuentro ecosocialista internacional realizado poco después del Foro Social Mundial en Belém. “Nosotros, los pueblos indígenas”, dijo en esa ocasión, “luchamos por el ecosocialismo desde hace 500 años”. Finalmente, asumió la dirección del diario Lucha Indígena, con sede en Cuzco.

Conozco pocas biografías de militantes tan impactantes por su tenacidad, coraje, orgullo, constancia en su compromiso en la lucha por la emancipación de los explotados y oprimidos, enfrentando contra viento y marea el poder de las clases dominantes y sus instrumentos de represión policial/militar, sin dejarse abatir por derrotas, palizas, detenciones o exilios.

Para entender la lucha de Hugo Blanco, es importante entender sus raíces históricas y culturales.

En tu libro Introducción a la economía política (publicado por Paul Lévi en 1925, después de la muerte de Rosa Luxemburg), Rosa Luxemburg se interesó por el comunismo primitivo como formación social universal. Cita especialmente el ejemplo de la comunidad rural inca precolombina, expresando su admiración por la “increíble resistencia de la población indígena y las instituciones del comunismo agrario” que, a pesar de las condiciones desfavorables, se prolongó hasta el siglo XIX. En su otra obra económica, La acumulación de capital (1913), evocó la lucha de las poblaciones indígenas de las colonias contra las metrópolis imperiales –España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos– como la tenaz resistencia de las viejas tradiciones comunistas contra la brutal “europeización” capitalista impuesta por el colonialismo.

Un siglo después, en América Latina, asistimos a un nuevo episodio de esta lucha ancestral. Más precisamente, en el Perú de Hugo Blanco, se trata de la lucha de ayllu, la antigua estructura comunitaria indígena, contra las infamias de la “modernización” capitalista. No sólo en el siglo XIX, sino aún hoy, en pleno siglo XXI, tenemos, escribe Hugo, “una vieja organización colectivista, la ayllu, la comunidad campesina, que, a pesar de las distorsiones del entorno individualista desigual impuesto por la ley, mantiene su vigor”. Contrario al discurso neoliberal y reaccionario de Vargas Llosa, quien denunciaba el “arcaísmo” de las tradiciones indígenas, Hugo defiende la vitalidad de la ayllu, que no es sólo un fenómeno económico, sino un espíritu de solidaridad colectiva presente en vastos sectores del campesinado. La importancia de esta tradición es también política –trae elementos de democracia comunitaria, de democracia directa, desde abajo– y ecológica: implica respeto por la naturaleza, por la “Madre Tierra” (Pachamama).

Hugo estaba profundamente arraigado en la cultura andina; no solo hablaba quechua, sino que se identificaba con la larga historia de resistencia indígena al colonialismo hispano, que se remonta a la epopeya de Tupak-Amaru en el siglo XVIII. Su correspondencia con José María Arguedas (1969) es un conmovedor testimonio de la amistad de dos rebeldes que compartían esta profunda “raíz indígena”. En los últimos años, por ejemplo, Hugo se ha entusiasmado con las luchas de los pueblos indígenas de la selva amazónica -ajenos a la cultura quechua- contra las multinacionales petroleras y la agroindustria. Una lucha de vital importancia, no solo para estas comunidades indígenas que nunca aceptaron la “civilización” occidental, sino para toda la humanidad: la Amazonía, que capitalistas y terratenientes tratan de destruir en su ciega búsqueda de ganancias, es el mayor sumidero de carbono del planeta y, por tanto, uno de los últimos obstáculos al catastrófico proceso de calentamiento global provocado por los gases de efecto invernadero emitidos por el modo de producción capitalista. Cabe agregar que el entusiasmo de Hugo no era teórico: estuvo al frente de las luchas indígenas y, como sus compañeros, fue víctima de los golpes de la represión.

Pero la perspectiva de Hugo no era solo peruana y latinoamericana: como participante activo de los Foros Sociales Mundiales, su visión de la lucha era internacionalista, universal. Por ejemplo, al final de su libro escribió: “No somos solo los pueblos indígenas de las Américas”, refiriéndose a las luchas en Oceanía, África y Asia. La lucha es la misma, y ​​el enemigo es el mismo: las multinacionales, los terratenientes, el agronegocio, las políticas neoliberales, el sistema capitalista occidental. No hay nada de “regresivo” o “arcaico” en su enfoque, pero trata de salvar una preciosa herencia del pasado: “En mi opinión, sería saludable volver a nuestra moral original, lo que no significa volver a la vida primitiva: profunda solidaridad humana, vínculos íntimos con la naturaleza”.

Uno de los capítulos de su libro. atar o morir su título es una cita de un célebre poema de Antônio Machado: “El camino no es camino, se hace caminando”. Pocos luchadores en Latinoamérica han contribuido tanto como Hugo Blanco a abrir el camino que un día nos podría llevar a un futuro diferente, a un nuevo mundo posible.

En un hermoso aforismo, Bertolt Brecht dijo: “Algunos hombres luchan por un día y son buenos. Otros pelean un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda su vida: estos son indispensables”. Hugo Blanco era uno de esos indispensables…

*Michael Lowy es director de investigación en sociología en Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS). Autor, entre otros libros, de ¿Qué es el Ecosocialismo?Cortez).

Traducción: Fernando Lima das Neves


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