por GABRIEL COHN*
Comentario al libro “Los asaltantes del cielo” del escritor argentino recientemente fallecido
Entre las muchas cosas que los fascinaban de las clases del maestro argentino por el que sentían gran simpatía, estaban los alumnos que en la década de 1980 asistían a sus cursos en la Escuela Libre de Sociología y Política de São Paulo (livre porque, existiendo desde antes de la Universidad de São Paulo y de los órganos federales del Ministerio de Educación, que impondría normas y reglas a todas las instituciones de educación superior del país, cultivaba el orgullo de seguir su propia orientación) recordaría muchos años después uno que fue una experiencia única.
Con Horacio González practicaron un método que él inventó, el Método Leopold Bloom, que consiste en “caminar, observar, recordar”. La principal característica del Método Leopold Bloom es que no es un método, proclamó su inventor, poco antes de llevar a sus alumnos, literalmente, a las calles, donde se dispersaron por los rincones y escondites de la ciudad, recogiendo impresiones por todos los medios. y por todos los medios. Conservo hasta el día de hoy (esperando el momento de ofrecérselo finalmente a Horacio) un volumen de los resultados de una jornada de aplicación de este no-método, en la que el Chicago de Robert Park se entremezcló con el Dublín de James Joyce en un juego de alusiones traviesas que en el fondo, se referían a otra relación, ésta más seria, que dio sentido a la obra de Horacio en su exilio brasileño: Buenos Aires y São Paulo, dos referencias con una gran carga afectiva.
En mi opinión, es parte de la grandeza de Horacio no haber vacilado ni un momento en la primacía entre estas dos queridas ciudades suyas: tan pronto como se pudo suspender el destierro que lo había traído a Brasil, actuó en nombre de un compromiso que superó todo lo que sus amigos y colegas paulistas pudieran ofrecerle, y volvió a la Argentina, su lugar en el mundo, que merecía y exigía retomar en nuevos términos la vieja militancia política y cultural.
¡Y cuánto trabajo acumuló en esos años de vuelta a casa! No conforme con su presencia decisiva en el brillante equipo responsable de un emprendimiento de real envergadura como la revista El Ojo Mocho, Horacio publicó una importante serie de libros durante este período. Libros que se releen con gusto después de una década, como Ética picaresca, 1994 (subtitulado “secreto”: Pretexto y tragedia en el origen de la política), cuya fuente, ya algo remota, es la tesis con la que había ganado el título de doctor en Sociología de la USP, en un raro caso en que todos pensaban que debía ser médico, menos él mismo, refractario como siempre a las juego rutinario de las instituciones.
¿Resultado ocasional de un mero trabajo académico? No: la referencia de fondo en el libro (sería interesante examinar hasta qué punto ya está presente en la tesis) es, como revela Horacio al lector desprevenido, la política argentina, “aunque tal vez no se note”. Ahí está Horacio completo, y quisiera insistir en esto. Hay un núcleo duro en los escritos de Horacio: Argentina, en todas sus formas y metamorfosis. (¿Sería demasiado indiscreto recordar que hay un interlocutor constante, al que se dedica libro tras libro, al que corresponde con bellas canciones?).
Sin embargo, la exuberante proliferación de referencias e ideas que aparecen a modo de conversación (el modelo horaciano de producción intelectual, la “simple conversación amable y generosa de la amistad”, según la expresión de un autor que aprecia Horacio) exige un tipo particular de disciplina. .en la lectura, para evitar una doble pérdida: la que consiste en perderse en esta red de referencias cruzadas y dejar escapar el núcleo del argumento, y la pérdida mayor que consiste en renunciar a la experiencia de seguir los hilos de digresiones aparentemente erráticas, pero que luego se revelan como esenciales para el argumento.
O bien, ese libro extraordinario que es restos pampeanos. Ciencia, ensayo y política en la cultura argentina del siglo XX, donde adelanta, con gran estilo, la recuperación del debate sobre la condición histórica argentina, por una vena tan querida por Horacio como figura pública del intelectual. O también entonces Retórica y locura. Por una teoría de la cultura argentina, cuatro conferencias parisinas de este curtido porteño, y una más (“Sobre la idea de muerte en Argentina”) quien, para regocijo de sus amigos brasileños, pronunció en São Paulo, después de haber examinado en la USP la notable tesis doctoral de Eduardo Rinesi, cuyas afinidades horacianas ya se revelan en su título: Política y tragedia.
En este libro las alusiones ya no son juguetes como en sus clases de São Paulo, aunque todo es alusivo, sinuoso y sutil, como siempre. Se trata nada menos que de reflexiones orientadas hacia una teoría de la cultura argentina, algo que, lejos del exilio, no se le habría ocurrido hacer. El regreso a la Argentina ya estaba provocando lo que podría llamarse la “paradoja del compromiso”. Porque es precisamente cuando la distancia física en el exilio, con toda la angustia personal que ello conlleva, es sustituida por la proximidad física y la exigencia de reflexionar y tomar partido, que se hace posible el distanciamiento, que es condición para la crítica.
Entre estos dos libros, hay que destacar un ensayo más ambicioso, La crisálida. Metamorfosis y dialéctica. En este punto, sospecho, se abre una nueva etapa en la producción intelectual de Horacio. Por suerte puedo usar las viejas excusas y decir que este no es el lugar, o que no hay suficiente espacio, o que falta el tiempo necesario para desarrollar aquí la cuestión, y me limito a dejarla marcada.
La idea es que el tema de metamorfosis explicita una vieja línea de las preocupaciones de Horacio, y lo hace en un registro nuevo y más fuerte, que se proyecta en una nueva dimensión (en realidad, en dos, pues se trata de la relación tensa entre metamorfosis, este proceso siempre impulsado por referencias extrínsecas, y dialéctica, regida por un dinamismo intrínseco, lo que está en juego) su gran tema en el período del exilio, que es el del movimiento, del camino, del viajado – una idea que nunca deja de surgir, pero que ahora aparece como sublimada.
Las metamorfosis y la dialéctica se discuten en este libro como formas de pensar, en un cambio de enfoque desde el registro anterior más "sociológico", que se centraba en los intelectuales y sus situaciones, al registro "filosófico" de formas de pensar como objeto de estudio. una reflexión que, sin embargo, no olvida lo social y lo político. Un paso más, por fin, en el gran proyecto, nunca enunciado en todas sus letras (salvo en el subtítulo un tanto irónico de retórica y locura), para producir una teoría política de la cultura argentina, proyecto al que se suman experiencias como la de la notable revista cultural El Ojo Mocho, y ahora el de la Biblioteca Nacional, así como los libros más “monográficos” de Horacio, como El filósofo saliente, sobre Macedonio Fernández, o politica y locura, sobre Roberto Arlt.
Hablé de libros con un contenido más monográfico. Los tres que se recogen en este volumen, sobre Camus, sobre Marx y sobre la Comuna de París, tienen esta característica. Entre Marx y la Comuna de París es posible establecer una clara continuidad temática (aunque Horacio no es “marxista” al leer la Comuna). Junto a ellos está Camus, que constituye un viejo desafío para Horacio (como recordamos cuando tuvimos la suerte de escucharlo hablar de ello en el pequeño y acogedor teatro Ágora, en São Paulo). Hay algo de una "ética picaresca" (y un indicio del "método Leopold Bloom") que se desarrolla en todo esto.
La elemental cuestión de la movilidad y sus contratiempos se proyecta a grandes escenarios históricos en los casos de Marx y la Comuna, ya una trayectoria existencial cuando se habla de Camus. Los caminos que Horácio sigue con delicado detalle no son lineales: son más bien meandros atravesados por barrancos donde confluyen diferentes corrientes y producen diversas transfiguraciones (para usar el término que él mismo utiliza al final de su análisis de la Comuna), transfiguraciones que a su vez , afectan al propio espacio histórico donde se desarrolla la acción, cambiando o fijando los rostros de los personajes, estrechando o dilatando el tiempo de los hechos.
Por supuesto, el gran tema de la metamorfosis y su par, la dialéctica, ya está presente en esto. Y está también la idea, que guía la brillante construcción “cinematográfica” del libro sobre Camus, de que los caminos lineales (en este caso, el del coche que transporta a Camus en un lapso de tiempo hora a hora) conducen al desastre, porque prefiguran más que transfigurar: provocar un destino, como escribe Horacio en otro contexto. Es esta visión la que le permite, en el libro sobre Marx, un fino análisis de el 18 de brumario, donde se devuelve su verdadero significado a aquella célebre frase, con apariencia de historicista ortodoxo, según la cual “los hombres hacen su propia historia, pero…”, revelando que ese significado reside en la idea, enteramente no historicista-conservadora, de la opresión del pasado sobre el pasado mentes de aquellos que tratan de trazar sus propios caminos.
Por todo ello, la edición en español de estos tres pequeños libros reunidos en este volumen constituye un importante aporte al conocimiento de la obra de Horacio González, al permitir al lector argentino acceder a algunas de las piezas más importantes de su actividad en los años del exilio de São Paulo, cuando se definió su propio camino.
*Gabriel Cohn es profesor emérito de la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de Weber, Fráncfort (Azogue).
referencia
Horacio González. Los asaltantes del cielo: política y emancipación. Buenos Aires, Editorial Gorla, 2006, 180 páginas.