por JOSÉ ANTÔNIO PASTA JUNIOR*
Comentario al libro de Alfredo Bosi
Cuando el Una historia concisa de la literatura brasileña se publicó en 1970, hubo, entre amigos, quienes pronosticaron 25 años de vigencia. Era un vaticinio, además de generoso, ciertamente optimista. Generoso, porque supo reconocer de inmediato el valor de la obra, y optimista en un sentido peculiar: porque, constatando su calidad excepcional, vislumbraba, en ese período, una evolución literaria que no la anularía, sino que la superaría, datando usted el valor.
Precisamente ahora -32 ediciones después-, cuando se ha cumplido este período de prueba de un cuarto de siglo, se hace evidente que el período de vigencia del libro no ha expirado, ni caduca a la vista. Lo que acabó datando con más facilidad fue el optimismo de aquel juicio, de hecho bastante generalizado y comprensible en su época. Se suponía ciertamente que la producción literaria brasileña evolucionaría de tal manera que recompusiera y re-perspectivara ampliamente su propio pasado, y que la acumulación de estudios críticos particulares permitiría y exigiría la realización de una nueva síntesis histórica de alto nivel.
Desde entonces, nada se ha detenido realmente, por supuesto, y se han hecho algunos avances reales, incluso en el conocimiento de los autores y obras capitales de nuestras letras. No es el lugar para enumerarlos aquí, sin embargo, nada de esto, cuando es auténtico, puede olvidarse o descuidarse. Pero ese movimiento literario, capaz de re-perspectivar el pasado, y esa acumulación de avances particulares, que siguen exigiendo una nueva síntesis histórica, ciertamente no se dieron.
En el campo de la crítica, los estudios particulares con alcance y fuerza para proponer un cambio de perspectiva más general siguen siendo ejemplos bastante aislados. Afortunadamente existen, pero son raros, o incluso muy raros. En su relativo aislamiento, denuncian tácitamente un panorama duramente marcado por la asociación entre la timidez crítica y conceptual y su compañera indefectible, la pedantería para la desrepresión de los pendejos. Actuando en conjunto, la falsificación pedante y la mediocridad burocrática reemplazan el trabajo del concepto, con efectos teóricos y prácticos devastadores.
Así, una obra de peso y de larga duración, como es la Historia concisa, al ser actualizada y ampliada, surge involuntariamente como reveladora de los tiempos. Muestra, de entrada, que la multiplicación de cursos de posgrado en literatura –que se instalaron en el país precisamente en el período posterior a su publicación–, si tuvo el mérito de normalizar y sostener una producción media, poco contribuyó a una verdadera renovación. de perspectivas. Tributaria, en gran medida, de una situación cultural anterior a ésta, la Historia concisa se encuentra ahora en una posición peculiar: “para estar al día, necesita incorporar esa producción que la vuelve obsoleta” sin, sin embargo, en el conjunto, superarla. Curiosamente, si esta era una de las dificultades a afrontar en su actualización, sin duda también era la primera condición de posibilidad para llevarla a cabo. En efecto, no tendría sentido actualizar, en el aspecto informativo, una obra irremediablemente anticuada en el aspecto crítico.
el doble de Historia concisa esta prueba se puso a prueba: a finales de los 1970, cuando se actualizó en cuanto a los autores de ficción y la bibliografía crítica, y ahora, a mediados de los 1990. Antes, como ahora, no se convirtió en un libro viejo con una pieza nueva, pero una obra que serenamente se vuelve a proponer, con su época y actualidad. Creo que algún sentimiento íntimo de este orden guió su actual expansión, que visiblemente optó por conservar el equilibrio y el juego de proporciones originales de la obra. Las nuevas incorporaciones despliegan naturalmente los paneles anteriores y las líneas críticas, integrándose armoniosamente en el conjunto. Por cierto, en una obra que, de entrada, centró la atención en los movimientos recientes, modernistas y posmodernos, el gesto de actualización es aún más natural.
Ante la abundancia de material ficcional, poético y crítico, esta expansión ha renunciado declaradamente a cualquier pretensión de exhaustividad. Amplió considerablemente, pero de forma selectiva, los famosos pies de página bibliográficos del libro, conservando también, sin cortes, su composición anterior.
Aunque igualmente sin pretensiones de completud, el nuevo capítulo “Ficción entre los 70 y los 90: Algunos Puntos de Referencia”, es un panel muy rico y matizado de esta producción. En rigor, no hay un solo movimiento esencial en la narrativa literaria de la época que no esté representado en ella. La palabra clave ciertamente es movimiento. Frente a autores y tendencias que, en la mayoría de los casos, se encuentran agitados y aún en gestación, ante nosotros, el historiador optó por divisar dinamismos y líneas de fuerza. Hasta ahí llega el movimiento interpretativo -pero sólo hasta ahí-, sugiriendo hipótesis para entender vectores de transformación, pero suspendiéndose prudentemente frente a la valoración más definitiva de autores y obras individuales.
Algo de las frases punzantes y juicios cortantes que siempre sorprendían, en medio de la sobriedad de Historia concisa, desaparece en estos nuevos capítulos, reapareciendo sólo en alguna frase o sugerencia velada. A juzgar por otras obras recientes del autor, en particular el Dialéctica de la Colonización –, no fue la vena polémica la que se desvaneció, sino sólo, en este caso, la necesidad de sostener la perspectiva del historiador que frenaba el juicio ante lo que todavía apenas se puede poner en perspectiva. En cualquier caso, el capítulo no rehuye sugerencias audaces, de las que podría nacer mucho estudio literario. Quizás entre las más interesantes esté la que marca la conjunción peculiarmente brasileña, originaria de fines de la década de 1960, que a veces une, en el diseño de la misma obra, tendencias críticas de carácter mimético y documental a impulsos anárquicos, provenientes de la rompiendo después de 1968 .
En esta línea, de manera un tanto velada, el libro también señala, en trabajos recientes, la asociación sintomática -que clama interpretación- de brutalismo y manierismo, en la que parece que, en términos ya explícitos y proyectuales, nuestro ancestral conjunción de pretensiones sofisticadas y groserías atávicas.
En el nuevo capítulo “Poesía todavía”, el punto de vista del historiador acepta un enfoque mucho más definido. El resumen de su juicio, para sorpresa de muchos, es el “deslinde del actual predominio y preeminencia de nuestra vena existencialista en la poesía”, que superó a la vertiente experimentalista –cuya continuidad y vigencia, por otra parte, son igualmente marcadas. Junto a un riquísimo y generoso repertorio de autores y obras, esta vena existencialista está marcada, según el autor, (1) “por el resurgimiento del discurso poético y, con él, del verso, libre o medido -frente al ostensiblemente imprenta"; (2) “por la ampliación del margen concedido al discurso autobiográfico, con todo su énfasis en la expresión libre, si no anárquica, del deseo y la memoria” y (3) “por la restauración ardiente del carácter público y político de la poesía”. discurso, en oposición a toda teoría de la escritura egocéntrica y autorreflejada”. Como puede verse, todas estas características se establecen a contrapelo de la autorreferencialidad del lenguaje puro, común a las vanguardias experimentales.
En este ámbito, sin embargo, la principal sorpresa del libro está en el capítulo dedicado a las “Traducciones de poesía”, cuyo estudio y juicio llevó al historiador no sólo a abrir este espacio sino también a afirmar que “la aparición de numerosas traducciones de poesía en los años '980 serán quizás el fenómeno más digno de atención en nuestra historiografía literaria de fin de siglo”.
Sólo señalo, para concluir, que, ampliado y actualizado como está, el final del libro no ha sido alterado: culmina con la invocación a la figura de Otto Maria Carpeaux –a quien también está dedicada la obra– y su último palabra es Espírito, con mayúscula, al buen viejo estilo hegeliano. Más que la fidelidad a sí mismo de este Maestro de la Crítica, que es Alfredo Bosi -virtud admirable en cualquier parte y mucho más en tierra de marineros-, este final me hace pensar que en algo, finalmente, los que sólo se doblegan ante la obra de el Espíritu y los verdaderos materialistas. Cada uno a su manera, ambos parecen decir: nada de fetichismo.
*José Antonio Pasta Junior es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de la obra de brecht (Editorial 34).
Publicado originalmente en Revista de reseñas / Folha de S. Pablo no. 04, el 03 de julio de 1995.
referencia
Alfred Bosi. Una historia concisa de la literatura brasileña. Edición revisada y ampliada. São Paulo, Cultrix, 528 páginas.