Henfil y la Nueva Legión de los No Muertos

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por DÊNIS DE MORAES*

La relevancia del trabajo creativo de Henfil, exponente del humor político comprometido

El 5 de febrero, Henrique de Souza Filho, Henriquinho, Henfil (77-1944) habría cumplido 1988 años de Ribeirão das Neves. Exponente del humor político comprometido, uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores y uno de los artistas brasileños más imaginativos y combativos de su tiempo. Revalorizado a mediados del siglo XXI, el trabajo creativo de Henfil en las décadas de 1960, 1970 y 1980 tiene una relevancia persistente.

Es un vigoroso referente crítico frente a realidades socioeconómicas, políticas y culturales que siguen reproduciendo desigualdades, exclusiones y violaciones a los derechos humanos. En la corte oscura que atravesamos, creo providencial y alentador recordar su humor insumiso, su firmeza ética y su compromiso político con las causas democráticas y populares. Para citar un pasaje que lo dignifique, basta recordar la incansable militancia durante la apasionante campaña por las elecciones directas a Presidente de la República, en 1984, cuando lanzó la consigna que contagió al país: directo ahora!

Sin temor a riesgos y controversias, Henfil intervino en la batalla de las ideas con un sentido deliberadamente cuestionador de las concepciones, mentalidades y prácticas hegemónicas. No camuflaba objetivos. Rechazó la impostura, la discriminación y la opresión. Quería transformar el mundo para librarlo de las injusticias.

Leandro Konder sintetizó certeramente su legado en el periodismo de resistencia al régimen represor instalado con el golpe militar de 1964: “Henfil castigó la violencia de la represión política durante la dictadura. Y atacó la generalización de la hipocresía y la deshonestidad, contra las distorsiones éticas y el cinismo. Había en su humor un llamado constante a la rebelión, a la indignación. La convicción de que nadie tiene derecho a quedarse quieto, sin intentar hacer algo para cambiar lo que hay que cambiar”.[ 1 ]

Con un estilo de humor atrevido, corrosivo y cautivador, Henfil supo ocupar las tribunas disponibles, obstinadamente preocupado por impugnar los engranajes de la dominación y defender alternativas socializadoras. Distinguió que, en un país donde prevalece la concentración oligopólica de los medios de comunicación en manos de unos pocos grupos privados y dinastías familiares, se deben explorar todos los espacios disponibles para hacer reverberar los reclamos de ciudadanía y ampliar la conciencia popular.

Por eso ha actuado en varios frentes: en los medios empresariales (Prensa en Brasil, El Globo, El Estado de S. Pablo, Folha de S. Pablo, Correio da Manhã, O dia, Diario dos Deportes, Periódico Brasilia, diario de minas, Esto es, puntuación, el cruceroel, entre otros); en televisión (protagonizó el segmento transgresor “TV Homem” en TV Globo dentro del programa Mulher TV e hizo dibujos animados electrónicos en periódico globo), en la prensa sindical de oposición, en medios alternativos (Sofista, Opinión); en el cine (escrito, dirigido y protagonizado en la película Tanga ¿Fue en el New York Times?); en el teatro (escribió el deslumbrante Revista Henfil en el umbral de la apertura política); en la literatura (fue los más vendidos con los libros Henfil en China, Cartas desde madre y Diario de una Cucaracha); y en publicaciones propias de éxito (Revista Fradim, Almanaque de los Fradinhos). Sin contar periódicos de Estados Unidos y Canadá, durante los dos años que vivió en Nueva York en un intento de “hacer América”, pero sin renunciar a su espíritu crítico e independiente, que resultó poco práctico para los estándares conservadores de los medios estadounidenses.

En un momento en que el termómetro punitivo de la dictadura recomendaba prudencia, Henfil no dudó en afirmar que “es necesario el compromiso”, argumentando: “No se puede seguir hablando de esquís, de partidos de tenis o de problemas personales cuando la gente literalmente se muere de hambre. (...) Hoy tengo todas mis antenas encendidas para un trabajo de transformación, en busca de una estructura social más humana”.[ 2 ]

No se dejó intimidar por los montones de viñetas y viñetas vetadas por la censura policial y empresarial, con la evidente intención de intentar silenciarlo. A pesar de la frustración y el inconformismo con el furor de la censura, que convertía la libertad de expresión en letra muerta, Henfil se resistió a producir como tantos otros dibujos, para que algunos sobrevivieran a la pesadilla de las prohibiciones. No retrocedió cuando perdió el trabajo o sufrió malentendidos por tomar posiciones que muchas veces lo colocaron en contra del sentido común establecido o del consenso de la ocasión. Y, sobre todo, decía verdades al poder a través de lo que producía, a partir de análisis de coyuntura en continua actualización (dibujaba o escribía con la radio y la televisión prácticamente todo el día). “El verdadero cómico es el que hace reír contra el poder y sin su permiso”, así definió el enfrentamiento con las fuerzas dominantes antipopulares y antinacionales.[ 3 ]

Si repasamos la contundencia de sus creaciones, nos damos cuenta de que Henfil detestaba la gracia dócil y no se contentaba con pinchazos superficiales. Golpeó sin piedad las tonterías convertidas en lucrativas mercancías y entretenimiento descartable. Durante un debate en el V Salón del Humor de Piracicaba, São Paulo, en agosto de 5, fue categórico. “Creo que quien quiera hacer una broma para popularizar el sistema debería ser banquero. Se interpondría menos en el camino”.

Concluyó con una frase ya clásica, que expone, al máximo voltaje, el fundamento político-ideológico de su obra: “El humor que cuenta para mí es el que golpea el hígado de los que oprimen”.

Era humor de combate, pero aun así hilarante. La fórmula de las viñetas de Henphilan mezclaba la ironía cortante, la burla provocativa, la burla y la sátira, traducidas en dibujos minimalistas y caligráficos, casi siempre con textos breves e incisivos. Te hacía reír y pensar, y viceversa: volver a pensar y reír. Para ello, exploró una variedad de temas que hacían referencia a los males de la vida cotidiana en el país –desde el alto costo de vida a la precariedad del transporte público, del desempleo a la inseguridad pública, de la inflación a la deuda externa, de la contaminación ambiental a la Fondo Monetario Internacional, de los atascos de tráfico a la codicia de los magnates.

Elaboró ​​una galería de personajes de enorme empatía y popularidad, entre los que se destacaron los Fradinhos (Baixinho, sádico, perverso y anarquista; y Cumplidos, amable, piadoso y conservador). Henfil irrumpió en el semanario Sofista en el número 11 (5/12 al 9/1969/XNUMX), que presentaba un titular de portada ("Os Fradinhos do Henfil en nuevo y sensacional espesado") y una página entera dedicada al dúo imparable. Una de las caricaturas características de la serie: Cumplido, desesperanzado, amenaza con tirarse de la azotea de un edificio. Shorty barbariza: “¡Salta en una pirueta! ¡Me encanta un salto con giro!” Con cada crueldad, Shorty, increíblemente, sonreía.

Zeferino, Graúna y Bode Orelana formaron el trío fenomenal de la caatinga que simbolizaba (y simboliza) la miseria social e institucional del país. Un trío que se convirtió, en palabras definitivas de Janio de Freitas, en “una mañana tonificante que oxigenó las mentes oprimidas por la pesadilla diurna que fue la estupidez dictatorial”.[ 4 ]

Janio fue uno de los muchos lectores que abrieron el Prensa en Brasil y fue directamente a los cómics de Henfil. “Solo después hojeamos el resto del periódico, sobre todo porque, debido a la censura medieval, el resto era solo el resto. (…) Los personajes estaban ahí en los cafundós de Caderno B y, sin embargo, funcionaban como tapa del periódico, porque, a través de ellos, Henfil decía con valentía lo que queríamos oír y saber en el ambiente asfixiante de la dictadura”. [5] Zeferino no contuvo su ira contra los corruptos que desviaron los incentivos fiscales del Nordeste; la dulce Graúna se transformó en luchadora activista para ahuyentar el machismo; Bode Orelana devoró kilos de papel en protesta por la censura previa de libros.

En este artículo, basado en mi libro The Dash Rebel: La vida de Henfil, destacaré uno de los momentos culminantes de Henfil en el Sofista: el Cementerio de los Muertos Vivientes, que concibió en plena represión del gobierno del general Emílio Garrastazu Médici (1969-1974), con gran repercusión. En él, el caricaturista enterraba, por regla general, a quienes simpatizaban con la dictadura militar o eran políticamente omitidos; los voceros del mercado y del capital; y los subordinados al poder, que recibían a cambio beneficios, ventajas o protecciones.

En la parte final del texto, ante la agonía del Brasil de hoy, esbozo un escenario hipotético: si estuviera entre nosotros, Henfil tal vez usaría su poder cuestionador para reabrir el temido y controvertido cementerio. Cuántas personas, en distintos ámbitos de la vida nacional, se asemejan hoy a los muertos vivientes que, en el pasado, fueron despachados por él a las tumbas del desprecio y el olvido.

El tribunal de la causa justa

El Cementerio de los Muertos Vivientes era una especie de “tribunal de causa justa”, que implacablemente castigaba con la muerte simbólica a figuras conocidas cuya conducta Henfil consideraba reprobable. Los cargos y condenas estaban dirigidos, en la mayoría de los casos, a la supuesta u ocultada adhesión al gobierno dictatorial, así como a las imposturas, la falta de escrúpulos, el oportunismo, los prejuicios y lo que consideraba “defectos de carácter”.

De hecho, el cementerio descendió del Comando de Caça dos Carecas (CCC), inventado por Henfil en la segunda mitad de 1970. El CCC era una burla obvia del infame Comando de Caça dos Comunistas. Identificó como calvos a aquellas personas que, a su criterio, mostraban un comportamiento dudoso, alienado y/o retrógrado. Las primeras víctimas de la CCC fueron el presentador de televisión Flávio Cavalcanti, cuestionado en los círculos artísticos por, supuestamente, haber denunciado a compañeros de izquierda después del golpe militar; el compositor Carlos Imperial, exponente de la “turma da pilantragem” en la zona sur de Río de Janeiro; y el cantante Wilson Simonal, acusado, sin pruebas objetivas, de soplón.

La lista de celebridades enterradas en el Cementerio fue extensa y ecléctica: los empresarios mediáticos Roberto Marinho, Octavio Frias de Oliveira y Adolpho Bloch; el dramaturgo Nelson Rodrigues; el sociólogo Gilberto Freyre; los economistas Roberto Campos y Eugênio Gudin; el ensayista Gustavo Corção; los escritores Rachel de Queiroz y Josué Montello; los presentadores de televisión Hebe Camargo y J. Silvestre; los entrenadores de fútbol Zagallo y Yutrich; el periodista David Nasser; el compositor Sérgio Mendes; el maestro Erlon Chaves; el comediante José de Vasconcelos; los obispos Dom Vicente Scherer y Dom Geraldo Sigaud; el presidente de la Confederación Brasileña de Deportes y posteriormente de la FIFA, João Havelange; parlamentarios de Arena, el partido de la dictadura; los actores Jece Valadão, Bibi Ferreira y Yoná Magalhães; el set de Los Increíbles; el fotógrafo Jean Manzon; el líder integralista Plínio Salgado; el fundador de Tradición, Familia y Propiedad (TFP), Plínio Corrêa de Oliveira; el as Pelé; “El Globo” (en alusión a El Globo), entre otros.

Henfil no solía detallar las razones específicas que lo llevaron a enterrar a los muertos vivientes. “El carácter no engendra termitas”, era su frase favorita cuando exigía la máxima coherencia a los demás. Consideró una obligación para la gente de bien defender las libertades democráticas negadas por la dictadura y sus secuaces. Entre los que vieron justificadas sus convicciones se encontraban el diputado arenista Amaral Neto, por el programa de televisión enalteciendo las gestas del “milagro económico”; el compositor Miguel Gustavo, autor de “Pra frontal, Brasil”, canción que simbolizó el triunfalismo brasileño en el Mundial de 1970; y el dúo Dom y Ravel, intérpretes de “Eu te amo, meu Brasil”, un himno propagandístico del “Brasil grande”.

Henfil construyó tumbas para economistas que se convirtieron en tecnócratas a sueldo del régimen; para arquitectos que se sumaron a la especulación inmobiliaria; a los abogados que explotaban a sus clientes con honorarios exorbitantes; para los científicos que ponen sus cerebros a trabajar en la carrera armamentista; para policías y ex policías que integraron los escuadrones de la muerte; para los “médicos S/A”, que cobraban las consultas con “dinero, dinero, dólar, letras de cambio, acciones y tarjeta Diners”. Involucró al Festival Internacional da Canção (FIC), promovido anualmente por TV Globo. Para él, el festival fue un “montaje” de Globo para desviar la atención de los excesos de la dictadura; además, pensaba que la música extranjera se veía favorecida por la masificación, mientras que la música popular brasileña quedaba relegada a un segundo plano. Pero, ¿qué pasa con la parte del FIC destinada a MPB? Afirmó que, con algunas excepciones, la tendencia era seleccionar canciones románticas o inofensivas.

Dentro y fuera de los círculos literarios, hubo protestas vehementes cuando Henfil enmarcó a Clarice Lispector entre los muertos vivientes. El caricaturista habría adoptado una postura inquisitorial respecto a un escritor sin vínculos con el régimen, y que, por cierto, se pronunció contra la arbitrariedad imperante en una marcha de artistas e intelectuales en Río de Janeiro, en 1968. Oh Jornal (20/7/1973), Henfil trató de justificar el severo (y equivocado) castigo impuesto al autor de Felicidad clandestina:: “Yo la coloqué en el Cementerio de los Muertos Vivientes porque está colocada dentro de una cúpula de principito, para estar en un mundo de flores y pájaros, mientras Cristo es clavado en la cruz. En un momento como el actual, solo tengo una palabra que decir sobre una persona que sigue hablando de flores: está alienado. Con eso no quiero tomar una actitud fascista de decir que ella no puede escribir lo que quiera, practicar el arte por el arte. Pero solo me reservo el derecho de criticar a una persona que, con el recurso que tiene, la enorme sensibilidad que tiene, se coloca dentro de una cúpula”.

Clarice, ofendida, respondió: “Si me encontrara con Henfil, lo único que le diría es: escucha, cuando escribes sobre mí, es Clarice con una 'c', no con dos 's', ¿de acuerdo?”. [ 6 ]

Otra inclusión que causó revuelo fue la de la cantante Elis Regina, luego de haber cantado el Himno Nacional en la inauguración de las Olimpiadas del III Ejército, en 1972. Sofista (25/4 al 1/5/1972), el personaje Caboco Mamadô limpia el cementerio antes de anunciar la sorpresa: Elis dirigiendo con entusiasmo el coro de muertos vivientes, integrado por Roberto Carlos, Tarcísio Meira y Glória Menezes, Pelé, Paulo Gracindo y Marília Pêra. Elis se quejó a través de los diarios de la intolerancia de Henfil, quien volvió a la carga atrayéndola dentro de la tumba, enojada: “¡Ustedes los comediantes son graciosos! ¡Quieren ser la guardia moral de todos! No quieren que los cantantes nos comprometamos. ¿Pero crees que no necesito ese dinero para vivir? Cuarenta y cinco días después, Henfil emitió una señal de que se había arrepentido del reproche. En el número 154, elogió el nuevo álbum de Elis, con un toque mordaz: "Asegúrense de una cosa: ¡Elis Regina es mejor que Elis Regente!". El episodio fue superado, tanto que los dos coquetearon durante la siguiente década. Elis le dijo que los militares la habían presionado para que cantara en los Juegos Olímpicos.

Henfil se retractó años después de las injusticias cometidas en ambos casos: “Solo lamento haber enterrado a dos personas: Clarice Lispector y Elis Regina. (…) No noté el peso de mi mano. Sé que tuve una mano muy dura, pero no me di cuenta de que el tipo de crítica que estaba haciendo realmente estaba metiendo el dedo en el cáncer”.[ 7 ]

El periodista y escritor Zuenir Ventura recuerda la conmoción provocada en el área cultural por el Cemitério dos Mortos-Vivos: “Había casi unanimidad en relación a la presencia de ciertas personas en el cementerio, pero no en relación a otras. Era muy fuerte y agresivo, incluso irritante”.

Para Zuenir, la radicalidad de las acusaciones no puede ser vista como un mero patrullaje y mucho menos como una expresión de resentimiento o venganza. “Detrás de ese humorista cáustico y radical, había en Henfil una persona amorosa, incapaz de odiar”. A su juicio, el Cementerio de Muertos Vivientes tradujo “un gesto desesperado, a veces injusto y extremo, de llamado a la resistencia democrática”. Y añade: “Henfil tenía razón cuando pensaba que vivíamos en una época en la que no podías estar encima o detrás del muro. Fue importante, en el proceso de recuperación de la democracia, la movilización de la sociedad civil y de la intelectualidad. Henfil sabía que era fundamental tener a todos los que se oponían a la dictadura en la misma bolsa sana de gatos. ¿Qué nos llevó a la apertura? Fue el hecho de que se logró dividir al país, maniqueístamente (y así tenía que ser), entre las tinieblas y la luz, entre el bien y el mal. Hoy, mi lectura del aparente sectarismo de Henfil me lleva a creer que el Cementerio de los Muertos Vivientes incrustó una metáfora: quien no lucha y resiste se muere o ya murió. Resaltó esta muerte simbólica y nos dijo: tenemos que resistir de alguna manera”. [ 8 ]

El propio Henfil, sin conocerla, validó la interpretación de Zuenir Ventura, admitiendo en distintas ocasiones que, durante la dictadura, acentuó la agresividad del humor, como recurso para intentar que la gente prestara atención a lo que estaba pasando.

Una hipótesis: la reapertura del Cementerio

El biógrafo nunca está autorizado a hablar en nombre del biografiado, más aún cuando el biografiado tiene una personalidad única como la de Henfil. Pero no me parece excesivo proponer un ejercicio de imaginación, en medio de la situación tóxica y desalentadora de un país bajo un gobierno ultraderechista y militarizado, cuyos retrocesos autoritarios han sido sistemáticamente señalados por organizaciones de la sociedad civil y por la oposición progresista y de izquierda. A la luz de este contexto, trabajo con la hipótesis de que, si estuviera vivo, Henfil quizás consideraría la conveniencia política de reabrir el cementerio, tantos son los muertos vivientes, asfixiantes, a nuestro alrededor. El propósito sería convergente con el de los años de la dictadura militar: alertar sobre la degradación que empuja al país al borde del precipicio. Lo que ciertamente requeriría un doble trabajo en la mesa de dibujo para retratar, con inconfundible brío humorístico, la legión de candidatos a las nuevas tumbas.

Si nos basáramos, en términos generales, en sus escalas de calificación de la década de 1970, no sería tan difícil distinguir perfiles probables de ocupantes de vacantes en expansión. Es plausible suponer que entre ellos estaban: autoridades que niegan una pandemia muy grave e ignoran medidas que hubieran evitado miles de muertes; banqueros y ejecutivos del mercado financiero que, adscritos al aparato del Estado, implementan políticas económicas neoliberales y “reformas” antisociales, salvaguardando los privilegios del gran capital y la tiranía de las lógicas financieristas y especulativas.

Y más: milicianos virtuales que propagan el odio y la mentira a través de noticias falsas, con el fin último de desestabilizar la democracia; fanáticos anticulturales que desfiguran cuerpos culturales; gurús de ultraderecha que reúnen incondicionales a través de cursos virtuales y agrupaciones en redes digitales; dirigentes de determinadas organizaciones del ámbito religioso que ejercen mandatos electivos o canales de televisión propios, destinados a promover fundamentalismos e intereses cruzados; conglomerados comerciales y contratistas que pagan sobornos para asegurarse controles y ganancias monopólicas; parlamentarios golpistas que derrocan a un líder reelegido por voto popular, honesto y sin ningún atisbo de culpa.

Otros posibles favoritos para bajar a las tumbas: cómplices de quemas y devastaciones de bosques, paradójicamente alojados en instancias encargadas de velar por el equilibrio ambiental; oscurantistas que predican “escuelas sin partido” y una “educación” regresiva a las tinieblas; viudas de la dictadura militar que niegan los actos de barbarie realizados por ésta (detenciones ilegales, torturas y asesinatos de opositores) y ya probados por la Comisión Nacional de la Verdad; milicias armadas que dominan suburbios y periferias y operan como estructuras paralelas dentro del crimen organizado; célebres futbolistas que, en apariciones públicas y selfies, posando festivamente con representantes del bajo reaccionarismo.

No me extrañaría que grupos mediáticos que mantienen intacto el control de la información y la opinión estén en la lista de muertos vivientes, con el propósito tácito de neutralizar contradicciones y disidencias. Incluyendo el apoyo de grupos de trabajo -elegidos a dedo, según la conveniencia del sistema- de periodistas, economistas, consultores financieros, empresarios, politólogos y sociólogos, que comparten los ideales del neoliberalismo, referencias de conservadurismo y animosidad contra el pensamiento divergente, especialmente el de la izquierda. Es oportuno recordar que, en los años de plomo, Henfil tenía aversión por este tipo de tropa enfrentada al pluralismo, lo que me lleva a pensar que varios de sus integrantes podrían incluso tener lugares en las tumbas de hoy.

Si los frutos de la imaginación nos permitieran vislumbrar la reapertura del Cementerio de los Muertos Vivientes, tendríamos la oportunidad no solo de acompañar la denuncia explícita del retraso, la estupidez y la villanía, sino también de dar fe, una vez más, del humor desenfrenado de Henfil. . . Dondequiera que encontremos las huellas de su audaz y feroz intervención, la inspiración de Henfil está siempre en sintonía con los valores ético-políticos y humanistas. Las huellas de rebeldía en los dibujos, invariablemente, esclarecen la conciencia crítica y destilan la indignación cívica contra los depredadores del país. Como acertadamente señaló Florestan Fernandes, el talento único de Henfil se manifiesta en un arte creado para “exaltar la humanidad de la persona y condenar a los filisteos, los abusos de poder y el egoísmo de los poderosos”. [ 9 ]

*Denis de Moraes, periodista y escritor, es autor, entre otros libros, de The Dash Rebel: La vida de Henfil (José Olimpio, 3a. ed., 2016).

Notas


[1] Leandro Konder, “Henfil, 50 años”, El Globo, 5 de febrero de 1994.

[2] Entrevista de Henfil con Tânia Carvalho, “Dibujar, para mí, es como mascar piedra”, estado de ánimo, No. 41, 1979.

[3] Entrevista de Henfil con Wagner Carelli, “Para Henfil, este es un momento de humor”, El Estado de S. Pablo, 3 de septiembre de 1978.

[4] Janio de Freitas, “Prefácio”, en Denis de Moraes. The Dash Rebel: La vida de Henfil. 3a. edición Río de Janeiro: José Olympio, 2016, p. 14

[5] Entrevista de Janio de Freitas a Denis de Moraes, en The Dash Rebel: La vida de Henfil, ob. cita, pág. 102.

[6] Entrevista de Clarice Lispector a Sérgio Fonta, “O chat: Clarice Lispector”, Diario de Letras, No. 259, abril de 1972.

[7] Testimonio de Henfil a Regina Echeverría. Elis perforando. Río de Janeiro: Nórdica/Círculo do Livro, 1985, p. 191.

[8] Entrevista de Zuenir Ventura a Dênis de Moraes, en The Dash Rebel: La vida de Henfil, ob. cita, pág. 94-95.

[9] Florestán Fernández. La respuesta requerida: Retratos intelectuales de inconformistas y revolucionarios. São Paulo: Ática, 1995, pág. 173.

 

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