Hegemonía y estrategia socialista

Imagen: Fidan Nazim qizi
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por LUIZ MARQUÉS*

La lucha por la supremacía política se decide dentro del proceso de guerras de posición

Hay libros que esperan años, décadas para obtener el estatus de clásicos. Hegemonía y estrategia socialista: hacia una política democrática radical (Intermeios), de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, se publicó en 1985, en Inglaterra. A pesar de las salvedades que puedan plantearse en términos metodológicos, supuso una contribución epistemológica inestimable. Fue reeditado en 2000, con la adición de un prefacio. En ese momento, la preocupación del pueblo brasileño pasó a allanar el camino para la redemocratización y la gobernabilidad, a partir de la Constitución de 1988, después de una generación bajo dictadura militar, tortura, persecución, censura a la libertad de expresión. Un metalúrgico, sin título universitario, se disponía a colocarle la banda presidencial sobre el pecho.

La traducción aterrizó en Brasil en 2015, cuando el país vivía el descarado sabotaje de un líder corrupto de la Cámara de Diputados a las medidas de la presidenta Dilma Rousseff, para sofocar la crisis económica y política que fomentó el golpe de Estado de 2016 y el surgimiento de una neofascista al poder. La situación nacional parecía tener asuntos más urgentes y candentes que resolver. Como resultado, el trabajo de la brillante pareja de académicos no ha recibido la atención que merece. Pero no ha caducado.

En Europa, en el intervalo entre las ediciones originales y la versión tardía en el lenguaje de Machado de Assis, el eurocomunismo, que había surgido como un camino alternativo al estalinismo y la socialdemocracia, cayó en el olvido; la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) colapsó; y se brindó por el fin de la Guerra Fría. En Estados Unidos, el multiculturalismo irrumpió en batallas callejeras por los derechos civiles, con visibilidad de grupos excluidos del paradigma euroamericano blanco, heterosexual, masculino, cristiano.

En América Latina, los movimientos sociales del otro mundo se dieron cita en el intercambio de experiencias del Foro Social Mundial (FSM); nació el ciclo inaugural de gobiernos progresistas (Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela) con la integración latinoamericana; y los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) salieron a la luz.

Por encima de todo y de todos, se extendía la hegemonía neoliberal, que el diario Le Monde lo nombró pensamiento único por la fuerza de arrastre de los países hacia la globalización de la economía. Al mismo tiempo, el posmodernismo ganaba terreno, supliendo la necesidad teórica de la “nueva razón del mundo”, para evocar el título del hermoso ensayo de Pierre Dardot y Christian Laval. Narrativas sobre el declive de las ideologías (por la inutilidad de la distinción entre izquierda y derecha), la lucha de clases (por la ausencia del proletariado en la sociedad posindustrial para combatir a la burguesía) y la propia historia que habría tocado techo (con la victoria del neoliberalismo y la democracia representativa).

El breve siglo XX decía adiós. Laclau & Mouffe abordan el espíritu de los tiempos rebelándose contra la ortodoxia marxista, desde los viejos “trucos de la Tercera Internacional”. Para ello, utilizan el arsenal de conceptos legado por Antônio Gramsci: “guerra de posiciones, bloque histórico, voluntad colectiva, hegemonía, reforma intelectual y moral”. Tales son los pilares de las oportunas reflexiones teórico-políticas en las páginas de “una de las obras más importantes de teoría social y política del siglo XX”.

 

Las perras del marxismo

Saliente, en lectura Cómo será, dos obstáculos metodológicos llaman nuestra atención: (a) El marxismo no se limita a su inmovilización por la Tercera Internacional (1919-1943). En los primeros cinco años de la Internacional Comunista se realizaron cinco congresos. Después de la muerte de Lenin en enero de 1924, el Comintern quedó bajo el control de Stalin, quien lo convirtió en un partido internacional con secciones nacionales al servicio de la burocracia soviética. Solo se realizaron dos congresos más (1928, 1935). Aprisionar al marxismo en el período en que perdió su inquietud y creatividad, emparedado en el totalitarismo comunista y fascista, no es correcto y; (b) La recurrencia a Gramsci ya la Teoría Crítica, de la desterrada Escuela de Frankfurt, muestra que el materialismo histórico sobrevivió a los tics. El "posmarxismo" de Laclau & Mouffe alude a la Comintern, no a la teoría marxista, en el propósito de “ir más allá”. Sus reflexiones se sitúan en la década siguiente a mayo de 1968. Auge dos nuevos filósofos (Alain Finkielkraut, Bernard-Henri Lévy, André Gluscksmann), quienes abjuraron de la militancia maoísta/trotskista para atacar los cimientos del marxismo. El "socialismo realmente existente" no sería una desviación totalitaria. La teoría ya lo tendría en germen. Es en el reflujo del pensamiento dialéctico que se sustenta el prefijo “post”.

Es cierto que el rechazo del postulado economicista y esquemático de la “determinación en última instancia” incita a la búsqueda de un marxismo abierto a las formas recientes de aprehensión de la realidad. Las yuxtaporaciones de colonialismo/racismo, patriarcado/sexismo y progreso positivista/desequilibrio ecológico dieron lugar a respuestas que no se encuentran en los manuales bujarinianos, para acoger las interseccionalidades que atraviesan hoy la lucha contra el sistema capitalista. Pero la premisa no infiere automáticamente la conclusión falsa sobre la obsolescencia del método marxista de interpretar el capitalismo. Por el contrario, sigue teniendo una utilidad productiva.

Muchos investigadores, ya sea en la genialidad de los gramscianos o de los frankfurtianos, incorporan al marco de la “filosofía de la praxis” cuestiones contemporáneas vinculadas al capitalismo de vigilancia oa la reconstrucción del socialismo democrático. Nancy Fraser y Rahel Jaeggi, en Capitalismo en debate (Boitempo), mantienen la noción de totalidad concreta para captar las relaciones entre las partes dispersas de lo real, apoyados en el constructo conceptual de la “síntesis de múltiples determinaciones”. Si los descubrimientos de Marx fueron influenciados por el ambiente cultural que rodeó el nacimiento de sus formulaciones, tienen un valor heurístico que va más allá del condicionamiento inmediato del nacimiento. Importa la permanencia de su ontología del ser social.

La alegoría de la piedra arrojada al agua, que provoca círculos concéntricos, aclara la pregunta sobre cuál es la mejor teoría: es la que tiene círculos lo suficientemente anchos para interpretar la mayor cantidad de fenómenos. Fraser & Jaeggi no ven la necesidad de abandonar la pretensión de integralidad del marxismo. La búsqueda de un marxismo abierto no es sinónimo de disolución intelectual-militante en una maraña posmoderna, o lo que sea, para enfrentar las nuevas contradicciones del sistema. La riqueza de relaciones de la racionalidad capitalista, en la etapa actual, ciertamente sorprendería a Marx/Engels. Hay cosas entre la acumulación de capital y la reproducción social e institucional, la naturaleza y el estado, que los fundadores del marxismo no imaginaron. Pero decodificarían, si estuvieran vivos.

 

juego de particularidades

La supuesta transición del marxismo al posmarxismo no es el elemento más relevante a destacar en la publicación, que contribuyó a formatear lo que se conoció como “análisis del discurso”. En palabras de los profesores que hicieron una buena presentación de la obra medio olvidada, en portugués, a saber: “el análisis de cómo las prácticas se vuelven simbólica y materialmente hegemónicas, vinculantes, evidentes, fundadas en la pluralidad de lo social y en el policentrismo de las luchas políticas”.

Luchas que multiplican los sujetos de la transformación de establecimiento, con el objetivo de una configuración radical-democrática. Sólo se logra en política por la discursividad de la “particularidad hegemónica”. Para, aquí, utilizar el diccionario de algunas de las principales expresiones acuñadas por Laclau & Mouffe, cuando rechazan la tentación del anticuado vocabulario hegeliano sobre una “clase universal”, muchas veces incorporada al proletariado demiúrgico diseñado por la vulgata marxista.

La construcción de la hegemonía, bajo el neoliberalismo y sus certezas finalistas, se da en un ambiente sociocultural que estigmatizó la política como una idea fuera de lugar, por actuar en un escenario de “división social” y “antagonismo”. El radicalismo político se aplicaría a cuestiones “vitales”, como la inminencia de una guerra nuclear. De lo contrario, sería un simple elemento de etiqueta social, eludido escuchándose unos a otros en las conversaciones. Frente a Frente. “De ahí la sacralización del consenso, el borrado de las fronteras entre izquierda y derecha, y el desplazamiento hacia el centro”. Los conflictos se resolverían con argumentos racionales o con soluciones puramente técnicas.

El formato adversario ("nosotros contra ellos") quedaría obsoleto. El reclamo de gobiernos fuertes contrarios al Estado democrático de derecho, para profundizar las políticas neoliberales, retirar derechos adquiridos, precarizar el trabajo y potenciar la sobreexplotación de los trabajadores, por cierto, no estaba en el radar de quienes frecuentaban grupos de reflexión neoliberales hace veinte años. Sin embargo, la revitalización de la extrema derecha en el mapa mundial, con ataques destructivos contra las democracias constitucionales en nombre de regímenes políticos iliberales, reveló que la política vs son el núcleo ineludible de las luchas que se libran “por una política democrática radical y plural”.

En escritos posteriores, Chantal Mouffe distingue “antagonismo” de “agonismo”. En el primero, las fuerzas enfrentadas no reconocen los espacios comunes compartidos y tratan de eliminar a los opositores. El antagonismo bebe en el origen de la relación amigo/enemigo, propuesta por el jurista nazi Carl Schmitt, y no puede resolverse dialécticamente. En consecuencia, es inaceptable en una sociedad pluralista. En el segundo, las particularidades en conflicto reconocen la legitimidad de los opositores, quienes son tratados civilmente como opositores. El respeto a las reglas del juego, en el agonismo, garantiza la convivencia de las diferencias, sin menoscabar los ideales democráticos del socialismo. La posibilidad de alternancia en el discurso que promueve particularidades hegemónicas funciona como ancla civilizatoria frente a la barbarie. Nota: "La democracia liberal no es el enemigo a destruir para crear, a través de la revolución, una sociedad completamente nueva".

 

Teoría aplicada a la práctica

Las corrientes de izquierda ya han cometido el error de cuestionar las democracias liberales “realmente existentes”. El nudo no está en los valores (cristalizados en los principios de libertad e igualdad) del liberalismo político, que Norberto Bobbio separa de los valores (cristalizados en el libre mercado, sin compromisos sociales) del liberalismo económico. El nodo está en el esquema de poder que reajusta y limita la operacionalización de los valores. La democracia radical y plural es una etapa de la “revolución democrática”, en tanto expande las luchas por la libertad y la igualdad en el amplio espectro de las relaciones sociales. Descartar la matriz jacobina del teorema amigo/enemigo no conduce a la aceptación del marco liberal, que elimina el componente anticapitalista de la política socialista. Sí, protege la democracia.

La centralidad del concepto de hegemonía en la política es fundamental. Significa que el consenso en una sociedad dividida en clases corporativas es siempre el resultado de una articulación hegemónica, que hace un nuevo bloque histórico facultado para imponer su discursividad a los demás. Esto no deconstruye el régimen democrático, es una condición de posibilidad. Los consensos no desmantelan la inmanencia de particularidades y conflictos. Ninguna esfera pública fetichizada, con la pretendida comunicación racional habermasiana, suprime el particularismo de actores y acciones sociales.

Ver el pacto interclasista que guió la gobernabilidad del Partido de los Trabajadores (PT). Cuando los queridos intereses del capital bancario/financiero se vieron afectados, se rompió el pacto y otra discursividad cosió el golpe judicial-parlamentario-mediático que depuso a un presidente honesto para levantar un gobierno misógino, de lesa-patria y daño-moral. Entre nosotros, la historia de las clases dominantes es un desfile de crímenes, injusticias, imposturas y cinismos.

La destitución de la primera mujer elegida para el cargo más alto de la nación, sumada al injusto encarcelamiento que convirtió a Lula en un preso político, desató la pulsión depredadora (antisocial, antinacional y anticivilizacional) de las élites autóctonas. No sorprende, aunque causa indignación, que 33,1 millones de personas, equivalentes al 15% de la población, no tengan qué comer. Y que el 58,7% de la población vive con algún grado de inseguridad alimentaria (leve, moderada o severa). “Las políticas públicas de combate a la pobreza y la pobreza extrema que, entre 2004 y 2013, redujeron el hambre a 4,2% ya no forman parte de la realidad brasileña”, comenta Renato Maluf, coordinador de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional ( Red Penssan).

Solo cuatro de cada diez hogares mantienen el acceso a los alimentos. La situación es peor en las regiones Norte y Nordeste, y entre negros y mujeres jefas de hogar. El hambre en los hogares negros o pardos saltó del 10,4 % al 18,1 %. En un testimonio de la perseverancia de los esclavos coloniales en Terra Brasilis, que recibió más negros sacados del continente africano entre los siglos XVI y XIX, las víctimas que llenan de dolor y humillación las vergonzosas estadísticas se concentran más en el plebe que en el Populus, adecuadamente.

Dentro de la pluralidad actual, las llamadas luchas de identidad contra el racismo, el sexismo, la discriminación sexual, así como por el equilibrio ambiental, se conectan con las luchas por el trabajo formal y los salarios contra la miseria y el hambre. Hegemonía y estrategia socialista propone “una cadena de equivalencia entre las diversas luchas democráticas contra las diferentes modalidades de subordinación y dominación”. Por extensión, también se podría hablar de la necesidad del cruce de la cuestión urbana y la lucha de clases; el tratamiento de los espacios públicos de las ciudades y la democratización de la sociedad con canales efectivos de participación ciudadana. Sin duda, en Brasil, la candidatura de Lula da Silva en las próximas elecciones presidenciales expone una síntesis de múltiples determinaciones del “nuevo proyecto hegemónico de la izquierda”. Bolsonaro, la necropolítica de autodestrucción del país.

 

Rol del partido político

“La sociedad brasileña sigue siendo estructuralmente autoritaria y significativamente desigual, jerárquica y violenta, presentándose, en este primer cuarto del siglo XXI, todavía reaccionaria, especialmente en relación con la mayoría de los más pobres. Incluso durante los tres principales movimientos históricos de modernización del capitalismo tardío, cuando prevaleció el cambio profundo en la trayectoria de la sociedad, impulsada por las fuerzas progresistas de cada época, hubo un marco innegablemente conservador y opresivo por parte de los grupos socioeconómicos dominantes”, dice Marcio Pochmann en el capítulo sobre la interrupción traumática del Estado de Bienestar Social en Brasil, en El gran abandono histórico y el fin de la sociedad industrial (Ideas y Letras).

Como ya señaló Arthur Rosenberg en la década de 1930 cuando estudiaba la historia política de la democracia y el socialismo, en el pasado hubo un intento de hacer que la clase obrera unificara al pueblo. Balón fuera. En la actualidad, el desafío se repite con un agravante en el caso brasileño: constituir el protagonismo del pueblo, por encima de las divisiones de la chusma, el subproletariado, el precariado, la informalidad sudorosa, los luchadores sin remuneración fija en la tareas de entrega, asalariados del mercado y del servicio público, en el ojo del huracán de la desindustrialización. ¿Estarían los movimientos sociales, los sindicatos, las organizaciones comunitarias y los progresistas a la altura de la tarea de unificar los segmentos fragmentados del trabajo? ¿Dónde están las particularidades contrahegemónicas? Tales preguntas y angustias acompañan los esfuerzos por formar un nuevo bloque histórico.

Todo indica que la iniciativa para la constitución de un polo antisistema popular, ahora, debe partir de la esfera política y no de la fragmentada esfera social del trabajo. Este hecho vuelve a poner en la agenda al “príncipe colectivo”, es decir, el papel del partido político como agente organizador de las masas. La descalificación de las instituciones políticas y los ataques a las organizaciones de la clase trabajadora fueron de la mano de la consolidación mundial del Consenso de Washington durante cuatro décadas. Casi acabaron con el partido de izquierda más grande de Occidente y su liderazgo icónico. Pero el PT y Lula resistieron y se levantaron para encarnar la esperanza de una sociedad igualitaria. El elogio neoliberal de la desigualdad como motor del desarrollo individual y colectivo ha fracasado.

La población se dividió entre el 1% privilegiado y el 99% sacrificado, en la metáfora de Ocupar Wall Street (OWS, 2011), fue tan pronunciada como en la era del lobo de la abominable codicia capitalista, que coincide con el declive de pensamiento único en los hemisferios. La historia llama a la puerta. “La división de lo social en dos campos antagónicos es un hecho original e inmutable, anterior a toda construcción hegemónica, y el tránsito a una nueva situación, caracterizada por la inestabilidad esencial de los espacios políticos, en los que la identidad misma de las fuerzas en pugna está sujeto a constantes cambios, exigiendo un incesante proceso de redefinición”, enfatizan Laclau & Mouffe.

La afirmación es profética en la segunda ola de gobiernos progresistas en LA. Agrupaciones a la izquierda restringen las valoraciones coyunturales a la caracterización de los partidos en la institucionalidad, sin prestar atención al arraigo social de los subtítulos, lo que dificulta dar pasos hacia un Frente Popular solidario en el país. La oposición pueblo/neoliberalismo y neofascismo es lo que, in crescendo, trae la perspectiva de la victoria del lulismo en primera vuelta. Mantener activos los Comités de Lucha Popular, desde las elecciones de octubre hasta la asunción festiva de Lula en la Presidencia en enero, será crucial para desmovilizar el bolsonarismo y reforzar la agenda transformadora del gobierno electo. Correspondería a las Comisiones impulsar el proceso pedagógico de discusión sobre las áreas a priorizar en la distribución del presupuesto de la Unión, ahora embolsado por las secretas enmiendas clientelistas de los congresistas.

 

la revolución democrática

La paradigmática Revolución Francesa “incendió el mundo”, según Hannah Arendt, porque reivindicó la legitimidad del pueblo, simbolizada en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), para acabar con la Antiguo Régimen. Surgió la gramática discursiva que clasifica “las diferentes desigualdades como ilegítimas y antinaturales, haciéndolas equivalentes a formas de opresión”. Este es el potencial subversivo de los valores democráticos: incitan a la expansión de la igualdad y la libertad a áreas más amplias, fermentando luchas contra la subordinación. El cartismo inglés basó las demandas de sufragio universal, incluidas las mujeres, en las luchas por la libertad política. Este induce la igualdad de género, raza, etc., como una bola de nieve.

El pensador aristocrático francés, Alexis de Tocqueville, en Democracia en América (Gallimard), demostró ser un agudo observador del potencial del movimiento: “Es imposible creer que la igualdad finalmente no penetrará tanto en el ámbito político como en otros. No es posible concebir a los hombres como eternamente desiguales entre sí en un aspecto. e igual en los demás; en un cierto punto, llegarán a ser iguales en todos los aspectos”. El tren está en movimiento.

Los socialistas estimulan el imaginario democrático y las luchas por la igualación. Los capitalistas en relaciones de subordinación utilizan numerosos recursos discursivos, desde la meritocracia hasta la propiedad, para legitimar posiciones diferenciales. Las comisiones de fábrica cuestionan la jerarquía entre trabajadores y capitalistas. Se penalizan los insultos raciales y la homofobia. El fútbol femenino rompe con el monopolio fálico del fútbol. La revolución democrática es multidireccional. En palabras de Marx, “el libre desarrollo de cada uno debe ser la condición para el desarrollo de todos”. Las equivalencias se destacan en los parámetros hegemónicos que reinventan el statu quo societal, conjugando el deseo de igualdad con el ejercicio de la libertad, en una permanente transcripción práctico-discursiva.

Multidireccional es también el capitalismo que mercantiliza la fuerza de trabajo, la cultura, la educación, el deporte, el medio ambiente, la justicia, el entretenimiento, la enfermedad, el sexo, la belleza, los afectos, la fe religiosa, la mentira, la vida, la muerte y el escándalo. Los temas brotan como trombas marinas en las sociedades posindustriales, bañando nuevos reclamos y nuevos derechos. Contenidos insólitos ocupan el discurso liberal-democrático con el agregado de los derechos sociales de los individuos. Para no sucumbir, incluso incómodo con los “excesos de la democracia”, el liberalismo se redimensiona, se reordena y se replantea. Mientras que el conservadurismo neopentecostal se adhiere al neofascismo.

No se trata de renunciar a la ideología liberal-democrática, sino de profundizarla y expandirla bajo el signo de una democracia radical y plural para superar las rutinas opresivas, en la sociedad civil y en el Estado. La lucha por la supremacía política se decide dentro del proceso de guerras de posición. La implementación del programa de inflexión popular, en el retorno de Lula a la conducción del gobierno, provocará el choque de narrativas de disputas con carácter hegemónico. El Presupuesto Participativo (PP) servirá como símbolo para designar la conquista de la ciudadanía activa entre quienes siempre han estado al margen de los informes en la historia. Del pueblo vendrá la lección que entreteje orgánicamente democracia y socialismo. Es imperativo que la estrategia democrático-socialista luche contra la élite mestiza. La burguesía no se merece Brasil. Le falta amor por el pueblo brasileño.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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