Hay vida fuera de la democracia liberal

Imagen: aboodi vesakaran
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por LUIZ MARQUÉS*

Las elecciones en Venezuela, cuestionadas por los medios corporativos, tienen una base histórica que afecta a la geopolítica y la ideología: allí se concentran las mayores reservas de petróleo del mundo y se está desarrollando una forma innovadora de gobierno.

Políticamente, el principio rector de la democracia es la ciudadanía, que implica el derecho de cada ser humano a ser tratado por los demás como igual con respecto a la formación de opciones colectivas y la obligación de los gobernantes de ser responsables ante todos los miembros de la sociedad. Según este criterio democrático y republicano, hasta la fecha ninguna democracia o República ha cumplido todos los requisitos. Las mujeres siguen teniendo una representación política inferior a su densidad demográfica.

La democracia estadounidense no considera que los votos tengan el mismo peso. En la votación entre delegados de los partidos mayoritarios de la Confederación, quien gane la batalla gana todos los votos correspondientes a la unidad confederada. En 2016, la candidata Hillary Clinton obtuvo más votos entre los electores durante la campaña que Donald Trump y, aun así, obtuvo menos delegados. El viejo engranaje fue ensamblado por los “fundadores de la nación” y garantiza un cierto control del proceso. Para C. Wright Mills, la “élite del poder” en Estados Unidos está constituida por el complejo político-industrial-militar. De hecho, este poder oculto nunca es examinado, cualquiera que sea la modalidad de elección.

El concepto de “democracia liberal” sirve como paradigma para los países occidentales, que para el autor de El choque de civilizaciones, Samuel Huntington, no incluye América Latina. Significa que sólo dos formas de gobierno tienen reconocimiento y legitimidad en Occidente: el presidencialismo y el parlamentarismo. Las variaciones entre ambos reflejan los matices institucionales albergados bajo el mismo constructo conceptual. Sin embargo, si no existe un modelo performativo único de gobernanza, sí existe un paradigma sólido basado en la representación política. En él no hay lugar para consejos de gestión con responsabilidades deliberativas sobre las directrices y las inversiones de la Unión.

La dificultad surge cuando se nos pide que hagamos un juicio de valor sobre regímenes políticos que no se ajustan a la regla paradigmática, o porque no tienen varios partidos competitivos (Estados Unidos tiene dos); o por tener diferentes formas de configurar opciones colectivas, como ocurre en China, Cuba y Venezuela. La simplificación teórica que confina la democracia al marco liberal, con periodicidad garantizada en el calendario electoral, libertad de organización partidaria y expresión atenta al respeto de las “reglas del juego” (Norberto Bobbio) y las “normas procesales” (Alain Touraine). La dimensión social del régimen no entra en duda.

En regiones hegemonizadas por el libre mercado, la tendencia es considerar “dictadura” la falta de pluralismo expresado en el espectro de partidos, así como la interferencia estatal en la dinámica de la política, la economía y la cultura. La democracia moderna ha dejado de lado la democracia ateniense del siglo V a.C., basada en la participación directa en asambleas en plazas públicas (ahora sí), modelo que hizo su última aparición en la Revolución Francesa bajo la batuta de los jacobinos. La occidentalización de la democracia expresa un carácter político; promueve el desprendimiento de la política de otras esferas.

El politicismo minimiza la importancia de la participación popular en la conducción de los asuntos del Estado y, por extensión, en el acto mismo de votar. El voto obligatorio está restringido en Asia, a Singapur y Tailandia; en África, al Congo, Gabón y Egipto; en Oceanía, a Australia, Nauru y Samoa; en Norteamérica, a México; en Centroamérica, a Honduras, Panamá y Costa Rica; en Sudamérica, a Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú, Paraguay y Uruguay. El individualismo apolítico induce a la idea de que la participación es innecesaria. Las instituciones se resolverían solas sin vuestra voz.

Desde esta perspectiva, la participación ciudadana no sería más que un mito. Después de todo, el sistema funciona con apenas un 30% de intervención de los votantes, prescindiendo de otros mecanismos para construir opinión pública. Por el contrario, una participación excesiva pone en peligro la democracia al agregar compromisos a la lista de actividades políticas e intensificar la lucha de clases. Visión en contradicción con la de los socialistas, para quienes la soberanía popular presupone la movilización para contener a la extrema derecha.

Ex presidente de la Asociación Internacional de Ciencias Políticas y profesor del Instituto de Estudios Políticos de París (Ciencia po), Jean Leca, identificó el origen intelectual de sus colegas por el volumen de citas de los términos “representación” y “participación”. En un caso, eran norteamericanos o europeos; en otro, los latinoamericanos. Para ellos, un patrón de gobernanza alternativo a los convencionales tiene un signo positivo y deseable. Sin presión, las cosas no suceden en el Sur global.

Es deseable introducir e institucionalizar un participacionismo consejista, cuyo famoso ejemplo para acoger la edición que inaugura el Foro Social Mundial (FSM, 2001) es el Presupuesto Participativo, de Porto Alegre. Un experimento capaz de combinar democracias representativas y participativas, al menos en un período de relativo equilibrio de fuerzas. Sin embargo, a diferencia de lo que teorizó el marxista austriaco Max Adler –en la “Viena Roja” de los años 1920– con soviets disociados de una situación revolucionaria, en medio del meteórico vuelo de la hegemonía neoliberal.

En América Latina, históricamente, el Estado ha dado la espalda a las necesidades de la abrumadora mayoría de la población. En una encuesta realizada en la primera década del siglo, y aún en curso, sobre si el Estado apoyaba más a los ricos o a los pobres, sólo en un país sudamericano más del 50% de los entrevistados afirmó que la preferencia del Estado tendía hacia los pobres: Venezuela, entonces gobernada por el presidente Hugo Chávez. El Brasil del presidente Lula 1.0 no cruzó la línea divisoria.

Entre nosotros, lo que resalta en el imaginario nacional es el miedo a las clases dominantes, condensado en la noción peyorativa de “masas”, cuya movilización es vista como manipulada ante la incapacidad de los subordinados de formar una conciencia autónoma, debido a la bajo nivel de escolaridad. Basta recordar que el derecho al voto fue extendido a los analfabetos recientemente, en 1985, mediante una enmienda a la Constitución de 1967. Los anatemas lanzados contra la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva fueron los de “cachaceiro” (por aporofobia). y “analfabetos” (por elitismo), al no tener título universitario. Como dice el verso de Caetano Veloso: “Narciso encuentra feo lo que no ve en el espejo”.

Para Paulo Nogueira Batista Júnior, “Venezuela enfrenta al Imperio y la crisis es consecuencia de las sanciones”. Los embargos actuales incluyen el robo de reservas de lingotes de oro depositadas en las bóvedas subterráneas del Banco de Inglaterra, valoradas en 2 mil millones de dólares. El Reino Unido no permite el acceso al gobierno venezolano. El asunto está en manos de la Justicia británica.

El asedio de la nación Hermana Comienza con la nacionalización de la petrolera nacional, que enfureció internamente a la “burguesía de bolsa” sin un proyecto de industrialización para formar un mercado interno inclusivo. En el exterior, se enfrentó a los intereses exteriores del sector, que acudieron a quejarse en Washington.

“El pueblo y los trabajadores demostraremos cómo ahora seremos más eficientes en la administración de nuestra industria (petrolera) y los servicios relacionados con ella”, habló Hugo Chávez en el lago de Maracaibo, uno de los principales polos petroleros del país, el 9 de mayo. 2009; En esa fecha se incorporaron ocho mil nuevos funcionarios. El dinero ahorrado con la nacionalización de 60 empresas vinculadas a la producción petrolera como prestadoras de servicios, 300 embarcaciones y 39 terminales utilizadas para el transporte corrió a cargo de los “consejos comunales”. Organizaciones de participación popular no previstas en la concepción política ortodoxa. En el sentido de Rousseu, la participación-proceso-decisión rechaza la división social del trabajo para restaurar el espacio de los iguales.

Las elecciones presidenciales en Venezuela, cuestionadas por los grandes medios de comunicación, tienen una base histórica que concierne a la geopolítica y la ideología: allí se concentran las mayores reservas de petróleo del mundo y se está desarrollando una forma innovadora de gobierno. Hay vida fuera de la democracia liberal. Lo fundamental es cumplir con el principio de no injerencia en los asuntos internos de terceros y el derecho a establecer la soberanía popular en su autodeterminación.

El resto es demagogia de quienes se creen sheriffs, jugando una mala pasada a la lógica imperialista y al sentido común fabricados por intereses innegables. Brasil, Colombia y México exigen Actas de Votación, pero deben ser conscientes de que la oposición violenta y antidemocrática no las aceptará, como en las treinta veces que perdieron desde 1999.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.


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