por CAIO BUGIATO*
Las señales cada vez más claras de la adhesión de Ucrania a la OTAN y la inestabilidad en el este de Ucrania supusieron el cruce de una línea de demarcación
Estados Unidos, la OTAN y el imperialismo
Hay un fundamento en la política exterior estadounidense: contener y/o eliminar cualquier fuerza político-militar (estatal) autónoma que pueda surgir en Eurasia. Los teóricos clásicos y más influyentes de la geopolítica señalan que es en esta región donde surgiría una amenaza a la supremacía de Estados Unidos, por sus características geográficas, históricas, económicas y políticas. Pero esta dimensión geopolítica, en la práctica, es la contención y/o eliminación de cualquier fuerza que se proponga ser antioccidental o anticapitalista.
No es casual que tales teóricos muestren preocupación por los acercamientos entre los Estados de Alemania y Rusia, entre los cuales existían relaciones amistosas de los movimientos obreros de ambos países, activamente movilizados en el paso del siglo XIX al XX, cuando estos teorías surgen. Vinculada a esta dimensión geopolítica está la dinámica económico-política del capitalismo. La economía y el Estado en los Estados Unidos y otros países occidentales, fueron uno de los pioneros del desarrollo del capitalismo en su territorio y la formación de monopolios empresariales.
Estos Estados-nación, potencias capitalistas, estructuran sus procesos de acumulación de capital de manera que van más allá de sus fronteras nacionales, es decir, expanden su capital hacia el exterior, sobre todo, en la forma y en las actividades de sus monopolios empresariales transnacionales. Esta es una segunda piedra angular de la política exterior de Estados Unidos. El accionar de las potencias capitalistas -aquellas en las que se constituyeron los monopolios, dictan el rumbo de la economía mundial, dominan los procesos de innovación científico-tecnológica y tienen alta capacidad militar- y sus monopolios son claves para entender la economía y la política internacional. En otras palabras, las potencias imperialistas dominan la economía política mundial.
Luego de la enorme guerra de proporciones mundiales del siglo XX, en dos etapas, las potencias capitalistas, que se enfrentaron, depusieron las armas, firmaron acuerdos y, en 1949, pasaron a formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), liderado por los EE.UU. Su objetivo muy claro era derrotar a la Unión Soviética ya todos los gobiernos y estados que se proponían construir una alternativa al capitalismo. La derrota de la URSS a principios de la década de 1990 no descartó los fundamentos de la política exterior de Estados Unidos y la OTAN. Por el contrario, las intensificó hacia las ex repúblicas soviéticas y su zona de influencia. Así, podemos decir: que aún vivimos en el orden mundial construido por el Estado norteamericano y los capitalistas y que la función de la OTAN aún es cuidar los intereses de las potencias imperialistas. Esta es una base explicativa necesaria para entender la guerra en Ucrania.
Ucrania, neofascismo y separatismo prorruso
La expansión de la OTAN en Europa del Este finalmente ha llegado a Ucrania, una antigua república soviética y país fronterizo con fuertes lazos históricos y culturales con la formación social de Rusia. Prueba de esta llegada es el golpe de estado de febrero de 2014 que derrocó al gobierno electo de Viktor Yanukovych. Un proceso conocido como parte de las revoluciones de color –la ucraniana sería la revolución naranja–, llevada a cabo en varios países por fuerzas locales pro-EE.UU. y pro-OTAN, de donde provino el financiamiento y apoyo logístico.
En Ucrania, el proceso estuvo marcado por el despertar de las fuerzas neofascistas, cuyos militantes atacaron a sindicalistas, socialistas y comunistas (algo muy similar al ascenso del neofascismo en Brasil). En mayo de 2014, un incendio en el edificio de la Federación Regional de Sindicatos de Odessa dejó 42 muertos. El conflicto dentro de Ucrania se ha convertido en una guerra civil localizada. En el este del país se formaron la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, en la región de Donbass, cuyos pueblos se declararon independientes en el mismo año 2014.
En un referéndum, más del 80% de la población local, vinculada al pueblo ruso, afirmó su intención separatista de dejar de formar parte de Ucrania. Sin embargo, los gobiernos ucranianos de Petro Poroshenko (2014-2019) y Volodymyr Zelensky (2019-actual) no reconocieron su independencia. En la práctica, el conflicto entre Ucrania y las repúblicas independientes nunca se detuvo. Las ofensivas del gobierno de Zelensky y las hordas neofascistas (se habla mucho del batallón Azov, pero hay un gran número de ellos dispersos por todo el país) fueron frecuentes en la región de Donbass y precedieron a la guerra en curso.
Los acuerdos de Minsk (2014) y Minsk II (2015), que propusieron un estatuto especial para las provincias que habían proclamado la independencia, la autonomía y la celebración de elecciones locales, redujeron la intensidad del conflicto, pero no lo frenaron. De hecho, fracasaron. Para agravar la situación, se promulgó una enmienda a la constitución de Ucrania en 2017 en la que el estado se comprometió a unirse a la OTAN y su capacidad nuclear para producir ojivas atómicas es considerable.
Gobierno de Putin, capitalismo autónomo y antiimperialismo
El estado-nación ruso es ciertamente un estado y una economía capitalistas, desde la derrota de la URSS, como la mayoría de los que hay en todo el mundo. Siguiendo a la mayoría, tampoco encaja en el grupo de potencias imperialistas, es decir, no estructura sus procesos de acumulación de capital de manera que vaya más allá de sus fronteras nacionales. Sin embargo, a diferencia de esta misma mayoría, el gobierno de Putin se convirtió en un obstáculo para EE.UU. y la OTAN, principalmente al revertir la política (neoliberal) de puertas abiertas a Occidente del gobierno de Yeltsin (1991-1999) y modernizar el aparato militar heredado del soviéticos.
El gobierno de Putin implementó un proyecto de desarrollo autónomo del capitalismo ruso, organizado por el estado. Este gobierno representa a una burguesía nacional, que en gran parte está desconectada de los círculos capitalistas de las potencias occidentales y busca fortalecer el mercado interno y regional. En este sentido, su política exterior se centra en el ámbito regional de su entorno geográfico, ámbito que el Estado ruso defiende -en una especie de nacionalismo panrruso- militarmente.
El choque con la OTAN y la operación militar en Ucrania suponen un freno a las pretensiones occidentales de expansión por Eurasia, sobre el vasto territorio ruso y sus reservas de petróleo y gas natural. Es importante señalar que los gobiernos de Donetsk y Lugansk solicitaron apoyo militar al gobierno ruso para defenderse de los ataques de Kiev. Al parecer, el movimiento neofascista ucraniano ve (erróneamente) al Estado ruso y sus aliados como la restauración de la URSS.
La operación militar rusa busca defender su territorio, sus procesos autónomos de acumulación de capital y su integridad como estado soberano, además de su zona de influencia regional. El gobierno de Putin advirtió más de una vez, de diferentes maneras, que no toleraría avances de los imperialistas: así fue en la guerra de Osedia del Sur, en la provincia de Georgia y otros conflictos durante su gestión.
Los signos cada vez más claros de la adhesión de Ucrania a la OTAN y la inestabilidad en el este de Ucrania supusieron el cruce de una línea de demarcación. El gobierno de Putin emprende entonces una guerra defensiva antiimperialista. Obviamente, su carácter puede cambiar (¿para una guerra de conquista?). Incluso puede cambiar el orden mundial.
* Caio Bugiato Profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UFRRJ y del Programa de Posgrado en Relaciones Internacionales de la UFABC.
Publicado originalmente en el portal destacar.