Huelga: el curso de la verdad y un fragmento de lo real

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por CLARISSE GURGEL*

Cada huelga de servicios públicos en nuestro país es un fragmento de la realidad de la cual otra idea de Brasil atestigua que el trabajo de su verdad está en marcha

La huelga de docentes ha terminado. Muchos de nosotros tenemos la sensación de que muy poco ha cambiado. Especialmente cuando finaliza la huelga, el Ministro de Economía, Fernando Haddad, anuncia un recorte de 25 mil millones en el presupuesto público, en nombre del Marco Fiscal, habiendo ya señalado el cambio constitucional que elimina el piso establecido para salud y educación, proporcionando para el cobro de tasas de matrícula en las universidades públicas.

Pero la universidad que regresa, después de esta huelga, luce un poco diferente a la que la inició. Y este cambio ya estaba presente, desde sus inicios. El cambio se pudo notar en las decisiones tomadas en las asambleas sindicales y en otros espacios deliberativos. Durante décadas, reuniones, foros, sesiones plenarias se han convertido en escenarios que simulan esferas de toma de decisiones colectivas, cuando, en realidad, dichas decisiones se toman entre bastidores, en otros espacios, en otro momento.

En este paro, algunos docentes, conscientes del papel histórico de las huelgas como instrumento de conquista y defensa de derechos, lamentaban la interrupción de clases, luego de dos años de pandemia y aislamiento social. También temían la idea de criticar a Lula, quien liberó al país de Jair Bolsonaro. Muchos de ellos decidieron votar a favor de la huelga, allí, en las asambleas, escuchando uno a uno, porque comprendieron que se trata, ante todo, de un acto de lealtad, inscrito en una hipótesis: que un mundo regido por las fuerzas sociales y por lo común.

El papel de los docentes era defender la educación y el servicio público para las generaciones presentes y futuras. Era misión de todos nosotros, recordando el reciente drama en torno a la vacuna Covid, resaltar la necesidad de la investigación científica, como camino hacia la independencia de Brasil. A hacerlo también fueron llamados innumerables docentes jóvenes, que vivían sus primeros momentos como trabajadores, defendiendo derechos (y deberes, como ofrecer un buen servicio público).

Este contexto explica la conversión de votos, que se produjo en algunas asambleas, al momento de desencadenarla, en las que muchos más reacios a la huelga decidieron a favor de ella, en el último momento. Lo mismo se puede observar en los Consejos Superiores, que decidieron suspender el calendario, con giros sorprendentes a favor de los huelguistas.

Esto también fue así en las últimas asambleas: cuando la huelga se mantuvo y se fortaleció aún más, luego del intento del gobierno de recrear el drama de un falso acuerdo con un falso sindicato, momento en el que el verbo “irse” comenzó a ser conjugado por los lideres; e incluso cuando, hacia el final de la huelga, muchos docentes resistieron, encontrando extraño su repentino final.

Esta huelga, por tanto, a pesar de los pesares, no sólo reunió a militantes desgarrados por el sectarismo y la burocratización, no sólo permitió la formación de nuevos cuadros, sino que también rescató el lugar de la autenticidad, los límites de las simulaciones, revelando un mayor nivel de exigencia de trabajadores.

El fin de la huelga, sin embargo, no tiene explicación para su agotamiento, ni para su éxito absoluto. El gobierno Lula, a través del PT, pasó a ocupar un mayor número de decanatos, empezó a reocupar a los directores de asociaciones docentes, produciendo en ocasiones una cierta simbiosis entre las entidades de base y la administración central. El PT también recuperó una base, que sigue dependiendo de Lula como única solución a la amenaza bolsonarista. Lo que podría parecer una mayor organización política entre los docentes es lo que distingue la polarización de la politización. Estamos en polos opuestos, frente a la extrema derecha, sin politizarnos.

Muchas veces nos han hecho creer que defendemos nuestro “polo”, atendiendo con prontitud las demandas de los demás y abdicando de las nuestras. Sin grandes debates y enfrentamientos, los polacos pierden la polis y el servicio se confunde con la servidumbre. La relación de lealtad con el gobierno –que quita la autonomía a cualquier herramienta de lucha– fue lo que marcó el fin de la huelga casi por decreto.

Vuelven las clases, la universidad empieza a mejorar su estructura, entre una habitación y un baño, no precisamente por las pequeñas ganancias salariales y presupuestarias obtenidas en esta huelga. Puertas, subvenciones y derechos que reaparecen son muchos más frutos de lo que produjo la huelga, rompiendo con el revés que continuaba en los pasillos del servicio público, incluso después de la derrota de Jair Bolsonaro. En este sentido, el éxito de esta huelga está en sus inicios, ya que sigue a fracasos que continúan moldeándonos.

La fertilidad de los fracasos

Alain Badiou es un filósofo que contribuye en gran medida a una mejor comprensión de lo que es el fracaso, tomando como punto de partida lo que llamó el “reflujo de la 'Década Roja'”: iniciado por la cuádruple ocurrencia de las luchas de liberación nacional (Vietnam y Palestina, en especial), el movimiento juvenil estudiantil global (Alemania, Japón, Estados Unidos, México...), las revueltas fabriles (Francia e Italia) y la Revolución Cultural en China, entre los años 1960 y 1970.

La forma subjetiva que, según Alain Badiou, tomaría este reflujo se refugia en la negación resignada, en el regreso a las costumbres (incluidas las electorales), en la deferencia al orden capital-parlamentario u “occidental”, en la convicción de que querer más quiere peor, “prediciendo contra el totalitarismo, agachándose sobre montañas de víctimas”, como dice el filósofo.

Así, Alain Badiou busca inventariar el fracaso, proporcionándonos términos que parecen describir muy bien el reflujo brasileño de los últimos años, dejándonos ubicarlo en el tiempo: ya sea desde la ola neoliberal de los años 1990, ya sea desde su radicalización en los Carta a los brasileños de Lula, ya sea desde la caída de Dilma Roussef o desde la elección de Jair Bolsonaro... Ejercicio que debemos hacer nosotros y que nos ayudará a comprender que, ante los fracasos, corremos el riesgo de quedar reducidos a declaraciones negativas, modestas como la de realización, entregada al instrumento de la sumisión y la resignación, en las que el lema es: “¡No hay elección!”

Ante este momento histórico en el que estamos comprometidos con nuestra renuncia, en el que asistimos a reveses inimaginables como la elección de Bolsonaro y la implementación por parte del PT de medidas contra las que luchó, la huelga ya tuvo éxito. Su nivel de adherencia disciplinada fue un refuerzo adicional de su veracidad. 

Parafraseando a Alain Badiou: cada huelga de servicios públicos en nuestro país es un fragmento de lo real a partir del cual otra idea de Brasil atestigua que la obra de su verdad está en marcha. Es también el resultado de la fecundidad de los fracasos, de sus análisis críticos y de sus confrontaciones, lo mismo que estimuló la vida matemática y la propia ciencia.

* Clarisse Gurgel es politóloga, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNIRIO.

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